Muchos son miembros de la comunidad mapuche, en su mayoría adultos mayores, que acompañan a sus animales a pastar a los sitios más altos de las montañas. Los profesionales de la salud de la provincia aprovechan el verano para visitarlos en sus puestos y hacerles un chequeo básico. Alta presión e hidatidosis, los mayores problemas.
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Doña Ceferina tiene encendido el fogón y lamenta no poder recibir con mate al equipo de salud que llega a visitarla. “Ya sé que no se puede por la pandemia, pero me gusta cuando compartimos el mate”, le dice a la Dra Sandra Reschia, que la controla cada verano en su puesto camino a Paso del Arco, a unos 20 km de Villa Pehuenia. De diciembre a marzo, el equipo médico se interna en las montañas para atender a la población trashumante que se traslada con sus animales según las estaciones del año. La cálida relación entre los crianceros y el personal de salud lleva ya doce años, cuando comenzaron las “veranadas”. Así –igual que ellos llaman a los lugares a los que llevan a pastar su hacienda– mentan los médicos sus visitas a la zona: veranadas.
La trashumancia se ha perdido en gran parte del mundo, pero se mantiene en Neuquén. Los pastores se trasladan con sus familias y el ganado de acuerdo a los ciclos naturales de la tierra: en invierno viven en las tierras bajas y en verano suben a las montañas en busca de mejores pasturas para sus animales. El arreo de ganado puede llevar días y hasta semanas, según las distancias, aunque en los últimos años muchos se trasladan en camiones que facilita el gobierno provincial. En verano, mientras viven en sus puestos en las montañas, son atendidos por el personal que sigue en detalle la salud de cada uno de los pobladores.
Aunque los jóvenes están abandonando esta forma de vida para dedicarse a otras actividades productivas, aún quedan cerca de Villa Pehuenia alrededor de 60 familias –unas 300 personas– que vuelven cada verano a las montañas con su ganado y se instalan en sus puestos, casitas modestas de madera, dispersas y aisladas entre sí en un bellísimo paisaje rodeado de arena volcánica, pastos, lagunas, arroyos y bosques de araucarias. Los puestos no tienen electricidad ni servicios, toman el agua de las vertientes y arroyos y utilizan leña para cocinar y ser calefaccionados. Sin embargo, algunas pocas familias construyeron casas con material y paneles solares. La mayoría pertenecen a la comunidad mapuche, aunque hay también personas que no, y también tienen arraigadas esas costumbres ancestrales.
Hay equipo
Roberto Saavedra es licenciado en enfermería y jefe del Centro de Salud de Villa Pehuenia que organiza las veranadas: “La veranada surgió con el concepto de llevar la medicina a los puestos, se pensó desde el punto de vista preventivo, es preferible ir a buscar a las personas y no esperar el llamado con una emergencia con riesgo de vida de estas poblaciones que están muy dispersas. Hay niños en edad escolar, mujeres embarazadas y ancianos con tratamientos crónicos”. El centro depende del Ministerio de Salud de la Provincia de Neuquén, pero la planificación de esta actividad corre por cuenta de cada una de las instituciones que organizan veranadas en los lugares de la provincia donde existen poblaciones trashumantes.
En Villa Pehuenia el equipo está compuesto por 12 personas entre médicos, enfermeros, choferes, asistente social, psicólogo, odontólogo y agentes sanitarios. “Nosotros realizamos varias recorridas a partir de diciembre. En la primera visita, vamos con el médico generalista y algunos enfermeros, apuntamos a hacer también un relevamiento de odontología y psico-social. Registramos qué familias vinieron y cuáles llegaron con problemas de salud derivados de su lugar de origen que requieran continuidad en el tratamiento. Después, se hace en la primera semana de enero una recorrida solo con agente sanitario y enfermero que se va puesto por puesto para controlar, y a mediados de enero se hace nuevamente una visita médica y así sucesivamente hasta que termina la veranada”. Saavedra detalla que muchas personas que viven en lugares muy apartados en la zona de invernada aprovechan las veranadas para hacer sus chequeos anuales de salud.
