Verónica Mascheroni es de Paraje Flor de Oro, un pequeño poblado santafecino que está cerca de Avellaneda y que cada domingo convoca más visitantes.
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“Mi tía abuela me contaba que cuando era chiquita se escondía debajo de la mesa porque venían los indios”, cuenta Verónica Mascheroni mientras nos invita a recorrer los rincones del Museo Paraje Flor de Oro, en el distrito de Lanteri, en Santa Fe. “Soy tataranieta de Froilán Diez, fundador del paraje”, dice para empezar a explicar los avatares que la llevan a estar hoy al frente de este increíble museo rural que expone más de 2.500 piezas que hablan de la vida de campo, de la llegada de los inmigrantes europeos y que todos los domingos se llena de visitantes.
En la antigua casona que fue de su familia, mientras avanzamos a una sala con vitrinas que exponen cámaras de fotos antiguas, planchas a carbón y maquinas de escribir Olivetti, una foto en blanco y negro lleva una leyenda que da pistas de quién fue el tatarabuelo de Verónica. “Froilán Diez nació en 1852, vino a los 18 años de León de Castilla (España) junto a sus padres, tíos y otras familias. Trabajó unos cuatro años en Buenos Aires y en 1874 llegó a la zona y se ubicaron en Fortín Abispones. Se casó con María Buyatti, que había venido de Italia. Vivían en Reconquista y tuvieron ocho hijos. En 1897 se instalaron en Fortín Arenales y levantaron el casco de estancia”, dice el escrito que Verónica amplía con su relato.
“Aquella estancia queda a cinco kilómetros de donde estamos ahora y allá se ubicaron para luchar con los indios. Se mudaron hasta acá cuando llegó el tren –la vía del ramal F14 del Belgrano–, fundaron este paraje y pusieron un almacén. En aquella época talabas los árboles, le dabas la madera al ferrocarril, te instalabas y el Estado te daba las tierras”, asegura Vero sobre lo que pasaba por acá a fines del siglo XIX cuando sus antepasados llegaron desde España, en tiempos de la Ley Avellaneda que fomentaba la inmigración. Cuenta entonces que lo que ahora es Paraje Flor de Oro antes se llamaba Paraje El Aguará, “pero un invierno le cambiaron el nombre al ver los aromitos florecidos de amarillo”.
Entre gente que viene y que va del museo, Verónica detalla que entre los hijos de Froilán Diez estaba su bisabuela, Teresa, que se casó con Humberto Mascheroni, un viajante paraguayo “que venía a traer mercadería al negocio y se enamoró de la hija del almacenero”. La proveeduría está ubicada al lado de la antigua casa familiar –hoy museo– y hasta hace un par de meses funcionaba como almacén de ramos generales, “con correo y pagos de salario”.
Cuenta además que Teresa y Huberto Mascheroni tuvieron a Froilán Humberto, el abuelo de Verónica, que era el padre de Tatacho –“todos lo conocen así pero también se llama Froilán Humberto”–, creador del museo y quien que se casó con Susana Benvenutti y tuvo a Verónica. “Los campos se fueron dividiendo entre los descendientes. Algunos vendieron su parte. Y siempre se trabajaron con agricultura y ganadería. Mi papá siempre estuvo ligado al campo. Vive con mi mamá en la casa de atrás”, detalla Vero mientras nos deleitamos con un gran libro contable que registra compras y ventas efectuadas en el almacén a lo largo del siglo pasado.
“Mi papá empezó a coleccionar objetos hace diez años. Pero hace mucho más que junta desde revólveres hasta máquinas de escribir y libros. Era muy despelotado. La idea de poner las cosas en valor y organizarnos como museo fue de Armando Bandeo y Mirta Cañete, del Museo Histórico de Avellaneda. Con ellos catalogamos todo y abrimos formalmente el 22 de septiembre de 2013″, relata Verónica sobre la obra de Tatacho, personaje querido de la localidad que estos últimos meses lucha contra una enfermedad y por eso sale poco. “A pesar de todo, sí o sí los domingos se da una vuelta por el museo. Es su vida”, desliza Vero, conmovida pero siempre entera.
Desde que su papá está mal de salud, ella está al frente del museo. “Soy cachivachera como mi viejo”, cuenta esta diseñadora de interiores que estudió en Córdoba, ama restaurar muebles, que vive en el municipio de Avellaneda, a 24 kilómetros de Paraje Flor de Oro, casada con Pablo Buyatti y mamá de Antonio. Secundada por su mamá, además maneja La Fonda, la casa de té que está al lado del museo y que abre los domingos a la tarde.
Valijas de cuero, baúles con herrajes, un artefacto para hacer la permanente, tachos de leche, carruajes y sulkis, patentes de automóvil, carteles de ruta, restos de vías de tren, cunas de hierro… Esto y mucho más integra los tres espacios –la antigua casona, el cobertizo y un galpón– del museo. Pero, además, porque los Mascheroni son gente amable y agradecida, cada sala de la casa del museo homenajea a un personaje del pueblo. Una a Froilán Diez, fundador; otra a Rodolfo Agustini, un albañil, músico y poeta que siempre estaba dispuesto a ayudar; otra a Doña Cristina, la partera del lugar; y la última a Catalina Seloti, una maestra que tras jubilarse siguió dando clases hasta que apareciera un reemplazo. “Así es la vida en los pueblos y en el campo. Y con eso tiene que ver el museo, porque los objetos que están expuestos no sólo hablan de cómo vivíamos, sino que además nos llevan a algún lado, en otro tiempo… y por razones particulares de cada uno, nos emocionan”, reflexiona Verónica mientras el sol se cuela por la ventana y la historia del campo argentino permanece ahí, inmóvil pero viva.
Datos útiles
Museo Paraje Flor de Oro. Queda en el distrito de Lanteri, próximo a Avellaneda. Expone todo tipo de objetos que hablan de la vida rural del siglo pasado. Abre los domingos y cobran $120 por persona. Además, se pueden coordinar paseos en grupo entre semana por $5000 para hasta 20 personas. Al lado del museo está La Fonda, un bar divino que fue ambientado por Vero donde se puede tomar el té los domingos por la tarde. RP 31 s/n. T: (3482) 55-8680. IG: @museoflordeoro. FB: MuseoFlorDeOro
Oficina de Turismo de Avellaneda. Amilcar Vallejos tiene muy buenas sugerencias para descubrir esta ciudad con tradiciones de inmigrantes italianos y acceso al Sitio Ramsar Jaaukanigás. RN 11 y calle 21, Avellaneda. T: (3482) 22-6458
Posada Los Brunos. Hotel familiar que está en cruce de rutas y por su fachada dice menos que por sus interiores. Sobre lindísimo patio con variedad de plantas y pileta, las habitaciones están remodeladas y la atención es muy buena. Hay además un lodge y un apart que son propiedad de la marca. Desde $5.900 la doble. Islas Malvinas 1557, Reconquista. T: (3482) 43-7606
Olita Bistró. Único en su estilo e innovador. Hacen deliciosos buñuelos, mbeyú, panam –pan chato y con yogurt y remolacha– y verduras grilladas. Conviene pedir muchos platos y picotear de todos. Se lucen por las pizzas por fermentación que preparan en horno de barro, y por la pastelería. Tienen un sector aterrazado muy bonito. De miércoles a domingos, de 16 a 1.30 horas. 9 de Julio 1346, Reconquista. T: +54 9 (3482) 27-1282
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