La familia Núñez está al frente del establecimiento con orígenes jesuitas y signado por la inmigración de fines del siglo XIX.
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Un viejo secadero abandonado, una casona de 1903 y el monte. De paso por Posadas, la estancia Santa Inés es mucho más que un lugar donde pasar la noche. Es una invitación a conocer la historia más fascinante e intrincada de la opulenta Misiones de principios del siglo pasado. “Soy la quinta hija del octavo heredero de Pedro Núñez, un hombre muy emprendedor y comprometido con su gente”, cuenta Ana –Nanny– Núñez sentada en la galería de la casa que mandó a construir su abuelo, a quien no llegó conocer. “Estudió para ser ‘tenedor de libros’ –contador– y en Bilbao trabajaba para los ingleses de las minas de hierro”, agrega orgullosa.
Estamos en su casa, en la estancia que queda puntualmente en la zona de Garupá, sobre la RP 105, a media hora del aeropuerto de Posadas, la capital misionera. Es un reducto signado por el monte de la selva paranaense, donde una casa de estilo inglés colonial recibe huéspedes desde fines de la década del noventa. Y en la tarea de alojar, guiar por los senderos y compartir anécdotas con los visitantes, a Nanny la secunda su hija, Lucía Pagliari. “Mi bisabuelo llegó de España en 1887, cuando tenía 21 años. Se vino porque tenía un hermanastro que le hablaba de lo bien que podían ir las cosas acá. Hizo negocios con almacenes de ramos generales, asociado a un tal Lázaro Gibaja. Montaron una compañía de vapores y fueron los primeros en llevar turistas a las cataratas, en lo que mucho más tarde sería el Parque Nacional Iguazú”, repasa Lucía mientras invita a una caminata por el bosque, donde se multiplica el güembé –esa planta de moda que en Buenos Aires se vende a miles de pesos–; hay bambúes con monos carayá que van de palo en palo y gritan fuerte; la Flor de Pascua recrea un colchón violeta en el suelo; y las imponentes Araucarias angustifolia –o pino Paraná–, ganan la carrera en la búsqueda de la luz.
“Pedro Núñez se casó con una posadeña de 15 años, Elisa Acuña, y tuvo ocho hijos. Se habían conocido en el almacén que estaba en pleno centro de Posadas. Ella venía de una familia muy importante de la zona”, anticipa Lucía para que Nanny complete la historia. “Mi bisabuelo Ángel Acuña era descendiente directo de Francisco de Acuña, uno de los primeros españoles en llegar a Asunción, que hoy es la capital de Paraguay. Francisco se había casado en 1576 con María González de Santa Cruz, hermana del sacerdote jesuita Roque González, luego santo. Porque la primera fundación de Posadas fue justamente como una misión de la Compañía de Jesús, en 1615, y se la llamó Nuestra Señora de la Anunciación de Itapuá. Veinte años después se mudó al otro lado del rio y así surgió Nuestra Señora de la Encarnación de Itapuá. El punto es que mi bisabuelo Ángel Acuña luchó en la Guerra de la Triple Alianza, que fue tremenda porque nosotros estábamos hermanados con los paraguayos, y poco antes de que terminara lo dieron por muerto. Entonces a su novia, una vecina de campo, la casaron con otro hombre. Pero mi bisabuelo llegó poco después del casamiento, la buscó a caballo y se escaparon a vivir a Posadas, donde nació mi abuela, Elisa, que luego se casaría con Pedro Núñez, en 1893″, apunta Nanny, dueña de una voz dulce que condice con el entorno.
Entonces Lucía, que es abogada y estudió en Buenos Aires, sigue con el relato de la empresa que montó el abuelo de su mamá. “Pedro compró estas tierras cuando se enteró que la semilla de la yerba se podía germinar. Porque hasta entonces, la yerba se cosechaba de las plantas que habían crecido en el monte, a través de los pájaros que las comen y la multiplican con sus heces. El paisajista Carlos Thays fue quien estudió que se la podía germinar, y gracias a él la empezaron a plantar en el monte, en el norte de la provincia, en zonas como San Ignacio o Puerto Libertad. Pero mi bisabuelo fue más allá y compró estas tierras para probar que no hacía falta el monte para que creciera la yerba mate. Y fue el primero en plantar yerba mate en zona de campo y con éxito. Fue un visionario que hizo mucho dinero. Además de los campos tenía casa en Buenos Aires y Mar del Plata”, apunta Lucía y agrega: “Todavía tenemos ese primer yerbal de 1907, nos dedicamos al cultivo de mate y le vendemos a la empresa Romance”.
