Cocineros de la talla de Martitegui, Narda Lepes, Javier Rodríguez o Pedro Bargero, le confían a su taller las delicadas piezas de gres que llevan a la mesa; ¿cómo lo consiguió?
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Lobitos marinos y ballenas. Esas fueron las primeras piezas de cerámica que hizo Santiago Lena cuando todavía era un adolescente y vivía con su familia junto al mar azul de Puerto Madryn, en Chubut. Las producía en cantidad y aprovechaba la llegada del turismo para hacerse unos pesos. “Eran simpáticas, se vendían bien”, se ríe, en el luminoso taller de barrio San Martín de la ciudad de Córdoba donde produce objetos funcionales de uso cotidiano, vajilla para los mejores restaurantes del país y una vasta obra artística.
De Germán Martitegui a Narda Lepez, de Javier Rodríguez a Gonzalo Aramburu, renombrados chefs argentinos le confían a su taller las herramientas de cocina y las delicadas piezas que llevan a la mesa. Son creaciones concebidas en conjunto. A veces, el proceso parte de una idea general. A veces, es el resultado de un concepto preciso que sigue muy de cerca, con la misma obsesión, el dueño del restaurante. “Ambas modalidades me entusiasman. Una, por la libertad que me da, y la otra, por el desafío. Cuando hay tanta exigencia para encontrarle esa vueltita extra, me gusta mucho. Ese tiempo de investigación y desarrollo hace que las piezas terminen siendo más interesantes. Igual, nunca hago nada que no me deje conforme. Del taller no sale nada que no me guste. Siempre fui así”, asume.
Allá en el sur, desde que se sentó en el torno por primera vez, supo que las horas ya no serían una manera racional para medir el tiempo. Es un artista de tiempo completo en constante experimentación, montado en un inacabable proceso de ensayo, prueba y error que va desde los materiales a los esmaltes, guiado por la belleza de lo simple. “Siempre es una emoción abrir el horno”, asume este creador autodidacta, de 43 años, que conserva el entusiasmo del primer día.
Siempre, también, a Santiago le gustó la música. De hecho, llegó a Córdoba a los 19 años para estudiar clarinete. En Madryn, había integrado el trío de jazz Szulgay-Solco-Lena (Felipe en la guitarra, Juan Pablo en batería y él, en saxo). En la capital cordobesa le puso vientos a la banda Diente de León, con la que hacían presentaciones y hasta grabaron algunos temas. Pero cuando tuvo que elegir no lo dudó: el torno alfarero fue su mejor instrumento. En el taller que comparte con otros colegas suena Luis Alberto Spinetta.
Manos a la obra
“Creo que lo que me distinguió en el ambiente fue trabajar en gres, porque casi nadie lo hacía aquí en esa época”, estima. Lleva más de 20 años de romance con esta cerámica de alta temperatura, resistente y de notable dureza que se hornea a 1.200°C. Las pastas y esmaltes se realizan en el taller, a base de minerales y óxidos como cuarzo, arcilla, feldespato, óxido de titanio o cobre y resumen sus años de oficio y de permanente búsqueda estética, con una impronta simple y esencial.
Mucho antes de que en 2015 abriera sus puertas el exclusivo restó cordobés El Papagayo, el más angosto de Argentina, Santiago Lena ya trabajaba en la vajilla y en las 1.500 piezas de cerámica de alta temperatura que componen La Bandada, la instalación aérea que pende del techo en ese salón. El chef Javier Rodríguez acababa de llegar de Singapur y de Copenhagen, donde había trabajado en Noma, y le encargó el proyecto. En 2013, Lena había expuesto Cardumen, un metro cúbico de 600 piezas engarzadas, “pedacitos de arcilla apretados con la mano”, según describe la obra que le confirmó su andar franco por el infinito mundo de la cerámica.
