En Jujuy, la escuela N° 368 Madre Alphonse María Eppinger queda sobre la ruta nacional más legendaria de la Argentina.
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Entre el polvo, el adobe y la inmensidad de la puna, la legendaria RN 40 luce imperturbable. Jujuy, en el extremo noroeste de nuestro territorio nacional, es mucho de lo que pasa alrededor de esta ruta de altiplano, que solo se interrumpe por caseríos, parajes y algún que otro pueblo, como San Juan y Oro. Queda a seis kilómetros de la frontera con Bolivia y a 3.800 metros de altura sobre el nivel del mar. Se llega a través del ripio en buen estado, y se anuncia por una gran inscripción de piedra en la ladera de un cerro. Figura como San Juan y Oro en algunos mapas y carteles, pero en otros es San Juan de Oros o San Juan y Oros.
Lo descubrimos un viernes, cuando falta un rato para el mediodía y se avecina una nube negra que anuncia tormenta. Todo parece vacío. Hay una iglesia cerrada y una calle con un hostal también cerrado. Hay una escuela sin chicos en el patio, con los toboganes inmóviles, pero con una reja que no está trabada. Las ganas de que alguien nos cuente qué pasa a estas horas en aquella localidad nos llevan a atravesarla.
“Buenas tardes, ¿en qué te puedo ayudar?”, me pregunta Carmen Leaños, directora de la Escuela N° 368 Madre Alphonse María Eppinger, cuando me ve abrir la puerta de la escuela. Le explico que estamos de paso y sonrío cuando un chico llora porque se larga a llover. “Soy directora, pero también portera y maestra”, aclara la titular de este establecimiento rural. Cuenta que les enseña a ocho niños en plurigrados, que los alumnos pernoctan allí, y que la escuela le debe su nombre a una monja francesa “que llegó para dar clases cuando esto no era ni pueblo”, en el siglo XIX.
Bien dispuesta a compartir su experiencia, Carmen me comenta orgullosa que sus ancestros son nativos. Además, susurra para decirme que aquí todavía hay oro, “aunque nadie lo diga”. “Por eso, los colonizadores lo bautizaron así”, insiste y agrega que San Juan se llama el río que recorre el pueblo y más allá. “En época de lluvias, de diciembre a enero, la corriente arrastra pepitas y la gente sale a buscarlas. Todavía quedan... Aunque nadie lo diga”, repite por lo bajo.
¿Qué la trajo hasta acá? “Siempre quise trabajar en un lugar así”, anticipa la maestra que tiene su casa en San Pedro, a 65 kilómetros de la capital jujeña, y que todos los domingos a las ocho de la noche se toma el colectivo que, tras 12 horas, la deja toda la semana en la escuela. Nosotros la encontramos justo cuando está haciendo está haciendo lo inverso: preparándose para volver a su hogar, después de almorzar la comida que preparó Atanasia, la cocinera del lugar. Lleva carpetas, papeles ensobrados y algo de ropa.
“Soy madre soltera. Con este trabajo puedo pagarles los estudios a mis hijos: psicología, enfermería, educación física y veterinaria. Me hago astillas para verlos avanzar y morir en paz”, me confía Carmen, sin disimular la sensación de deber cumplido con los hijos que crió. “No tuve suerte con un compañero, pero Dios me ha bendecido con mis hijos”, reflexiona, a la vez que no se define católica, sino “una creyente que no necesita intermediarios”.
Le pregunto cómo se vive en San Juan y Oro, para entender el lado B de esta soledad que encanta a turistas aventureros –muchos de ellos llegan en moto– de buena parte del mundo. “Acá no se vive, se sobrevive. Se corta mucho la luz y también el agua, que es de pozo y no corriente”, asegura Carmen. Luego comenta lo necesarias que son las computadoras para la escuela, ya que los niños cada vez que pueden usar algunas de las que funcionan, aprovechan y escriben cuentos larguísimos y cargados de sentimientos.
Comprometida por su comunidad y guardiana de la escuela, además sintetiza: “Acá se sobrevive porque se hace charqui para que la carne no se eche a perder y porque la huerta da lo que puede. Muchas veces habas”. Entonces se despide después de dejarnos recorrer la escuela, justo cuando los gotones de lluvia siguen retumbando sobre el tinglado y un trueno amedrenta aún más a los chicos. Es que en la puna, la lluvia no es cosa de todos los días.
Dónde dormir
Parador Solar
RN 40. T: (3884) 63-5336 / (3884) 96-0966. Con sencillez y muy buen trato reciben gente a dormir en dos habitaciones con cuatro camas cada una. Entregan sábanas y toallas limpias. Están en pleno proceso de construcción de los baños, que por el momento se pueden dar en la escuela que está enfrente. Yolanda Ochoa atiende las consultas, así como Sergio Sánchez que es quien está siempre en el lugar. Para cena y almuerzo encargan platos a una cocinera que los sirve en el parador. Cobran $400 por la cama.
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