Luis Delvenne se define como un naturalista y un defensor de las causas ambientales. Después de varias crisis, y de haber dejado la jardinería tradicional, hoy investiga y defiende a la grindelia, una endémica en peligro de extinción.
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“Un bosque prístino con especies nativas es una experiencia única”, dispara Luis Delvenne. “Algo pasa en el corazón, en la piel”, asegura. Desde que lo experimentó, decidió que organizaría su vida alrededor de ellas.
Nació en Neuquén, pero se mudó cuando aún era un niño a una casa en Ituzaingó. Ya entonces se sentía atraído por el cuidado de las plantas y aprovechaba cuando su madre se descuidaba para sacarle las tijeras de costura, y con ellas cortar el pasto del pequeño jardín.
Su vida está marcada por el pulso de las crisis, tanto nacionales como personales. Pero siempre después de cada crisis: logró salir adelante con más fuerza construyendo su camino de estudio y protección de la flora nativa.
¿Por qué es importante proteger las nativas? La cuestión hace que abra muy grandes sus ojos como si le estuvieran preguntando lo inaudito. “¿Cómo no proteger un coronillo si es la planta nutricia de la mariposa argentina? La que alimenta sus orugas que después van a formar la crisálida y que se va a convertir en una mariposa que saldrá volando como borracha. ¿Cómo no proteger la planta que alimenta la fauna nativa?”
“La flora autóctona forma parte de un ecosistema, de un equilibrio, de un clima, de un paisaje natural. Forma parte de un sistema cultural, de un folklore, de un arte. Si escuchás las viejas canciones folclóricas verás que te hablan de un tala, de un algarrobo, de un molle. Te hablan de cierto paisaje”.
Mientras Luis se asoma por la ventana y observa las cortaderas en su esplendor veraniego agrega entusiasmado “decían que había que subirse a las ancas del caballo para ver el paisaje porque estaba lleno de cortaderas alrededor”. Igual que en su vivero, cortaderas donde anidan gran variedad de aves y más abajo, en su base, anfibios y reptiles. Estos equilibrios están desapareciendo y así empiezan a desaparecer muchas especies como la lagartija de las dunas que ya no se ve más.
Allá lejos y hace tiempo
Luis estudiaba para técnico mecánico, cuando la violencia de esos años hizo que abandonara los estudios en lo que fue una de sus primeras crisis personales. Fue entonces que se vinculó con el movimiento humanista donde aprendió su filosofía que propone la transformación del mundo a partir de cada ser humano. Esta formación, además de enseñarle variedad de oficios y disciplinas, lo marcó de por vida. Tono, permanencia y pulcritud serían desde entonces, pilares de su vida y casi un mantra del hacer.
Comenzó a trabajar de jardinero después de otra crisis personal que lo alejó definitivamente de la tornería familiar. Empezó cortando el pasto en jardines del barrio y rápidamente amplió la cantidad de clientes, se compró sus propias máquinas y armó un vivero tradicional.
La crisis económica y la necesidad de superarse lo impulsaron a estudiar jardinería en el INTA de Castelar, donde conoció a su gran amigo Hernán Ibáñez, quien le propuso cultivar plantas nativas. Para Luis, en aquel entonces, hablar de nativas era hablar del ceibo, el ombú y casi nada más. Su amigo le regaló el libro “Plantas autóctonas” de R. Barbetti, y bastaron las once estaciones que separan Plaza Once de Ituzaingó para devorarse el libro en un viaje de ida, decidir tirar todo su vivero de plantas exóticas a la calle y empezar a cultivar pura y exclusivamente plantas nativas.
Se sintió muy tocado por lo que percibió casi como un deber, proteger la flora y fauna argentina. Por eso dice que vender las plantas le duele mucho.
Una nueva etapa
Luis es inquieto desde siempre. Por eso, cuando las nativas entraron en su vida, decidió buscar al autor de aquel libro que lo había transformado para decirle que él no veía ninguna de todas esas especies mencionadas, como si existieran sólo en aquel libro. Fue entonces que Barbetti se levantó, fue hasta un armario, volvió con unas fotocopias y le dijo “andate al monte”. Y eso es lo que hizo Luis por muchos años. Se metió en el monte y ahí sí pudo ver de todo. No solo las especies arbóreas, sino la fauna nativa, las aves, los anfibios, los reptiles, los insectos. Un mundo que lo fascinó. Solía instalarse con su carpa en lugares prístinos o especialmente elegidos y se quedaba observando el entorno, buscando las especies descriptas en las fotocopias y otro libros. “La cantidad de aves y sus cantos son extraordinarios, los aromas, las visiones, todo es diferente. Esas cosas sólo pasan donde existe la vegetación autóctona”.
