Más de 300 niños aprenden a tocar bandoneón, siku y otros instrumentos y sueñan con lucirse sobre un escenario.
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Catalina es hija, nieta y bisnieta de músicos. Ella tiene nueve años, dos trenzas largas y una sonrisa amplia que se ilumina cuando toca el bandoneón. Este año se presentó por primera vez en la Serenata de Cafayate, el festival mayor del pueblo, donde todos los niños de los valles de Salta quieren tocar.
Catalina es uno de los 300 niños que estudian en la Escuela Provincial de Música y Danzas Tradicionales N° 6032 de Cafayate. La escuela es el semillero de la Serenata, el lugar donde se capacitan los artistas de mañana. Sin embargo, no hay bandoneones para todos los niños que quieren tocar.
Gonzalo es hijo de músicos. Su papá, Víctor, estudió en la misma escuela donde ahora Gonzalo aprende a soplar el siku, un instrumento de aire formado por hileras de cañas de diferente longitud que proviene de la cultura aimará que se usa en el antiplano andino. El siku es un instrumento comunitario, se toca en forma grupal. Gonzalo toca una nota y sus compañeros responden con otra. Así, entre nota y nota, se va armando la melodía.
“Cuando sea grande, voy a tocar el siku en la Serenata”, asegura Karen, que tiene nueve años y está junto a Gonzalo en la clase de instrumentos del antiplano. En cambio, Melani, de ocho años, quiere ser cantante. Las canciones, afirma, traen felicidad a quien canta.
Una escuela especial
“Cafayate es muy musical”, asegura el profesor Daniel D’Amico, en una pausa en la clase de iniciación musical a los pequeños que van a aprender por la mañana, antes de ir a la escuela. En esas ganas de tocar es crucial el festival de la Serenata. “La música es la identidad cultural del pueblo. Y se ha intensificado con la escuela de música”, sostiene Valeria Torres, profesora de bandoneón. La escuela es más joven que la Serenata. El festival se institucionalizó en 1974, pero antes de esa fecha ya tenía lugar al final de cada cosecha de vendimia cuando la familia de Arnaldo Etchart homenajeaba a los trabajadores del vino con un asado y con música local.
La escuela se fundó más tarde, en 1986. Ahora no sólo hay talleres de iniciación para niños. Hay además un profesorado de música, de nivel terciario. Y una tecnicatura superior de lutheria.
Los niños son mayoría entre los estudiantes: hay 300 chicos, que duplican a los 150 alumnos adultos.
A tocar
Pese a todas las limitaciones para conseguir algunos instrumentos, los niños siguen inscribiéndose a las clases donde se repite un abecedario distinto al de la escuela. En el pizarrón hay otra escala: “do, re, mi, fa sol, la, si”, está escrito con tiza.
Los chicos llegan con entusiasmo, tienen la ilusión de subir al escenario mayor de la Serenata, que se monta cada febrero. “Me asombra las ganas que tienen los niños de Cafayate de tocar un instrumento musical, sacar una melodía, tocar junto a otros niños en una composición grupal”, describe la profesora Valeria.
En los talleres de iniciación no sólo aprenden a tocar el bandoneón, siku y piano. También tocan el violín, el charango, la guitarra, el bombo, la quena y el violín. El primer año, comienzan con piezas simples, o alguna canción. La idea es sostener las ganas de hacer música, aún ante todas las dificultades. Al poco tiempo ya practican algunas piezas grandes, como Adiós Nonino, de Astor Piazzolla. Y no todos son tangos. Hay zambas. Hay rock nacional. Y sobre todo está el folklore, la estrella de la Serenata.
Con la música a otra parte
“Acá cada uno tiene el bandoneón apenas pocos minutos por clase. Son muchos y lo tienen que compartir”, afirma la profesora Torres. Además, desde 2017, la escuela no tiene director. Tampoco tiene edificio propio. Funciona desde 2010 en el antiguo Hospital Nuestra Señora del Rosario. Es un edificio rosa, que en lugar de albergar enfermos alberga instrumentos, atriles y partituras. Reina una atmósfera alegre, pese a que lo edilicio no ayuda especialmente.
“Esperamos nuevos instrumentos para hacer crecer el sueño de estos niños”, se esperanza Valeria. La música, en tanto, no deja de sonar. En el pizarrón quedan escritas con tiza las notas de bandoneón para la canción: “Vienes y te vas”. Más tarde llegarán los arreglos con el siku y la guitarra. Y la armonía completa.