Giacomo Spaini montó su emprendimiento donde recibe huéspedes en 11 habitaciones con vista a la viña y a los cerros.
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Fue la luz, ese contraste entre claridad del día y la oscuridad de la noche, lo que enamoró a Giacomo Spaini. Italiano, amante del buen vivir y loco por el fútbol, tenía que venir a parar a Tucumán para que una bodega con hotel que lo hiciera sumamente feliz. Nada fue fríamente calculado, pero, de algún modo, Giacomo lo tenía todo en la cabeza. Con 65 años y presidente de su propia consultora económica –“asesoro al gobierno”, dirá sin estridencias–, hasta este rincón del Planeta llegó como muchos otros europeos: en moto para recorrer la mítica RN 40.
“Un amigo italiano que vivía en Roma y aquí tenía una pequeña producción de limoncello siempre me hablaba de Tucumán. Además, Beatrice, la mamá de mi hijo Nicolo, trabajaba en cine y en los años 80 había estado dos meses en Cafayate por una película. Así que durante quince años la escuché hablar de lo fascinante que era Norte argentino”, cuenta Giacomo mientras comparte un expreso en la galería de Albarossa, su finca y hotel tucumano.
Oriundo de Roma, la chance de recorrer el tramo norte de la RN 40 junto a Beatrice se presentó en 2003. Llevaban un mes de viaje cuando en Cafayate, Salta, pensaron en invertir para emular un negocio que ya tenían en Italia. Porque además de restaurantes en Roma, Giacomo tiene una finca entre Orvieto y Bagnoregio, a mitad de camino de la capital italiana y Florencia. Allí produce vino y aceite de oliva, pero además tiene animales de granja y vida de campo. Todo a modo de hobby, para distender entre tantos números, estadísticas y balances. “Averiguamos y notamos que los precios de Cafayate eran altos. Llegamos a la conclusión de que en Salta, entre tantos productores de vino, seríamos uno más. En Tucumán, en cambio, había pocas fincas y todas eran chicas. Entonces me entusiasmé y aposté acá. En 2006 compré estas 300 hectáreas por lo mismo que cuesta un auto italiano. Era un buen precio”, rememora Giacomo.
Claro que en lo que hoy es Finca Albarossa, en Tucumán, a diez minutos de Fuerte Quemado, en Catamarca, y a cincuenta de Cafayate, en Salta, no había nada. “Ni camino, ni agua, ni luz. Nada”, enfatiza el empresario que de a poco abrió el camino, luego hizo el pozo de agua y puso un generador. También de a poco se lanzó con el vino: en 2010 plantaron la primera línea de viñas. Ese año también construyeron la casa, que en un principio iba a tener dos habitaciones, una abajo y otra arriba. “Sin embargo, pronto noté que si veníamos cada tanto nos llevaría tres días acondicionarla para poder estar dos semanas. Sería mucho esfuerzo. Así que se me ocurrió armar un hotel chico, que por puro entusiasmó terminó teniendo 11 habitaciones”, apunta Giacomo sobre este hobby –“caro”, ríe– que lo hace tan feliz como los autos de lujo a otros tantos empresarios exitosos.
Claro que, en paralelo, Giacomo contó con un aliado. Porque Nicolo, su hijo que hoy tiene 33 años, en ese entonces le planteo que no quería estudiar economía, ni trabajar en su empresa. El campo y el vino eran su pasión. Por eso le pidió apoyo para hacer lo que quería: estudiar enología. Como en Italia la carrera no existe y solo hay agronomía con orientación en vinos, el destino que eligió Nicolo fue Mendoza. ¡A 13 mil kilómetros de su familia! “Vivió cinco años en Argentina y se licenció”, cuenta Giacomo sin disimular el orgullo por ese hijo que dejó la comodidad de Roma, se adaptó y se formó tanto como para hoy estar al frente de la producción de la finca italiana y también de la argentina.
