Cristina Goodall y Tomás Ayerza reciben en Sea View, la propiedad que queda a 35 minutos de Río Grande, frente al océano Atlántico, sobre la RN 3.
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Lo apellidaron Bridges porque lo encontraron abandonado debajo de un puente en Bristol, Inglaterra, durante la peste negra, a mediados de 1840. Lo bautizaron Thomas, porque llevaba una letra T bordada en el cuello, según algunos. O impresa en una medallita, según otros. Tenía cerca de tres años. Y se cree que era galés, porque no hablaba bien inglés. Lo adoptó una familia de misioneros que le dio casa, comida y un destino impensado. Pero no le dio su apellido, Despard. “Queremos que hagas tu propia historia”, le dijeron. Así empieza el relato de la vida de Thomas Bridges en la voz de Cristina Goodall de Ayerza, una de sus tataranietas y guardiana de las anécdotas del personaje que pasó a la historia como el primer hombre blanco en asentarse en Tierra del Fuego.
La escuchamos sentados al sol en el jardín de Sea View, la casa de huéspedes de Estancia Viamonte, que queda sobre la RN 3, a 35 minutos de Río Grande, en nuestra provincia más austral, a orillas del océano Atlántico. Entre un picnic de impronta británica y alemana, donde el mate se cuela con el té, una torta de casis y el budín de ruibarbo, Cristina nos recibe secundada por Fátima Dillon y Matilde Aldao, dos chicas de Buenos Aires que durante la temporada trabajan en el campo. Muchas de sus ocupaciones tienen que ver con Quinta Pionera, la famosa huerta de Estancia Viamonte, que abastece a los mejores chefs de Ushuaia y, entre otras cosas, produce un ajo negro delicioso.
Establecerse: una misión
“Los Despard eran misioneros anglicanos de la British Missionary Society, una organización que no llevaba insignias de ningún país, solo una bandera de flores, y que viajaba por el mundo para llevar la palabra de Dios. Destinados al archipiélago de Malvinas, vivieron allá hasta que Thomas tuvo 18 años y volvieron a Inglaterra. ¿Qué hizo Thomas? Se quedó. Y desde las islas empezó a viajar en velero por el canal Beagle, una y otra vez, hasta llegar a Tierra del Fuego. Así fue como se encontró con los yámanas, aprendió su idioma, escribió un diccionario conjunto y tradujo los evangelios”, relata Cristina sobre su tatarabuelo.
Para quedar oficialmente a cargo de la misión, Thomas viajó a Inglaterra a ordenarse como pastor y, en una charla para rendir cuentas sobre su obra, conoció a Mary Ann Varder, una maestra e hija del carpintero de la ciudad de Harberton, en Inglaterra. Se casaron en semanas y a los dos días viajaron a las islas Malvinas, donde vivieron tres años más. Hasta que alrededor de 1870 y después de adentrarse por el canal Beagle con su esposa, Thomas dejó Malvinas y se asentó en la misión de Ushuaia, donde había ya un par de anglicanos, pero nadie nunca antes se había instalado para convivir con los pueblos originarios.
“¿Cuál es el mejor lugar para vivir?”, dicen que Thomas le preguntó a los yámanas, que sin dudar le señalaron lo que luego sería la bahía Harberton, así bautizada en honor al pueblo que Mary Ann había dejado de un día para el otro. Allí se asentaron en 1872 y criaron a sus seis hijos, entre los que estaba Lucas, más tarde autor de El último confín de la tierra, el libro que repasa la obra y la vida de su padre en la Patagonia más aislada, inhóspita y austral de nuestro continente.
“Como en ese entonces no existía el canal de Panamá todos los barcos cruzaban por el canal Beagle y el Cabo de Hornos. Había muchos naufragios y desde la estancia Harberton rescataban marinos. Así surgían roces con los yámanas, que morían por enfermedades que al hombre blanco no lo mataban”, cuenta Cristina. Entonces relata aquello que le contaba su tío abuelo Lorenzo Bridges, hermano de su abuela Clarita, ambos hijos de William Bridges, hermano de Lucas. “Había sido contemporáneo de los selknam, el pueblo originario del norte de la isla. Siempre me mostraba una entrada al monte, en Tolhuin, donde murió la mayoría. Porque se enfermaban y, como eran muy familieros, se reunían, se contagiaban y morían. Eran alrededor de 1.800. Muy pocos”, cuenta Cristina, aunque no niega que hubo hombres blancos que mataron a los nativos.
Entonces repasa que las montañas de la cordillera de los Andes –que a esa altura va de oeste a este– es lo que separaba a los selknam, al norte y en la estepa, de los yámanas, al sur y a orillas del canal. Mientras los yámanas así se autodenominaban, los selknam los llamaban yaganes. ¿Cómo llamaban los yámanas a los selknam? Onas. También estaban los Haush, que eran muy pocos, en la punta de la isla.
“En aquella época el gobierno argentino tenía un interés geopolítico de soberanía sobre el canal Beagle. Por eso el presidente Roca le entregó las tierras de Harberton a Thomas en reconocimiento a su labor de misionero y por el rescate de los náufragos, como expresa oficialmente, pero también con fines estratégicos. Al aceptarlas, Thomas las estaba reconociendo como argentinas. Y a Roca, ¿cómo no le iba a convenir cederle tierras a un hombre blanco? ¡Pocos se animaban a poblar la Patagonia por entonces!”, cuenta Cristina sobre el nacimiento oficial de la primera estancia productiva de Tierra del Fuego, en 1886.
