Cuando Paula Ares tomó la RP 5 y vio el paisaje se dijo: “quiero que este sea mi camino de vuelta a casa”. En pareja con Ariel Canepa atienden un restaurante de campo que abre sólo sábados, domingos y feriados al mediodía.
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Paula Ares siempre fue un torbellino. Cuando trabajaba en una empresa de telecomunicaciones arrasaba con las ventas y ganaba cada viaje que había de premio. Tiene el perfil de una telemarketer que no le cortará al cliente; que lo tratará bien, le ofrecerá descuentos, lo dejará contento. Es cierto, le hizo falta irse de la ciudad para encontrar su lugar, pero no le hizo falta irse para enterarse de lo que podía hacer. Para desatar esa energía que avanza y enamora a un hombre solitario; que le hace abrir el kiosco a su primera amiga en Biaus, Marisa, la que dormía la siesta en el sillón hasta que un cliente tocaba la ventanita para comprar.
Paula avanza. Y en el medio piensa, no hace las cosas porque sí. Si abre un bodegón y llega una pandemia, inventa un almacén. Si el bodegón se llama Lo del Turco y ella, por contrato, no puede cambiarle el nombre, no importa. Basta abrir la puerta para que quede claro que ese mundo propio, esa gran mesa familiar donde todos comen lo mismo es, sin lugar a dudas, lo de Paula.
De Ramos Mejía a Ramón Biaus
Le dicen Biaus a secas, nombre corto y pegadizo como los de otros pueblos de la zona: Moll, Mom, Mechita, Plá. Para llegar se pueden tomar tres accesos: dos desde la RP5 y uno, el más corto, desde la RP 30. Siempre camino de ripio, camino rural para ir despacio.
Son 37 km desde Chivilcoy, partido al que pertenece, y 171 km desde Ramos Mejía. Paula, de 48 años, madre de Florencia, Matías y Micaela, abuela de Bautista, nunca había estado en un lugar así. Para ella, como para la mayoría que tiene otro tipo de experiencia diaria, los chanchos eran todos rosas y el chorizo seco, salamín. No, señora. Hay chanchos negros, marrones y, una cosa es el salamín, otra bien rica y distinta, el chorizo seco. “Cuando yo agarré la ruta 5 para acá, me dije, quiero que esto sea mi camino de regreso a casa”. Que Biaus fuera su hogar. ¿Cómo lo hizo? Consiguió trabajo en una empresa agropecuaria. Había que subirse a una camioneta de lunes a viernes, recorrer la ruta desde Luján a 9 de Julio, dormir en hoteles los cinco días de la semana y vender silobolsa.
Un sistema para acopiar granos que consiste en una bolsa cilíndrica de unos 75 metros de largo que guarda la cosecha hasta el momento de comercializarse. Eso vendía Paula y así conoció a Ariel.
Cosa rara una mujer en peña de varones
“En cada pueblo, cada ciudad, tenía un grupo de amigos”, dice ella. Pero, he aquí: si hacerse amigos en una ciudad chica es difícil, que inviten a una mujer a una peña de varones, es sorprendente. Acá las peñas no son guitarreadas donde se escucha folklore, son reuniones de varones o de mujeres (difícilmente haya peñas mixtas), que pueden durar toda la vida. Tienen frecuencia semanal, se come y toma bien, son un culto a la amistad, o un faro que resiste la soledad pampeana. A Paula la invitaron a una peña de varones: ella, la única. Así se cruzó con Ariel Canepa, un hombre solo, que no usaba teléfono y que vivía en una casa de varias habitaciones, en el campo.
Se hicieron amigos. A veces ella se quedaba a dormir en ese lugar gigante y se encontraban por la mañana a tomar mate juntos. Hasta que un día.
Manzanas, bariguí y un ventilador
Él tuvo en cuenta tres detalles (no tan detalles). Empecemos por los dos primeros. La cantidad de manzanas que ella comía a toda hora; la tortura que pueden llegar a ser las barigüí, un tipo de mosquita capaz de dejar el ojo hinchado, el brazo caliente y rojo, porque en lugar de picar, muerde. Ariel le regaló a Paula un ungüento que se consigue en la zona, y que es lo único que logra calmar la hinchazón de la piel. Otra vez, antes de un viaje, le dio algo que para ella valió más que un anillo de compromiso: una bolsa con manzanas.
Un 31 de diciembre, ella pasó a saludarlo antes de regresar a Ramos. “Él estaba solo en el campo, no tenía ni celular. Era fin de año. Le dije, ¿cómo la vas a pasar solito acá? “Sí, yo la paso solo”, le respondió él. Paula lo saludó y se subió a la camioneta. Esa misma noche, a las 12.05, él pidió prestado un teléfono y la llamó. “Yo no lo podía creer. Eso fue tremendo”. Una semana después, Paula llegó a Las Casuarinas, la casa de él, a pocos kilómetros de Biaus. “Hola, feliz año nuevo, le digo. Ese día era miércoles y los miércoles ellos hacen peña, entonces yo me quedo con Ariel a ayudarlo”. Cuando terminaron y el lugar quedó vacío, se saludaron y cada uno a su habitación. Hacía mucho calor. Acá el tercer detalle que él tuvo en cuenta: aparecerse con un ventilador.
Entonces Paula le pregunta si le puede hacer una pregunta, “Ariel, ¿por qué estás tan solo? ¿Vos no tenés a alguien así, que te quiera, que te cuide? No, me dice, ¿y vos?, me dice. Y yo… Vení, sentate acá, me dice. ¿Sentate acá? Cuando dijo, sentate acá, me le tiré paloma”.
Se llama Lo del Turco, pero es lo de Paula
El bodegón abre los sábados y domingos al mediodía. Se llama Lo del turco, pero nadie encontrará ahí a un turco, excepto por cierto espíritu alegre de mercado árabe. Paula y Marisa, la amiga que tenía kiosco, atienden el salón. Ariel está a cargo de la parrilla y de elaborar el matambre casero. Las pastas las hace una vecina que vive enfrente y que usa acelga orgánica de la huerta de otra vecina que, a su vez, es la cocinera del bodegón.
Está Guillermo, un amigo de Ramos Mejía que viaja los fines de semana, a veces la madre de Paula. Cruzando una puerta que conecta a otro espacio, al que también se accede desde afuera, hay un almacén que parece un local de San Salvador de Bahía o de Damasco, Siria, lleno de frutas y colores, pintado amarillo ocre. Ahí se venden desde pastelitos hasta bidones de nafta de cinco litros, abre de 8 a 22 horas, no cierra por siesta. Los domingos hacen 300 empanadas. Las picadas tienen chorizo seco de Re y quesos Oliverio, dos productos de Chivilcoy. Todos comen lo mismo y la cantidad que quieren. Paula va y viene con fuentes de carne asada, arma mesas donde sea para que nadie quede sin comer. En algún momento llama la atención de los comensales y el salón queda en silencio. Agradece, les cuenta lo que van a comer, pide un aplauso y el salón estalla. Por supuesto, ella dice y sabe: “Dios atiende en capital y almuerza en Ramón Biaus”.
Lo del Turco. Ramón Biaus. Sábados, domingos y feriados al mediodía. T: (2346) 30-0153. Whatsapp: (11) 5113-2030.
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