En plena mata atlántica, es una zona de reservas naturales y privadas que reúnen caminantes de todo el mundo.
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“Cuando yo era chico, en casa nos preparaban bolinho de chuva y así nos mantenían adentro cuando llovía”, comenta José Milton de Magalhães Serafim, mentor de MW Trekking y anfitrión en la posada Recanto da Floresta, que queda en São José do Barreiro, a pasitos del Parque Nacional Serra da Bocaina. Tras darnos la bienvenida, José se refiere a las cosas ricas que preparó Susana, la cocinera del lugar. Hay, entre otras cosas, cerdo, arroz, feijão (porotos negros), farofa, tarta de cabutia, ensaladas varias, queso de Minas y mousse de maracuyá.
Profesor de educación física y especialista en trekking, José se hizo budista y algo de eso se transmite en su trato. Chistoso y amable, se esfuerza por colar palabras en castellano y que nos entendamos. Tiene una ladera de lujo, Andréa Rocha Alves, su esposa hace cuatro años y socia en la compañía de trekking. “Nos gusta mostrar estos lugares que poca gente conoce”, coinciden.
José Milton arrancó con las caminatas en 1993, apoyado por su padre, que murió en 2011. Hace seis que Andréa llegó a su vida. Trabajaba en tecnología en la multinacional de neumáticos Michelin cuando se separó de su primer esposo y quiso retomar aquello que le gustaba: caminar. Entonces se animó a un trekking en esta serra tan agreste como accesible. La cautivó la actividad, pero también José Milton. Tanto como para dejar su casa y su trabajo en Río de Janeiro e instalarse a tiempo completo en este complejo de 15 plazas que recibe turistas buena parte del año.
El primer día de trekking arranca a las 8 de la mañana, cuando nos subimos a la camioneta para hacer tres kilómetros hasta la entrada al parque. Nuestro alojamiento está fuera de él, en una zona de reserva. Con una caña de bambú seca que hace de bastón de trekking (fundamental para todo caminante), José Milton dibuja en el suelo nuestra ubicación geográfica. Dice que cerca está la Serra do Mar; que hay otra sierra, la Serra da Mantiqueira, más grande y alta que veremos al día siguiente; y que nosotros estamos en la Serra da Bocaina, Parque Nacional creado en 1971, con 110.000 hectáreas y siete municipios.
Tras ponernos en tema, avanzamos por el camino principal del parque hasta tomar la trilha do Ouro, que fue sendero alternativo al camino del oro “oficial” que llegaba de Ouro Preto a Paraty. Zé –así le dicen– lidera la fila y Andréa cierra el grupo. La mata atlántica es profusa en araucarias, samambaias (helechos), bromelias y palmeras que se suceden a nuestro paso, por sólo nombrar algunos de los cientos de miles de especies. Quedan también eucaliptus y pinos implantados en otro tiempo, que de a poco van extrayendo. Pasadas las 11 de la mañana, tras nueve kilómetros a pie, llegamos a la cachoeira do Bonito. El agua que cae viene del río Mambucaba, al igual que en las otras dos cascadas que tenemos planeado visitar hoy. Está fría, pero el sol es radiante. Nos bañamos, comemos una manzana, algo de pan, queso y disfrutamos del magnetismo de observar el agua, ahí donde la naturaleza es pura fuerza.
Subimos (porque para llegar a cada una de las cascadas hay que bajar) y, mientras emprendemos la vuelta en dirección al siguiente salto de agua, vemos el sendero que marcan los chanchos salvajes para comer los piñones de las araucarias. Y, más adelante, las marcas que hace el puma donde orina. Entonces, hablando de necesidades, José Milton nos cuenta una contraseña que usa en sus trekkings. Cuando uno quiere hacer “lo primero” debe avisar: “Voy a sacar una foto de una bromelia”. “Voy a sacar una foto de larga exposición” es la frase para quienes quieren hacer “lo segundo”. Así, el grupo sabrá que tal vez tenga que esperarlo un poco más.
