Frente a la Plaza Lorea, en Avenida Rivadavia y Paraná, la sala de Carlos Rottemberg estuvo varias veces a punto de tener otros destinos. Desde hace una década se dedica al teatro musical.
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Inaugurado en 1872 como Teatro El Dorado, tuvo diferentes nombres hasta adoptar el actual, en 1918. En 1994 lo compró Carlos Rottemberg y en 2006 fue remodelado. Tiene varios récords en su haber, entre ellos los 10 años del espectáculo Salsa criolla de Enrique Pinti, estrenado en 1985, con más de 3.000 funciones. Desde hace diez años es una sala exclusivamente consagrada al teatro musical; actualmente está en cartelera la obra Piaf, de Elena Roger, y antes pasaron por su escenario otras prestigiosas obras como Cabaret y Casi Normales.
Nace El Dorado
Antes de ser el Teatro Liceo, en ese rincón de Buenos Aires solía instalarse la carpa del circo Buckingham, cuando todavía esa zona era un barrial. Inaugurado en 1872 por iniciativa de un empresario francés de apellido Tourneville, el nombre original del teatro fue El Dorado. Por ese entonces era apenas una simple estructura de madera en medio de un baldío, y lo más cercano a la precaria construcción era el Mercado Modelo de feriantes italianos y españoles, un tanque de agua y un molino harinero.
En 1877 cambió de propietarios y de nombre. Por unos años fue el Goldoni, rebautizado así por la gran cantidad de compañías italianas que se presentaban. Luego fue el Progreso, el Rivadavia, el Moderno, hasta que en 1918 el empresario Héctor Quiroga decidió llamarlo Teatro Liceo, por una escuela cercana en la que se dictaban clases de filosofía y por la confitería de al lado, siempre repleta de intelectuales y a la que llamaban informalmente Liceo. Y quedó ese nombre hace ya más de un siglo.
En 1893 el teatro fue reconstruido con un estilo italianizante, muy de moda en esa época, bajo los planos y dirección de obra del arquitecto italiano Juan Bautista Arnaldi. Todavía mantiene en el exterior e interior los dorados y ocres, los mármoles y los palcos en herraduras.
El letrero con su nombre, bajo el alerón, es todo un símbolo del edificio que tiene escaleras de mármol y detalles de bronce para indicar el sector de butacas. Los mármoles también forman parte de pisos, las escaleras y algunos detalles de la decoración, como así también las mayólicas coloniales tan usuales en el siglo XIX. Con palcos en forma de herradura, en un rincón de la sala de 575 butacas puede leerse un antiguo cartel que reza: “Es prohibido permanecer con sombrero puesto a señoras y caballeros durante la función”.
Aún hoy, en sus planos, también figuran los palenques ubicados en la puerta para atar los caballos de los carruajes. De allí viene la frase “mucha merde”, un deseo siempre repetido entre la comunidad artística antes de un estreno, porque cuanta más suciedad dejada por los caballos en las puertas de las salas significaba que más público había llegado para presenciar las funciones.
Un teatro, un destino
En 1977 estuvo a punto de ser demolido. Un aviso en un matutino anunciaba la venta de sus 600 metros cuadrados, por la suma de 120 millones de pesos. Los sucesores de José A. Gerino, dueño de la sala y fallecido en 1955, no tenían interés en el teatro. Al enterarse de lo que podía suceder, los empresarios teatrales se ocuparon de que esa esquina continuara siendo un espacio para la cultura, y Buddy Day y Julio Werthein compraron la sala.
En 1993 el teatro estuvo otra vez en peligro de cierre porque sus dueños necesitaban venderlo y la única oferta que recibieron fue la de una empresa que pretendía convertirlo en una casa de apuestas hípicas. Buddy Day entonces fue a ver al empresario teatral Carlos Rottemberg para proponerle que lo comprara. “Al único que le va a molestar que el Liceo se convierta en un lugar de apuestas hípicas es a vos, por eso vine a verte. Si queres salvarlo, compralo”. Ante ese planteo, le respondí que no tenía plata y fue él quien me sugirió pedir un préstamo al Banco Mercantil, donde estaba Werthein. Es decir que uno de los socios que me vendió el teatro es el que me dio el crédito para comprarlo”, le contó Rottemberg hace unos años a LA NACION.
“A Buddy Day le puse tres condiciones: que el acuerdo fuera a tranquera cerrada (que todo lo que había en el lugar, se quedaba), libre de cualquier deuda y que mi arquitecto pudiera recorrerlo para confirmar si la estructura estaba firme”. Buddy Day, que deseaba que continuara siendo una sala, aceptó sin dudarlo. Así, la empresa Multiteatro S.A., bajo la dirección de Carlos y Tomás Rottemberg, compró el teatro y lo salvó de un seguro cambio de destino.
En 2006 fue nuevamente restaurado. El proyecto del arquitecto Ariel Aidelman, incluía la conservación de la estructura y materiales originales. Se cambiaron los caños, los techos y la ventilación, se renovaron los mármoles de la fachada y el acceso, y la boletería volvió a dar a la calle y no al foyer, como antes. Se limpiaron mármoles, pisos, bronces y se cambiaron las alfombras. Se embelleció la pintura exterior y también la del interior y se repararon los frescos del techo, con ayuda de los técnicos del Teatro Colón.
Se actualizó la iluminación con la tecnología led, y se recuperó la tertulia que había estado cerrada durante muchos años. La marquesina y su cielorraso se renovaron totalmente, con una estructura que refleja más la original, con molduras de bronce que acentúan el estilo actual e iluminación embutida. Además, se eliminaron las puertas interiores que dividían al hall en dos, por lo que actualmente se lucen mucho más las dos columnas principales de mármol. Las butacas se retapizaron con un lienzo más oscuro. Y en el patio de butacas ya no existe el pasillo del centro, sino que se accede por dos espacios laterales. También se reestructuró y se amplió foso para orquesta. Se rescataron los mosaicos de estilo colonial en los pasillos de los palcos, y se mandaron a hacer las piezas faltantes.
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