Juan Peralta Ramos, Ary Werthein y René Labarthe se reunieron para fundar Azul, un nuevo espacio en Manantiales que será punto de encuentro a toda hora esta temporada.
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Una casa pintada de azul a la cal, que en el primer piso es un restó con vista al mar y espacios de coworking; en la planta baja, una tienda de ropa y objetos de curaduría latinoamericana; y en el sótano, un bar cultural con cava de vino, estudio de grabación y vinilos para escuchar como si estuvieras en el living de tu casa. Así podría describirse la propuesta de Azul Club Social, un curioso lugar de encuentro post pandemia, ideado por tres argentinos –René Labarthe, Ary Werthein y Juan Peralta Ramos–, que como dice Julio Cortázar en Rayuela, andaban sin buscarse, sabiendo que andaban para encontrarse.
“En mi casa hacía comidas”, dice Juan Peralta Ramos, uno de los tres mentores de este proyecto. “Siempre me gustó agasajar amigos. Armar una mesa larga, velas y tirar algo al fuego.” Juan es un chef argentino radicado hace años en Punta del Este, más específicamente en el Balneario Buenos Aires, una zona de casas bajas, calles de tierra, frente al mar. “Yo me ocupo del encuentro alrededor de la comida”, dice y cada tanto revolea la mirada asegurándose de que todos en el salón estén bien servidos. Es un mediodía de sol y la terraza está llena de familias con niños correteando entre las mesas, grupos de amigos y parejitas con la amplia playa de Manantiales de fondo.
La historia de Azul está llena de encuentros, de personajes que se van cruzando y conexiones, que más que casualidades, podrían llamarse causalidades. Como una suerte de gaucho de mar, Juan es el primero que toma las riendas del relato. “En mi familia hay una costumbre: pintar las casas de azul a la cal. Como la icónica casa azul de mi tío abuelo, en la playa La Desembocadura, de La Barra. Toda la vida viví manchado de azul. El azul te protege de bichos, de todo”, dice y admite que antes de saber qué iba a hacer con la casa, la pintó de azul y ahí empezó a suceder la magia.
Ary Werthein es un músico argentino, que cuando inició la pandemia vivía en La Haya e iba a trabajar a su estudio de grabación en bicicleta, bordeando los canales. Como muchos jóvenes, después de la crisis mundial del Covid-19, quiso buscar con su familia un lugar más tranquilo para vivir y aterrizó en Uruguay, más precisamente, en Manantiales. Ary venía de una experiencia que en algún punto se parece a la de Azul. En pandemia, grabó en el 2020 en La Haya, “The Calling of the land”, un disco de música experimental donde los cinco músicos integrantes –cada uno de un continente distinto– no se conocían hasta reunirse en el estudio el día de la grabación. Ese conocerse desde el flow, desde el hacer en el aquí y ahora, podría estar hermanado con la forma en la que se construyó Azul Club Social.
Cuando Ary empezó a buscar un lugar para su estudio de grabación en Punta del Este, dio con el tercer personaje de esta historia, René Labarthe. Nómade digital especializado en sustentabilidad y blockchain, René es otro argentino, que vivió en varias ciudades del mundo y llegó en noviembre de 2020 con su familia a las costas de Uruguay. “Me empecé a dar cuenta de que trabajando en casa me sentía incómodo, bajé mi productividad y entre una cosa y otra se me iba el tiempo. Necesitaba un lugar, una base de operaciones”, cuenta y entre risas describe el recorrido que hacía a modo de oficina móvil antes de crear Azul: “Andaba de café en café teniendo calls, arrancaba en La Linda Bakery a la mañana, después me iba a Fishmarket al mediodía, y Mar de Verdes a la tarde. Fue ahí que empecé a ver a un par de locos que hacían lo mismo y dije acá hace falta un coworking.”