Un torrontés fue señal de largada en 2013, pero hoy tienen un malbec con diez meses de crianza en acero y cinco meses en botella. Lo mismo, o casi, para un vino rosado y para otro dulce. Y tiene un vino de corte que es 35 por ciento malbec y 25 por ciento de tannat, que permanece dos años en barrica. “Con el sol tan fuerte y mucha amplitud térmica, los vinos de acá tienen mucho azúcar y nivel de alcohol. Como no me gusta que llegue tan alto, lo cosecho quince días antes. Así logramos que sea especial porque, de alguna manera, se siente el sol”, apunta Giacomo mientras caminamos entre los viñedos con riego artificial y olivos que los proveen de ricas aceitunas. Y pronto aclara que para más especificaciones técnicas sobre los vinos hay que consultar con Nicolo, quien además le dio un nieto, Leonardo, de cinco años. “Yo soy consumidor de vino y algo sé, pero no decido. Para eso está mi hijo”, reafirma.
Buen vino, buena vida
Finca Albarossa se llama así por el amanecer que se tiñe de rosa. A un par de metros de la RN 40, el acceso que atraviesa los viñedos termina en este hotel de habitaciones espaciosas, pisos bellísimos y detalles encantadores. Como las sábanas que son de algodón italiano, los radiadores antiguos y tanto la vajilla como la platería que provienen de un barco que en 1930 hacía el trayecto Buenos Aires - Roma. Además, el tanque de agua tiene el inconfundible escudo de futbol de la Roma –la loba que amamanta a Rómulo y Remo–, equipo del anfitrión. ¿Sus cuadros locales? Independiente de Rivadavia de Mendoza e Independiente de Avellaneda, porque alguna vez fue presidente de un equipo de la tercera división italiana que tenía tres jugadores argentinos, uno de los cuales era del Rojo y lo llevaba a la cancha cuando venía a nuestro país.
Cuando está en Albarossa, si no está resolviendo alguna consulta económica online, Giacomo se las pasa mirando futbol de la liga europea que sea. Sus estadías suelen durar quince días y ocurren cinco veces al año, y claro que también implican conexión con la naturaleza: el empresario sale a correr por la mañana, anda en bicicleta o visita algún que otro amigo tucumano. Se instala en la única habitación que está en el primer piso, y cerciora que todo esté funcionando como tiene que ser. Le gusta estar encima de la capacitación de sus empleados y ver cómo evolucionan.
“Nunca pensé sacar plata de esto, pero ahora me pone contento que haya sido una buena inversión. No perdemos dinero. Es un negocio que se mantiene. Claro que, si agrego un spa, habrá que sacar de otro lado para invertir. Pero ese es otro tema… y siempre vale la pena”, comenta Giacomo. Y agrega: “Me gusta competir conmigo mismo. Todo lo que ves estuvo en mi cabeza: la galería, la viña... Lo pensé y fue fácil hacerlo”. Entonces cuenta que pocas cosas le producen tanta satisfacción como ver la cara de sus amigos italianos al llegar a la finca después de 20 horas de vuelo. “Coinciden conmigo en que este lugar es fantástico. No hay un ser humano a la redonda. Eso me fascina”, concluye. Y anticipa que en dos o tres años, Tucumán será dónde pase la mayor parte del año. “Amo Argentina tanto o más que Italia. Este es mi lugar en el mundo”, resume sin ahorrarse elogios para esta tierra arenosa y seca que tanto le da.
Datos útiles
Finca Albarossa. Entre Amaicha del Valle, las ruinas de Quilmes y la localidad catamarqueña de Fuerte Quemado, es un lugar de desconecte y contemplación. Son 11 habitaciones con vista a los cerros calchaquíes, en medio de valle del mismo nombre, con la viña como parte del escenario, bicicletas disponibles y una galería generosa. La cosecha de febrero es un plus a la experiencia. Atención amable y cocina acorde que está a cargo del joven chef Nicolás Padilla, entrenado por un cocinero italiano. RN 40, km 4282. T: +54 9 (3838) 60 1786 y +54 9 (261) 246 5107. IG: @albarossafinca
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