La tranquila isla rocosa de apenas 100 habitantes es uno de los mayores puertos turísticos del litoral de Alicante. Combina una naturaleza intocada con el encanto de su ciudad amurallada.
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Antes de recibir en 1769 el nombre de Nueva Tabarca, se llamaba Isla de San Pedro, ya que aquí habría parado el apóstol, según dice la leyenda, en uno de sus numerosos viajes. La isla, perteneciente a la Comunidad Valenciana, tiene algunos rasgos singulares que la distinguen. Uno de ellos reside en su tamaño: se trata de la isla más pequeña de España. Su superficie se extiende plácida en sus 1.800 metros de largo por 400 de ancho, abrazada por un mar Mediterráneo transparente y cálido, característica que lo convierte en uno de los puertos del litoral de Alicante con más demanda turística.
En la década del sesenta, después de un largo período de retraimiento, Tabarca comenzó a ser descubierta por los turistas ingleses, noruegos y suecos, ávidos de sentir la caricia del sol mediterráneo y refugiarse en la sencillez y tranquilidad de la vida que ofrece la isla. Estos valores son defendidos por la población estable de Tabarca –unas cien almas–, para que este islote rocoso no deje de convocar a miles de visitantes que llegan atraídos por la amalgama de su calma pueblerina, su cautivante historia y sus aguas color turquesa. El hecho de que se haya decidido protegerla como patrimonio cultural apunta en el mismo sentido.
Llegar a Tabarca es fácil desde cualquier ciudad turística de la costa de Alicante. Durante todo el año los catamaranes y barcos-taxi salen de Benidorm, Alicante, Torrevieja e incluso Cartagena, pero la mayor cantidad de embarcaciones parten desde el puerto de Santa Pola, que está justo enfrente de la isla, a sólo 8 kilómetros. Desde allí, las embarcaciones acceden a la ribera tabarquina en 25 minutos.
A fines de la década del ochenta, el reconocimiento de la riqueza de la vida oceánica en la isla hizo que se creara la Reserva Natural Marítima, a fin de preservar la variada flora y fauna oceánica extendida en sus 1.400 hectáreas de fondo arenoso. Gracias a esa iniciativa, hoy los turistas pueden disfrutar de una de las actividades que más los seducen: hacer buceo o snorkel en un mar rodeados por peces de lo más diversos como la salpa, la oblada, el dentón, el lenguado o erizos, langostas, esponjas de mar y cigarras de mar. Incluso es usual cruzarse con enormes ejemplares de la llamada tortuga boba, en peligro de extinción por la caza furtiva.
La pedregosa naturaleza de Tabarca también da cobijo a una gran variedad de aves. Los amantes del avistaje de pájaros pueden ver gaviotas, cormoranes, cuervos marinos y otras aves migratorias sobrevolando la orilla del mar.
Otra actividad recomendable es la caminata. La estrecha dimensión de la isla hace posible recorrerla de punta a punta para descubrirla. Murallas, fortificaciones, pequeñas bahías de aguas transparentes y playas de arenas finas para echarse y descansar recibiendo el sol del Mediterráneo.
Por la ciudad amurallada
Antes de arribar al puerto se divisan desde el mar las grandes murallas que rodean el casco antiguo donde sobresale la silueta de la iglesia barroca San Pedro y San Pablo de 1779 con dos torres cuadradas como campanarios. Durante un largo tiempo, la vieja iglesia estuvo en restauración, y aún hoy siguen vivas las leyendas que dicen que, aparte de las sepulturas, hay tesoros escondidos de piratas.
