Tornquist, San Andrés de la Sierra, Villa Serrana La Gruta, Villa Ventana, Sierra de la Ventana y Saldungaray reúnen paisajes increíbles, buena gastronomía y aventura.
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Empiezo agachada, por algo chiquito: un cebollino silvestre que se asoma por la grieta del roquedal antiguo, como diciendo acá estoy, existo. Tomo entre los dedos la hoja lacia y caen dos gotas gordas que ya son agua. Todavía no sé la teoría de la esponja, me la contarán después. Por ahora veo los tesoros del suelo, las expresiones mínimas de la tierra.
–En un cuadradito de dos por dos hay más de 10 especies de plantas: brusquillas, mimosas, helechos, dos o tres gramíneas, vinagrillos, líquenes, musgos y cebollinos, que los peludos excavan para desenterrar y comer la cebollita –dice Damián Ganime, guía del Parque Provincial Ernesto Tornquist, un área protegida de casi 7.000 hectáreas en la Comarca de las Sierras. Zona dominada por elevaciones repentinas que quiebran una provincia plana como Buenos Aires. Es un popurrí de sierras de 180 kilómetros de largo por 60 de ancho, atravesadas por distintas eras geológicas, añade Damián, y más tarde mostrará en un mapa las tres formaciones: Pillahuinco, en el este; Ventana, en el centro, y Curamalal, al oeste.
Me gusta empezar agachada porque así es la vegetación nativa: achaparrada. Ser bajas, como el llantén, la marcela, la falsa carda, las ayuda a resistir los ventarrones de película que circulan por acá. Desde abajo, medio parapetada, veo mejor la calandria sobre la punta de una laja.
La vegetación también es flexible, como los pastizales amarillos que se doblan con el viento que suena, casi siempre suena.
–El señor V, le decimos acá; no lo nombramos a ver si viene.
Cuando me incorporo aparecen las cortaderas o colas de zorro, que son un poco más altas, y todavía más, los pinos y álamos de cuando este mismo lugar era un coto de caza de ciervos y jabalíes.
En el sendero Claro Oscuro se aprecia la diferencia: el campo abierto, con vegetación petisa y arbustiva propia de las sierras, representa lo claro. Lo oscuro y húmedo, los pinos que trajeron los inmigrantes europeos para embellecer los puestos, cubrirlos, protegerlos del señor V y, quizás, recordar sus pagos.
–Son bonitos y te dan sombra, pero las plantas de acá no están acostumbradas a la sombra y pierden su hábitat.
Eso le pasa a la Grindelia ventanensis o margarita de la cumbre, endémica de las sierras. Pasan otras cosas asociadas a lo exótico, y casi siempre son negativas. En las sierras suelen darse fuegos naturales, cortos, que atraviesan un lugar y siguen. Pero las exóticas cambiaron la dinámica del fuego: ahora las llamas se quedan, arden los pinos; el fuego dura más.
Por otro lado, llueve poco en las sierras, y acá viene la teoría de la esponja: las gotas que caen, como esas dos del cebollino, se filtran y entran en el suelo por capilaridad. El pastizal funciona como una esponja que absorbe agua y la acumula por las gotitas que se van liberando y caen de a poco y se filtran en la tierra y nutren los arroyitos tributarios del río Sauce Grande que, después de más de 100 kilómetros de meandros –y de abastecer de agua potable a Bahía Blanca– desemboca en el dique Paso las Piedras.
–Lo que hagamos mal a lo largo de la cuenca afectará la calidad y disponibilidad de agua, desde la introducción de plantas exóticas hasta la aplicación de agroquímicos en los campos productivos. Son desafíos que tenemos como sociedad –agregará más tarde, en el Centro de Visitantes, Rubén González, guía del parque desde 1997.
Seguimos caminando y aparecen en el territorio las consecuencias de las decisiones y acciones del pasado. Como los 700 caballos cimarrones que constituyen una “invasión biológica” que hoy estudia el biólogo Franco Bostal para su doctorado en la Universidad Nacional del Sur. En los primeros años de la década del 40 Emilio Solanet donó una pequeña población de caballos criollos para trabajar en el parque. Con el tiempo, los caballos escaparon al control de las personas y se volvieron cimarrones. La inundación brutal de 1944 –300 milímetros en 48 horas– destruyó los alambrados y se asalvajaron del todo. Mientras los científicos se preguntan qué hacer (¿relocalizarlos? ¿controlar la fecundidad? ¿no hacer nada?), los baguales conviven con los guanacos, que son nativos; pisotean y comen el pastizal, por lo que se convierten en un problema de conservación (según el último censo, hay 35 caballos por kilómetro cuadrado).
