José Luciano Teófilo Verellen llegó de Amberes a mediados del siglo pasado y creó un vivero pionero en Tandil, que hoy es atendido por su hija Didin y donde su yerno Gastón Díaz abrió el año pasado una coqueta posada de cinco habitaciones.
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En el año 2000, Diana Elina Jaquelina Verellén, más conocida como Didin, se hizo cargo del vivero que había fundado su padre, José Luciano Teófilo Verellen en 1954. Es la menor de seis hermanas mujeres, la única que se animó a seguir entre plantas, invernaderos e inviernos tandilenses. A esas 15 hectáreas, pobladas de Ginkgo bilobas, Acer Ginnalas y una cascada hecha por Joseph (como le decían al padre de Didin), alguna vez llegó una familia desde Amberes, Bélgica, decidida a no pasar, otra vez, las penurias de una guerra.
Antes, habían viajado a conocer la zona Joseph y uno de sus hermanos. Tenían información útil, importante: le habían preguntado a un profesor, en su escuela europea dónde estaban las mejores tierras del mundo. La respuesta fue a parar directo a Sudamérica. “Por Olavarría, Tandil, Balcarce”, les había dicho el docente. Se embarcaron sabiendo que en Argentina estaba el terruño en cual se afincarían, pero con la responsabilidad de encontrarlo. Allá habían quedado la madre, el padre, los hermanos y tíos y Roberta Janssens, la prometida de Joseph, expectante a lo que su futuro marido enviara por correspondencia.
Después de una parada en Isla Victoria, Bariloche, llegaron a Tandil; la familia completa viajó en barco desde Bélgica para instalarse allí. Joseph y Roberta se casaron, tuvieron hijas. Él sembró y cosechó verduras, plantó eucaliptos y otro árboles que comercializaba a distintos lugares del país, hasta que el ferrocarril dejó de funcionar y no hubo manera de enviar aquellos árboles de gran porte. Se reinventaron haciendo plantines, miles de plantines tan pequeños que entraban 200 en un cajón de verdura. Así, y con la ayuda de otros inmigrantes belgas, creció el vivero Verellén, uno de los más tradicionales de Tandil.
Cuando el trabajo empezó a demandar demasiado esfuerzo para la edad que tenía Joseph, él preguntó a cada una de las hijas quién quería seguir con el vivero, solo Didin, la menor, quiso hacerlo. Ella y Gastón Díaz, su compañero de toda la vida, se mudaron a la gran casa en la que vivían sus padres en el año 2000, cuando nacía Albertina, la primera hija. Joseph murió en 2015 y Roberta cuatro años después, en 2019. Didin y Gastón ventilaron la casa cada invierno glacial hasta que pusieron manos a la obra y le dieron vida a un proyecto que anhelaban: hacer un hospedaje. Así nació La Nature. Y así pasan los días, Didin entre plantas, Gastón recibiendo huéspedes. En el medio, un camino que une los dos lugares, pavos reales y los árboles centenarios que Joseph plantó.
Las mejores tierras
Cuando vivía en Amberes, Bélgica, José Luciano Teófilo Verellen estaba de pupilo en una escuela agrotécnica. Su padre, que ya tenía hijos y había pasado la Primera Guerra Mundial, no quería atravesar, otra vez, las consecuencias de la Segunda Guerra. El plan, como el de muchos otros, era viajar a América y recomenzar. Con esa idea en la cabeza, Joseph le preguntó a un profesor de la escuela, adónde quedaban las mejores tierras, Argentina y Canadá fueron la respuesta; y ellos apuntaron bien al sur. Joseph y Emilio, los dos hermanos, llegaron al país y les ofrecieron trabajo en un vivero forestal que quedaba en la Isla Victoria, Bariloche. Estuvieron ahí un tiempo, pero el difícil acceso los hizo descartar aquel lugar como sitio para que se instalara la familia. Hubo días de desánimo. Enviaban cartas a Bélgica y el padre, del otro lado de océano y sentado frente a la máquina de escribir, les daba fuerza. “Mi abuelo, siempre desde el amor, les decía, ya va a venir algo mejor”, cuenta Didin, “...siempre viéndole la parte positiva. Acordate de escribirle a mamá que me dice que está un poco triste porque no le estás haciendo saber cómo estás”, decía el padre desde Bélgica. Hasta que viajaron a Tandil, y Joseph vio allí lo que habían soñado con su prometida Roberta: vivir entre colinas, verde, arroyitos. Esa vez los hermanos enviaron la carta más feliz de todas: habían encontrado el lugar.
