De dónde viene “Pampa y la vía”, el misterioso Palacio de los Leones y otras curiosidades del tradicional distrito porteño.
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Belgrano es uno de esos barrios tan llenos de secretos que hasta sus propios habitantes se sorprenden cuando ven fotos antiguas de aquellas calles. Y es que ha cambiado tanto en los últimos 150 años que para los expertos a veces es difícil (cuando no imposible) determinar a dónde quedaba tal o cual mansión desaparecida.
Belgrano: Capital Nacional
Cuando hablamos de la Capital de la República Argentina la primera asociación conduce a Buenos Aires. Su control sobre la aduana y su acceso favorecido, tanto al mar como a las provincias interiores, le dio un rol central y hegemónico sobre el resto del territorio.
Sin embargo, a pesar de su poder, hubo momentos en que el país tuvo su capital en otro lado. La ciudad de Paraná comparte el honor tras haber sido el centro del poder de la Confederación Argentina entre 1854 y 1861, época en que la provincia de Buenos Aires rompió sus lazos con el resto del país.
Otra localidad que es parte de este selecto club es Belgrano. Efectivamente, antes de ser uno de los barrios de la ciudad, Belgrano fue un municipio autónomo y recién se anexó en 1887, junto con Flores, para darle a la Capital Federal la forma que todos conocemos hoy.
La historia de cómo Belgrano se convirtió en el epicentro del poder político nacional comenzó el 4 de junio de 1880. Ese día, las fuerzas del gobernador bonaerense, Carlos Tejedor, se alzaron en armas. Por aquel entonces Buenos Aires aún pertenecía a la provincia y el asunto de su federalización era un tema candente que terminó desencadenando una revolución.
Si bien el presidente Avellaneda eligió asentarse en la zona de Chacarita, junto con el grueso del ejército, el resto del gobierno viajó a Belgrano, que era ideal por varios motivos. Desde hacía varios años, se había convertido en una zona a donde varias de las familias más destacadas buscaban escapar del bullicio de la ciudad. Gracias a esto resultó fácil encontrar viviendas que estuvieran a la altura de las necesidades de políticos y funcionarios públicos.
Su conexión con Buenos Aires estaba asegurada por el Ferrocarril del Norte (hoy línea Mitre), que sirvió de lazo indispensable para mantener abierta la comunicación. Sarmiento, entre varios otros, llegó a hacer varios viajes tratando de negociar un acuerdo que evitara el peor resultado.
Finalmente, la ubicación geográfica del pueblo de Belgrano le favorecía. Se encontraba de camino hacia Rosario, desde donde el General Roca vigilaba la situación política; y su cercanía con el Río de la Plata le permitía al gobierno comandar la flota que bloqueaba a Buenos Aires.
La victoria del Gobierno Nacional sobre Tejedor fue total, después de un mes de conflicto, y más de tres mil muertos, la causa del Gobierno había triunfado. Uno de los últimos actos de gobierno que se registraron en Belgrano fue la firma de la ley de federalización. Unos pocos años más tarde el pueblo sería anexado al municipio de Buenos Aires y, en cierta forma, volvía a convertirse en Capital Nacional.
Pampa y la vía
Antes de que el fútbol conquistara definitivamente los corazones de los argentinos, la pasión popular por excelencia era el Turf. Cada fin de semana, miles de personas asistían a las carreras de caballos. Algunos llegaban para ver a los equinos batirse a duelo sobre la pista, los más lo hacían esperando que la fortuna les sonriera y que una apuesta ganadora solucionara todos sus problemas económicos. No debería sorprendernos que uno de los tangos más famosos, inmortalizado por Carlos Gardel, hable de la pasión desmedida por este deporte, convertida en adicción:
“Basta de carreras, se acabó la timba
Un final reñido ya no vuelvo a ver
Pero si algún pingo llega a ser fija el domingo
Yo me juego entero
Qué le voy a hacer”.
