Un grupo de amigos desafiaron todos los límites. Fueron en esquíes desde San Martín de Los Andes hasta Villa La Angostura. Una “locura” que se convirtió en una experiencia única, marcada por la hermandad y el respeto por la naturaleza.
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Fueron los primeros. Es que para los aventureros ninguna ideas es “loca. Mucho menos imposible. Todo surgió como una expresión de deseo para correrse unos metros, tal vez kilómetros, de lo establecido. De trazar nuevos senderos y crear nuevas rutas. El 99% de los mortales de esta tierra no habría ideado este plan en las condiciones climáticas que tenían a maltraer en El Chaltén a Joaquín y Facundo Pessacg, Eduardo Raemdonck y Diego Meier.
Frente a la lluvia, las inclemencias climáticas y la incertidumbre de la montaña, la enorme mayoría estaría pensando en una casa con calefacción y un baño caliente. Pero no, este grupo de amigos, hermanados por la Cordillera, estaba en otra cosa: planificando una travesía por las montañas que unen San Martín de los Andes con Villa La Angostura, la famosa Ruta de los Siete Lagos, atravesando todo el cordón montañoso con esquíes.
Ellos imaginaron un trayecto que nunca nadie realizó en la historia: 120 km en nueve días, un proyecto al que bautizaron como “7 Lagos y 14 montañas”. Fue en una carpa enmarcada por la hermosura de El Chaltén donde nació esta idea que Diego no duda en calificar como “alocada”. Así lo recuerda: “Estábamos mirando el Google Earth… y entonces alguien tiró: ¿y si vamos desde San Martín hasta La Angostura con esquíes? ¿Se podrá?”.
De a poco, la “idea loca” fue madurando hasta tomar forma concreta. En cada juntada, el tema volvía una y otra vez. “El valle por donde pasa la Ruta de los Siete Lagos está rodeado de cordones montañosos, algunos de los cerros tienen senderos, pero no es lo común. Nosotros decidimos atravesarlo. No lo había hecho nadie, es una travesía inédita”, dice Joaquín.
¿Por qué decidieron hacerlo en invierno cuando en verano podría resultar una travesía mucho más amena? “El picante se lo dimos al decidir hacerlo en invierno”, reconoce entre risas Diego. Para poder avanzar en la nieve, utilizaron unos esquíes especiales que les permitiera “caminar”. “Es como si tuvieras un metro ochenta de pie, entonces no te hundís tanto en la nieve y caminás relativamente fácil”, cuenta Joaquín.
El inicio de la aventura
Era 17 de agosto cuando este grupo de amigos enfiló hacia la montaña bañada de nieve. Los paisajes que iban apareciendo delante de sus ojos confirmaban, una y otra vez, la decisión de arriesgarse a hacer esta travesía. “Veíamos paredones y lugares donde nos gustaría volver a quedarnos una semana para explorar en profundidad y escalar. Y vimos un paisaje que habíamos visto un millón de veces, pero desde otra óptica… como si todo fuese nuevo”, cuentan.
El terreno, obviamente, no era parejo. Si bien tenían una “perspectiva general” que habían reconstruido con imágenes satelitales y cartas, en la montaña tenían que tomar decisiones todo el tiempo. Y en un contexto complejo: casi no tuvieron días despejados, siempre con la nube encima, viento, lluvia y nieve. “A veces no veíamos a 10 metros”, dice Joaquín.
De repente tenían que subir un bosque de cañaverales, atravesar un bosque, subir un filo, bajar a una olla… volver a bajar al valle hacia el lago, volver a subir y cruzar arroyitos. “Hacíamos un sendero por entre las cañas, pensando que podíamos bajar y nos topábamos con un precipicio… así que teníamos que volver a subir”, ríe Joaquín.
Como regla general, caminaban por los filos para luego, a la tardecita, bajar al valle y dormir “un poco más protegidos”, donde además solían encontrar arroyos para recargar las caramañolas y no tener que derretir nieve.
Riesgo en la montaña
Sin embargo, uno de los días, se despertaron con el “agua encima”. “Teníamos que salir, pero no veíamos ni a diez metros; en un momento nos pareció encontrar una ollita… pero había una avalancha terrible, nos fuimos hacia otra cañada, y también una avalancha”, cuenta Diego. “Encima perdés referencia… la nieve y la nube son lo mismo, si no estás acostumbrado, te mareás. Ese día fue complejo, hasta que pudimos subir a un filo e hicimos el camino desde arriba”, agrega. “Y después otro día, a Juan lo llevó a pasear una avalancha, en un lugar donde no suele suceder: en el bosque. Por suerte no le pasó nada, sólo unos golpes”, dice su hermano Joaquín.
“La montaña genera un vínculo diferente”, reconoce Diego. “Siempre dependés de tu compañero y la vida de él depende de vos, entonces se genera una hermandad que en términos de montaña se le llama ‘acordada’”, revela.
¿Qué es lo que este grupo de amigos va a buscar a la montaña? “Un desafío y conocer paisajes que no hay otra forma de conocerlos”, no duda Joaquín. “También hay algo del grupo… haber pasado tantas cosas sin que resulte pesado, es muy lindo. El grupo te llena y te motiva”, completa. Para Diego, la experiencia (que fueron relatando en el IG @mpp_aventuras_andinas y contó con el apoyo de la marca de ropa Makalu) una especie de ser y estar en tiempo y espacio. “Sé a lo que me voy a enfrentar y lo vivo súper a pleno; esa sensación se mantiene durante toda la travesía”, revela. Y agrega: “Después te cuesta bajar, tenés como un jet lag. Estás muy integrado con el entorno, estás ahí, en ese momento, no existe otra cosa”.
Conciencia ambiental
Hubo otro elemento clave que completó esta travesía: la coincidencia de todos de hacer montañismo con el “mínimo impacto posible” y cuidando el ambiente. “Nos propusimos una travesía donde solo quedaron las huellas de los esquíes en la nieve, que se borraron en la siguiente nevada”, explica Diego. “Creemos que en esta forma de practicar montañismo, que implica más esfuerzo porque todo lo que te llevás, te lo tenés que traer”, acota Joaquín.
Para ellos, este mensaje es una forma de darle un sello distintivo a su “locura”, un mensaje también que marca la posibilidad de “disfrutar de la naturaleza, estando en contacto”. Un amor que trasmiten por su tierra que no implica sólo en palabras, sino también acciones concretas: “Queremos mucho este ambiente, este paisaje, y lo queremos difundir. Cuando uno llega a estos lugares, siente que es el primero. El lugar está conservado, es hermoso y hacer esto de esta manera es la manera de conservarlo para los que vendrán en el futuro”.
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