Cristina Gil Giraldez volvió de Europa y decidió mudarse a Uribelarrea, a unos 90 km de Buenos Aires, para abrir, con ayuda de familia, amigos y vecinos un espacio que enamora por la buena atención de las mujeres que atienden.
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“Las cosas a veces no se dan. Por más que estés bien rodeada, por más que te ayuden, por más que insistas, por más que seas trabajadora, siempre hay una cuota de suerte.”, dice Cristina Gil Giraldez. Y lo que dice, más que una frase hecha, es una posición. Si bien después de escuchar su historia, se puede decir que ha llegado a buen puerto, las cosas, por supuesto, podrían no haber salido así.
Nació en Banfield, en el sur bonaerense. A los 24 años, decidió hacer una experiencia de viaje por Europa. Les dijo a sus padres que iba por seis meses y lo extendió a cuatro años. Recorrió museos, hizo amigos y probó sabores. Observó y vivenció la arquitectura de cada barrio, ciudad y país, porque es amante del arte y de la arquitectura. Vivió en Betanzos, Galicia, “el mejor lugar del mundo mundial para comer tortilla”, dice Cristina, y entonces se entiende porqué algunos clientes, cuando visitan su actual restaurante, El Retoño, se sientan a la mesa y dicen, “vine por la tortilla de papas”.
Estuvo en Barcelona, trabajó en la Cruz Roja de guardavidas, porque de chica había hecho el curso y eso le aportó una salida laboral siendo adulta. Dio clases de aqua gym y fue niñera en Inglaterra, donde vivió un año entero y adquirió muy buen nivel de inglés. Después de “haber hecho la Europa” (se podría acuñar esta frase), regresó a la Argentina y empezó a trabajar en el Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, de Ezeiza. Trató con más de 400 personas por día, durante una decena de años. Se enamoró de la atención al público, siguió viajando, estudió turismo y se recibió, hasta que el trabajo en el aeropuerto empezó a pesarle, ya no era lo mismo, y Cristina decidió hacer un cambió de rumbo (a la cuota de suerte, se le puede agregar otra de valentía y de paciencia). “Me acuerdo que el pensamiento en ese momento fue crucial”, recuerda ella, “a veces, una no se la juega por miedo a estar peor de lo que está. Y yo pensaba, peor que esto no puede haber”. Se le ocurrió armar un emprendimiento turístico en algún lugar de la provincia de Buenos Aires. Recorrió los pueblos, uno por uno, hasta que se decidió por Uribelarrea.
En aquel entonces Cristina estaba en pareja, los dos compraron un terreno con ayuda de la familia, pidieron un préstamo hipotecario y, al tiempo, se separaron. Ella quedó sola con un proyecto entre manos, que en aquel entonces ni siquiera tenía los cimientos, “Lo que es la ignorancia... ¡Por suerte!”, dice ella. “Me acuerdo que en ese momento pensé, no debe ser tan difícil armar una casa sola”. Siguió adelante con todo, le dio dinero al constructor y la estafó, “como si te robaran un celular en la cuota dos, así fue con la casa”. Madre, padre, amigas, amigos y hermanos la ayudaron a pintar y revocar. Miraban tutoriales y aprendían juntos. Los vecinos de Uribelarrea, que estaban al tanto de la situación, llegaban hasta la obra y le cebaban mate. “Era levantar la casa para poder abrir”, recuerda ella.
El 10 de junio de 2017, después de cinco años de trabajo arduo y comunitario, abrió El Retoño. “Cocinamos un montón de churros ese día, paramos a los autos para que los prueben y nos miraban con extrañeza, lo recuerdo y me río. Ese día no vendimos ni un agua mineral, ni medio churro. Que suerte que la historia iba a cambiar”. Estas son las afirmaciones (o convicciones) que tiene ella, igual que una abuela sabia que está segura de que el bote siempre se endereza. O mejor dicho: aunque el bote podría no enderezarse nunca, vale la pena intentarlo. En este caso, efectivamente, la historia sí cambió.
“Los emprendimientos personales tienen una alta cuota de lucha contra las frustraciones, me parece una constante, a diferencia de estar en relación de dependencia”, dice Cristina. Después de abrir su restaurante, se especializó en redes sociales. A fuerza de insistencia y de sobreponerse a esa apertura que, si bien le dio satisfacción, también le trajo muchísimas dudas, El Retoño empezó a hacerse conocido. Cuando en 2019 llegó la pandemia -y como Uribelarrea solo vive de turismo-, hubo que repensar todo nuevamente. Se le ocurrió hacer una huerta orgánica en el fondo del terreno. Se capacitaron en agroecología, hicieron bolsones de verduras durante dos años, y eso fue lo que hizo florecer a un retoño que tiene la fuerza de toda la naturaleza junta. Actualmente la huerta funciona para abastecer la cocina del lugar, también ofrecen charlas de agroecología a los comensales y turistas que llegan hasta ahí.
Recetas con historia
En un principio, la idea de Cristina no era enfocarse en la gastronomía. Pero, ¿cómo fue que puso un restaurante? Compartir experiencias con productores locales como El Valle de Goñi, un tambo caprino, La Rosario y el Colegio Salesiano Don Bosco, dos productores de queso; con la gente que le vende nueces de pecán y frambuesas, con las que hacen una torta vasca (sin gluten) parecida al cheesecake, pero más antigua, hizo que Cristina se pusiera a investigar viejas recetas. “Me impactó tanto tener ese contacto tan cercano que me puse a cocinar, fue una cosa inevitable. Se sumaron vecinas a trabajar y se fue armando un grupo hermoso”, relata.
Pero los buenos platos no son lo único importante en El Retoño; la excelente atención es un referente de esta casa de comidas. En realidad, más que “buena atención”, es el vínculo que se genera y hace que, los que llegan, quieran volver. Y tan lindo es lo que sucede que le llevan objetos para decorar el lugar: vajilla, una bicicleta, teteras de las abuelas, “yo prefiero venir, tomar un té y ver la vajilla acá, a tenerla guardada en una caja”, me dicen”. Cristina lo sabe, en la gastronomía no solo importa la materia prima, técnicas y recetas, es fundamental el entorno que se genera, “genuino, sincero, con ganas de buen servicio”.
Atendido por mujeres
Las chicas que prenden el fuego del horno a leña, llegan de un pueblo cercano llamado El Taladro, y pertenecen a una familia de asadores especializados en carnes. Graciela Santori, otra de las mujeres que forma parte del equipo, es descendiente de yugoslavos y checos; ella le cuenta a Cristina las recetas que hacían con su abuela y madre y, entre las dos, buscan libros e investigan. A veces, los clientes llegan muy temprano por temor a no encontrar lugar. “Siempre decimos “¡no movemos más las mesas!”, y nunca lo logramos. Arrimamos, sacamos al parque. Un lío que nos puede.”, para que todos tengan un lugar, aunque la entrada esté copada por autos y adentro no quepa un alfiler.
DATOS ÚTILES
María Auxiliadora 595. T: 11 531 69720. IG: @elretoniocasadete. elretoniocasadete@gmail.com Sábados, domingos y feriados de 10 a 18. Almuerzos con reserva previa, por la tarde se atiende por orden de llegada.