Es uno de los menos visitados de este destino portugués declarado Patrimonio de la Humanidad. Su jardín botánico invita a un recorrido por distintos paisajes del mundo.
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“Si no hubiese sido por la guerra [Segunda Guerra Mundial], esos hubiesen sido los días más felices que Monserrate hubiera conocido. Las voces de los niños haciendo eco entre los arcos, pequeños cuerpos desnudos zambulléndose en el agua, las escenas más hermosas de su vida”. Leí esta frase de Ida Kingsbury –una de las últimas personas que habitó el palacio de Monserrate junto con su esposo Walter y sus hijos Richard y Hugh– en una de las placas de la muestra fotográfica que hoy puede apreciarse al visitar esta propiedad. Lo cierto es que la historia de esta obra maestra apostada en Sintra, Portugal, comenzó mucho antes que la Segunda Guerra Mundial, en la última década del siglo XVII.
Su primer propietario fue Caetano de Mello e Castro, Virrey de la India. Más tarde, en 1755, un terremoto en Lisboa hizo estragos. Pero, así y todo, el comerciante inglés Gerard de Visme decidió alquilar la quinta (así se lo conocía entonces) y mandó construir un palacete neogótico que, a su vez, subalquiló al excéntrico viajero y escritor inglés William Beckford, autor del libro Vathek. Beckford se fue y sus puertas se cerraron hasta 1846, cuando finalizó el contrato y el millonario y coleccionista de arte británico Francis Cook, la salvó del abandono al convertirse en su flamante propietario.
Un viaje sin salir de Sintra
Su gusto refinado fue la inspiración para construir este palacio que rememora Las mil y una noches, y que es una síntesis perfecta entre la estética morisca, la india y la gótica. Para descubrirlo, hay que sumergirse en el sendero de un jardín botánico diseñado por el paisajista William Stockdale. El recorrido sinuoso es la metáfora de un viaje alrededor del mundo. Cada tramo parece un retazo del paisaje de algún otro país que no sea Portugal. Caminar entre inmensos helechos arbóreos invita a sentirse en Australia para, luego, avanzar a paso lento por un jardín de rosas absolutamente british. Más tarde, el camino se sumerge entre inmensos agaves que recrean el desierto mexicano, y un estanque, donde nada sin prisa un puñado de peces koi, propone pasar un rato en Japón.
Hay que encender la imaginación para recrear a las mujeres hermosas, las orquestas en vivo y los inmensos banquetes de las fiestas que aquí se celebraban cada verano, cuando la familia Cook dejaba atrás el grisáceo cielo inglés para disfrutar del microclima de Sintra. La casa veraneo fue pensada para que, una vez dentro de ella, la naturaleza se colase a través de los inmensos ventanales y se replicara en los detalles decorativos realizados en yeso con formas de hojas, tallos, pájaros y flores.
El maravilloso salón de música es otra de las contraseñas de los alegres veranos que sucedieron en este palacio. Este era el espacio favorito de la familia para recibir a los invitados, entre los que siempre habían artistas, poetas, periodistas y personas notables, que disfrutaban de inolvidables conciertos bajo la imponente cúpula –responsable de la excelente acústica– custodiada por los bustos de Apolo, las musas y Santa Cecilia, patrona de la música.
Un refugio para artistas y aliados
Los años trajeron nuevas generaciones e invitados, hasta que llegaron los complejos tiempos de la guerra. El verano de 1936 fue la última vez que un Cook vivió en la casa y el administrador de toda la vida, William Oram, cayó enfermo. Así fue como, en marzo de 1937, Walter Kingsbury, un joven británico amigo de la familia, se mudó a Monserrate con su mujer, Ida, y con sus dos hijos, para hacerse cargo del puesto.
Para los Kingsbury, el encuentro con el palacio fue amor a primera vista, a pesar de que no hablaban portugués, de repente, se transformaron en los encargados de liderar un escuadrón de jardineros, carpinteros, porteros, sirvientas y un montón de personal que, según Ida, “consumía todo por kilos en lugar de libras”. Pero esa alegría terminó con el estallido de la Segunda Guerra Mundial. En el palacio se tejieron medias y se confeccionaron vendas para apoyar a los soldados británicos, hasta que se conoció el plan alemán de invadir Portugal. Por seguridad, Ida y sus niños fueron exiliados a Canadá, de donde regresaron en 1942. Durante su ausencia, Monserrate dio cobijo periodistas y familias que necesitaban asilo.
Finalmente, la propiedad pasó a manos del gobierno portugués y hoy es una pieza clave del Paisaje Cultural de Sintra, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. Cualquiera que visite este enclave portugués, debe reservarse un día soleado para disfrutar de un picnic o de una larga tarde en su parque que, desde 2020, forma parte de la Ruta Europea de Jardines Históricos. Un dato: la confitería es preciosa y todo lo que ofrece, exquisito.
Palacio de Monserrate T: (+35-121) 923-7300. info@parquesdesintra.pt www.parquesdesintra.pt
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