Nicolás Lodeiro Ocampo, presidente y fundador de la Red Yaguareté, pasó más de 20 años intentando ver un yaguareté salvaje en su hábitat natural. Su pasión lo llevó a abandonar su profesión de psicólogo y jefe de personal para dedicarse de lleno a salvarlo. Hoy lidera esfuerzos cruciales para evitar la extinción de estos grandes felinos en Argentina.
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Nicolás Lodeiro Ocampo tardó más de 20 años en ver con sus propios ojos un yaguareté salvaje, en su hábitat. Para ese entonces, ya había visitado un número incontable de veces las distintas regiones donde quedan -se estima- entre 250 y 300 ejemplares, distribuidos entre las selvas de montaña de Jujuy y Salta, El Impenetrable chaqueño y algunas áreas selváticas de Misiones. Después de verlos una y otra vez en las cámaras trampa de la Red Yaguareté -entidad que preside desde su creación en 2001-, un buen día se dijo a sí mismo: “No me puedo morir sin ver uno en persona, y en libertad”. Entonces, organizó un viaje a El Pantanal, una región del Mato Grosso brasileño, que tiene una gran población de yaguaretés, ocho veces más grande que la de Argentina. Y así, en 2019, Nicolás pudo estar por primera vez frente a frente con el animal que tanto lo apasiona, y que lo motivó a dejar su profesión de psicólogo y su puesto de jefe de empleos de una empresa de logística, para dedicarse a pleno a una sola misión: salvarlos de su extinción.
“Cuando lo vi por primera vez, fue como un placer calmo”, describe Nicolás. “Fue como encontrarnos después de tanto tiempo”, añade. De alguna manera, lograba cerrar un círculo que había comenzado a fines de los años 90, cuando creó una rudimentaria web -en los inicios de la era de Internet- donde empezó a recabar información sobre este gran felino, por entonces prácticamente desconocido en el país. En ese momento, Nicolás estaba cursando la Licenciatura en Psicología y lidiaba con las operaciones constantes derivadas de una parálisis cerebral congénita.
“Esto se fue dando de una manera no pensada”, explica. Sin racionalizarlo en exceso, durante la quietud e inercia de los posoperatorios, Nicolás se reencontró con su pasión por la fauna silvestre, y en especial, con los grandes felinos. Todo alimentado durante su infancia por la ingesta de publicaciones y libros que su familia le regalaba. Cuando lanzó su web, la cosa empezó a fluir y enseguida se armó un grupo de discusión para poner sobre la mesa lo poco que se sabía en aquel momento sobre los yaguaretés. “Armamos grupos de expediciones y empezamos a conocer lugares que hasta entonces no conocíamos, como Baritú. Salvo de las selvas de Misiones o El Impenetrable, no sabíamos nada”, cuenta. Las expediciones representaron otro desafío para Nicolás, por su movilidad particular. “No sabía si iba a poder”, revela. Pero las ganas fueron más fuertes.
Una red en nacimiento
En plena crisis económica de 2001, Nicolás perdió su trabajo y el yaguareté se convirtió en su refugio. Decidió aprovechar el tiempo libre (estuvo un año y medio sin conseguir empleo) e intensificó las reuniones del grupo que se había creado. Las juntadas se repartían entre Villa Crespo y Palermo, donde empezó a germinar la semilla de la Red Yaguareté. Para ese entonces, se habían contactado -por carta manuscrita- con Parques Nacionales, para ponerse a disposición como apoyo. Nunca le dieron lugar, pero Nicolás viajó de todos modos a Iguazú, donde estaba en marcha el “Proyecto Tigre”, pero se encontró con una situación desoladora: “Fue un golpazo, la selva destruida, todo a medio hacer y mucha desesperanza de los equipos”.
