Integra un paraje de nombre difuso, a media hora de San Juan y Oro, y a diez minutos de Paicone, en el norte de la Argentina y al límite con Bolivia.
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En la Puna, los pueblos, caseríos e iglesias se suceden al borde del cauce seco de los ríos, ahí donde el altiplano es aridez y soledad. Con más de treinta años recorriendo el norte argentino, desandamos –una vez más– la inabarcable ruta 40. En esta oportunidad, el periplo es desde Santa Catalina, el pueblo más “arriba” de nuestro territorio, hasta llegar a una antigua iglesia que ya visitamos alguna vez y se conserva más o menos igual. Se levanta en “el pueblo de Primitiva”, aunque en rigor sea apenas un paraje. Su nombre responde a una de sus antiguas habitantes, Primitiva Condorí, que LUGARES retrató en 2011 y volvió a retratar en 2019.
El paraje –son dos o tres casas– y la iglesia se ven desde la RN 40 –que tiene nueva traza–, después de una curva cerrada. Queda media hora al sur del pueblo de San Juan y Oro, que algunos denominan San Juan y Oros, mientras otros lo llaman San Juan de Oro. Bordea el río San Juan de Oros, a 5 kilómetros de Paicone, otra localidad sobre la misma ruta, que se anticipa por una serranía bellísima de mil colores y el mismo nombre.
Cuando estacionamos el auto a pasos de la iglesia, nadie sale de ningún lado. Solo un par de perros ladran y se acercan. La iglesia está cerrada con candado, como muchas otras de la Puna. Una mirilla en la puerta de madera –que es robusta e infranqueable– permite ver qué pasa adentro: está abandonada, sin altar, ni santos, ni flores. Tampoco hay bancos, ni candelabros. Mucho menos curas, acólitos o feligreses. Luce despintada. Sí está abierta, en uno de los laterales de la iglesia, la escalera que conduce a la torre sin campana, pero lo suficientemente alta como para regalar una vista única de este lugar sin tiempo.
Solo un par de autos, un camión, alguna que otra moto y el Andes Norte –medio de transporte local– pasan por la 40. Ninguno para. Y de pronto, cuando caminamos hacia las casas para que alguien nos desasne sobre el paradero de Primitiva, nuestra referente en el lugar, una persona sale de una casa. “Hace dos años que dejó el campo. Ya no vive acá́. Se fue a Misa Rumi”, contesta Vilma Vilca, una mujer de sonrisa amplia y pocas palabras. Cuenta que es la casera que le cuida la casa y las llamas a Primitiva, pero que además tiene sus propias ovejas y cabras. Cuenta que ahí donde vive siembran quínoa, acelga, lechuga, brócoli y rabanito. Y que el charqui que cuelga de una soga es de llama, que lo obtienen después de tres días de secado, método tan eficaz como antiquísimo para preservar la carne. Fundamental en este caserío si heladeras, ni luz eléctrica, en la franja más autóctona de nuestra puna.
Dicen por ahí
“La iglesia se llama San Juan Bautista de Misa Rumi. Es la ex iglesia de San Juan y Oros, la comunidad que se mudó y actualmente se encuentra unos kilómetros más al norte”, nos explican semanas más tarde desde el área de Turismo Rural del ministerio de Cultura y Turismo de Jujuy. Eso explica porqué muchos llaman capilla de San Juan a la iglesia, y se reparten los que le dicen San Juan de Oro al paraje o San Juan de Misa Rumi. Ocurre que originariamente aquí nació la comunidad de San Juan de Oro (y Oros, o de Oro), pero luego se mudó a dónde está ahora, quedando la iglesia matriz en donde estamos nosotros. Entonces, por cercanía, el paraje con la capilla pasó a pertenecer a la localidad de San Juan de Misa Rumi, que para los lugareños es simplemente Misa Rumi.
“Los abuelos comentan que sus abuelos les decían que la capilla de San Juan apareció de la nada. La laguna se abrió y surgió la iglesia. Porque en lo que hoy es tierra de greda, blancuzca, antes había agua”, asegura vía telefónica Santos Vidal Condorí, comunero de Misa Rumi e hijo de Primitiva, mientras se hace eco de la leyenda local. “Todo fue hace alrededor de 300 años. Aguantó tanto porque tiene paredes que van de los 80 centímetros al metro veinte. Siempre tuvo maderas gruesas. Y en un principio, techos de paja. Pero cerca de 1960 la refaccionaron. Le hicieron el techo de chapa y la revocaron con material”, agrega el descendiente de la familia que desde varias generaciones tiene los campos con el paraje y la iglesia.
