María del Pino Zapiola compró este establecimiento del norte de Córdoba a fines de los ‘90, lo restauró y cuenta con habitaciones para alojar visitantes.
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Fue en un bar, hace veinticinco años y mientras esperaba que su marido –hoy ex– terminara un trámite. Tenía que hacer tiempo y agarró los clasificados. “Se vende: antigua estancia al norte de Córdoba”, leyó. “¿Cómo puede ser que no la conozca?”, pensó. Y, unas semanas más tarde, partió hasta San Pedro Viejo para ver de qué se trataba aquella “antigua estancia”. “Llegué y se veía todo bastante abandonado, con el pasto alto. No estaba el dueño –que lo había heredado y había quebrado–, sino una familia que lo trabajaba. Y me gustó mucho… Entonces vendimos un loft en Capital Federal y compramos San Pedro Viejo a tranquera cerrada. Eran casi 5.000 hectáreas con vacas, caballos y hasta los muebles. Fue un buen negocio”, relata María del Pino Zapiola, que en ese entonces estaba casada con Diego Ferreyra, empresario y padre de sus ocho hijos.
Anfitriona en San Pedro Viejo, María (65) recibe huéspedes y visitantes secundada por Natalia Lescano, su empleada de confianza. Algunos llegan hasta acá (a minutos de San Pedro Norte, en Córdoba) atraídos por la capilla del siglo XVI que se ve desde la ruta; otros por la posta que integra el Camino Real; y los restantes para alojarse en la Casa del Roble, donde recibe huéspedes hace veinte años. Claro que, semejante propuesta turística no nació de un día para el otro. Para ponerla en marcha, María y su ex marido dejaron Buenos Aires y se mudaron a Villa Allende y a Jesús María para estar cerca de San Pedro Viejo. Restaurar la estancia les llevó cuatro años.
“Mucha gente decía que estábamos locos. Yo había crecido en Alvear y Ayacucho, pero desde siempre amaba el campo y los caballos… Tal vez éramos un poco aventureros”, resume María que se había casado a los 18 años y a los 33 ya tenía sus ocho hijos: Candelaria, Diego, Mariano, María, Ángeles, Falucho, Lucía y Octavio. “Entre el 77 y el 91 tuve un hijo en cada año impar”, ríe María y se pone seria cuando dice que quería revertir su triste historia de hija única.
Luego cuenta que, tras un tiempo instalados en Córdoba, el clan se volvió a Buenos Aires. Sus hijos se casaron y allá nacieron muchos de sus 12 nietos, entre los que está Joaquina, que tiene una discapacidad. Tanto los conmovió su llegada que María estudió equinoterapia y, con su hijo y su nuera, fundó un centro especializado. Claro que siempre, cada vez que podía, María volvía a San Pedro Viejo. Como en el verano del 2020, cuando acá la agarró la pandemia y decidió quedarse. Vendió su casa del club Martindale, en Pilar, y se reparte entre San Pedro Viejo y una casa en Jesús María, donde viven cuatro de sus hijos. ¿Los otros cuatro? “Todos bien juntitos, en Zona Norte del Gran Buenos Aires”, dice orgullosa. ¿Más? Hace seis años se divorció de Diego Ferreyra.
Si las paredes hablaran
Sobre la RP 18, San Pedro Viejo es el campo de María, pero también noble testigo de nuestra historia nacional. “Esta estancia fue parte de la época fundacional, de la independencia y de las guerras civiles. Vivo en la posta donde durmió Manuel Belgrano. Por acá también pasó José de San Martín”, asegura María mientras nos invita a pasar a su casa, que integraba el Camino Real. “Las postas eran las estaciones de servicio de la época. Acá arreglaban herraduras, cambiaban mulas, comían algo y seguían viaje. En algunos casos también dormían. Estaban cada 30 o 40 kilómetros, desde el puerto de Buenos Aires hasta Lima, en Perú. Y, más adelante en el tiempo, aquí se cocinó la historia de nuestro país. Mucho de lo que se decidió en Tucumán se acordó unos días antes acá”, explica María, y señala el techo, oscurecido por el hollín, de la entonces cocina de la posta que ahora es comedor y que se sostiene por vigas de madera y paredes de adobe que son originales. Sí tuvo que cambiar los pisos, que quedaron muy bien con adoquines de quebracho de la antigua estación de tren de Alta Gracia. Sus viajes por el país se notan en cada rincón de la casa, como en las cabeceras de cama confeccionadas en Purmamarca. También se nota el legado de su familia, en la porcelana y los cubiertos, por ejemplo.
De bombacha de campo y boina, cuenta que, a pasos de la iglesia, la laguna con patos y juncos alguna vez fue tajamar para hidratar al ganado y las mulas. “En el siglo XVI, el español Jerónimo Luis de Cabrera le pidió la merced de estas tierras al rey, para su hijo Pedro. Aquí levantaron una iglesia, cuya fecha de construcción no se sabe con exactitud, pero es posible que sea la más antigua de la provincia”, dice mientras avanzamos hacia el interior del templo y nos muestra la imagen de un “San Pedrito” papa, de rasgos europeos, que es tan original como los muros y la puerta de esta capilla, una oda a la sencillez: blanqueada a la cal, de una sola nave y tejas.
Dedicada al campo y a recibir huéspedes, María se apoya en Falucho, su sexto hijo, encargado del manejo holístico y regenerativo del ganado de la estancia. Además, sigue fiel a una gran pasión: cría caballos de paso peruano. Inquieta, sonríe por su incursión a la política como primera concejal, de la mano del flamante intendente de San Pedro Norte. “Me di cuenta que no todo está en Buenos Aires. Descubrí que creía tener necesidades que no tengo. Mi proyecto de vida ahora está acá, donde pienso recibir mi vejez”, señala María, que es autora neta de su destino.
Datos útiles
Posta San Pedro Viejo. Es un establecimiento privado que contiene la posta (hoy casa de familia) y la capilla, que es antiquísima y muy linda. Conviene llamar para asegurarse la entrada y consultar valores de visita. Además, en otra de las casonas –Casa del Roble– reciben huéspedes en nueve habitaciones con baño privado. RP 18 s/n. T: +54 9 (11) 5856-1075 / +54 9 (11) 5803-2403. FB: /HotelSanPedroViejo
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