Los veo galopar libres con la cola larguísima y las crines al viento por el pastizal pampeano y surge una palabra que atraviesa este viaje como si fuera un faro, un lugar hacia donde ir: restaurar.
Algo así como caminar para atrás. Restaurar el paisaje, la comida, el tiempo libre. Restaurar, incluso, la vida: la comarca está llena de gente que vino en busca de un cambio, de aire serrano para aliviar el cotidiano nervioso de la ciudad. Como Bea Claverie y Adolfo Díaz, de la hostería La Península; Daniel Alves y Graciela Ávalos, de la Casa de té Dandeleon; Pepe Soza y Macarena Suldais, de Obrador al paso; Ezequiel Luraschi y Ludmila Slomianski, de Restauración OM, entre tantas otras personas que conoceré en estos días.
“Área en recuperación”, se lee en varios sectores del parque, y quiere decir que en ese lugar crecen, está creciendo, las nativas. En el Jardín Botánico Pillahuinco, que se puede visitar por la entrada de la base del cerro Bahía Blanca, se siembran las plantas que se ven en las caminatas: para conocerlas, reconocerlas, cuidarlas, restaurarlas.
Recuerdos de un gigante
La Comarca de las Sierras está formada por varias localidades unidas por las rutas provinciales 76 y 72 (las dos con baches y sin marcar): Tornquist, San Andrés de la Sierra, Villa Serrana La Gruta, Villa Ventana, Sierra de la Ventana y Saldungaray.
Tornquist es el nombre del distrito. Hay Tornquist ciudad y Tornquist parque y Tornquist plaza y escuela. El apellido aparece aquí y allá en toda la comarca.
En la estatua de mármol de la plaza de la ciudad que lleva su nombre (llamó a Carlos Thays para que la parquizara; la municipalidad futurista de Salamone llegó décadas más tarde), Ernesto Tornquist está sentado en un sillón de respaldo curvo. Parece cómodo, en calma. Sin embargo, después de conocer algunos párrafos de su vida es difícil imaginarlo sentado, y mucho menos tranquilo.
El empresario de origen sueco alemán, fundador del partido, de la ciudad que surgió como colonia agrícola poblada con alemanes del Volga, y del banco, vivió entre 1842 y 1908. Época de la Conquista del Desierto, de fronteras frágiles y fortines. Se casó con su sobrina Rosa Altgelt y tuvo 10 hijos. Exportó lanas, cuero y cereales; tuvo una empresa pesquera que cazaba ballenas en las Georgias del Sur; fue dueño de un holding de más de 20 compañías y, en Buenos Aires, mandó a construir la residencia que hoy es sede de la Embajada de Alemania, el golf de Palermo y el Plaza Hotel. También el Bristol de Mar del Plata y otro hotel, que ya no existe y se lo recuerda glorioso: el ex Club Hotel Sierra de la Ventana. De 136 habitaciones estilo belle époque, con un gran hall de recepción, restaurante, escalinatas de mármol de Carrara, salón de fiestas, confitería, salones de descanso y lectura, solárium, una capilla, cancha de golf, canchas de tenis y tres salas de casino. Eran tiempos de estadías prolongadas, de viajes con baúles, nannies y sombreros.
Las RP 76 y RP 72 son las principales rutas de la comarca. Están en estado bastante precario.
La compañía del Ferrocarril del Sud desarrolla este proyecto enorme en tierras del senador Manuel Lainez, tío de Manucho, con piedra de las sierras y ladrillos que vende Ernesto Tornquist de una fábrica de ladrillos que había comprado en un viaje a Checoslovaquia.
El Club Hotel Sierra de la Ventana (CHSV) se inauguró el 11 de noviembre de 1911, a las 11. Desde la estación Sierra de la Ventana, que en aquel tiempo se llamaba Sauce Grande, se llegaba por un tren de trocha angosta que recorría los 12 kilómetros hasta el hotel.
