Se ubica más arriba de La Quiaca, a 3.800 metros de altura, donde el mapa que dibuja los límites del territorio nacional hace un cono que se mete en Bolivia.
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La magia de Santa Catalina es tal que, sin querer y haciendo honor al juego de imprevistos que plantea la puna, llegamos al pueblo el día de la santa patrona. “Bienvenidos a Santa Catalina, cofre de virtudes y tradiciones. 474 años de vida”, reza un pasacalle en la entrada a la localidad minera fundada en 1547. A “pasitos” de la frontera con Bolivia, es el núcleo urbano más al norte de la Argentina, en Jujuy, sobre la puna y a 3.800 metros sobre el nivel del mar.
En Santa Catalina no hay señal de celular. Son las cinco de la tarde y salir a dar una vuelta empieza con la música que sale de una casa que está en la esquina del Hostal Don Clemente, donde nos hospedamos. La casa tiene la puerta abierta y gente en la vereda, que entra y sale, con bebidas alcohólicas en la mano y una alegría que bien se explica. “Es una challa de casa en agradecimiento a la Pachamamita y a nuestros ancestros. Siempre para bienestar de los propietarios”, me explica en el umbral un hombre que se define como padrino de la ceremonia de inauguración de la casa.
Luego señala una guirnalda que cuelga de la puerta: “Trajimos desde Bolivia esta ofrenda en blanco (salud), amarillo (dinero) y rojo (amor)”. “Ahora estamos flechando”, agrega y me invita a pasar para ver cómo dos personas arrodilladas, con una flecha en la mano, intentan romper un huevo que cuelga del techo. Todos se agolpan alrededor de una mesa, mientras la música no cesa y el alcohol sigue corriendo hasta –luego sabré– el amanecer.
La caminata por Santa Catalina continúa por el pueblo viejo, que son las cuadras por la parte baja, donde está la iglesia de Santa Catalina de Alejandría, que se encuentra cerrada, como la mayoría de las casas circundantes, que son de adobe. Hay, además, una plaza con reja y dos adolescentes que la atraviesan, un registro civil y mucho silencio. Hay callejones entreverados, dos oficiales sin apuro y mucho más silencio. De vuelta en el pueblo nuevo hay una cancha de fútbol grande con un par de chicos que patean la pelota y un cementerio, donde algunas tumbas tienen flores de papel, otras de género y varias recubiertas en botellas de agua. No hay nadie en ningún lado. Una almacenera me explica el fenómeno: “Están todos en la casa de la challa”. Me convence.
“Aquí, los habitantes permanentes no sé si llegan a ser 150. La escuela tiene 45 chicos, pero solía tener 200. Y los viernes mucha gente se va a La Quiaca”, me desasna Felisa Solís, anfitriona del Hostal Don Clemente. “Hay un policía y una vez por semana viene un médico. Hubo uno que era venezolano, pero se fue. También llega el dentista. Esther Farfán de Morales es una de las habitantes históricas. Vive frente a la plaza. Tiene 93 años y está muy lúcida. Pero, en general, la gente se fue muriendo, y los hijos se fueron yendo”, agrega.
Felisa cuenta que, hace 77 años, nació acá, en “una finquita” de sus abuelos. Su mamá era descendiente de aborígenes, de apellido Mamani. Y su papá, de españoles, Solís. Tenían el almacén del pueblo y, cuando ella estaba en tercer grado, la mandaron pupila a estudiar a un colegio en San Salvador de Jujuy. Ellos habían hecho hasta segundo grado, pero se preocuparon para que sus hijos estudiaran y “nunca nos faltó nada”. Hoy vive en Salta capital y viene a Santa Catalina cada 20 días por el hostal, y por las llamas –“con carne baja en colesterol”– y las ovejas de la finca, donde además está incursionando en la papa andina.
A la charla sobre las llamas se suma un grupo de científicas del Conicet que las conocen muy bien y además estudian las vicuñas. “Hasta acá llegan las caravanas de llamas. Son pastores de la puna boliviana que bajan de los cerros y tardan seis días en llegar a la feria de Santa Catalina. Traen los animales para intercambiar por harina o habas, por ejemplo”, nos dicen sobre un hábito que se está perdiendo.
Todo lo que saben está plasmado en Caravanas de las alturas, un libro escrito y editado por la doctora Bibiana Vilá, investigadora de la entidad y miembro de Vicam (Vicuñas, Camélidos y Ambiente). Según cuentan mientras ofrecen un ejemplar, la obra repasa los detalles del trayecto que recorren y cómo son estos animales. Explica, entre otras cosas, que la llama es un camélido sudamericano doméstico creado por manipulación genética, hace 5.000 años, por los pueblos originarios andinos a partir de domesticar al guanaco. Además de ser un animal de carga, se utiliza su carne, cuero y hasta la bosta. Descubro que tienen motivos de sobra para estudiarlas.
A propósito de Santa Catalina, Felisa cuenta que “este es uno de los pueblos más antiguos de la Argentina, junto con Rinconada; era paso obligado hacia el Alto Perú, y era zona rica en oro... Todavía hay. Es de dos tipos: el que se saca de las minas y el rodado, que baja de los cerros por el río Grande de San Juan cuando llueve. Mi mamá, cada tanto, encontraba alguna que otra pepita. Gracias al oro vinieron tantos españoles, ingleses y alemanes”. Agrega que, si bien la fiesta de Santa Catalina es importante, mueve más gente la de la Virgen de las Canchillas el 15 de agosto, con los sicuris y la procesión.
Fotos antiguas de por medio, la dueña del hostal se emociona al hablar de su infancia en la puna, “cuando jugaba a las escondidas con mi papá y mi hermano, en las noches de luna llena. ¡O al gallito ciego!”. Y le pregunto cómo se llamaban sus padres, porque en la puna los nombres de las personas son tan lindos que siempre conviene preguntar. “Clemente y Plácida”, contesta y no me desilusiona.
Datos útiles:
Dónde dormir
Hostal Don Clemente. Santa Catalina s/n. T: + 54 9 (3874) 11-9486 / + 54 9 (3874) 55-1841. A pasitos de la entrada de la localidad, Felisa Solís es la dueña de casa en este hospedaje clásico de la Puna. Tiene habitaciones grandes, algunas con baño privado, y otras, para compartir. Las instalaciones y la ducha son buenas, así como la atención de quienes lo manejan. Hay wifi para los huéspedes y es valorable en un pueblo donde no hay señal de celular. La cena es casera, así como el desayuno que se sirve en un agradable comedor que invita a la tertulia alrededor de las anécdotas de anfitriona. Desde $2.000 por persona con desayuno.
Cómo moverse
Norte Trekking. T: + 54 9 (3875) 09-3299. www.nortetrekking.com Desde hace casi treinta años Federico Norte –¡su apellido está más que en sintonía con la zona!– coordina viajes a pedido por nuestro NOA. Es guía experto, hace trayectos de varios días en camionetas 4 x 4 y con la garantía de su gran conocimiento del estado de las rutas, los nuevos circuitos y paseos innovadores. En su página web muestra los recorridos. Consultar precios telefónicamente.
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