Fundado de forma definitiva en 1641, queda a 25 minutos de Cafayate y lo atraviesa la mítica RN 40.
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“Lo lograron, finalmente, con espiritualidad. Porque sólo así se llega a los pueblos”, desliza Julieta Yáñez. Estamos en la Plaza 4 de Noviembre, frente a las cinco placas que recuerdan las cinco fundaciones de San Carlos, el pueblo más antiguo de Salta. Julieta es guía del grupo de turismo comunitario Anguinaos y quien nos da detalles del devenir de esta localidad de calles tranquilas y construcciones antiquísimas que queda a 25 minutos de Cafayate.
“La primera fundación de San Carlos fue con el nombre de Barco II, en 1551, pero no prosperó porque la resistencia diaguita era muy fuerte. En 1559, los españoles volvieron a asentarse, ahora para fundar Córdoba del Calchaquí. ¡Pero tampoco! En 1577 llegó un militar, Gonzalo de Abreu y Figueroa, y dijo que este lugar se llamaría San Clemente de la Nueva Sevilla. No fue el definitivo. Los alzados (así llamaban a los nativos) se negaban y seguían las guerras. Como tampoco fue próspero el intento de 1630, bajo la advocación de Nuestra Señora de Guadalupe”, refiere Julieta y dice que recién en 1641 los jesuitas lograron fundar este pueblo, que llamaron San Carlos Borromeo, en honor al arzobispo milanés, y quebraron los 100 años de resistencia. Dice, además, que en algún momento se propuso San Carlos como capital de la provincia, pero perdió con Salta por un voto. “Por suerte, porque aquí todo siguió siendo tranquilo y muy lindo”, agrega. Y estamos muy de acuerdo, después de un par de horas en este sitio apacible y muy bien cuidado de apenas 4.000 habitantes.
Diaguita calchaquí de la comunidad Condor Huasi, nuestra guía, cuenta que desde tiempos inmemoriales aquí estaban los anquingasta (“localidad de altura”), que integraban el pueblo calchaquí. Criaban llamas, vicuñas y se trasladaban en busca de pastos de calidad. “En el 1500 llegaron los incas, pero para mí es difícil pensar en una invasión, porque quedó claro que se unieron con los locales cuando sí invadieron los españoles”, comenta Julieta, pero aclara que para ella la historia depende de quién la cuenta.
Frente a la plaza, la iglesia de San Carlos Borromeo fue erigida en adobe en 1801 y es la más grande de los Valles Calchaquíes. Cuando la visitamos, no tiene al santo en cuestión, porque en unos días se celebra su fiesta y ya está listo para salir de procesión por las calles del pueblo. “En todo el norte, el sincretismo es una realidad. Nuestras abuelitas siempre hicieron la señal de la cruz antes de la ceremonia de la Pachamama”, cuenta nuestra guía.
A unas cuadras, el Centro Jallpha Kalchaki es el museo más importante de San Carlos y se levanta sobre un edificio de 332 años. Tiene salas dispuestas por orden cronológico, con piezas de más de 1.000 años. Algunas son de cerámica y están dibujadas con espinas de cardón. Hay tinajas, en las que se guardaban granos, decoradas con pincel, con motivos de suris –el avestruz andino–, serpientes y rayos. La colección se armó con donaciones de familias de la zona. Todos recuerdan la ocasión en que aparecieron 20 piezas de gran valor arqueológico en la casa de un vecino que hizo una pequeña excavación para poner una media sombra.
Antes de despedirse, Julieta se ofrece a cantar una copla que le enseñaron los abuelos cantores del pueblo. De grande aprendió este arte, con el único fin de que no se pierda la tradición. Entonces le hace frente al calor y se calza un poncho salteño –color borravino– que heredó de su bisabuelo. Luego agarra la caja coplera –hecha con cuero de chivo– y ensaya golpes con dos palillos. “Luna nueeeeeeeva, tal vez llueeeeeeva”, dice y se nota el amor por sus orígenes. Esos que reconoce en su abuela materna, Catalina Cisneros, depositaria de buena parte de la emoción que siente. La escuchamos parada a la sombra de una casa centenaria, sobre la calle San Martín, que no es una calle cualquiera. Es también la RN 40, arteria vital de nuestro país, que corre paralela a los Valles Calchaquíes.
San Carlos y su calma
A tres minutos del centro, nos alojamos en La Vaca Tranquila. Simpático nombre para este hotel de campo que acaba de renacer. En la recepción, está Ester Mogro, quien, junto con su marido, Abner Ramos, es propietaria de Me echó la burra, la fábrica de cerveza que funciona al lado del hotel. La historia de este emprendimiento dice que nació en 2006, cuando el belga Alain Giet compró un campo de la familia Nanni y montó una cervecería. La llamó Me echó la burra por la anécdota de un obrero que fue expulsado de su casa por llegar borracho. Y la puso en funcionamiento con Abner Ramos, este joven boliviano que era empleado del establecimiento y que, a los ojos del belga, tenía potencial. Para formarlo, contrató un maestro cervecero. No se equivocó. Abner creció al compás del emprendimiento, que pronto se convirtió en un éxito y en 2010 vendía cerveza a toda la Argentina. En 2020, el belga dejó nuestro país y en señal de agradecimiento le cedió la empresa a Amber, que desde entonces está al frente.
Si volvemos a La Vaca Tranquila, los dueños son Cristóbal Pereyra Iraola y Hortensia Arias, que viven en Salta capital. Como parte de una familia de 10 hermanos, Hortensia creció en El Bordo de las Lanzas, que recibía turistas, y siempre quiso reproducir la experiencia. Se le dio recién en junio de 2023, cuando compró esta finca de 110 hectáreas con ayuda de un grupo de amigos inversores. La conocía porque se había alojado años atrás, cuando era del belga Alain Giet y su esposa Anne. Conservaron el nombre, que remite también al clima y la serenidad de quienes atienden el hotel… y la propuesta norteña de “bajar un cambio”.