El 11/11/11 era un día de sol y en el banquete inaugural, al que asistieron 1.200 personas, se sirvió abanico de jamón a la María Antonieta, langosta a la parisiense y canapés de caviar, entre más de 30 platos. La publicidad lo anunciaba como “residencia veraniega de montaña a una noche de Buenos Aires”.
Los huéspedes caminarían entre avellanos, castaños, perales y membrillos: el parque tenía 50 hectáreas de frutales. Todo estaba pensado y calculado. Salvo la Gran Guerra y la prohibición, en 1917, durante el gobierno de Yrigoyen, de los juegos de azar. El hotel resistió un tiempo funcionando a pérdida hasta que, en 1920, se bajó el telón del esplendor y comenzó la decadencia, que fue larga y diversa.
En el Museo Sendero de los Recuerdos, al final de la calle Las Piedras, cuando Villa Ventana se hace sierras, Mercedes Willich atesora, en una de las tres salas de su museo, objetos, mobiliario y todo lo que pudo recuperar del ex Club Hotel en un trabajo de detective que busca y busca hasta que pesca y no suelta. Hay una pala antigua con el cabo de una pieza, espejos biselados y dos sillones reclinables tapizados en pana roja original. Los muebles se encontraron en mal estado y fueron completamente restaurados por Hugo Martorana. Hay palanganas de noche y salivaderas. En una vitrina se ve la loza de cafetería con las iniciales grabadas CHSV. Como buena maestra que fue, Mercedes expone la historia en cartulinas y la teatraliza para los visitantes.
–Vino una mujer y se quedó mirando la vitrina con el juego de café y dijo: “¡Qué hermoso! ¡Yo tengo la azucarera de este juego!”. Mis ojos bailaban y le pregunté si no la quería traer al museo y ella respondió que no. “A mí me gusta mi azucarera”, dijo.
Al cerrar, el hotel se embarcó en un derrotero incierto, y las cosas que había adentro partieron en viajes no registrados: la casa de la dueña de la azucarera, una estancia, algún despacho de una repartición municipal.
Proyectos nuevos
El último gran hotel de la comarca se inauguró hace menos de un año: Los Alerces Resort & Spa, entre Tornquist y Sierra de la Ventana, en un pueblo joven y por ahora mínimo (600 habitantes) que se llama San Andrés de la Sierra, justo frente a Villa Serrana La Gruta, donde está el santuario de la virgen de Fátima. Son 19 casas amplias y muy bien equipadas, rodeadas de sierras y un parque con más de 4.000 árboles recién plantados, spa con dos piletas, canchas de tenis, pádel, minigolf y el restaurante Sierra Grill. En 2025 comenzará la construcción del hotel cinco estrellas de 40 habitaciones que formará parte del resort.
Muy cerca, la finca Ocho Cerros es otro proyecto que contempla un hotel boutique con restaurante entre viñedos y olivares. Dicen que los avances en la transformación de la RP 33 en la autopista Bahía Blanca-Tornquist está moviendo el mercado inmobiliario, por eso los loteos y la inversión. Eso sumado a que la comarca es una escapada perfecta para el turismo de Buenos Aires, y no sólo de la Capital Federal. Durante los días que estoy acá cruzo visitantes de Bahía Blanca, Punta Alta, Tres Arroyos, Trenque Lauquen y Luján.
Pasando Villa Ventana, camino a Sierra de la Ventana, hay un glamping de 12 domos a orillas del río Sauce Grande, de estructura sólida –pasé una tormenta torrencial– y un interior amplio con detalles boutique.
Ya en Sierra de la Ventana “se está loteando todo”, dicen los vecinos que consulto. El loteo más nombrado es Jardines del Pillahuinco, más allá de Villa Arcadia, el pueblito antiguo pegado a Sierra que pertenece al partido de Coronel Suárez. Se puede llegar en auto hasta el mirador del Pillahuinco para ver cómo empiezan a asomar las casas en las sierras, cerca de la vieja vía del tren. Antes o después, vale pasar por Obrador al paso, un despacho de café y pan que podría estar en el microcentro porteño, pero José Luis Sosa y Macarena Suldais cambiaron la ciudad por el campo, y lo abrieron en Villa Arcadia, una localidad de 500 habitantes.
