Los Seismiles y el Balcón de Pissis, en las alturas de Catamarca, constituyen un tramo que concentra las mayores elevaciones del planeta después del Himalaya.
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Hay lugares que rozan el cielo: picos nevados de montañas que superan los 6.000 metros de altura sobre el nivel del mar, volcanes que se confunden con las nubes blanquísimas que danzan a su alrededor como fantasmas y se reflejan en el celeste de los lagos, en sus aguas salitrosas que parecen espejismos en un paisaje desértico. Si uno se detiene por un instante en medio de esa inmensidad, algo cambia en la percepción, la emoción se mimetiza con ese paisaje de vértigo y quietud y es el fin de las palabras.
Se trata de una zona cordillerana con las elevaciones más altas del planeta después del Himalaya: Los Seismiles, el tramo de una ruta que serpentea la puna catamarqueña custodiada por cimas de más de seis mil metros, de ahí su nombre. Esos picos se elevan alrededor de la RN 60, desde Fiambalá hasta llegar al Paso de San Francisco, el límite con Chile.
También desde Fiambalá se alcanza el Balcón de Pissis (con 6.792 metros sobre el nivel del mar, el volcán inactivo más alto del mundo). Son 155 kilómetros, pero el tiempo para recorrerlos está sujeto al clima. Se asciende por la RN 60 hasta que, a pocos kilómetros de andar, se inicia un desvío hacia el oeste por senderos de tierra y ripio. En ese momento comienza la aventura propiamente dicha con su cuota de vértigo, porque para acercarse lo más posible a las cimas de los volcanes hay que abandonar la seguridad de la ruta y adentrarse en soledad (es muy raro cruzarse con otras personas) por sendas apenas demarcadas o por meros rastros surcados por otros viajeros.
Este recorrido, en rigor, exige vehículos 4x4 para encarar sus bajadas y subidas por terrenos arenosos y escarpados. Para evitar apunarse, en Fiambalá se venden pastillas de ajo que, según sostienen los baqueanos, ayudan bastante.
Mientras se asciende por la alta puna se pueden distinguir campos de piedra volcánica, salares y quebradas. A lo largo de esos precarios senderos, en los que se bordea más de un precipicio, domina el paisaje árido, salpicado con setos amarillentos y arbustos rastreros: son como mojones solitarios en medio de un páramo. En determinado momento, antes del desvío hacia el Balcón de Pissis y tras pasar por el Portezuelo de las Lágrimas, aparece a lo lejos un tono rosado que fascina; no se trata de la luz del crepúsculo: es la laguna de Los Aparejos teñida de color salmón por la gran manifestación de flamencos que en primavera cubre su superficie.
A medida que se avanza, el paisaje se vuelve casi lunar, aunque habitado en ciertos tramos por vicuñas, guanacos, ñandúes, zorros, burros, cóndores y algunos pajaritos. Unos kilómetros más de trepada y el premio bien vale la pena. Después de una fuerte pendiente en zigzag que quita el aliento, se encuentra el acceso al codiciado balcón natural de Pissis.
Desde una altura de 4.520 metros sobre el nivel del mar, la visión panorámica abarca una escena cruzada por líneas en azul, turquesa o verde: son las lagunas del Pissis enmarcadas por destellos blancos que emiten los salares. Como trasfondo, el cuadro se completa con varios de los picos de Los Seismiles: el Tres Cruces, Nacimiento, Olmedo, Dos Hermanas y con sus seis cumbres nevadas, el majestuoso Monte Pissis, anteriormente conocido como Pillanhuasi en lengua quechua.
“Es un espacio infinito que llega al alma -dice Cristina Capilla, guía turística de la provincia de Catamarca-. Uno no puede menos que agradecer a algún dios de la cosmogonía calchaquí, o a la Pachamama por concedernos el privilegio de acercarnos a la grandiosidad de esta naturaleza. Por eso siempre recomiendo a los visitantes que no dejen sus huellas, que sean agradecidos y no contaminen, sólo se trata de estar y dejarse conmover por este cosmos único de nuestra puna.”
Cristina aconseja emprender esta travesía al Balcón con un guía o baqueano local, “alguien que sepa reconocer los anuncios del clima, que pueda distinguir por el color del cielo si se avecina un viento blanco o está por soplar el zonda, cosas que ni el Google maps ni otras aplicaciones están en condiciones de discernir.”