Cuando llegamos a la cachoeira das Posses tampoco hay nadie, a pesar de que los fines de semana suele convocar mucho público. Aquí, el baño viene acompañado de un spray maravilloso que desprende la cascada y vuelve aún más agradable el rato de contemplación. Nadie nos apura. Un tramo más de caminata, que puede ser conversada, pero también tiene largos ratos de cómodo silencio, y llegamos a la última de nuestras cachoeiras, la de Santo Isidro.
Tras andar 18 kilómetros a pie, resulta un lujo darme una ducha caliente y ponerme ropa limpia cuando volvemos a la posada. Entonces surge un dilema. Son las 17.30 y la comida –con las delicias abundantes de Susana– está lista para que nos sirvamos a medida que vamos llegando. “¿Cómo hago para comer tan temprano?”, pienso, regida por mis esquemas mentales. Tomé un buen desayuno, comí algo al mediodía y recién a las 10 de la noche –como muy temprano– calculo estar durmiendo. “Si como ahora, como hacen José Milton y Andréa, voy a tener hambre antes de dormir”, me digo. Entonces, busco a Jade para ver qué va a hacer ella y me la encuentro con la cuchara en el feijão, ajena a todo conflicto, conectada con su cuerpo, que necesita reponer energías, y regida por el sol –que acá desaparece a las 18.30– más que por el reloj.
Entonces me propongo esperar al ocaso y aprovecho para hacer algunas preguntas, algo que me sale bastante mejor que salirme de las estructuras. “São José do Barreiro fue fundada en 1790 por un grupo de amigos de Pouso Alto, Minas Gerais. La Corona portuguesa les había dado tierras para hacer café. Entre ellos estaba mi bisabuelo y dos tíos bisabuelos del lado de mi mamá”, me cuenta José Milton cuando le pregunto por el pueblo donde creció y donde él ejerció varios cargos: concejal, presidente de cámara, secretario de turismo, vice-prefeito dos veces y prefeito (intendente) de 2011 a 2016. “Pero lo que me gusta es ser guía”, asegura mientras vuelve a su historia familiar. “Se hicieron muy ricos, hasta el quiebre de la Bolsa de Nueva York, en 1929. Entonces los caficultores de todo Brasil perdieron sus fazendas. Los hermanos de mi bisabuelo se fueron a Río de Janeiro, pero él, que además era juez, se quedó. Mi abuelo, que había estudiado Abogacía en Francia y trabajaba como fiscal, volvió a la ciudad cuando mi bisabuelo se jubiló. Entonces compró esta propiedad de 86 hectáreas que hoy está dividida entre mi mamá y sus tres hermanos. Pero hay más, porque en la década del 40, mi padre llegó con su familia, que era del sur de Minas Gerais. Ellos compraron fazendas y se hicieron ricos. Entonces la sociedad estaba dividida entre los caficultores o barones del café, que estaban empobrecidos, pero tenían educación, prestigio y tradiciones, y los fazendeiros, que hacían mucho dinero, pero no tenían cultura ni renombre. ¡Imaginate lo que fue cuando mi abuelo –fiscal del pueblo, educado en Europa gracias al café– se enteró de que su hija salía con mi papá, un fazendeiro!”, ríe José Milton. Charla va, charla viene, se hacen las 7 de la tarde y me sirvo, liberada, la comida.