Además, para que entendamos mejor de qué estamos hablando, Lucía nos guía en caminata hasta el viejo secadero, una serie de edificios abandonados donde la yerba se trabajaba a toda máquina y tenía fama de “oro verde”, como en buena parte de la provincia. “La secaban en el barbacuá, dónde se prendía un fuego en el centro, alrededor se ponía la yerba mate en rama y la revolvía una persona a la que llamaban ‘urú’”, explica Lucía. Detalla entonces que a mediados de la década del 50, durante el esplendor del producto, entorno al secadero llegaron a vivir 300 familias. “Un tren llegaba para traer leña para el secado. Después el establecimiento tuvo sus propias plantaciones de eucaliptos”, agrega.
También invita a recorrer el interior de los depósitos, donde la yerba se estacionaba. “Después de esa primera secada, la yerba se canchaba –rompía– y quedaba nueve meses guardada en grandes sacos”, apunta. Señala entonces la parte alta de la edificación de ladrillos y explica: “Es de 1918. Es un sector con tres chimeneas que tiraban aire caliente. Porque se intentó una nueva tecnología de secado, pero fracasó. La yerba arde tan fácil que no anduvo. De hecho, provocó un gran incendio… Porque acá nunca nada fue fácil. Y la industria de la yerba sufrió varias crisis económicas”, cuenta Lucía sobre el gran edificio que luego se usó como carpintería y oficinas, y hoy vemos abandonado, con higuerones que crecen de las paredes y pájaros que anidan.
Emporio yerbatero, ¿cómo es que Estancia Santa Inés viró para recibir huéspedes y convertirse en uno de los rincones más recomendados de Posadas? “Mi padre era el último hijo de mi abuelo y un hombre muy apegado a la selva y a la yerba. Estudió para ser ingeniero agrónomo en Buenos Aires y se recibió joven. Cuando se dividieron las tierras de mi abuelo, mi papá siguió su legado y se quedó con el negocio del mate. Otros hermanos prefirieron otros campos”, cuenta Nanny.
“Cuando mi papá murió –con 82 años, de neumonía y de golpe–, mi mamá estaba muy triste. ‘¿Y si abrimos?’, le dije en 1997. A mamá, que siempre había sido muy sociable, le encantó la idea. Yo conocía a Marcos García Rams de San Juan Poriahu, en Loreto, Corrientes, que había abierto”, cuenta Nanny, que tiene otro hijo además de Lucía, mientras apunta que la estancia lleva su nombre por Inés, la única hija mujer de Núñez y Acuña, que en su casa para familia numerosa siempre tuvieron lugar para muchos. Sin embargo, tener los cuartos no significaba saber cómo recibir huéspedes. “Un rato antes de que llegaran los primeros, con mamá nos preguntamos: ‘¿Ahora qué tenemos que hacer?’. Pronto supimos que se trababa de hacer ‘lo de siempre’. Estábamos acostumbradas a las visitas”, rememora Nanny, que perdió a su madre hace tres años, comparte la estancia con dos hermanos más y lleva un cuarto de siglo invitando a redescubrir la época más próspera de nuestra Argentina.
Datos útiles:
Estancia Santa Inés. RP 105, km 8,5. T: (3764) 57-2822. IG: @estancia.santaines. Tiene seis habitaciones –varias con baño privado– y propone media pensión o completa. Hacen a su sello el jardín divinamente diseñado y los senderos por el monte, así como la calidez de su anfitriona. Desde $8.800 por persona con pensión completa y paseos por la estancia. Cuesta $4.000 por persona por noche si es solo con desayuno. Además, están abiertos con reserva para el té, cena o almuerzo. Y tienen programas wellness, con ejercicios de meditación.
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