Nacieron a fines del siglo XIX y tienen una historia que trasciende a las artesanías locales.
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En estos días en los que cruzar fronteras es una utopía, detenerse en los estantes de recuerdos puede ser otra forma de viajar. Las matrioshkas, también llamadas mamushkas o babushkas, figuran entre los habitantes más frecuentes de repisas y vitrinas. Con sus caras rubicundas, cuerpos contundentes y vestimentas tradicionales, estas muñecas rinden homenaje a las matronas rusas.
Su nombre proviene de “matryona”, madre de familia, ya que las matrioshkas celebran la maternidad, la fertilidad, la unión y el calor del hogar. Para muchos simboliza además la prosperidad y la abundancia, y hasta existen quienes les insertan papeles con deseos como si fueran un talismán. Aunque se trata de uno de los souvenirs más populares del mundo, sus orígenes todavía son confusos, si bien su aspecto artesanal podría llevar a pensar que se trata de un objeto cargado de historia y tradiciones, la muñeca no es ni tan antigua ni tan rusa.
A fines del siglo XIX, el arte, la ropa y los objetos orientales se pusieron de moda entre las clases acomodadas de Rusia. Fue entonces que el mecenas, filántropo y hombre de negocios Savva Mámontov viajó a Japón en busca de novedades. En una exhibición adquirió una figura de Fukurokuju, dios japonés de la sabiduría y la felicidad, que contenía en su interior otras seis divinidades. El objeto le llamó tanto la atención que cuando regresó a Rusia se lo presentó al famoso artista Sergei Maliutin, quien diseñó un juguete basado en la misma idea, pero con la forma de una campesina rusa. La figura fue tallada luego por el artesano Vasili Zviózdochkin en un taller de juguetes del Nordeste de Moscú, y pintada por el propio Maliutin.
En 1900, la esposa de Mámontov presentó la muñeca en la Exhibición Universal de París, donde ganó una medalla de bronce como mejor juguete desmontable técnico y educativo. El objeto se convirtió en un éxito de ventas, a tal punto que luego comenzó a fabricarse en serie y hasta empezaron a circular falsificaciones alemanas y francesas.
Una de las leyendas alrededor de la muñeca cuenta que un carpintero salió después de una gran nevada al bosque a buscar madera para trabajar y que solo encontró pedazos húmedos y pequeños. De pronto, vio un bulto enorme brillar sobre la nieve y descubrió el tronco más valioso que había visto en su vida. Con esa madera fabricó una muñeca perfecta a la que llamó Matrioshka, que lo acompañaba en su soledad. Un día ella le pidió ser madre; el artesano extrajo madera del interior de la muñeca para crear otra más pequeña exactamente igual. Pero la hija también sintió la necesidad de ser madre y el carpintero repitió el proceso de manera sucesiva, hasta que solo quedó madera para una muñeca más. Entonces le pintó bigotes y creó un muñeco varón que ya no podría reproducirse.
Más allá de las leyendas, algunos historiadores señalan las similitudes entre la matrioshka y el primer huevo fabricado por el orfebre ruso Peter Carl Fabergé. Para la pascua de 1883, el zar Alejandro III regaló a su esposa un huevo con cáscara de platino que contenía dentro uno más pequeño de oro, y dentro de este último una gallina de oro en miniatura con una réplica sobre la cabeza de la corona imperial rusa tallados por el famoso joyero.
Lo cierto es que la fabricación artesanal de las matrioshkas es un proceso que, aunque no se realice con materiales preciosos, requiere paciencia y mucha habilidad. Los torneros rusos salen a buscar la madera de tilo en abril porque es la época en la que los troncos están llenos de savia. Les toma dos años preparar la madera, para luego tallar a mano la matrioshka. Todas las muñecas salen del mismo bloque para respetar los procesos de expansión y contracción de la madera. El tallado es con torno y cincel, y la primera muñeca que se talla es la más pequeña que lleva una sola pieza, luego siguen el orden por tamaño. Las figuras después se pintan cuidadosamente a mano y llevan el nombre del artista en la pieza más grande. Por lo general están compuestas por cinco piezas, pero pueden encontrarse muchas más, según la habilidad del artista. En 1913 se esculpió una matrioshka de 48 piezas y actualmente existen algunas compuestas por un centenar.
Con el tiempo a las tradicionales campesinas rusas se unieron otras figuras. Después de la Revolución de octubre de 1917 empezaron a fabricarse representaciones de obreros y personajes históricos. A partir de los años 30, el estado tomó las riendas de la producción y aparecieron fábricas de muñecas rusas, ucranianas, bielorrusas y de otras nacionalidades. La conquista espacial engendró muñecas cosmonautas con cascos y escafandras. En los 90, cuando se desintegró la URSS, comenzaron a encontrarse muñecos que satirizaban políticos: Lenin, Stalin, Mijaíl Gorbachov, Leonid Brézhnev. Esta tradición de retratar con el formato de matrioshka personajes famosos de la política, el deporte o el espectáculo se mantiene hasta hoy. En los comercios de la calle Arbat se despliegan imágenes de Vladimir Putin, Barack Obama, los Simpson, Harry Potter o jugadores de fútbol. En tiempos de pandemia, a muchas de las matrioshkas se les ha agregado un accesorio indispensable: el barbijo.
La matrioshka, esa muñeca de origen japonés que se instaló en el corazón de Rusia, para muchos esconde la verdadera esencia de ese país: almas cálidas, hospitalarias y generosas escondidas en capas que hay que saber explorar con paciencia.
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