En este sentido coincide con Rodrigo Castello, montañista, guía y socio de Argentina Overlanding, una agencia especializada en viajes de aventura a la Cordillera de los Andes: ”Con 20 años andando estos lugares, estoy convencido de que se requiere experiencia para afrontar los riesgos propios del ambiente cordillerano. Es imprescindible moverse con alguien instruido en hacer rescates y primeros auxilios, así como tener conocimientos para resolver inconveniente mecánicos. Por eso, quienes decidan iniciar este viaje tienen que ser conscientes de que es una bellísima aventura que, si bien la podrían emprender por cuenta propia, lo más aconsejable es hacerlo en caravana y con guías especializados”.
Sobre cuál es el atractivo de trepar a cumbres como las de Los Seismiles, Rodrigo considera que “hay que vivir la experiencia. Yo visito el Balcón de Pissis varias veces por año y es un lugar que me emociona siempre como la primera vez. Sus dimensiones intimidan, pero al mismo tiempo cautivan. Cuando uno supera las dificultades que implica ascender a las montañas afrontando los imprevistos y finalmente cumple su objetivo, comprende que el esfuerzo está infinitamente recompensado. Alcanzar la cima es como asimilar el poder y la grandeza de la montaña. No hay una razón que explique la necesidad de escalar; los montañistas solemos citar al gran alpinistra francés Lionel Terray: “¿Por qué subir montañas? Porque están ahí.”
El camino de regreso desde Pissis consiste en desandar el de ida, guiándose por las huellas impresas en el ripio hasta retomar la ruta con destino a Fiambalá. En el pueblo hay distintas alternativas para hacer noche con más o menos confort: casas rurales, hostels y hoteles y también cabañas.
Fiambalá, la base
De vuelta en el pueblo, la propuesta es adentrarse en su cultura centenaria, cuya fundación ocurrió a fines del siglo XVII. De aquella época datan la Iglesia de San Pedro, de adobe, joya de arquitectura colonial que es Monumento Nacional desde 1941 y sigue orgullosamente en pie. Otro punto de interés histórico es el Museo del Hombre, un espacio donde se exhiben objetos encontrados en las montañas cercanas, fotos de andinistas subiendo a Los Seismiles y dos momias incaicas de hace 600 años.
Rodrigo aconseja no perderse las dunas mágicas de Saujil, montañas de límpida arena de más de 100 metros de altura, ubicadas a sólo 10 km de Fiambalá: “uno puede simplemente llegar hasta allí para maravillarse con la vista de estos gigantes de arena o animarse y deslizarse en sandboard por su pendiente de 45 grados”.
Pasando Saujil y Medanitos, y transitando 30 km hasta Tatón, se puede ver otro grupo de grandes dunas. Una de ellas es la más alta del mundo, su cima alcanza los 2.845 msnm. Se la conoce por el nombre de quien la descubrió, “Federico Kirbus”, un periodista, escritor y divulgador de la geografía e historia de la Argentina .
Pero hay más. Otro imperdible en Fiambalá son sus aguas termales. No están muy lejos, a sólo 17 km de su pequeño centro. El complejo termal tiene 15 piletas y está en una fantástica quebrada a los pies de la cordillera. En la primera piscina el agua brota a 45 grados de temperatura y cae en cascada. Se recomienda bañarse en esas aguas curativas bajo un cielo estrellado, puede ser una interesante propuesta para ir en pareja (las termas cierran a las 12 de la noche). Otro dato importante: la reserva de turnos para ingresar a las termas se hace, sí o sí, en el pueblo.
Otra visita imprescindible es a los viñedos de la zona: los sabores de sus vinos de altura son reconocidos internacionalmente. Existen pequeñas y grandes bodegas: están las orgánicas artesanales como Abaucán que sólo produce 5.000 botellas al año y otras más industriales como Tizac. Los principales varietales instalados en la región son el Cabernet, el Chenin, el Syrah y el Torrontés. Vale mencionar que un vino de Fiambalá, el Llama Negra, compitió recientemente con vinos de San Juan, Salta, La Rioja y Mendoza y fue premiado en otra edición del “Concurso de vino artesanal y casero”.
Por último, una buena manera de concluir este viaje de aventura y placer, sería hacer el recorrido, copa en mano, que organizan muchas bodegas en la época de la cosecha a la luz de la luna: una manera de llevarse en el cuerpo el aroma y el gusto de Catamarca, tierra de vinos, altas cumbres, volcanes y leyendas.
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Revista Lugares 344. Diciembre 2024.