–Estábamos entre Colón y Sierra de la Ventana, y como tengo una hermana acá, probamos primero acá y nos gustó –cuenta Macarena, que trabajó en Güerrín y todavía tiene la energía de la gran ciudad.
–El día que abrimos vino todo el pueblo; hoy muchos son clientes y si tienen cabañas les recomiendan el lugar a sus huéspedes.
En el rato que conversamos para un auto, y otro y otro. Eligen, pagan y se van rápido, como impacientes por comer las medialunas que compraron.
Ezequiel Luraschi y Ludmila Slomianski llegaron del gran Buenos Aires a Villa Ventana antes de la pandemia. Ella es profesora de yoga y él hace pan. Les gusta salir a caminar por el pueblo arbolado y alto, con 350 y 400 metros, el más alto de la provincia de Buenos Aires.
–Somos recolectores: juntamos hongos de pino, castañas, lo que encontremos –dice Ludmila.
En la mesa de trabajo veo el libro Los 7 cereales, del médico alemán Udo Renzenbrink, que estudió y escribió sobre el sentido profundo de la alimentación. El pan de Ezequiel es de masa madre, con un extra: los cereales que usa son lo menos modificados posible (hace poco le trajeron de Italia granos de trigo antiguo) y los muele él mismo. También prueba con centeno y espelta. Mientras habla de biodinámica mete la mano en un saco de harina de tela de algodón y saca un puñado: a simple vista, rústico, con aroma, nada refinado. Está volviendo a los cajones de madera para guardar la masa en lugar de hacerlo en recipientes plásticos, que requieren lavado con agua y jabón. En el límite de la villa, ahí nomás de las sierras, construyeron su casa. Tienen un vivero y un sótano de fermentos y conservas de rabanito, limón, tomate, puerros. Por ahora él vende su pan en la villa, pero pronto habrá novedades: un restaurante con la mejor vista de Villa Ventana. Harán tapeo saludable con espíritu de Italia, donde él estudió cocina. Habrá vegetales orgánicos y vinos “libres”, de Santé Vins, de Martín Abenel, el alquimista de Punta Alta. El plan es abrir a fin de año.
Olivares y lavanda
Aunque esta nota no pertenece a la sección de Economía & Negocios, en la comarca abundan los emprendedores que, en algunos casos, modifican y embellecen el paisaje. Y están orgullosos y lo quieren mostrar y contar. Como Yanina Torres, una joven tornquistense que tenía ganas de hacer “algo turístico”, pero no sabía bien qué. Hija del mecánico del pueblo y de la maestra jardinera, creía que estaba todo dado para construir cabañas de alquiler en un terreno del padre sobre la ruta de la comarca. Pero ella buscaba otra cosa, algo distinto, una idea para su tesis y para su futuro.
–Participé en un congreso de turismo en Puan y ahí tuve mi momento eureka. Se me ocurrió plantar olivos para hacer aceite virgen extra. Esa fue mi tesis: ver si era factible cultivar olivos en la zona.
No es de familia de campo ni había consumido aceite de oliva (nunca), pero había tomado una decisión. Se asoció con los inversores, sus padres (tuvo que convencerlos), y plantaron, en 2016, 2.200 plantas que compraron en Coronel Dorrego –la zona de olivares de la provincia– y provenían de San Juan. Varietal: arbequina.
–La que mejor se adapta a la zona porque resiste hasta siete bajo cero y acá podemos tener cinco.
Pasaron años bravos, “trágicos”, dice ella. Quiso dejar todo. Habrá llorado de impotencia cuando vio que entre libres y hormigas se habían comido los brotes y las plantas no se veían.
–Todavía no sabía que el olivo es una planta noble y, un día, las plantas habían rebrotado, y seguí mi sueño.
La primera cosecha fue en 2021: 70 litros. El olivo bonaerense se cosecha en Semana Santa; la planta se peina y las aceitunas caen a una malla especial y de ahí se juntan a mano y se depositan en cajones de 20 kilos. Después las mandan a prensar. Lo que arrancó como una tesis se convirtió en su pasión y en el primer olivar de la comarca.
–Mi papá mantiene el pasto cortadito para que no compita con los olivos. Y con mi mamá hicimos un curso de sommelier en Mendoza y nos recibimos las dos.