“Esta era la única iglesia de la zona a principios el 1700, por eso congregaba religiosos de Bolivia y Chile”, agrega Vidal Condorí, que tiene la llave del templo. Dice, además, que los abuelos decían que por la capilla San Juan pasó el General Don José de San Martín y dejó una bandera que luego terminó en San Salvador de Jujuy. “Dicen…”, aclara sobre aquello que no le consta a él, ni consta en ningún registro histórico. Sí afirma que “por ahí pasó la guerra, porque todavía hay restos óseos enterrados en los alrededores de la capilla”. Y comprometido con la causa, insiste en algo que viene insistiendo hace mucho: “Necesitamos poder abrir la capilla para que la gente que pasa, pueda visitarla. Tiene que estar disponible para el turismo. Para eso antes hay que refaccionar los pisos, la puerta –que es original– y pintarla. Los muchachos de la zona lo pueden hacer, pero necesitamos los fondos. Necesitaríamos tener a alguien ahí encargado de su mantenimiento, para que la gente pueda entrar y recorrerla”.
Cuestión patrimonial
Experta en la materia, la arquitecta Valentina Millán es directora de Patrimonio del Ministerio de Cultura y Turismo de Jujuy. “Las iglesias de la Puna tienen una relación directa y muy valiosa con la comunidad. Ocurre también en la Quebrada, pero en menor medida, porque en la Puna es donde hay mayor distancia entre un pueblo y el otro. Esto es, justamente, lo que hace al valor patrimonial de una capilla. Porque un edificio vale por cuán importante es para su comunidad”, apunta la arquitecta para empezar a reflexionar sobre estas edificaciones antiquísimas que durante siglos han congregado gente.
“Son iglesias de arquitectura en tierra. Es decir, construcciones de adobe con mampuestos de tierra cruda mezclado con paja. Se hicieron y se hacen aún hoy, en comunidad. La gente se reúne para buscar el adobe, la paja… Las edificaciones más antiguas tienen cubierta ‘torta de barro’. La tipología de las iglesias responde a la arquitectura mudéjar, con torre campanario, nave única y copulín. Los españoles las adaptaron a nuestra geografía. Las más antiguas son de finales del siglo XVII, como la de Yavi y la de Uquía”, apunta la arquitecta.
“Aparecieron con la colonia en lo que por entonces llamaban ‘poblados de indios’. Los habitantes de estas tierras eran convertidos al cristianismo y había cierta manipulación. Sin embargo, con el tiempo los poblados se identificaron con la iglesia y hoy hay un sincretismo muy grande entre los simbolismos de la fe cristiana y las creencias ligadas a la naturaleza de los pueblos originarios”, señala Millán. Entonces aclara que los jesuitas, muy presentes en otras partes de nuestro país, no dejaron una gran impronta en esta zona, excepto por la iglesia de Casabindo, que tiene una bóveda de cañón corrido con piedra.
Sobre la permanencia en pie de estas construcciones, la arquitecta subraya que la Puna es zona sísmica y que por eso muchas se han dañado. “A veces, en el afán de preservarlas, pero con cierto desconocimiento, las refacciones se han hecho mal. Para restaurar una iglesia hay que tener en cuenta la técnica de construcción original, porque intervenirla con otra materialidad puede ser un gran error”, apunta. Mientras que sobre las refacciones más actuales, un grupo de Facebook que se llama “Recuperemos la Iglesia de San Juan de Oro” celebra las obras que se hicieron entre 2014 y 2015, pero desde 2017 está inactivo y no da cuenta del presente de la capilla.
Entonces Millán destaca que desde su área están trabajando en el relevamiento de las capillas de la Puna, y puntualmente en la reconstrucción de tres iglesias entre Hornaditas y Cochinoca, en la Quebrada. “Cuando son edificios que han sido declarados monumento nacional todo se facilita. En este sentido es fundamental el trabajo de la comunidad. Y hacer la restauración con mano de obra local”, asegura Millán.
¿Qué planes tiene para la capilla San Juan? “Por el momento no hay un plan específico, pero sí iremos a verla para hacer el diagnóstico. Al no tener declaratoria, no hay financiamiento. Pero estamos avanzando…”, asegura la arquitecta. “Son iglesias hito de la Puna, que irrumpen en el territorio, blanqueadas de cal y en altura, entre casitas marrones. Necesitan que las restauremos”, concluye la experta sobre esta edificación digna de leyendas y repleta de misticismo que pide a gritos ser puesta en valor, a la vera de la ruta más antológica de nuestro país.
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