Los orígenes de la estancia se remontan a 1879. Asados, paseos y remojones en el tanque australiano son parte de la propuesta.
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Emiliano Posada es un hombre de campo. Empilcha boina, pañuelo al cuello y bombacha campera sujetada con rastras de plata. Apasionado y nostálgico de las tradiciones gauchescas, adora sus caballos overos y colecciona objetos de la vida rural. Hay aperos, sogas, rastras y cuchillos desperdigados por todos los rincones de su antiguo caserón colonial.
Poroto, como es más conocido por acá, nació y se crio en San Emilio (de los Busquet) y trabajó como mayordomo de estancias gran parte de su vida. Hasta que, 25 años atrás, compró cien hectáreas ubicadas a 25 km de la ciudad de Bolívar, en medio de la fértil pampa bonaerense. En esas tierras había un viejo casco de estancia y un puesto rural que permanecieron añares ocultos entre la maleza. Y él, que creció en el pago, lo sabía. “Esto era una tapera enorme, no se veía la casa, estaba todo abandonado”, recuerda Poroto.
El caserón es 1879, y lo mandó a construir Catalina Berterreix, una mujer vasco-francesa que llegó al país a sus 19 años. También erigió varios puestos rurales alrededor, pero solo queda uno en pie, que conserva su nombre cincelado en el frente: Las Ánimas. Con el tiempo, Poroto y los suyos restauraron el lugar. Así, la casona colonial tomó forma de hogar, y el puesto fue transformado en la casa de huéspedes de Santa Catalina, este emprendimiento de turismo rural con impronta familiar en el que la premisa es descansar.
“Compré este campo y conquisté a Dolores, todo junto”, recuerda el hombre durante la cena y mira de reojo a su esposa, que sirve la comida. Ella sonríe cómplice.
Para esta noche, Dolores cocinó escabeche de pollo y empanadas de carne. De entrada, Poroto preparó una picada con chorizo y jamón crudo, elaborados por él mismo. Los mediodías suele prender el fuego y asar a la cruz, mientras Dolores hace las ensaladas y el postre. Loli, la hija de ambos, tiende la mesa bajo la sombra de un eucaliptus añejo. Ella tiene 22 años, nació acá y es quien está al frente de Santa Catalina, aunque las miradas se las lleve todas Poroto, gran conversador. Loli escuchó su infinito anecdotario una y mil veces. Aún así, cada vez que su padre narra alguna de sus historias lo mira con amor. Y bromea: “Para que creés que lo tengo acá”.
Loli adora los caballos tanto como su padre. Por ahora, más allá de los que crían, tiene un ejemplar mansito para los visitantes, pero planea traer más para organizar cabalgatas. Para refrescarse en las tardes veraniegas, disponen de un tanque australiano. Quienes disfruten de la pesca, pueden hacerlo en el próximo arroyo Vallimanca. Y a unos 15 km se encuentra la Laguna San Luis, donde se pueden alquilar botes.
Santa Catalina es un hospedaje pintoresco, sencillo y acogedor, uno de esos lugares ideales para desconectar. O, en realidad, para conectar. Conectar con el campo, la llanura sinfín y sus cielos límpidos; con los infinitos relatos de Poroto, la cocina de Dolores y la dedicada atención de Loli. Con el sagrado silencio de la pampa bonaerense, solo interrumpido por el canto de las aves o el sonido metálico de las aspas del molino.
Datos útiles. El puesto Las Ánimas tiene dos cuartos, uno doble y el otro con tres camas (se alquila completo). La decoración es campera y sencilla, tiene un baño muy amplio y una cocina para desayunar contemplando el jardín. $5.000 por persona con desayuno, almuerzo, merienda y cena (con bebidas, una botella de vino incluido por comida). Para quienes quieran pasar el día, $3.000 con almuerzo y merienda. Sobre la Ruta 226, a 20 km de la entrada de Bolívar. Hay que ir hasta el Km 380 y adentrarse 8 km por un camino rural. T: (+54 9 2314) 49-8537 @santacatalina2020
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