Conversamos en el domo que instaló como punto de reunión para la visita guiada, cata y venta de aceites. Ya recorrimos el olivar, que se ve sano y prolijo. Hacemos una cata guiada de su aceite de oliva virgen extra (AOVE): la fase olfativa, el gusto y retrogusto apenas picoso, la textura untuosa, la armonía final.
Yanina Torres y Léony Staudt no se conocen formalmente, pero si conversaran descubrirían que tienen mucho en común. Por empezar, el amor por cultivos resistentes al clima serrano. Léony y su marido Bertrand Laxague tienen 30 hectáreas de lavanda vera (Lavandula angustifolia) certificada orgánica en la estancia El Pantanoso, un establecimiento de más de 5.000 hectáreas. Antiguamente era un campo de 8.000 ovejas donde llegaron a trabajar 100 personas: había herrería, escuela, ¡calabozo! y una matera con mesa larga y chimenea enorme. Los tiempos cambiaron y hoy se usa para recibir visitantes, invitarlos un té y ofrecerles aceites esenciales de lavanda, tomillo, romero y lavandín, un híbrido natural de la lavanda con color y perfume intenso, parecido al alcanfor. Darío Cisneros, que trabaja hace dos décadas en El Pantanoso, acompaña en el recorrido por los lotes donde justamente esta mañana están plantando a nano esquejes de lavanda. El cultivo de Lavandas de las Sierras es el más grande del país. Hasta ahora exportaban la flor a Europa y Estados Unidos, pero desde que compraron el nuevo destilador producen directamente el aceite esencial. Dicen que, en noviembre, cuando florece, el campo es una maravilla. Que dan ganas de bailar entre los surcos. Desde el cerro más alto de la estancia veo las matas de plantas y las imagino lilas.
Restauración en sentido amplio
Bea Claverie y Adolfo Díaz hace ya 13 años que restauraron –otra vez ese verbo, en este caso literal– la antigua hostería La Península, la primera construcción de Villa Ventana en terrenos que los fundadores, los hermanos Salvador y Ramón Salerno, le vendieron en 1942 a Rodolfo Schulte. Cuando las calles todavía no tenían nombres de aves, cuando ni siquiera había calles.
Evocar la historia de la hostería lleva nuevamente al ex Club Hotel, al ocaso lento de aquel gigante. Después de varios años cerrado, lo compró el Estado provincial. En 1942, tras la batalla del Río de la Plata (1939), las autoridades argentinas alojaron en el hotel durante dos años a 350 marinos del buque alemán Graf Spee.
En ese tiempo, otro alemán, Otto Bemberg, cultivaba lúpulo para su cervecería en la vecina estancia Las Vertientes. Y en el campo trabajaban peones alemanes.
–Los alemanes del Graf Spee se escapaban del hotel y venían a la hostería a tomar birra, a cantar y a encontrarse con otros alemanes –dice Adolfo Díaz mientras miramos las fotos en blanco y negro del salón.
Al tirar del hilo de la historia aparece, otra vez, Mercedes Willich, la restauradora de la memoria. Una de las cartulinas de su museo está dedicada a los alemanes del Graf Spee. Leo recortes de diarios y revistas con citas de los marineros donde cuentan sobre el abandono del hotel y el trabajo que tuvieron para volver a ponerlo en funcionamiento. “Se conservaba la vajilla de plata, las porcelanas de Sèvres, Limoges y Sheffield”, señala uno de ellos.
–Hace un tiempo llegó al museo una lápida de uno de los marineros que murió en esta zona. La mayoría volvió, pero no todos.
No muy lejos de la cartulina del Graf Spee está la del incendio de 1983, que dejó el hotel en ruinas, parecido a como se ve hoy, posiblemente no tan saqueado. Mercedes, el guía Pablo Parotti y tantos vecinos de Villa Ventana trabajan para que se lo declare patrimonio, para protegerlo. Para restaurar.
Antes de irme de las sierras subo el cerro Bahía Blanca, de 750 metros. La caminata es suave; se sortea el desnivel de a poco, breves escaleras de roca. Vuelven a aparecer los caballos de crines largas, las matas de llantén y las grindelias. Ya no me agacho porque las conozco. Las saludo al paso, como reconociéndolas. Es sábado y, a pesar del frío, hay otros visitantes, solos y en grupo. El señor V está desatado, no conoce la piedad. Sacude las ramas del eucaliptus, empuja los baguales y le vuela el sombrero a una nena.