Nicolás regresó a Buenos Aires convencido de que había que actuar de manera urgente. “Empezamos a hacer expediciones a Baritú, que es de muy difícil acceso, es el más agreste, el más silvestre. Hay que salir a Bolivia para poder entrar”, recuerda. “Nos seguíamos juntando, Internet iba creciendo, la red se ampliaba de manera increíble. Viajaba y me quedaba a dormir en la casa de la gente que conocíamos por internet”, añade.
En paralelo, su vida profesional como psicólogo estaba en pleno crecimiento. Ya recibido, y especializado en terapia gestáltica, repartía su tiempo como jefe de empleos del Grupo Andreani y sus pacientes particulares. “Visualizaba al yaguareté como un hobby, como un escape”, revela. Pero la red no paraba de crecer y en 2005 se formalizó la fundación. “En un momento, la cosa estaba muy activa, entre mi trabajo como psicoterapeuta y como integrante de la red, que reclamaba más de mi presencia”, explica.
Decisión de vida
Cada vez que Nicolás se sentaba con alguien a hablar de los yaguaretés, sentía que fluía como un pez en el agua y que su creatividad se desplegaba al 100%. Eso lo llevó a pensar en lo inevitable: en algún momento, ambas actividades se tornarían incompatibles.
En 2007, gracias al contacto que había hecho con investigadores mexicanos (donde hay una gran presencia de yaguaretés, en especial en la península de Yucatán), Nicolás fue invitado a un congreso sobre grandes felinos en Cartagena de Indias, Colombia. Entonces, encaró a su jefe y le dijo que iba a viajar sí o sí. Para ese entonces, ese tipo de decisiones ya generaban otro tipo de compromisos con su trabajo formal. “Me acuerdo que una vez que me dieron el ok para viajar, dije ‘tengo que tomar una decisión ya’”.
Sólo faltaba el último empujoncito. Un día, Nicolás estaba esperando a un paciente en su consultorio, cuando le llegó una notificación del chat de Facebook. Era un voluntario que le escribía desde el Valle del Cuña Pirú, en Misiones, donde habían empezado a trabajar con monitoreos de cámaras trampa y asesorando a ganaderos en la colocación de cercos electrificados. “¡Mirá lo que encontramos!”, decía el mensaje. Nicolás abrió la foto y no lo podía creer. Era la primera vez que la Red Yaguareté registraba a un ejemplar en esa zona luego de dos años de insistir e insistir. “Estaba tan absorto que el paciente tocaba el timbre y yo no lo escuchaba, quería quedarme mirando la foto todo el día”, dice entre risas.
“A ese ejemplar lo apodamos Mombyry, que en guaraní quiere decir ‘lejos’, y fue emblemático, aprendimos un montón porque cazaba vacas y logramos que no lo mataran”, cuenta. La foto de Mombyry fue un flechazo en su corazón y un impulso para finalmente dedicarse full time a los yaguaretés. “Esto es mi vida”, dice, sin dudarlo. “Yo no soy plenamente consciente de por qué me dedico a esto, pero voy detrás de lo que me gusta y le meto mucha pasión”, agrega.
Esa misma pasión lo llevó por caminos absolutamente inesperados. Por ejemplo, este año Nicolás va a participar como guía en el Pantanal de Brasil, el mismo lugar donde vio por primera vez a un ejemplar salvaje en libertad. “Me parece raro decir que ya le he dedicado más de la mitad de mi vida al yaguareté”, cuenta.
Sin embargo, él no siente como una paradoja que nunca haya podido ver a un yaguareté (en persona) en la Argentina. “Es decir, me dedico a defender unos bichos en un territorio donde nunca los pude ver, donde son como fantasmas”, ensaya. “Pero, bueno, dicen que lo esencial es invisible a los ojos; si voy a la selva y no veo a ningún animal, no me frustro. Todos los que participan saben que esto es así. Su presencia se siente y es muy importante”, añade.
Psicología aplicada a la conservación
Nicolás traza un paralelismo entre la terapia gestáltica y el trabajo que realizan desde la Red Yaguareté. “En estos tratamientos se busca que los cambios sean potentes y en la red tratamos de aplicar este principio: todo tiene que ser potente, y es así de necesario porque el cambio es muy difícil de lograr. Lo primero que sentís al abordar este tema es la frustración”, detalla.