La isla encierra una larga historia: siglos atrás se han encontrado evidencias de que fue poblada en la época romana, también fue refugio de piratas musulmanes que llegaban del norte de África para atacar barcos cristianos e incluso eran reiterados los avances que hacían sobre la costa alicantina. Con el fin de proteger a sus pobladores de esas invasiones, el rey Carlos III ordenó en 1760 fortificar y llevar nuevos habitantes
La muralla de piedra persiste tal como antaño con sus tres puertas barrocas que dan acceso a las callecitas del pueblo: la puerta de San Rafael, frente al pequeño puerto donde atracan barcos pesqueros, la puerta de San Gabriel, en cuyos alrededores se han encontrado necrópolis y vertederos de la época romana y, cerca de la iglesia se sitúa la puerta de San Miguel, que antiguamente era la entrada principal.
Un punto imperdible es el faro, un edificio de estilo neoclásico, ubicado en el extremo oriental de la isla, un lugar mágico desde donde se pueden disfrutar de las mejores puestas y salidas del sol. En 1854 fue construido en la parte deshabitada de Tabarca y, hasta el siglo XVIII, sirvió también como escuela de toreros. Actualmente sigue cumpliendo su función original; alumbrar con sus destellos el camino de los barcos que surcan el mar .
Todo el poblado de Nueva Tabarca está pintado en blanco, azul y arena pastel. Muchas casas están decoradas con azulejos que principalmente tienen motivos religiosos. Intramuros, además de la mencionada iglesia, se encuentra la casa del gobernador, hoy convertida en hotel. En 1850, cuando la isla había perdido todo valor estratégico, tanto el gobernador como los militares la abandonaron y así comenzó un largo declive que finalmente concluyó con la llegada del turismo.
Una guía estadística de los años 1845-50 que describe todas las ciudades y pueblos de España, dice sobre Tabarca : “(...) aparte de la muralla y la iglesia de San Pablo en el pueblo hay 100 casas habitadas. Las casas más presentables pertenecen al gobernador de la isla y al cura, las demás están casi deshechas. Aquí hay dos calles, seis callejones y una gran plaza cuadrada, a cada lado de la cual hay un pozo. (...) hay siete tiendecitas que solo cuentan con lo más imprescindible y una panadería. Además, está la plaza militar y la cárcel fuera de la muralla.”
Gracias a que Tabarca cada vez contaba con menos habitantes, la isla casi no cambió en los últimos 200 años. Por eso no existen nuevas construcciones y las antiguas están restauradas y pintadas. El pueblo sigue teniendo dos calles y seis callejones, aunque ahora en la gran plaza cuadrada hay más tiendas y restaurantes. En el lugar de la panadería se encuentra una boutique y las tiendas ofrecen un abanico de recuerdos para los turistas.
Las callejuelas internas tienen ahora el atractivo de lo antiguo con sus barcitos encantadores donde se impone degustar alguna de las bebidas típicas valencianas, como la horchata (según dicen, de efectos afrodisíacos) o el anís Paloma, también llamada de la amistad (existe la creencia que es un trago digestivo y abre el apetito).
Resulta imprescindible probar el plato tradicional: el caldero tabarquino, un exquisito plato de arroz elaborado con caldo del mar a base de pescado de la bahía de Santa Pola. Se suele acompañar el arroz con un pescado que normalmente se trata de “gallina” elaborado con un toque de alioli. Esta especialidad fue un invento de los marineros que empezaron a elaborarlo con la morralla y los pescados pequeños que no tenían venta. Como reconocimiento, a este plato tradicional que es otro rasgo de identidad de la isla, el Ayuntamiento de Alicante le ha dado el nombre de Caldero a una calle de Tabarca.
Para los que deciden quedarse y disfrutar algunos días en la isla, hay distintas posibilidades de alojamiento para todos los presupuestos, desde hoteles boutique a metros del mar y cercanos a alguna bahía, algunos bed and breakfast, departamentos y también hostels.
Más info
Oficina de turismo. .Tel (+34) 965 177 201 · Tel (+34) 965 125 633. info@alicanteturismo.com · turismo@alicanteturismo.com
Las imágenes han sido cedidas por el Patronato Municipal de Turismo y Playas de Alicante, www.alicanteturismo.com
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