–¡Eh! ¡Arriba los abrazos! ¿No hay elevador? Jaja –le grita un caminante al amigo que se cansó y las carcajadas repican en el campo abierto.
En la cima, me paro en una roca grande para ver las sierras blancas por la nevisca de anoche y los campos productivos de los alrededores. Quiero disfrutar de la altura, descubrir cada cerro, pero en un rafagón inesperado el señor V me baja y, sin planearlo, termino como empecé: agachada frente al paisaje. En actitud de reverencia, respeto profundo.
Datos útiles
Villa Ventana
Paseos y excursiones
- Parque Provincial Ernesto Tornquist. El parque tiene dos entradas, muy cerca una de otra: 1) Base del cerro Bahía Blanca, 2) Base del cerro Ventana. Atención: cada sendero tiene un cupo permitido y un horario límite de ingreso. Es por orden de llegada, por eso en temporada alta o fines de semana largo, mejor ir temprano. El trekking al cerro Ventana, dura unas seis horas, se hace únicamente con guía y cuesta $7.500. La capacidad permitida es de 320 personas por día. Si el tiempo está húmedo los circuitos de esa entrada, que recibe menos sol, suelen estar cerrados. El Jardín Botánico Pillahuinco se puede visitar los fines de semana; el acceso es por la entrada del Bahía Blanca. En esa misma entrada hay senderos autoguiados como el Claro Oscuro y la subida al cerro Bahía Blanca (750 m). Están preparando un nuevo circuito: Pircas. Durará una hora y media atravesando el pastizal hasta un sector de pircas y terminará en un sitio arqueológico. Será guiado. Jueves a lunes, de 9 a 17. $1.000. RP 76, km 222 y 226. T: (+ 291) 491-0039.
- Mirador del Cashuatí. El ingreso es por la ruta frente al estacionamiento para ver el hueco del cerro Ventana. La subida es empinada, pero corta y con vistas abiertas. Gratis.
- Sendero Belisario. Recorrido autoguiado y en terreno plano, a la vera del arroyo Belisario. Dura unos 30 minutos y se puede hacer en ambos sentidos, desde la entrada al Ex Club Hotel o desde la entrada a Villa Ventana (está señalizado). Gratis.
- Ruinas del Ex Club Hotel de la Ventana. El atractivo más destacado de Villa Ventana. Pablo Parotti, de Sierra Ventana Turismo (291 422-8460), la conoce muy bien y hace el recorrido en unas dos horas por $7.000. También es posible conocer estas ruinas en bicicleta con Uri Tolrá (11 2237-6193). Se pedalean unos 20 minutos desde el centro del pueblo y, luego se recorre el hotel a pie, y se vuelve en bici. Uri también alquila bicicletas para recorrer las calles de la villa.
- Sendero Museo de los Recuerdos. Al final de la calle Las Piedras, al pie del cordón Ventana. Vale la pena llegar hasta el museo y recorrer las tres salas con la excelente guía de Mercedes Willich. Hasta noviembre: sábados, domingo y fines de semana largos, de 17 a 20. $2.500.
- Olivares de las Sierras. Yanina Torres ofrece un circuito guiado por sus olivares y su propia historia. Desde la ruta se ve el domo donde vende su pequeña producción. Sábados, domingos y feriados, de 14.30 a 18.30. Visita con cata: $2.500. RP 76 Km 23,5. T: (+ 291) 576 7 7135.
- Lavandas de las Sierras. Circuito aromático por campos de lavandas, romero y tomillo. El circuito dura dos horas. $9.800. Para ver las flores, hay que ir a partir de noviembre. Venden aceites esenciales ($15.000). La estancia tiene dos casas de alquiler con capacidad para cuatro personas. $75.000 por día. RP 76, a 23 km de Sierra de la Ventana. T: (11) 6705-1742 y (11) 4147-2460.