Tal es el caso de Elvira Escalante y Rosita Cutipa, que hacen de la paciencia un culto. Integran el Taller de Teleras Santa Ana. “Aprendí mirando, no me enseñaron”, asegura Elvira sobre el arte del telar, que se transmite de generación en generación. Está enfocada en un tapiz, pero también hace pies de cama y alfombras. Suele tener muchos pedidos, que se venden en Salta capital, Buenos Aires, e incluso el exterior. No es el caso de Rosita, que hace más bien lo que quiere y lo pone a la venta. Cuenta que le gusta teñir las lanas con el hollín que se acumula en la chimenea.
Otro de los artesanos de la zona es el célebre don Mendocita, que en su DNI figura como Eduardo Mendoza. Es ceramista y nació en el departamento de Güemes, pero lleva 40 años en San Carlos. Su taller funciona detrás del local, donde están los diplomas de las piezas que se vendieron en Japón y los Estados Unidos. “Nadie me enseñó, aprendí de mirar”, sentencia, casi idéntico a como hace un rato me respondieron las teleras. Cuando lo visito, está trabajando sobre una jarra con forma de serpiente, cuyos ojos resuelve con maestría. En una de las vitrinas, hay una mulita que ya está vendida y que es una de las tantas piezas únicas que le encargan todas las semanas. Horas y horas de trabajo con la arcilla que recolecta en la zona, siempre con el afán de que no se pierda la cultura de manipular este material amable, que hornea en horno a leña.
Cerquita está Arte Noble, el taller y showroom de Graciela Darwich. Oriunda de la vecina Cafayate, lleva muchos años en San Carlos y aquí se siente más a gusto. “Soy del valle”, resume esta nieta de sirios que tiene una casa construida en adobe, con material reciclado, detrás de su taller de cerámica. “Me aventuraba”, dice una y otra vez con dulzura para referirse a todo aquello que empezó a hacer en algún momento de su vida, como manejar el telar –primero– y el torno de cerámica después. Porque de aventurarse, posiblemente, se trate vivir.
Datos útiles
Dónde dormir
La Vaca Tranquila. Rodeado de viñedos y a cinco minutos del centro, es un hotel de campo con galerías que invitan al desenchufe, pileta con sombra de árboles y habitaciones espaciosas. Reinaugurado en el 2023 por Cristóbal Pereyra Iraola y Hortensia Arias, está muy bien atendido. Sirven desayuno bien casero y, por la noche, tienen espacio para recibir delivery. Ocasionalmente ofrecen empanadas. Desde $65.000 la doble con desayuno. Calle s/n. T: +54 9 (381) 568-6385. IG: @la.vacatranquila
Dónde comer
El Molino. Apenas al sur del pueblo, se destacan por el cabrito a la cerveza, los ravioles de cabrito, el locro, los tamales y las empanadas. Todo lo preparan en el momento. Tienen buenos vinos de la zona. De 12 a 15 horas, y de 20 a 23, todos los días, menos martes y domingo a la noche. RN 40 s/n. T: +54 9 (387) 413-0884
La Casona Restobar. Frente a la plaza central, sirven sándwiches, ensaladas, tamales y empanadas. Todos los días, de 12 a 15 horas. Belgrano y San Martin. T: +54 9 (386) 840-7361. FB: /LaCasonaRestobar
Paseos y excursiones
Anguinaos. Es un grupo de turismo comunitario que ofrece guiadas por el pueblo. Se destaca Julieta Yáñez, que tiene una visión equilibrada y amorosa de la historia de la localidad y del valle. Se le puede pedir que cante una copla. Los valores son accesibles y dependen de la duración de la propuesta. T: +54 9 (387) 573-8928. FB: /AnguinaosDestinoSanCarlos
Taller Teleras de Santa Ana. Se las puede visitar mientras confeccionan alfombras, tapices y mucho más. Tienen artículos a la venta. Todos los días, de 9 a 12 y de 14 a 19 horas. San Martín s/n. T: +54 9 (386) 945-6693
Centro Jallpa Kalchaki. Sobre la antigua casona de la familia Radich, repasa la historia de los pueblos originarios del valle. Hay piezas de gran valor arqueológico. Todos los días de 9 a 19 horas. Entrada desde $500. Güemes esq. Rivadavia. T: + 54 9 (387) 219-4888. IG: @museojallpacalchaqui
Eduardo Mendoza. Alfarero de renombre, tiene su taller detrás del negocio. Vende piezas por encargo, pero también tiene algunas disponibles. Todos los días, de 10 a 18 horas. San Martín 273. T: + 54 9 (386) 863-8765
Arte Noble. Taller y salón de ventas de Graciela Daruich. Está delante de su casa. Tiene piezas de cerámica que brillan, prendas que confecciona en el telar y más regalos bonitos. Todos los días, de 9 a 20 horas. San Clemente de la Nueva Sevilla s/n. T: + 54 9 (386) 841-4505. IG: @artenoble
Me echó la burra. Cervecería icónica del NOA, funciona junto al hotel La Vaca Tranquila, en San Carlos. Las recetas llevan una base de malta argentina que combinan con maltas belgas, alemanas, inglesas e irlandesas, y diferentes variedades de lúpulos. Venden 17.000 litros mensuales. Se puede visitar y comprar. Conviene llamar antes. Calle s/n. T: +54 9 (03815) 686385. IG: @meecholaburraok
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