Hábil observador y formado en diseño, René fue el que empezó a creanear el concepto, a delinear la identidad de Azul. Pero para que sucediera, primero vino el encuentro. “Yo pasaba siempre por acá y nunca frenaba. Un amigo me presentó a Ary, que también estaba buscando un lugar para su estudio. Alquilemos una casa, le dije”, cuenta René entusiasmado. Por otro lado, y al mismo tiempo, Ary Werthein se había cruzado surfeando a un amigo que le contó que un conocido, Juan Peralta Ramos, tenía una casa pintada de azul en Manantiales, que había sido un restó-bar llamado Macoco, en la que quería hacer cosas nuevas en verano. René recuerda que ese mediodía frenó el auto en la casa azul en busca de unos sandwichitos de pejerrey que le había recomendado su mujer, sin saber que por la tarde Ary lo llevaría al mismo lugar, advirtiéndole: “Tenemos el venue (en inglés: lugar donde suceden reuniones importantes), este es el nuevo espacio”. “Eso fue una señal. Subimos y estaba Juan esperándonos, nos sentamos y ahí surgió todo”, explica René.
Working progress
Al principio, la idea fue un coworking, después pensaron en el café, una tienda y al final, llegó la idea de un club. Ary Werthein lo explica de esta manera: “Azul es un organismo. Un organismo que tiene muchas partes, sus partes son sus integrantes y el espacio. Cada espacio de la casa tiene su propia habitabilidad. No es lo mismo la energía que sentís abajo en el bar, que cuando estás arriba mirando el mar.” Juan Peralta Ramos le suma cuerpo a la definición. “Esto es un meeting point, un espacio de cruce donde te podés tomar un café a la mañana, comprarte algo en Casa Rivera, donde tenés desde una alfombra de Guatemala hasta un teñido local, y disfrutar un whisky a la madrugada y escuchando buenos vinilos” y acota “el horno de barro lo trajimos como los egipcios, con unas poleas, no sabés lo que fue.”
La taberna, como llama René al bar tiene algo de living o de bar clandestino como en la época de Ley Seca. Un sillón de terciopelo, una amplia mesa ratona con un tablero de GO, el juego chino más antiguo del mundo, que trajo René, una biblioteca con una vieja antología de poesía latinoamericana rescatada por Ary de una librería en Holanda, guitarras y amplificadores, una barra que promete ser fiel amiga de los amantes del whisky, los porrones helados de cerveza importada y alguna reversión fresca de un cóctel old-fashioned, y a un costado un estudio –por ahora, casero– de grabación de podcast y música. Además, hay un salón frío con una cava, curada por SOMM BERNARD Wine Club.
“Esto va a ser un montón de situaciones girando en el mismo lugar. Los anillos del infierno del Dante Alighieri”, ríe Juan, mientras hecha a sonar en el tocadisco Harvest Moon de Neil Young. Ary cuenta sobre las zapadas de músicos locales que suceden una vez por semana y los ciclos de música que proyectan para la temporada. “Me gustaría que esto se vuelva un lugar donde venir a hacer música, producir ideas y grabar charlas interesantes”.
La pandemia hizo que muchos jóvenes que vivían en distintas partes del mundo se instalaran en Punta del Este, buscando sinergias, proyectos en equipo. Azul responde a esa sed de encuentro post pandemia, y busca ser el lugar donde las experiencias, el conocimiento y las mochilas que traen esas familias instaladas en La Barra, Manantiales, La Juanita y José Ignacio se potencian y puedan crear una comunidad.
También mencionan algo del espíritu del mar y el surf, de esa valentía, espontaneidad y timing para tomar la ola –y las oportunidades– y entender que así como el agua es de todos, los espacios son una construcción de quienes los habitan.
Su propuesta gastronómica se destaca por la frescura: avocado toast, bowl de granola, ceviche de frutas o el Chia Pudding; si hablamos de brunch son imperdibles el Tostado de la Casa, los Huevos revueltos con tostada de masa madre y las medialunas con queso brie y chutney, todo acompañado por una deliciosa pomelada. Para acompañar el café, hay Pain au chocolat, budín cítrico integal y de frutos rojos, carrot cake, y el clásico crumble de manzana. También cervezas importadas y vinos de la cava.
Sobre Ruta 10, esquina Punta del Este, Azul abre sus puerta a las 10. A las 12, empieza el brunch. De 12 a 16, se suma el plato del día que puede ser una brótola o un pejerrey. De16 a 18 hay servicio de cafetería. Los miércoles se prende el horno de barro y el bar tendrá eventos por las noches, con aviso previo en las redes.
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