En 2015 expuso en Barcelona junto a la española Pilar Cotter, referente de la joyería contemporánea, y fue seleccionado para una residencia en Alemania. Al año siguiente comenzó a trabajar con el diseñador catamarqueño de renombre internacional Cristian Mohaded, con quien comparte la colección RAZA. Su muestra “Húmedo”, en la galería cordobesa El Gran Vidrio, le abrió las puertas de la colectiva “Diseño en acción”, en la Fundación PROA, curada por Olga Martínez, y de “La marca original” en el Centro Cultural Kirchner. El año pasado, en “Lo bello y lo triste, modelar lo imperfecto” resumió en una serie de 20 piezas su búsqueda poética por las sutiles formas de la materia a partir de recuerdos, emociones y sensaciones.
Por recomendación de El Papagayo, vino Narda Lepes y le encargó unos fermentadores (Narda Comedor es punto de venta en Buenos Aires) y así también llegó un día Martitegui, que entró al taller y revisó todo, muestras, pastas, descartes, hasta que encontró lo que quería. Para él hizo un plato reversible en chamote, una pasta de colores con pigmentos y óxidos, que se muelen en crudo antes de hornear, mezclada con arcilla.
Para Yugo, de Pedro Bargero, creó la vajilla desde cero con total libertad. Con Tomás Treschansky trabajó un largo año para redondear un envío de 700 piezas para su nuevo proyecto, de próxima inauguración. “Fueron largas sesiones de diseño, de probar esmaltes, trabajar las pastas, las formas. Con Tomás encontramos cosas que, creo, se potenciaron. Se va a ver muy bien”, dice.
También son de Santiago Lena los fermentadores de Café San Juan y varias piezas de Sacro, Anchoita o El Baqueano, recientemente mudado a Salta. En la lista, incompleta, de restaurantes se puede mencionar a los cordobeses Mármol, República, Superanfibio y Herencia, de Roal Zuzulich, o en Mendoza, el de Zuccardi.
Arte y parte
Aunque la vajilla de autor y la línea Mansha de uso cotidiano fueron el pasaporte a la alta gastronomía, siempre busca nuevos lenguajes con su producción de arte, y en el taller conviven mansamente sus distintas dimensiones.
Espontáneo, con esa misma ductilidad, Santiago maneja su cuenta de Instagram. “Voy poniendo cosas que me divierten a mí, que veo relevantes, para que no sea todo muy monótono. Me gusta mostrar los procesos, alguna pieza nueva que hice, dar un poco de información técnica. A veces se mezcla un poco la obra o algún trabajo en colaboración con la vajilla de uso cotidiano, que te dirige a la tienda de productos”, resume.
“Es un taller pequeño si lo comparas con una fábrica de vajilla -agrega-, pero con una producción constante, sistematizada, capaz de sacar un volumen tal que nos permite tener stock y abastecer con bastante rapidez a los restaurantes y clientes que nos hacen pedidos”.
Comparte el espacio con Cande Lizárraga, Fernando Cardozo, Pilar Fresnedo, Kevin Sánchez, Gaspar Avetta. Actualmente tiene tres hornos grandes, cuatro tornos manuales (uno es aquel de los comienzos) y un torno shablon, que le permite trabajar a partir de un molde y sacar más rápido las piezas. “Igual, queda artesanal porque toda la terminación es a mano. En las tazas, el asa tiene una forma determinada, se esponjean todas las bocas, se esmaltan, se limpian y se vuelven a hornear. Cada proceso, aunque parezca sencillo, lleva una técnica muy precisa y calificada, con un parámetro de control de calidad muy alto. Descartamos muchas piezas. Está prohibido ofrecer una pieza si no salió muy bien”, asevera.
Dice que la línea Mansha (completo, en japonés) está pensada para que tener todas las piezas que necesita alguien en su casa: platos de distintos tamaños, tazas, pocillos, jarras, vasos, bowls, ensaladeras, marmitas, fuentes. “En tres colores, no son pesadas ni gruesas, prácticas para apilar, con los bordes redondeados. Todo muy probado, resistente para todos los días. Son piezas que vengo diseñando hace 20 años. Creo que somos los únicos que tenemos una línea así, artesanal y estandarizada, en la que si querés ampliarla o se te rompe algo, podés pedirla y reponerla, y vas a tener la misma pieza con la misma calidad”.
Santiago Lena. Martín García 620, ciudad de Córdoba. Lunes a viernes, de 9 a 15. Tienda online, envíos a todo el país. T: (0351) 273-7967.
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