Sierra de la Ventana
Paseos y excursiones
- Mtbike cicloturismo. Diego Pizzo organiza salidas guiadas en bicicleta. Entre otros circuitos, hace un recorrido dentro de la estancia La Josefina, entre Sierra de la Ventana y Saldungaray. Dura alrededor de cuatro horas y es de dificultad moderada-alta. El circuito recorre senderos, pasa por pircas, menhires, y vistas del dique Paso Piedras. $18.500. Incluye: el guiado, bici, el casco, una infusión y una torta casera. San Martín 648. T: (11) 3348-9897. FB: Mtbike Cicloturismo
- Juanjo Navarro. Organiza excursiones en 4x4, circuitos de trekking, escalada y rapel, y bici de montaña. También tiene una tienda bien surtida de ropa de montaña. El circuito en 4x4 a Lavandas de las Sierras, de unas tres horas de duración cuesta $39.900. San Martín 699. T: (+ 291) 507-0319.
- Yantén Excursiones. Javier Girou organiza travesías por las sierras. En la salida a las Paredes Rosas, en la Reserva Privada Sierras Grandes, que parte a las 10 y dura hasta las 17, se recorren 7 km en unas cuatro horas de caminata de dificultad media. $14.500 (incluye el guía, la entrada a la reserva y el seguro). También hace salidas más largas al cerro Tres Picos. T: (291) 516-2653.
- Tierra Ventana. El cielo de Sierra de la Ventana es ideal para hacer astroturismo. Javier Gómez es guía de una excursión de astroturismo y propietario del planetario de Sierra de la Ventana. La mística del cielo oscuro, las estrellas y las constelaciones son parte de la astrotravesía nocturna que propone. El paseo arranca al atardecer en un Land Rover que trepa las sierras de un campo privado hasta el mirador del Ventana, a 296 msnm. Apasionado por las estrellas, Javier busca la constelación de Escorpio en su app estelar, y la vemos primero ahí, después la señala con el puntero láser y unimos las estrellas con la vista. Y ahí está, inofensivo y hermoso, el escorpión galáctico. Después vemos Antares con el telescopio y las conversaciones se disparan al infinito: hablamos de millones de años luz, espacio sideral, polvo de estrellas y pellet de plutonio. Travesía de luz en plena noche. De 18.30 a 21, desde $25.000. Por las mañanas también organiza visitas al ex Club Hotel. T: (291) 509-4696.
Tornquist
Paseos y excursiones
- La plaza de Tornquist. Frente a la municipalidad moderna de Salamone, la plaza clásica y elegante que proyectó Carlos Thays, en 1905. De grandes dimensiones (cuatro manzanas) y arbolada a su estilo, frondosa y exótica. Se ven acacias, araucarias, palmeras, eucaliptus y pinos del Mediterráneo. Hay dos fuentes importadas de Francia y el monumento a Tornquist. En el centro de la plaza, la iglesia neogótica de Santa Rosa de Lima, construida con piedra de estas sierras. Antiguamente se accedía en carruaje hasta el atrio. El lago artificial con islotes vino después, y los puentes de madera, en los años 90. Ideal para caminar y ver cómo la obra de Salamone sobresale entre las copas de los árboles. Las luminarias, el mástil y los bancos (los que quedan) pertenecen a Salamone, que intervino en la plaza en 1937. Enfrente de la plaza, el precioso Teatro Funke, que también fue cine y hoy tiene agenda de shows.
- Tres Picos. Con 1.239 metros de altura, es el cerro más alto de la provincia. Para llegar se caminan 18,5 kilómetros, de ida y vuelta; son entre ocho y diez horas, y 900 metros de desnivel. El nivel de esfuerzo del trekking es alto y sostenido. Se puede caminar en el día o dormir en Cueva de los Guanacos (son tres kilómetros más) y bajar al día siguiente. Se parte desde la estancia Funke, a 10 kilómetros de Tornquist, y se puede realizar sólo de jueves a domingo. Es necesario reservar previamente y registrarse vía mail. Si hay disponibilidad, los coordinadores, enviarán por correo la confirmación y toda la información necesaria para subir. El ascenso al Tres Picos cuesta $6.000 en el día y $7.000 con pernocte arriba. Otras opciones desde la misma base: el cerro Napostá (1.100 m), 15 kilómetros de ida y vuelta, la Olla del Napostá, una caminata más suave y corta, apta para chicos: 3,5 kilómetros y 150 metros de desnivel.
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