En esos años abrió su vivero Las Nativas en Castelar que llegó a tener 5000 árboles y que tiempo después terminaría donando para instalarse en el barrio El Marquesado de Chapadmalal donde vive actualmente.
Llegó a este lugar ubicado a 39 km al sur de Mar del Plata por casualidad en 2013. Compró un terreno por un pálpito y se vino con un espinillo, un coronillo, un algarrobo y un ceibo. Comenzaba una nueva etapa en su vida, pero el robo de todos sus elementos de trabajo lo expuso nuevamente a una fuerte crisis existencial. Fue entonces que un hermoso concierto de entre 50 y 100 pájaros pecho amarillo lo emocionaron de tal forma, que sintió que, a pesar de todo, estaba en su lugar en el mundo. Después de años dando charlas y capacitaciones sobre nativas en toda la Argentina, se encontraba con especies totalmente desconocidas. Tenía que ponerse a estudiar las plantas locales. Una vez más tenía que volver a empezar.
La grindelia
En ese tiempo leyó un artículo que mencionaba la Grindelia Aegialitis, especie endémica en peligro. Descubrió entonces que Ángel Cabrera ya la mencionaba en su Revisión de las especies sudamericanas del género de 1931, como una planta endémica del frente costero-marino en una muy acotada área geográfica entre Miramar y Mar del Plata y decidió armar un grupo de voluntarios para ir en búsqueda de la pequeña flor amarilla.
Localizados los primeros ejemplares, contactó a Cintia Celzi de la fundación Azara y empezaron a estudiarla bajo el Proyecto Costas Bonaerenses. “Es imprescindible proteger la grindelia” dice con mucha seriedad. “Es una especie endémica de esta zona. El único lugar del planeta donde habita. Amenazada tanto por los cuatriciclos como por plantas exóticas como la uña de gato que crecen desmedidamente. También es importante enseñar la importancia de las plantas nativas. Una zona con una planta endémica, tiene que ser un área protegida, sino tarde o temprano la especie va a desaparecer”.
¿Cuál es el problema con las plantas exóticas? Es la otra pregunta obvia, pero necesaria. Tres ejemplos locales bastan para entender el asunto. “Los ecaliptus originarios de Australia crecen en Buenos Aires diez veces más que un ejemplar en su lugar originario porque no tiene los controladores naturales. Consume 600 litros de agua por día, y eso está produciendo que en algunos lugares ya se estén secando las napas”, explica Delvenne.
Otro problema son los pinos tan característicos de las playas bonaerenses. “Es un árbol tremendamente combustible que con frecuencia se cae por no ser de esta región”, asegura.
“La uña de gato, que todos hemos visto en zona de dunas tiene una apariencia muy atractiva, pero al igual que el eucaliptus crece desmesuradamente por no tener controladores naturales y avanza sobre las nativas. Fue plantada para fijar las dunas, pero estas pueden fijarse perfectamente con plantas nativas. De todas maneras, la naturaleza es sabia”, dice Luis. “Si sacamos la exótica, lo que vuelve es lo nativo, porque lo nativo siempre queda. Esto se ve claramente después de un incendio. Allí donde se quemó un bosque de pinos, lo primero que crece son las nativas”.
Nativas al poder
En el “estudio del pastizal costero”, gracias al apoyo de la fundación Azara, Luis lleva descubiertas y catalogadas unas sesenta especies nativas entre pastizal y dunas. Es la única persona que está estudiando en la región, que observa las especies en las distintas épocas del año y que a su vez las reproduce en su vivero. “Qué importante sería que, en lugar de poner flores exóticas en las plazas, pudiéramos llenarlas de grindelias ya que se comprobó que pueden crecer no solo en arena, sino también en tierra, arcilla e inclusive se la ha visto en grietas del asfalto. Habría que proteger la grindelia en cada municipio donde se la encuentra. Hacer una reserva educativa para que esta información circule. Declararla especie de interés o emblemática para el partido”. Para esto, Luis ya tiene redactada la ordenanza. Sólo espera que algún legislador se la solicite.
Mientras tanto, desde su vivero Las Nativas, en El Marquesado, él no se cansa de recibir gente y compartir todo lo que sabe. No se trata de ir y simplemente comprar una planta, sino de aprender sobre la importancia de las nativas. El vivero puede visitarse cualquier día del año, en cualquier horario. Solo es necesario llamarlo con anticipación. Es gratuito y tiene a la venta unas variedad de alrededor de veinte especies. También ofrece salidas de observación de la naturaleza para todo aquel que quiera participar de un recorrido original por las dunas de Chapadmalal.
Luis Delvenne. T: (011) 6462-2802/ 0223 512-7327.
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