Se calcula que el transporte aéreo representa casi el 5% de las emisiones a nivel mundial, un impacto ambiental equivalente al de toda la actividad agrícola del planeta. Por ejemplo, tomando valores promedio, si un argentino se va de vacaciones a Miami, ese viaje en avión representa ¡el 25% de su huella de carbono anual.
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Hace algunos años, en Suecia, surgió un movimiento bautizado Flygskam, que significa “vergüenza de volar”, y se extendió a varios países europeos. Impulsado por la joven activista Greta Thunberg, invitaba a dejar de volar y optar por alternativas más sustentables como el tren. En 2019, el diario francés Le Monde publicó un artículo donde contaba que, frente a una caída del 10% en el tráfico aéreo de Suecia y Alemania –mientras que las compañías ferroviarias registraban récords de pasajeros–, los voceros de las principales aerolíneas del mundo admitían que les inquietaban los efectos de una posible onda expansiva del Flygskam.
Claro, esto surgió en Europa, un continente relativamente pequeño y con una red de trenes ampliamente desarrollada y conectada. En otros países no sería posible. Sin embargo, la conciencia ambiental de los viajeros no deja de crecer. “Un estudio reciente de la agencia de viajes Booking, que entrevistó a más de 20.000 turistas en 28 países, demostró que el 53% busca viajar de forma más sustentable. A su vez, más de dos tercios de la industria (69%) dicen que buscarán ofrecer opciones más sustentables para los turistas en un futuro próximo”, apunta Teresa Cañete, directora de Carbon Neutral+, una start-up argentina que ofrece servicios de medición y compensación de huella de carbono.
A escala personal, volar representa nuestro mayor impacto ambiental. Por lo tanto, el aporte más valioso que podemos hacer a la conservación del planeta es empezar por repensar nuestros viajes. No se trata de renunciar a unas merecidas vacaciones en lugares remotos como Estados Unidos, el Caribe o España (el top 3 de destinos internacionales más visitados por los argentinos según el Ministerio de Turismo y Deportes), pero sí de cuestionarnos si, por ejemplo, una vez aterrizados en el aeropuerto de Madrid, no sería posible optar por completar nuestro itinerario en tren o auto a lo largo de ciudades como Barcelona, San Sebastián o Valencia en lugar de volar. La misma mentalidad aplica a traslados internos: siempre que se pueda, evitar el taxi y reemplazarlo por transporte público u opciones más sustentables como el monopatín eléctrico o la bicicleta.
Por último, es posible un nivel más de compromiso: “En caso de que no sea posible reducir las emisiones de tus viajes, ya sean por placer o laborales, la acción más recomendable es compensar la huella de carbono. Dicha compensación permitirá neutralizar las emisiones generadas a través del financiamiento a proyectos de reforestación, conservación o energía eólica, por ejemplo”, dice Teresa. Compensar nuestra huella es mucho más sencillo de lo que parece y ya es una tendencia global: en 2021, el mercado de compensación alcanzó los US$ 1000 millones, según Ecosystem Marketplace.
Las aerolíneas también se han hecho eco del tema. En febrero, Lufthansa anunció sus “tarifas verdes”, que incluyen en el precio del pasaje la compensación de CO2; por ahora, una opción disponible para vuelos en Europa y ciertas zonas de África. Por su parte, Iberia, reconocida en 2022 por la consultora IBA como la segunda aerolínea que más redujo sus emisiones en vuelos de largo radio en los últimos tres años, también cuenta con programas de compensación de emisiones, en alianza con dos proyectos climáticos y sociales en Guatemala y Perú. Y Air France-KLM se propuso llegar a ser carbono neutral (es decir, reducir y compensar toda su huella) para 2050.
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