El sistema funciona con un equipo aceitado: más allá de estos controles programados, los agentes sanitarios son piezas fundamentales que acompañan y relevan de manera permanente las necesidades de los pobladores. Moisés Puel, Rocío Cumillán y Aldana Puel son los jóvenes agentes sanitarios elegidos por la comunidad mapuche a la que pertenecen y capacitados para realizar la atención primaria básica: suelen recorrer los poblados en moto, acercar remedios, toman la presión, miden la glucosa y avisan cuando es necesario que vaya un médico o enfermero fuera de las visitas programadas.
El lugar más lindo del mundo
Partimos desde el Centro de Salud de Villa Pehuenia en una camioneta 4x4 que sube por la ruta y luego se interna en territorios sin caminos. Jesús Soto, el chofer, maneja con cuidado, trata de no alterar el delicado ecosistema de estas tierras y va guiado por un mapa dibujado a mano por Moisés, el agente sanitario, en el que figuran en detalle las tranqueras, los árboles, las casas, los arroyos, los corrales y los mallines. Los mallines son humedales que actúan como esponjas naturales, retienen el agua y preservan los suelos para la ganadería, hay que conducir con mucho cuidado para no cortarlos o pisarlos”.
Doña Ceferina, don Eduardo Maliqueo y su hermano Oscar reciben emocionados la visita de Sandra, la médica que desde hace años controla su salud, y de Romina Goiburu, enfermera que se unió a las veranadas hace un par de años con vocación de servicio. La próxima semana los visitarán el odontólogo y el resto del equipo. Los tres puesteros rondan los 80 años, viven solos en este lugar apartado, donde llevan una vida muy activa pastoreando animales.
Después de controlarse la presión, Ceferina invita a entrar a la casita con paredes de madera y un fogón siempre encendido, donde le gustaría convidar con un mate, pero esta vez no va a poder ser debido a la pandemia. Sobre el fuego se calienta un trozo de carne, “este es el desayuno”, aclara, e invita a compartirlo mientras coloca una manta sobre el banco de madera para que estemos más cómodos.
“Este es el lugar más lindo del mundo, aquí estuvieron nuestros abuelos y bisabuelos. Y así nos querían quitar el campo, vienen tantos ricos de otros países nos quisieron alambrar todo esto. Luchamos y luchamos por esta tierra”, dice don Eduardo, preocupado, además, por las camionetas 4x4 del turismo que se desvían de las rutas establecidas y aplastan los mallines indispensables para el pastoreo de los animales. “Las camionetas vienen y rompen todo”, denuncia. También cuenta cómo es la vida trashumante: “Tenemos 200 animales entre chivos y vaquitas, no queremos tener más. En diciembre llegamos y nos vamos en abril, desde hace nueve años venimos en camiones. Antes, el arreo nos llevaba ocho días a caballo arreando los animales que llegaban flacos, mojados y lastimados”.
Don Oscar posa para la foto con un perrito blanco, juega con las patitas del animal, se ríe. “Aquí donde estamos nosotros no tenemos fotos, si puede mándenos una, para tener un recuerdo”.
La radio de don Julio
El segundo puesto que visitaremos será el de Julio Maliqueo, hermano de Eduardo, que vive a unos cuantos kilómetros, nos tomará unos veinte minutos llegar hasta allí por territorios sin demarcar. Suena la radio en el puesto de don Julio, que está sentado en un sillón en el interior de la casita. La radio se escucha en cada rincón, es el único medio de comunicación que llega a las montañas. A través de Radio Nacional y de la radio local se comunican casamientos, muertes, nacimientos, mensajes entre vecinos y el Centro de Salud les anuncia a los pobladores cuándo va a ser la visita médica para que la esperen.
Don Julio y su esposa Elena Cifuentes tienen 75 años, ella está en el campo cuidando los animales. Romina, la enfermera, ya nos había contado durante el viaje sobre el loable trabajo de las mujeres: “Vas a ver a la mujer trabajar a la par del hombre. Hacen la comida bien temprano y cuando llegan al mediodía comen rápido y salen porque no se pueden despegar de los animales para que no se escapen, el trabajo es todo el día y a la noche los juntan en corrales y descansan. Hay grupos de mujeres solas que vienen con los animales, ellas hacen todo. Andan con los caballos, detrás de las chivas, las ovejas, les dan de comer, tienen gallinas”.
