El videoclub New Zonic desafía el paso del tiempo y la vorágine de las plataformas digitales. Con 40 años de historia, Carlos Suez, su fundador, sigue conquistando a los amantes del cine con su vasto catálogo de más de 25 mil títulos y un toque personal que ninguna app puede replicar.
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Cuando el videoclub New Zonic abrió sus puertas, allá por 1984, Carlos Suez sintió que tocaba el cielo con las manos. No era para menos. Por primera vez en su experimentada vida de comerciante -junto a sus siete hermanos, había hecho de todo: alquiler ropa de nieve, fabricación de remeras, entre otros rubros-, podía combinar dos de sus grandes amores: el cine y la literatura. Un profundo amor que todavía perdura hasta el día de hoy y que, podría decirse, es la llama que mantiene vivo a este refugio cultural, 40 años después de su apertura: el último videoclub en pie de la ciudad de Bariloche.
“Fue el primero y somos el último, en el mejor momento de la actividad había 43 videoclubs acá; tuvimos una gran clientela que ha ido mermando, pero todavía resistimos porque tenemos una gran cantidad de películas, casi toda la historia del cine está acá”, detalla Carlos. Desde los cortos de Chaplin de 1914 hasta las últimas novedades, en New Zonic hay más de 25 mil títulos en diversos formatos: VHS, DVD, Blue-Ray hasta Pen Drives. Una clave para entender la supervivencia de su negocio: Carlos asegura recordar cada película que vio en su vida, gracias a una memoria prodigiosa. Y desenfunda un algoritmo infalible: conoce en profundidad los gustos -y la historia- de cada cliente.
“Tengo clientes desde hace 40 años, pero también hay nuevos que recién se instalan en Bariloche, donde siempre está llegando gente nueva”, cuenta. “Mi videoclub se ha convertido en una suerte de atracción turística: vienen, se sacan fotos y miran asombrados. Incluso vienen padres con sus hijos para mostrarles cómo ellos miraban cine cuando eran chicos”, agrega.
Hay un ritual casi extinto que en New Zonic sigue sucediendo en forma cotidiana. Cada persona que atraviesa la puerta del local ubicado en la Av. Belgrano 102, es alguien que llega dispuesto a tomarse un tiempo para conversar. Dice Carlos que “esto no es una zapatería”, sino un lugar adonde vas a elegir una película: se habla de la vida, de historias, aventuras y personajes que generan identificación. Lo único que él necesita saber es qué género se está buscando para luego poner en marcha el arte de la recomendación. “Sé inmediatamente qué película le va a gustar”, jura. La prueba es que todavía hoy, a pesar de los sofisticados sistemas de las plataformas digitales, mucha gente sigue confiando en sus recomendaciones.
Amor a primera vista
Carlos empezó a ir al cine cuando tenía apenas seis años. Vivía en el barrio porteño de Flores y su padre le daba un peso para ir hasta la sala Avellaneda, que quedaba a unas ocho cuadras de su casa. La primera vez que pisó una sala fue amor a primera vista. La entrada del cine costaba 80 centavos y con los 20 restantes debía elegir entre comerse una porción de pizza o tomar el tranvía de regreso, que era toda una aventura que él vivía en tono cinematográfico.
Todavía hoy recuerda con ternura un cumpleaños en el que invitó a todos sus amigos al cine para ver el Vampiro Negro, estrenada en 1953, de Román Viñoly Barreto. “Este año cumplo 78 y sigo amando al cine profundamente”, dice.
A la ciudad de Bariloche llegó en la década del 70, ya casado y con una hija. El plan era montar una serie de negocios junto a sus siete hermanos. Llegaron a tener seis locales, entre ellos el videoclub que fue la “gran pegada”. La idea la había traído de Estados Unidos su hermano mayor, Tito. “Él regresó en 1983 y un año después abrimos New Zonic”, recuerda. Carlos estaba fascinado. No sólo por la posibilidad de acceder a las novedades, sino porque de repente podía volver a ver aquellas películas clásicas (Fellini, Bergman, Scola, Monicelli) que habían sellado su amor por el cine. “Enseguida empezamos a trabajar muy pero muy bien, la gente hasta hacía cola en la vereda y llegamos a tener tres empleados”, agrega. Hoy, en el negocio lo acompañan su hija, Mariana, y su nieto, Joaquín.
Desde aquella época de esplendor, en New Zonic se fue acumulando un archivo envidiable. “He donado más de 17 mil VHS a la dirección de Cultura de la Municipalidad, a escuelas y organizaciones”, asegura. Sin embargo, también decidió quedarse con “algunas joyas que no están digitalizadas”: La Batalla de Argel, de Gillo Pontecorvo; En Hombre del Papa Rey, de Luigi Magni; la primera versión de De aquí a la eternidad, dirigida por Fred Zinnemann; Tartufo, de Friedrich Wilhelm Murnau; Después del Ensayo, de Igmar Bergman; La Casa de Bernarda Alba, de Mario Camus. “Son 300 o 400 películas en VHS que me las quedo para mí, incluso hay gente que conserva su videocasetera y vienen a alquilarlas”, revela.