Un paso a la vez
La primera jornada de trekking fue exigente, pero, dicen, la segunda será más fuerte, aunque también más corta. El día anterior anduvimos mucho, pero no tuvimos ascensos pronunciados. Hoy nuestro objetivo es el pico da Bacia, a 2.030 metros de altura sobre el nivel del mar. Esta vez salimos caminando desde la posada, para subir por sectores de la Serra da Bocaina que la rodean y están protegidos, pero fuera del Parque Nacional. Un jacú, que es una especie de pavo silvestre muy negro y manso, nos despide a las 9 de la mañana. Avanzamos por la mata, bordeando un riacho, y de pronto una rama impide un paso. Acostumbrado a los desafíos de este monte que lo vio crecer, José Milton saca el machete que siempre lleva en la mochila y abre camino. El desnivel es leve, pero en sostenido ascenso, siempre entre la selva. Cuando llegamos a una cascada, cargamos agua y aprovechamos para “sacarle una foto a una bromelia”. Entonces Zé comenta que se viene una hora de subida exigente. Con ritmo, parando cada tanto para respirar y tomar agua, los cuatro avanzamos sin mayores complicaciones. Estoy cansada, pero oxigenada. De pronto cambia el escenario. Atrás queda el bosque y aparecen los pastos duros y la piedra, propios del campo de altitude. Ya casi no hay árboles y el terreno luce color maíz. La senda se ve fácil mientras seguimos subiendo, ya sin tanto desnivel. Entramos de nuevo a un último tramo de selva y ahí está nuestro objetivo. Una roca oficia formalmente de pico, el segundo más alto de la Serra da Bocaina. La trepamos y la vista tiene muchas más dimensiones que la foto que cuelga del living de la posada. Hay valle, montaña y sierra para todos lados, a lo lejos y más abajo. Es el valle de Paraíba, el río Paraíba do Sul y la ciudad de São José do Barreiro. También la Serra da Mantiqueira, imponente, y la Serra do Mar. Un poco de vértigo me da, pero hay que animarse y hacer el esfuerzo, porque la panorámica es maravillosa.
El descenso y la vuelta a Recanto da Floresta son por un sendero que atraviesa otra vez el campo de altitude. Una vez en los alrededores de la posada, pasamos por la casa del abuelo de José Milton, que ahora es de un tío. “Acá empezó todo”, comenta nuestro líder, eternamente conmovido por la infancia que le regaló su abuelo. “Aquí hice mis primeros trekkings, cuando salía a buscar agua de la vertiente”, agrega. Le pregunto si alguna vez vio un lobo aguará (o aguará guazú) y me dice que varias. “Yo seis”, acota Andréa y me muestra las fotos de la última vez, que están en su celular. José Milton hace un chiste ingenuo y dice “¡engraçado!”, que quiere decir “¡qué gracioso!”. Andréa le explica que engraçado significa otra cosa en castellano. “Lleno de grasa, como después de comer pollo con la mano”, acoto yo. Todos nos reímos, nos entendemos. Porque de eso se trata.
Datos útiles
Recanto da Floresta. Es una posada con espíritu de refugio que está en el estado de San Pablo y a tres horas de la ciudad de Río de Janeiro. Se ubica a 1.600 metros sobre el nivel del mar, en la serra da Bocaina. Diseñada como base para salir de expedición con MW Trekking, el entorno es agreste y a una hora de la ciudad de São José do Barreiro. Tiene quince plazas repartidas en habitaciones sencillas, con baño privado o compartido y además opción para hacer camping. Cuenta con pileta, sauna y sector de relax. Las comidas (caseras y abundantes) se pagan aparte. Desde u$s 36 por persona con desayuno. Rodovia Estadual Francisca Mendes Ribeiro SP 221 Km 23, 8. T: +55 (12) 99728-1174. IG: @recanto_da_floresta_eco_lodge
MW Trekking. De José Milton de Magalhães Serafim y Andréa Rocha Alves, es una agencia pionera en la zona y reconocida por la variedad de trekkings que proponen. Con treinta años de trayectoria, invitan a descubrir la Serra da Bocaina desde los senderos clásicos, pero también aquellos menos visitados. Las cascadas que están en el Parque Nacional y el pico da Bacía son dos circuitos imperdibles. Ofrecen también salidas a medida, en mountain bike y 4x4. Tienen experiencia en circuitos del exterior, como el Camino de Santiago (España). Se destacan por su calidez, expertise y celeridad como guías. Toman todas las medidas de seguridad y están atentos a las necesidades de los caminantes. Rua Siqueira Reis, 19. T: +55 (21) 98 708-4188 / +55 (12) 99 728-1174. IG: @mwtrekking_oficial
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