El verde del mundo, del universo...
Joseph y Roberta se casaron y compraron una chacrita para empezar a cultivar. Lo que querían era tener un vivero, pero empezaron sembrando verduras que era lo que daba rédito enseguida, siguieron con los eucaliptos y llegó el golpe de suerte, “una gente de Mar del Plata -también hay bastantes belgas allá- sabían de papá y lo vinieron a ver, y eran los de Vivero Van Heden. No sé cuántos eucaliptos tenía y se los compraron todos”. Al tiempo, Joseph y su padre, José María Antonio Verellén, adquirieron la chacra donde actualmente se encuentra el vivero: 15 hectáreas con una laguna, árboles y una cascada que el padre de Didin hizo construir. Cuando Joseph y Roberta tuvieron el dinero suficiente, le compraron su parte a José María y se hicieron del terreno completo. Trabajaron toda la vida proveyendo árboles a viveros de todo el país. A veces, Joseph plantaba Pino Oregón para poder usar la madera muchísimos años después, así era su visión de futuro.
Joseph se encargó de dejar su vivero en buenas manos, “manos verdes” las de Didin, su hija menor que no dudó en aceptar cuando él le preguntó si quería hacerse cargo. Si ahora mismo alguien llega hasta ahí, la verá cargando una carretilla llena de plantines o mirando de cerca alguna rama de la que hará un gajo. Y si alguien le pregunta por qué aceptó la propuesta de su padre, ella dirá, “me gustaba hacer experimentos, me gustaba cuando empezaban a salir las raíces, esa sensación de que de un gajito se pueda hacer una planta. Y bueno, además, seguís forestando... qué sé yo, el verde del mundo, del universo.”
La Nature, el lugar ideal para descansar
Hace exactamente un año abrieron la posada en la casa donde alguna vez vivieron los padres de Didin. Ella y Gastón la restauraron, pusieron inmensas Orejas de Elefante en la entrada, silloncitos con respaldares de lana de oveja y una gran mesa hecha con madera de Pino Oregón. Antes de abrir hicieron un curso de hotelería, encargaron los jabones a una persona, fragancias para cada habitación, confeccionaron los acolchados con telas que habían traído de la India. Todo con mucha atención a los detalles. En total son cinco habitaciones (todas con nombre de árboles: Jacarandá, Abedul, Alcanfor, Acer, Olmo y una casa de una habitación que se llama Chez Colette).
El que más se ocupa de La Nature es Gastón que, hace algunos años, dejó el negocio familiar de fotografía que está en el centro de Tandil para trabajar, primero en el vivero, luego en la posada. Y fue gracioso porque, mucha gente del pueblo no los asociaba juntos. Al verlo a Gastón trabajando entre gajitos y tierra, se sorprendían, “Gastón, ¿qué haceé acá? ¿Estás haciendo una changa? Y él decía: No, es mi mujer, pero ¿están casados ustedes?”, cuenta Didin.
Están casados desde el año 96, y se los ve felices, cada uno con su trabajo; un día a la semana van juntos a yoga. Ese día es sagrado. Baltazar, su hijo menor, vive con ellos. Albertina, la más grande, estudia en Buenos Aires, Diseño de imagen y sonido en FADU, y ya hizo su primer corto documental; el tema elegido fue su madre Didin y el vivero fundado por el abuelo. El nombre es el mejor que le podría haber puesto, se llama “Planta madre” y se lo puede ver en Youtube.
- Vivero Verellén. Ruta 226 km 162 . T: (2494) 494864. IG: @vivero_verellen. Horario de atención: 8 a 18 hs. La Nature. Ruta 226 km 162 . T: (2494) 648664. IG: @lanature_hosteria
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Revista Lugares 343. Noviembre 2024.