Patrick Monaco es windsurfista y conoció la meca de los buenos vientos sanjuanina durante su luna de miel. Tras la pandemia se instaló de manera permanente en la provincia.
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Ya son las 3 de la tarde en el dique. Después de una mañana soleada e inmóvil, el viento se presentó puntual después de las 12, como hace casi 300 días al año, como hace con más fuerza e ímpetu entre octubre y abril cuando puede soplar hasta los 110 kilómetros por hora, como hace desde tiempos inmemoriales y a fuerza de pasar por el embudo que se genera entre los cerros sanjuaninos, en ese punto de la geografía en que se unen los ríos Jachal y Blanco en un embalse artificial de 3 mil hectáreas construido en los años ochentas. Un cúmulo de condiciones que hicieron que el Dique Cuesta del Viento, en el pueblo de Rodeo, departamento de Iglesia, se convirtiera en una de las capitales mundiales del windsurf.
“Vine buscando esto. No tenemos nada así en Suiza”, dice Patrick Monaco, 51 años, quien como el viento también aparece puntual todas las tardes en la Playa Lamaral, uno de los ocho paradores que hay sobre el dique- para cambiarse la ropa de trabajo por el traje de neoprene y entrar al agua que desde la orilla se percibe verde y revoltosa. Son pocos los windsurfistas que navegan; la pandemia y el cierre de fronteras dejó al dique sin su público habitual de deportistas extranjeros. Y en ese contexto, Monaco llama aún más la atención. Alto, la cara y el pelo curtidos por la vida al sol y al aire libre. En su mano izquierda un garfio de metal que lo ayuda a asirse a la vela y hacer viradas y trasluchadas durante horas hasta que comienza a refrescar. En algún momento saldrá del agua para tomar un par de cervezas en el parador de este pueblo en el que solo llueve cinco días al año y viven poco más de 2 mil habitantes.
Con algunos saltos temporales y con un español algo enrevesado, se apresta a contar su historia. “Nací en Suiza, en el distrito de Locarno, cerca de la frontera con Italia y a 200 kilómetros de Zurich. Aprendí a hacer windsurf con mi papá en el lago Maggiore”, empieza. Cuando estaba en la escuela secundaria, a los 15 años, un accidente en moto lo dejó en coma tres meses y entre otras secuelas afectó sus cuerdas vocales. “Esta voz metálica es por el choque. No me gusta nada mi voz”, dice. Pero el windsurf regresó a su vida un tiempo después y ni siquiera lo abandonó después de accidentarse una segunda vez -con un tractor cortacésped- y perder la mano mientras trabajaba como jardinero. Eso fue a los 29.
Así como el windsurf siguió siendo una constante en su vida, fueron los buenos vientos los que lo depositaron algunos años más tarde en un rincón de la Argentina que incluso sigue siendo bastante secreto para los locales.
Pero, antes de llegar hasta ese punto, hace falta un breve flashback. Patrick se encontraba de voluntario en Ecuador cuando viajó hasta Calima, en Colombia -otro spot windsurfero de la región- y conoció a quien hoy es su esposa, Ana Pinillo. Recorrieron América Latina y se casaron en Suiza. Como Argentina era el único país que les quedaba por conocer, decidieron pasar la luna de miel acá. Y googleando descubrieron que existía el Dique Cuesta del Viento. Pasaron varias semanas navegando. Era el año 2005. “La última noche decidí comprar un terreno. Pedí a mi banco en Suiza que me girara el dinero y así fue, muy rápido “.
En un terreno lleno de álamos levantó un complejo de cabañas al que llamó Clandestino (en homenaje a Manu Chao) y luego una cava de vinos que fue la primera del departamento de Iglesia. La Cava del Duende.
Hoy está construyendo su nueva casa. Estas dos últimas edificaciones las hizo él mismo, con dos ayudantes, en súper adobe, un material del que se enamoró por lo económico, práctico y ecológico. El sistema consiste en apilar bolsas de polipropileno rellenas con una mezcla de tierra y cal. La forma es redondeada, con árboles secos que conforman arcadas y un cuarto a varios metros de profundidad que le valió otro de los apodos con los que lo conoce el pueblo: el topo. “Es fresco en invierno, es cálido en verano, es perfecto”.
Durante casi 15 años Monaco y su mujer dividieron su vida entre Suiza y Rodeo, persiguiendo la temporada estival en ambos hemisferios. Hasta que en enero de 2019 renunció a su trabajo como jardinero allá y pasaron el primer invierno sanjuanino. Luego vino la pandemia y la certeza de que su futuro está en la Argentina.
-¿Extrañás algo de Suiza?
-No, nada, la respuesta parece llegar directo desde las entrañas. Sin dudas y con total firmeza.
-¿Por qué?
-Muy aburrido, muy perfecto.
En la Cava del Duende reunió pinots gris de San Juan, tannats de Salta. La premisa es conocer a quienes los hacen. “Tengo vinos de pequeños productores y de bodegas chicas. Mi único lema es: no quiero vinos sin amor adentro”. Además de sus vinos favoritos, también se dio el gusto de tener su propia etiqueta. Es un malbec con uvas mendocinas que elabora un amigo. Dice que no le costó mucho elegir el nombre: Capitán Garfio.
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