Es una de las construcciones más icónicas de Portugal. Fue monasterio, lo destruyó un terremoto y fue reconstruido en su particular estilo ecléctico a mediados del siglo XIX.
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Si hubiese que musicalizar un recorrido por Sintra, definitivamente John Paul Young sería el encargado de hacerlo con su canción Love is in the air. Romanticismo. Esa es la atmósfera que se respira en esta villa portuguesa que se explaya en 960 hectáreas a 30 minutos en auto desde Lisboa. Durante años, fue elegida por reyes y aristócratas como refugio de verano por su microclima templado y su vegetación exuberante –que combina especies autóctonas como robles, avellanos, acebos, laureles y pinos piñoneros, con otras exóticas introducidas por el rey Fernando II–. Hoy, es una escapada ideal para quienes quieren sentirse en un libro de cuentos por unos días.
Enclavado dentro del Parque Natural Sintra-Cascais, este encantador destino está regado de palacios de ensueño y jardines deslumbrantes, razón por la que se convirtió en el primer sitio europeo catalogado por la UNESCO como Paisaje Cultural, además de haber sido declarado Patrimonio de la Humanidad en 1995. Y si hay una construcción que reúne todo lo necesario para convertirse en representante del romanticismo del siglo XIX, es el Palacio da Pena, una de las Siete Maravillas de Portugal. Corona lo alto de una colina granítica. Sus muros pintados en llamativos colores son un imán para todas las miradas, al igual que su encantador estilo ecléctico y las deslumbrantes vistas que regala desde sus terrazas.
De monasterio a palacio
Cuentan que la historia de este castillo comenzó a escribirse en la Edad Media cuando, después de una aparición de la Virgen María en la cima de la colina donde hoy se encuentra el palacio, se mandó construir una capilla dedicada a Nuestra Señora de Pena. En 1493, el rey Juan II y su esposa, la reina Leonor, peregrinaron hasta allí para cumplir un voto. Su sucesor, el rey Manuel I, ordenó la construcción de un monasterio en ese sitio que fue donado a la Orden de San Jerónimo.
Durante siglos, Pena fue un lugar pequeño y tranquilo destinado a la meditación donde residían unos dieciocho monjes. Años más tarde, un rayo y, luego, el Gran Terremoto de Lisboa de 1755, lo redujeron a ruinas. Solo quedaron en pie la capilla y sus obras de mármol.
Tiempo después, Fernando II, rey consorte de la reina María II, adquirió el monasterio con la idea de restaurarlo y convertirlo en la residencia de verano de la familia real. Pero su mirada ingeniosa lo incentivó a ampliar el monasterio y transformarlo en un castillo romántico. El teniente general e ingeniero de minas Wilhelm Ludwig von Eschwege fue el encargado de hacer su sueño realidad entre 1842 y 1854, combinando detalles de influencia manuelina y morisca con otros elegidos por los reyes. Ellos procuraron que se incluyeran arcos abovedados, elementos medievales e islámicos, y diseñaron la ventana ornamentada de la fachada principal.
Mucha gente se preguntará cuál es el significado que esconden los colores. Lo cierto es que estos permiten identificar las distintas etapas constructivas. Los edificios pintados en color rosa oscuro son aquellos que correspondieron al Monasterio de Pena, mientras que el llamado “palacio nuevo” se destaca pintado de amarillo. Alrededor del palacio, un puñado de caminos sinuosos, estatuas, fuentes y estanques recorren las 85 hectáreas del parque en el cual el rey se encargó de plantar especies de árboles de todos los continentes. Hoy es el arboreto más importante de Portugal.
Tras la muerte de Fernando, el palacio pasó a manos de su segunda esposa, Elisa Hensler, condesa de Edla. Luego, fue vendido al rey Luís y, en 1889, fue comprado por el estado portugués. Después de la Revolución Republicana de 1910, fue catalogado como monumento nacional y transformado en museo. Aquí pasó su última noche Amélia de Orleans, la última reina de Portugal, antes de tener que abandonar el país tras la proclamación de la república.
Quienes tengan la suerte de visitar este enclave portugués deben destinarle, por lo menos, dos o tres horas para poder disfrutar tanto de la magnífica construcción como de una caminata por los exuberantes jardines. Y, seguramente, al terminar la visita se sientan como el compositor Richard Strauss quien, al concluir el recorrido, escribió: “Hoy es el día más feliz de mi vida. Es la cosa más hermosa que he visto. Este es el verdadero Jardín de Klingsor, y allí, en lo alto, está el Castillo del Santo Grial”.
Palacio da Pena. Estrada da Pena, 2710-609 Sintra, Portugal. T: +351 21 923 7300. www.parquesdesintra.pt
La mejor manera de llegar es en tuk-tuk porque el camino está cerrado al tránsito algunos kilómetros antes de descubrir el palacio. Además, al estar en lo alto de una colina, la caminata puede ser ardua, sobre todo en verano. Procure visitar Sintra durante el verano europeo. Las temperaturas son agradables (refresca por la noche) y es más seco que durante el invierno. Todos los días, de 10 a 18 (consulte la actualización de los horarios en el sitio web).
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