La principal amenaza del yaguareté es la caza. Nicolás jura que cada vez que explica esto, la gente se sorprende: “Pero sí, es increíble, lo siguen matando. Ni siquiera se hace por la piel, es muy raro. Por lo general, se lo mata y se lo entierra. La disputa es por el ganado, una situación habitual en Salta, Jujuy y Misiones”. En cambio, en Chaco y Formosa, “se lo mata más por miedo”. “En San Martín I (Formosa), a principios de la década del 90, un hombre murió intentando matar un yaguareté, que le había comido un ternero. Al final murieron los dos. Esa misma historia, con nombres y lugares cambiados, se repite en toda la zona. Y a pesar de tener una superficie boscosa espectacular y con mucha cantidad de presas, se calcula que ahí hay apenas entre 10 y 15 yaguaretés. Es decir, los están matando”.
A Nicolás le desvela cómo lograr ese cambio cultural que frene de una vez por todas la caza de yaguaretés. Porque ahí, en el territorio, las leyes no tienen el peso suficiente: “El cambio viene por otro lado. Lo que buscamos es una convivencia. Y hay mucha resistencia, increíblemente, incluso en los ámbitos públicos dedicados a la conservación”.
La situación es compleja. “Formalmente, las amenazas son la caza, la deforestación y la falta de presas. Pero nosotros decimos que lo principal es la falta de interés, la ineficacia, la impericia y hasta la corrupción de las políticas públicas”, indica. “Hoy tenemos tres planes de acción vigentes en el país para su conservación -continúa-, pero se ha hecho poco y nada. El rol de las ONG es fundamental, y somos el motivo por el que el yaguareté no está extinto. La caza sigue ganándole a las acciones de conservación. Lo bueno es que está visibilizado, la gente es más consciente”.
La pasión de quienes intervienen y participan en estas organizaciones se revela como crucial: “Nadie está acá para hacer una carrera, sino para contribuir a una misión que es salvar al yaguareté de su extinción en la Argentina”. Sin embargo, Nicolás traza un panorama acuciante “porque más allá de alguna que otra buena noticia, lo cierto es que la extinción del yaguareté sigue avanzando”. Y pone como ejemplo la caza reciente de un ejemplar en Formosa, que despertó indignación entre los activistas. “Esto está ocurriendo en nuestra cara y no hay reacción; la justicia no tiene interés en el yaguareté (y en general en la fauna silvestre), y como suele decirse, esto se desprende de sus fallos: de 70 causas judiciales de casos de ilícitos comprobados que llevamos adelante desde hace 20 años: cero condenas. Sin juzgados ambientales comprometidos, no hay solución. Está comprobado”, revela.
El consenso entre las diversas organizaciones es que hay entre 250 y 300 yaguaretés, distribuidos en tres poblaciones: Salta-Jujuy, Chaco-Formosa y en lo que queda de selva de Misiones. En cambio, hace 10 años que en Santiago del Estero no hay registro de ejemplares.
A veces, a la distancia y ensordecidos por el ruido de la ciudad, no se llega a comprender la importancia de este tipo de fauna. Y más allá del amor que Nicolás siente por los yaguaretés (“yo no me puedo permitir que desaparezcan”, dice), desde lo ecológico su rol es fundamental para la supervivencia y el equilibrio de los ecosistemas. “Eso lo estamos viendo en lugares como en Corrientes, donde está siendo reintroducido, y donde los carpinchos volvieron a estar cerca del agua para huir, lo mismo con los zorros que ya no se ven tanto. Y eso hizo cambiar y regenerar la vegetación. El yaguareté es una especie reguladora”, enseña. “Pero rompimos una cadena, y tenemos que recuperarla, restaurando los ecosistemas con todas sus especies”, cierra.
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