Así como hoy dos estadios conviven a pocas cuadras el uno del otro en Avellaneda, alguna vez Buenos Aires supo tener dos hipódromos a menos de un kilómetro de distancia. El que todos conocen es el de Palermo, a donde todavía hoy puede irse a presenciar las carreras; pero existió otro campo hípico que quedó oculto bajo las capas del tiempo: el Hipódromo Nacional.
La institución nació, como en tantos otros casos, por un conflicto interno dentro de las filas del Hipódromo de Palermo, que estaba bajo la administración del Jockey Club desde 1883. El líder de la disidencia fue el general Francisco Bosch y el señor Florencio Núñez, quienes instigaron a romper relaciones con el Jockey Club y crear su propio predio en el barrio de Belgrano, lugar del que provenían la mayoría de los miembros.
La inauguración del nuevo hipódromo se realizó el 14 de agosto de 1887 y atrajo una gran concurrencia. El diario La Nación reportaba así la apertura: “El flamante circo inaugurado en Belgrano presentaba el domingo un bellísimo aspecto, adornado con banderas en profusión y favorecido por una numerosa y escogida concurrencia. El nuevo hipódromo es, naturalmente, más cómodo y espacioso que el de Palermo, puesto que, siendo más moderno, responde mejor al desarrollo actual de la afición por las carreras”.
Así comenzó una competencia entre ambas instituciones, alternándose la una y la otra como las favoritas del público. Tan importantes eran estos encuentros que varias de las revistas más leídas (Caras y Caretas, la Ilustración Sudamericana, PBT entre otras) siempre dedicaban un espacio a comentar los resultados de las carreras y las celebridades que habían asistido.
La importancia del Hipódromo de Belgrano se mantuvo hasta la primera década del siglo XX, cuando diversos problemas hicieron que cayera bajo la administración del Jockey Club. En 1913 se dejaron de correr carreras en su pista y sus tribunas desaparecieron en 1920, quedando el terreno libre para el desarrollo inmobiliario.
En la actualidad, quedan pocos rastros de aquel hipódromo, aunque hay dos legados que nos ha dejado. Uno vive en la cultura popular, en la famosa frase que hace alusión a la ruina económica: “quedar en Pampa y la vía”.
Esta expresión nace de aquellos apostadores que perdían todo en las carreras y que lo único que conservaban era el pasaje de ida y vuelta del servicio especial de tranvías. Este terminaba en el hipódromo y su cabecera estaba en la calle Pampa, a la altura de las vías. Así, el pobre desgraciado que sacrificaba todo en las apuestas quedaba varado en esa intersección fatídica.
El segundo legado lo encontramos en la geografía, con el curioso caso de la calle Victorino de la Plaza, en el Barrio River. Esta calle tiene la particularidad de nacer y morir en la Avenida Figueroa Alcorta. El motivo podemos descubrirlo cuando la vemos desde el aire. Su trazado, junto con la cancha de River siguen, casi a la perfección, la forma de la pista del antiguo hipódromo.
Quizás los caballos ya no compitan por el primer puesto, ni haya apostadores cabizbajos tomando el último tranvía; pero la memoria de aquel epicentro de pasión sigue viva, si uno sabe dónde mirar.
Mansiones y casas de Belgrano
Tratar de catalogar todas las residencias que se construyeron en el barrio sería una tarea que solo un obsesivo o un loco se atrevería a hacer. Este es, probablemente, uno de los barrios que más construcciones ha visto aparecer y desaparecer, al punto que algunos lotes llegaron a tener hasta cuatro edificios en los últimos 100 años.
Un buen ejemplo, uno de los más célebres al menos, es la mansión conocida como el Palacio de los Leones. Esta casona, de un teatral estilo medieval, se encontraba en la esquina de la Avenida Virrey Vértiz y José Hernández.
Poco se conoce de su constructor, un italiano que la mandó a levantar en 1907. Su nombre proviene de dos esculturas de leones que vigilaban su pórtico desde el balcón superior. Al parecer este caballero resultó ser un estafador y la casa fue rematada poco después de que este escapara de la ciudad.