Carlos cuenta que durante los años 90, con las privatizaciones y el cierre de empresas, mucha gente cobró sus indemnizaciones y pusieron videoclubs por todos lados. “Era gente que no tenía la menor idea de la actividad, no tenían idea de cine. No podían recomendar. A ellos se los comió la Tv, el cable, internet y Netflix. Yo no voy a decir que estoy trabajando igual que hace 15 o 20 años, para nada; pero sí me sigo manteniendo con un montón de gente a la que sigue gustando el cine”, explica.
Rituales que no desaparecen
A pesar de la avasallante irrupción de las nuevas formas de consumo, y sobre todo de las apps de cine y películas, Carlos se muestra seguro en algo esencial: “No creo que los rituales hayan cambiado demasiado, más allá de los dispositivos”. Y aquí deja otra enseñanza: lo importante no es la película, sino la intención con la que se la mira. “Hay gente que ve cine para pasar el tiempo, entonces les da lo mismo Netflix o cualquier otra plataforma”, advierte. Su público objetivo está parado en la vereda opuesta: aquellos que sienten “otra cosa por el cine”. “Hablamos de gente que no mira cine sólo para pasar el tiempo, aunque también hay clientes a los que no les llega internet -cosa que en esta zona es común-, gente grande que tal vez no maneja las nuevas tecnologías y, por supuesto, aquellos que confían en mis recomendaciones”, completa.
A New Zonic sigue llegando gente joven. La diferencia con clientes de más años -que tal vez van en búsqueda de aquella película que los hizo emocionar hace tres o cuatro décadas-, es que el público nuevo que arriba lo hace “despojado de la novedad, de esa enfermedad que yo llamo neofilia (amor lo nuevo)”. “De repente vienen a buscar una película que alguien le comentó o a la que llegaron por una referencia literaria”, completa Carlos. Ahí es cuando sus dos planetas favoritos se unifican: “Son las dos cosas que yo amo, es cuando puedo aportar una mirada acerca del libro en el que estaba basada determinada película, el contexto histórico u otra curiosidades”.
Eso sí, a Carlos mejor no le hablemos del furor por las series. “Son una manipulación mental”, rezonga. “Salvo que sean de pocos capítulos”, aminora para luego volver a arremeter: “Por lo general, es una buena idea repleta de relleno, que hubiese sido una buena película de dos horas. Son una estafa”. “A mí me gusta el cine. Así a secas: el cine”, dice, por si hiciera falta aclaración.
El último romántico
“Yo me resisto a pensar que soy una cosa tan antigua”, dice, con una sonrisa de oreja a oreja. Carlos sigue tan activo como hace 40 años, cuando abrió su local. “Como actividad comercial es hermosísima, todos los días se renueva el catálogo, tenés algo para ver y conocés gente nueva: por eso no me jubilo, sigo trabajando y me encanta lo que hago”, añade.
Todo este entusiasmo que exuda es lo que, asegura, hace sobrevivir a New Zonic. “Ni cuando vino BlockBuster a Bariloche me pudieron voltear”, bromea, un poco en serio. “Primero, porque mi catálogo siempre fue más extenso. Y además porque la atención que brindé siempre, BlockBuster no la podía ofrecer”, se enorgullece.
Sin embargo, más allá de su extrema positividad, es consciente de que hay algo oscuro en el aire, como un preanuncio de un final inminente para un formato que está en plena transformación. Así lo percibió una vez cuando, luego de presentar la película Cinema Paradiso para la TV local barilochense, se puso a garabatear unas líneas sobre el volante del auto, un poema inconcluso que recién completaría un año después.
Sentado en un café de Buenos Aires, recién salido del cine Metro, donde había visto el estreno de Cyrano Bergerac, todavía deslumbrado por la interpretación de Gerard Depardieu, Carlos sintió la necesidad de retomar aquellas líneas inspirado tristemente en lo que acababa de presenciar: cuando prendieron las luces del cine, notó que sólo había ocho personas. Ensimismado, tituló el poema como “La muerte del Cisne” (la “s” tachada): “Es la magia del cine que agoniza / salas de mi niñez ilusionada / Adiós: Chaplin, Casablanca, brujas, hadas / Catita, Buster Keaton, llanto y risa / Los sucesivos nombres van pasando / Al fin de la película en la lista / gracias lágrima por nublarme la vista / y no dejarme ver que estoy llorando”.
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