Por entonces, los seis hermanos Bridges se repartieron las tareas de la estancia. Lucas, que tenía a cargo el ganado vacuno, era intrépido como su padre. “Una vuelta desde una loma vio que del otro lado había ‘unos hombres grandes’. No tenían nada que ver con los yámanas que eran bajitos y se la pasaban sentados en la canoa pescando. Se pasó tres días observándolos hasta que ambas partes vencieron el miedo y se acercaron para comunicarse. Eran shelkman que venían corridos del norte, donde los amenazaban los mineros y la expedición del gobierno argentino liderada por el militar Ramón Lista. Le dijeron que habían visto el trato que recibían los yámanas, y querían algo así en el norte de la isla”, relata Cristina, mientras nos acomoda en los cuartos de la casa de huéspedes de Estancia Viamonte.
“En 1902 Lucas se instaló en una casita a 30 kilómetros de acá. No era misionero, era simplemente un pionero. Al igual que su padre con los yámanas, pronto aprendió el idioma y las costumbres de los shelknam. Se hicieron amigos. Usaba zapatos de cuero de guanaco rellenos con pasto, como ellos. Luego trajo ovejas de Harberton y les enseñó a trabajarlas. Cuando en 1906 el gobierno armó un plan de venta de tierras a colonos, los Bridges se interesaron con seguir apostando productivamente a Tierra del Fuego y compraron 50 mil hectáreas, arrendaron otras 50 mil más y llegaron a tener campos que llegaban a Tolhuin, sin alambrado y con mucho monte”, dice Cristina.
Ubicación de Estancia Viamonte:
Así fue como Lucas dejó su casita y se instaló en donde estamos ahora, con Guillermo, el bisabuelo de Cristina. La llamaron primero Río Fuego y luego le cambiaron el nombre a Viamonte por que “vía el monte” llegaban de Harberton hasta la estepa. Era un buen lugar para esquilar y transportar la lana en el lomo de las ovejas, más que en carreta, hasta Río Grande, donde funcionaba el puerto. En 1908 hicieron la casa grande, que hoy habita Cristina con su marido, Tomás Ayerza. Y después de la Primera Guerra Mundial construyeron la casa que usaba Lucas, en cuyo living –que se conserva original– escuchamos las aventuras de los Bridges antes de ir a dormir.
Trabajar la tierra
Tataranieta de Thomas, sobrina bisnieta de Lucas y nieta de Clarita Bridges, Cristina es hija del fueguino Adrián Goodall –hijo del inglés que armó el frigorífico de Río Grande– y de una alemana, Stefanie Weidner-Bohnenberger. Tiene 53 años y nació en Buenos Aires, pero a los veinte días de vida ya estaba en Tierra del Fuego. Acá vivió hasta los 12, cuando se fue pupila al colegio San Jorge, en Quilmes. Luego vivió un año en Europa, con sus primos alemanes e hizo cursos de Historia del Arte, una de sus pasiones. De vuelta en Buenos Aires, completó su licenciatura en economía agraria y trabajó en el departamento de ovinos en la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca, con proyectos vinculados a la lana de oveja, su expertiz.
Por entonces conoció a Tomás, su marido, que es ingeniero agrónomo, también se crió en un campo –en la provincia de Buenos Aires–, y quería volver a los orígenes. “Vamos al campo, pero a donde no haya víboras, ni arañas”, le dijo Cristina con la clara intención de que Tierra del Fuego fuera el destino de los Ayerza. “Papá, que era administrador acá, necesitaba una mano. Así que le ofreció trabajo a mi marido y nos vinimos en 1995″, cuenta Cristina, madre de siete hijos varones de entre 26 y 16 años, con “el último en el Cielo”.
“Empezamos a recibir gente hace unos veinte años, pero lo hicimos solo por un tiempo. Todo por iniciativa de mi cuñada, Carolina Mouzo, casada con Simón, mi único hermano. Hoy estamos decididos a recibir huéspedes nuevamente, para compartir este lugar increíble y lleno de historia”, asegura Cristina, que tiene experiencia como anfitriona porque hace unos años puso en marcha un exclusivo lodge de pesca en Radman, sobre el Río Grande. Y mientras que aclara que Sea View funciona de manera independiente de la estancia.
Cuentan con seis plazas en tres habitaciones dobles en suite que están cálidamente ambientadas, y ofrecen un muy buen desayuno casero, además de la comida de la noche, que puede incluir cordero. Recorrer la huerta con Cristina y probar el ajo negro –“es el quinto gusto: sabe a todo y nada”–, es parte de la propuesta de Estancia Viamonte. ¿El resto? Celebrar el viento, la estepa y el mar, para dejarse llevar por el espíritu de los Bridges, aquellos pioneros que abrazaron lo más extremo de nuestra Patagonia, con sus desafíos y su gente.
Datos útiles:
Sea View. Es la casa de huéspedes de Estancia Viamonte. Queda sobre la RN 3, Tierra del Fuego. T: (2964) 43-0861 / (2964) 1550-0025 / (2964) 52-1976. Tienen web de la estancia e IG de la huerta @quinta.pionera.
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