Los mayores de la familia continúan la vida trashumante mientras los hijos se turnan para cuidarlos. La hija y la nieta de don Julio se instalaron en el puesto hace un par de semanas. La nena dibuja sobre una mesa mientras su madre nos cuenta: “Somos seis hermanos que nos turnamos para cuidar y acompañar. Yo llevo dos semanas, pero ya el fin de semana me tengo que ir, me busca mi marido que trabaja de taxista en Zapala y viene mi hermano. Mis padres están muy bien acá, en invierno se van para Ramón Castro” (Nota: localidad a 42 kilómetros de Zapala).
La Dra. Reschia explica la situación: “Los jóvenes ya entraron en el circuito productivo, tienen trabajos fijos y no hacen la trashumancia. Esta actividad quedó para los viejos, hay pocos jóvenes, algunos se turnan para cuidar a sus padres, pero vas a ver que es una población totalmente envejecida, vienen algunos con sus grupos familiares enteros, pero no están todo el tiempo, y a fines de marzo se van con los chicos para que vayan a la escuela”.
Hasta hace algunos años existía una escuela móvil que acompañaba a las familias trashumantes, pero esa costumbre fue cambiando y ahora los niños asisten a la escuela en las zonas de invernada y pasan el receso escolar en las veranadas.
La mujer de los cien años
Mientras Jesús conduce hacia el tercer puesto, Sandra y Romina lamentan el fallecimiento por Covid, en febrero de 2022, de doña Rosa Rain, la más antigua de las pobladoras transhumantes, que estaba por cumplir cien años y vivía sola, sin agua y con mínimas comodidades. “Ella quería vivir allí sola en la montaña. Una vez por semana la llevábamos al centro de salud y la higienizábamos, luego la traíamos porque ella quería volver, pero en la ambulancia iba muy contenta, te hablaba, te conversaba. Estaba acá en una curvita a unos 15 km de Pehuenia, pero en invierno vivía en la zona de Cutral-co, era todavía trashumante”, cuenta Romina.
El tercer puesto está a otros veinte minutos en un lugar alto y apartado donde se levantan entre araucarias un par de construcciones precarias de madera. Un hombre se queja de que no pudo dormir por la tos. La enfermera de inmediato se viste con el camisolín, se calza los guantes y saca el equipo para hisoparlo. Aunque prácticamente toda la población está vacunada, el coronavirus también llegó hasta esta zona. El resultado no tarda en llegar: negativo. La médica detecta que el paciente tiene la presión alta, le suministra un medicamento y anota la instrucción para que el agente sanitario vaya al día siguiente a controlarlo y le acerque más medicación.
Perros y enfermedades
¿Cuáles son los principales problemas de salud que detectan en la población trashumante? Roberto Saavedra, jefe del Centro de Salud, destaca los problemas bucodentales, las consultas por hepatopatías debido a la alimentación y las enfermedades en la piel por la exposición al sol. La Dra. Reschia agrega que gran parte de las enfermedades se deben a la alimentación, ya que comen carne, pan, fideos, arroz y enlatados, pero nada de fruta y verdura que no encuentran en la región. Los exámenes médicos suelen detectar hipertensión, colesterol, enfermedades cardiovasculares y renales, además de hidatidosis, una enfermedad hepática transmitida por los perros. “El ciclo es así –asegura la Dra Reschia–: los crianceros matan el chivo, les tiran las achuras a los perros, el perro defeca con el parásito y las personas se contagian cuando lo acarician”. Los perros son animales domésticos muy frecuentes en los puestos, por eso la estrategia es desparasitarlos con una pastilla que evita que la población se contagie la enfermedad.
Todos destacan el trabajo en equipo en el que cada uno cumple una función importante, desde los médicos y enfermeros, pasando por la psicóloga, la asistente social y los agentes sanitarios, hasta los choferes y el personal de farmacia que se ocupa de la planificación de los medicamentos.
Mientras la camioneta regresa a Villa Pehuenia, entre las siluetas sólidas de los pehuenes que abren sus ramas como brazos abiertos, resuenan las palabras de don Eduardo Maliqueo: “Este es el lugar más lindo del mundo…”.
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