La capital fueguina implementa un curioso método para preservar y revalorizar sus antiguas viviendas de chapa y madera. Ya son seis las que fueron trasladadas hasta ahora.
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Fue el sacerdote anglicano Waite Hockin Stirling, en su misión de evangelizar los últimos confines de la tierra, quien encargó al taller de fundición Hemming & Co. de Inglaterra, una casa prefabricada que se transportó por mar hasta las costas de la bahía de Ushuaia, donde fue ensamblada por misioneros y nativos yaganes en 1871. La casa pasó a la historia como Casa Stirling y representó una solución a los desafíos que planteaba por entonces Tierra del Fuego.
La Ushuaia de principios del siglo XX era una tierra sólo apta para hombres y mujeres tenaces. Lejos de representar el destino turístico internacional que hoy conocemos, nombrarla en aquellos tiempos remitía a destierro, aislamiento y desolación. La construcción, a partir de 1902, del histórico “Presidio Nacional” en el que confluyeron reincidentes, presos políticos y hasta asesinos seriales, contribuyó en gran parte a forjar la fama de este territorio. Pero nada de eso impidió que unas cuantas familias argentinas, chilenas, españolas, italianas, croatas y libanesas se animaran a establecerse en el fin del mundo, en convivencia con las comunidades nativas.
Aquellos primeros inmigrantes se abocaron a actividades tan diversas como la ganadería, la minería, la pesca y la industria maderera. Algunos, incluso, llegaron a prosperar como empleados del presidio. Pero el riguroso clima fueguino, que además del frío subantártico trae consigo persistentes lluvias, vientos arrolladores y copiosas nevadas, les impuso un verdadero desafío: levantar casas que resistieran todos esos embates con materiales que debían conseguir en los principales centros urbanos, a miles de kilómetros de distancia. Ahí estaba la cuestión…
La Casa Stirling –hoy conservada en Puerto Williams, Chile–, es la edificación europea más antigua de Tierra del Fuego y la primera que se levantó en aquellas tierras utilizando el práctico sistema de construcción en seco, consistente en una estructura modular de madera revestida con planchas de zinc, que podía armarse con rapidez y presentaba una alta resistencia al clima local. Por su versatilidad y resiliencia, el sistema fue adoptado rápidamente por los nuevos pobladores e incluso se extendió hasta otras ciudades de la región. Pero, ¿cuántos imaginarían que cien años más tarde el remoto pueblo austral al que habían llegado se expandiría a un ritmo vertiginoso?
La explosión demográfica que experimentó Ushuaia a partir de fines de los años 70 –con el impulso de la ley 19.640 de promoción industrial– vino acompañada de un aplanador desarrollo urbanístico que puso en riesgo a las antiguas casas que habían logrado sobrevivir hasta entonces. Algunas fueron demolidas para emplazar en su lugar nuevas construcciones de cemento cuyo diseño y ejecución conservaban muy poco de las singularidades arquitectónicas que se habían desplegado en la corta historia de la ciudad. Pero finalmente fue la propia materialidad de estas viviendas la que las salvó de un triste destino.
Si bien el criterio que hoy se adopta en la gestión del patrimonio cultural destaca la preservación de estos bienes en su sitio original como elemento fundante de la identidad local, la dinámica evolución del centro histórico de Ushuaia requirió de soluciones excepcionales para salvaguardar las valiosas construcciones que aún no habían sido protegidas. Por eso se presentaron dos posibles zonas para su conservación: un grupo de arquitectos sugirió el área cercana al antiguo presidio, mientras que el municipio propuso crear un nuevo espacio: el paseo “Pueblo Viejo”. Finalmente se decidió que ambas zonas serían utilizadas y de ese modo comenzó la mudanza de las antiguas casas de chapa y madera que ahora se encontraban aisladas en diferentes puntos del trazado urbano. El particular sistema de construcción en seco permitió que pudieran ser movidas de sus emplazamientos, algunas apoyadas sobre acoplados y otras sobre largos troncos de lenga, ante la atónita mirada de los ushuaienses y turistas que veían las viviendas deslizarse por las calles de la capital.
Una cuestión de identidad
La casa Beban, adquirida por catálogo a Suecia y construida entre 1911 y 1913, es quizás la más emblemática de estas construcciones. En 1993 fue la primera en mudarse -parcialmente desarmada- y en el año 2000 la siguió la casa Blanco. En 2007 fue trasladada la casa Galiñanes, en 2009 la Pena, y luego la casa Torres en 2012. El año pasado se sumó la Leviñanco.
El arquitecto y especialista en conservación, Leonardo Lupiano, autor de numerosas publicaciones sobre el patrimonio arquitectónico fueguino, describe en detalle el sistema que se utilizaba entonces para la construcción. “Debido a que la ciudad está emplazada sobre un declive natural, algunas casas debían ser proyectadas con una base de pilotes de madera para compensar el desnivel y evitar que en la época de deshielo se vieran afectadas por los chorrillos que se suelen formar. Las paredes exteriores estaban forradas con chapas acanaladas y las cubiertas diseñadas con marcadas pendientes para permitir el deslizamiento de la nieve y el agua. Dependiendo de la importancia de la casa, los techos a veces eran decorados con crestería y pináculos de chapa o madera”, explica el experto. Y amplía: “Las ventanas eran de vidrio repartido y un pequeño rosetón servía para iluminar el desván –cuando la electricidad aún no había llegado al pueblo– donde se guardaban alimentos, ropa y mercadería. Algunas propiedades estaban dotadas de lo que se conoce como hall frío: una pequeña habitación o antecámara de ingreso, que servía para aislar al resto de la vivienda de las bajas temperaturas cuando se abría la puerta de acceso principal”. Además, Lupiano detalla: “en cuanto a los interiores, las paredes y tabiques estaban compuestos de tirantes recubiertos con tablas de madera. Por encima se adhería un textil (generalmente arpillera), luego papeles de diario y se terminaba con una capa de pintura. La madera utilizada era autóctona –lenga–, y la trabajaron carpinteros de renombre, como el español Lisardo García, autor de algunas de las más bellas obras de la ciudad”.
Si bien estas edificaciones se extendieron a una buena parte de la Patagonia, Ushuaia tomó un rol especialmente activo en su conservación. Además, en los últimos años, la valoración del patrimonio arquitectónico como una cuestión identitaria comenzó a calar hondo en la población fueguina. A pesar de que esta tipología dejó de usarse en Ushuaia hace varias décadas, hoy muchos lugareños eligen cubrir sus nuevas viviendas con chapa acanalada, no sólo por la resistencia de este material, sino también por su valor estético y, en algunos casos, como una evocación de la arquitectura vernácula.
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