Ángel Beriau, exvendedor de indumentaria y gerente en reconocidas empresas textiles, atravesó una extraordinaria transformación espiritual que lo llevó a fundar Kadosh, una iglesia evangélica en Asunción, Paraguay.
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“Fue algo muy extraño lo que me pasó en la vida, cuando ya estaba de vuelta”. Así arranca su relato Ángel Beriau, el hombre detrás de Kadosh (“sagrado”, en hebreo), una iglesia evangélica ubicada en Lambaré, un municipio que pertenece al entramado urbano de la capital del Paraguay, Asunción. Sentado en el despacho principal de un coqueto complejo que incluye un auditorio para 3 mil personas, Ángel repasa el giro inesperado que marcó su existencia a los 47 años, cuando tuvo una revelación espiritual que lo terminó alejando de lo que él llama “una vida materialista y equivocada”, para luego crear un movimiento que, asegura, es “revolucionario”.
Porteño, hincha de River, Ángel arrancó a trabajar en el rubro textil cuando tenía apenas 16 años. En 1961 comenzó su periplo en la casa Ñaró Suixtil, un gran fabricante de ropa, sobre Diagonal Norte a media cuadra del Obelisco, donde estuvo 10 años. Gran jugador de fútbol, fue tentado por otra histórica empresa textil, la Casa Muñoz, luego de lucirse en un campeonato intra-compañías. Allí estuvo 15 años, hasta que la firma decidió cerrar sus puertas, en 1986.
“Entonces me llamaron de Christian Dior, como gerente de ropa deportiva, una división que estaba arrancando. Mi trabajo era vender en todo el país. Llegué a abrir incluso un local propio sobre la Av. Cabildo”, revela. Sin embargo, su vida personal también enfrentaba cambios significativos. Tras un divorcio con su primera mujer, decidió liquidar todo y dejar atrás su etapa en el rubro textil. “Necesitaba arrancar de cero”, confiesa.
Paraguay en el horizonte
La llamada salvadora de su hermano Héctor lo llevó a trabajar en el mundo de los corretajes de reaseguros, cambiando completamente su entorno laboral, aunque siempre abocado al área de ventas. La decisión de abrirse camino en Paraguay llegó de la mano de su hermano, y con ello, una nueva etapa en su vida.
“Acá conocí a una mujer que Dios me puso en el camino”, cuenta. Se conocieron por casualidad (“mejor, fue el destino”, aclara él) en un estacionamiento en el centro histórico de Asunción. Cruzaron algunas palabras, intercambiaron contactos y no mucho más. Al salir de ese lugar, su hermano le comentó: “Che, qué linda esa chica”. Y él, sin siquiera pensarlo, le respondió: “No te hagas el vivo porque ella va a ser tu cuñada”. “Yo no sabía nada de ella, pero eso que profeticé, se cumplió”, dice, entre risas.
Lo que no sabía era que este nuevo amor le traería bajo el brazo otro giro inesperado. Gladys había tenido una infancia difícil. “Ella fue criada por el Ejército de Salvación, con una historia de vida muy compleja. Pasó toda la niñez ahí adentro. Se había hecho cristiana, pero cuando salió de ahí, se olvidó de todo”, cuenta. Un día, por insistencia de un familiar, Gladys terminó yendo a una iglesia evangélica y quedó maravillada. Intentó, sin éxito, convencer a Ángel que la acompañara.
“No tenía ninguna relación con la religión. Veía una iglesia y cruzaba de vereda. Sí me interesaba la espiritualidad y leía mucho, no siempre de lo bueno. Lo desconocido me atraía”, explica. Un domingo, sin embargo, sintió (y escuchó una voz) que le dijo: “Vos también tenés que ir”. Así fue como ingresó a la Iglesia Hosanna en 1999. “Entramos a una iglesia sin ningún santo colgado, mucha alegría, todos cantando y sonriendo. Yo trataba de acompañar. Hasta que dejé de ver el altar y delante de mis ojos sucedió como una película, vi pasar mi vida entera, muchos momentos difíciles y oscuros”, relata.
