Marcos Etchart está al frente de la bodega que fundó su padre y es una de las más emblemáticas de Cafayate.
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Bodeguero, enólogo, viticultor, empresario. De todas esas palabras, “bodeguero” es la que elige para definirse, y eso que es uno de los enólogos más respetados de Argentina. Su apellido es nombre de una marca que ya no pertenece a la familia, pero él, su madre y hermanos tienen otra que se instaló en el mercado como una de las mejores en vinos de altura de calidad. Camina entre barricas con un sombrero de ala ancha que tiene 25 años, no por excéntrico sino por cuidado, su trabajo es estar horas debajo del sol. Aunque es cierto que la prenda irradia un halo de encanto: pasó 25 cosechas, es de piel de conejo y lleva las marcas del Valle Calchaquí, de este hombre que vive en una casa a la vera de la viña. Lugar yermo, silencioso, nunca solitario.
Puede pasar que algún sommelier lo visite desde otra ciudad, y evalúe la posibilidad de perder el avión de regreso por quedarse a conversar un rato más con él. Marcos Etchart, hijo de Arnaldo Etchart y Hebe Vasvári, nieto de Carmen Rosa Ulivarri y Arnaldo Benito Etchart. Radicado en Cafayate, Salta, desde 1997. Hasta entonces, su andar fue nómade. Pasó su infancia en Salta, con los fines de semana largo y vacaciones en la bodega de Cafayate. Hizo la secundaria en Recoleta, Buenos Aires. En uno de esos viajes, kilómetros de monotonía que por momentos habrán sido caldo de cultivo para la imaginación, a su padre se le ocurrió inventar la Serenata, el festival de folklore más importante de la provincia. De la bodega familiar salió también el Etchart Privado, una etiqueta que existe hasta el día de hoy y que hizo brillar a la bodega a fines de los 60.
Hace 27 años, la bodega Etchart pasó a manos del grupo Pernod Ricard, y con ello se llevó el apellido a otra parte (a otro vino), pero hace 31 que la familia había forjado su nuevo camino: el de San Pedro de Yacochuya, bodega administrada actualmente por Hebe y sus cuatro hijos: Mariana, Arnaldo, Pablo y Marcos Etchart. Familia que tiene una conexión asombrosamente natural con ese fruto pequeño, tierno y poderoso: la vid.
Una infancia a la vuelta de la viña, y la historia
El que crece en un lugar rodeado de campo puede tener la experiencia de subirse a un caballo al año de vida, que un abuelo lo lleve, lo traiga y lo haga bajar como por un tobogán por el cuello largo del animal. El que se cría en la ciudad ve murales en las paredes de los subtes y recorre distancias que organizan la cabeza con otras dimensiones.
El que pasa veranos en una bodega familiar, juega a las escondidas entre barricas, hace guerra de corchos y, probablemente, hay que decirlo sin espantarse, conozca el sabor del vino antes que ninguno, “...hacíamos miles de macanas, por supuesto”, dice Marcos Etchart. “Jugábamos al poliládron en la bodega, que era el lugar ideal para esconderse. Íbamos a andar a caballo en medio de los viñedos, y el carpintero –porque en ese momento las bodegas tenían taller, tenían carpintería– nos hacía armas de madera y jugábamos a los cowboys y a los indios a caballo. Íbamos a caballo en pelo, entonces era muy divertido... jugábamos con mis hermanos, con mis primos, en medio de la cosecha, con la uva.”
En el año 1938, mucho antes de que los corchos volaran por el aire, Arnaldo Benito Etchart compró La Florida, una bodega perteneciente a la familia Lema Niño desde 1850, de la que Carmen Rosa Ulivarri, la abuela de Marcos, era descendiente. De los cuatro hijos que tuvieron Carmen Rosa y Arnaldo Benito, solo uno se dedicó al vino: Arnaldo Etchart, quien a su vez tuvo cuatro hijos. En 1992, cuatro años antes –número reiterado en la familia– de que bodega Etchart pasara a otras manos, salió el primer vino San Pedro de Yacochuya, “El primer San Pedro de Yacochuya es cosecha 92. Se elaboraba en la bodega de mi viejo, allá en Cafayate, con las uvas de esta propiedad, de San Pedro de Yacochuya”.
Donde un paisaje lindo el vino es bueno
San Pedro de Yacochuya es un paraje bello, que merece conocerse más allá de su buen vino. Pero que el vino sea bueno no es casual. El Tata de Marcos, Arnaldo Benito Etchart, decía que el vino era un hecho estético, que formaba parte del arte, la cultura, la poesía.
Marcos encuentra un hilo, un hilván, entre un vino bueno y la belleza de un paisaje. “No sé por qué se da una cierta casualidad que la viña se da bien en lugares lindos. Pasa algo curioso. Donde un paisaje es lindo, el vino es bueno”. Y quién no quisiera estar ahí, en el Valle Calchaquí. “Vienen los amigos, es una escapada perfecta. Vos fijate, los lugares del vino, en todo el mundo, son lugares lindos... Lo bueno del valle calchaquí es que los años en general son muy buenos.
Porque el vino viene de la uva, no hay muchos secretos en la bodega, hay algunas maneras de vinificar, hay estilos de vinificar, pero básicamente el vino es el estilo de la uva. Y la uva es el año, el factor año. Entonces, dependemos mucho de cómo fue el clima en el verano previo a la cosecha, y en el invierno previo también. Depende de cómo fue el invierno, es que la brotación va a ser antes o después, que va a haber más o menos uvas. Cuando uno cosecha la uva se empieza a imaginar qué vino va a ver después”. El vino es el estilo de la uva, y el vino es un estilo de vida. “Bodeguero, además de un trabajo, o un oficio, es una manera de vivir. Estar un rato en las viñas, luego en la bodega, y normalmente por las tardes, o algún fin de semana tranquilo, uno vuelve a las viñas, o a la bodega, ya no a trabajar, sino a recorrer, o probar alguna barrica… Y en las reuniones sociales siempre hay un vino, con lo cual, nunca dejamos de estar vinculados al Ser Bodeguero”.
San Pedro de Yacochuya. T: +54 9 3874 59-4684. Visitas guiadas sin cargo, previa reserva al mail info@yacochuya.com.ar
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