De ahí la propiedad pasó a manos de Teófilo Lacroze, hijo de Federico Lacroze, quien legó su apellido a una estación de trenes, una de subte y una avenida.
La casa fue incrementando su halo misterioso al poco tiempo de la adquisición. Los Lacroze ordenaron tapiarla y de ahí en más la propiedad quedó abandonada y en deterioro. Como siempre ocurre cuando algo queda oculto, la imaginación popular comenzó a dar rienda suelta de su creatividad y no pasó mucho tiempo antes de que surgieran historias fantásticas de crímenes, fantasmas, apariciones y ruidos misteriosos que provenían de allí.
Si pesaba alguna maldición sobre la estructura poco pudo hacer para frenar la demolición, ocurrida en algún momento de la década de 1940. Hoy nada queda de aquella construcción, torres de departamentos ocupan el terreno. Solo el recuerdo y los fantasmas de sus leyendas.
Otro ejemplo de una breve lista imaginaria podría ser la casa de la esquina de Virrey Loreto y 11 de Septiembre, obra del reconocido arquitecto Alejandro Christophersen. Una propiedad enorme que ocupaba la mitad de la cuadra y pertenecía al compositor Alberto Williams. Fundador del Conservatorio Buenos Aires, Williams fue un pionero en el estudio del folklore nacional y su obra ayudó a fundar una suerte de nacionalismo musical.
En esta misma casa pasó su infancia el afamado arquitecto Amancio Williams, un profundo investigador e impulsor del movimiento moderno en arquitectura. Su obra más famosa, la Casa del Puente, en Mar del Plata, es un punto de peregrinación para arquitectos de todo el mundo. Un monumento en la costanera de Vicente López lo recuerda con su invención más icónica: la bóveda cáscara.
Para la década de 1960 la residencia ya había perdido sus jardines, reemplazando los árboles por torres de departamentos, quedando encerrada en el centro de la manzana. Poco tiempo después, en alguno momento de la década del 70 la casa sucumbió a la demolición y terminó como tantas otras mansiones de Belgrano: reemplazada por una torre.
¿En casa de herrero?
La última de las casas en este paseo tiene dos particularidades. La primera es que, a diferencia de otras obras de Belgrano, su carácter humilde casi la hace pasar inadvertida. La segunda es que no fue demolida, a pesar de tener más de 120 años de antigüedad.
A esta casa, ubicada en la calle Zapiola al 1700, cuesta detectarla entre las grandes mansiones y los enormes edificios de departamentos. Fue la residencia del arquitecto suizo Lorenzo Siegerist, quien la construyó para sí.
Llegado de Europa en 1887, recién ingresó a la Sociedad Central de Arquitectos en 1902, mismo año en el que construyó su casa. Su carrera fue sumamente prolífica y, a pesar de la fiebre demoledora que caracteriza a la historia de la ciudad, todavía quedan varias decenas de edificios que llevan su firma: una de sus obras más famosas es el edificio Raggio, en la esquina de Moreno y Bolívar frente al Nacional Buenos Aires, que hace pocos años fue reciclado y recuperó su esplendor perdido.
Volviendo al barrio de Belgrano, este fue el epicentro de la labor de Siegerist quien llegó a tener casi tres decenas de obras a su nombre (con muchas más por descubrir).
Podemos nombrar al edificio del Belgrano-Schule (luego renombrada como Goethe Schule) como una de sus obras más importantes y su favorita personal. La construcción se encontraba sobre la calle José Hernández, entre Cuba y Vuelta de Obligado, y fue demolido recién en la década de 1990.
Al ver esta lista enorme de obras, el calibre de las mismas y su importancia cuesta creer que la humilde casa de la calle Zapiola haya pertenecido al arquitecto. Solo su firma en los planos nos asegura que fue suya. Tal vez se trate de una obra iniciática, antes que el trabajo duro rindiera sus frutos. Un caso más del progreso de los inmigrantes en nuestras latitudes.
A mi novia, Alejandra Murray, habitante y enamorada del barrio de Belgrano.
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