El contacto con la fe
Fue, según dice, una verdadera revelación que lo estrujó hasta las lágrimas: “En una época yo estaba como delegado, cuando ocurrió la dictadura. Durante un año y medio me siguió el ejército. Un tipo me esperaba a la salida, se subía al transporte público y me acompañaba hasta Monte Grande, donde vivía entonces”, narra Ángel. “Dios me dijo que él me había salvado de esa situación y que, a partir de ese momento, debía trabajar para él”.
“El lunes siguiente ya no fui a trabajar. Y me pasé dos años estudiando la Biblia. Aprendiendo y aprendiendo. Ahí supe que el Señor está vivo, a nuestro lado. Y aprendí que todo lo que había vivido era una mentira”, confiesa Ángel sobre su decisión de sumergirse en el estudio de las Escrituras. “El amor que sentí en ese momento no lo había sentido nunca. Lloraba de felicidad. Fue una revelación, la presencia de él”, agrega.
Este amor lo llevó a casarse con Gladys en 2001 y a embarcarse en una nueva misión espiritual. Cuando la iglesia Hosanna se desarmó, la gente empezó a ir a la casa de Ángel y Gladys para rezar. De a poco empezó a surgir el pedido para que armaran su propio culto. Pero Ángel se negaba. Hasta que un día, un apóstol amigo le dijo: “Ángel, ¿quién sos para rechazar a las personas que Dios te ha enviado?”.
“Así empezó todo esto, en el jardín de mi casa. Luego alquilamos un galponcito, que había sido un boliche y gimnasio”, cuenta, acerca de los principios de Kadosh. “Así nos pudimos sostener al principio y empezaron a pasar cosas. Sanaciones, demonios expulsados, mucho a nivel espiritual”, añade. Ángel asegura que el boca a boca se tradujo en un crecimiento orgánico, que nunca se detuvo (salvo durante la pandemia). “Somos una suerte de revolución. Por eso muchos otros pastores no nos aceptan”, advierte. “Hay varias denominaciones importantes, pero tienen iglesias religiosas, dormidas. Todos los domingos lo mismo. Espiritualmente están dormidos. Lo nuestro, en cambio, es una revolución. Pasan cosas siempre, aunque nosotros no queramos. El espíritu se mueve y atrae a la gente”, explica.
Lo que había comenzado en un jardín de una casa, de repente se tradujo en una mega estructura con dos grandes edificios y un auditorio para 3 mil personas, a orillas del arroyo Lambaré. “Nuestra comunidad es de alrededor de 1500 fieles. En la pandemia se redujo mucho, pero nos estamos recuperando”, asegura.
Celebraciones en Kadosh
El calor abrumador de Asunción no es un impedimento para que cientos de fieles se congreguen alrededor del complejo. Formados en hileras, agitan banderas, cantan y sonríen. Están participando de la llamada “Fiesta de los Nuevos”, una jornada clave de esta congregación. Es una suerte de curso de iniciación a los ritos de Kadosh, que termina con una invitación a bautizarse. Previamente, en el auditorio -bien climatizado-, escuchan la palabra de Gladys y de Ángel. También cantan canciones alegóricas. “Además hacemos retiros de un fin de semana completo. Es lo más impactante. Escuchamos testimonios muy fuertes espiritualmente”, completa Ángel.
Apoltronado en el sillón de su perfumado despacho, dominado por completo por el ascetismo clerical protestante, Ángel reflexiona: “Cómo un tipo como yo, perdido en el materialismo… cómo hice para avanzar hacia el mundo espiritual en el que estoy ahora…”. “Cuando llegás al plano espiritual, perdonás todo. A lo sumo, entendés que hay gente más atormentada que uno. Nosotros somos esencialmente buenos, fuimos criados como uno. Cuando eso brota, te saca toda la porquería que tenés adentro”, agrega.
Para Ángel, el mundo está en una “crisis espiritual”. A sus 78 años, lúcido y perspicaz, celebra el camino que lo llevó a cambiar sus dotes de vendedor de indumentaria por los de predicador y profeta. Y antes de terminar, lanza: “No hay que temer a la muerte porque es encontrarte con la verdad. Es una bendición. Liberarse del espíritu de muerte, es lo más grandioso”.
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