Siempre hay una excusa para visitar Río de Janeiro, por primera o enésima vez. La final de la Copa Libertadores entre Boca Juniors y el Fluminense es una oportunidad para hacerse una escapada y disfrutar de una ciudad con 86 kilómetros de costa, naturaleza exuberante y una cultura vibrante.
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Río de Janeiro es playa, 86 kilómetros de orla marítima, desde Flamengo hasta más allá de Barra da Tijuca y Guaratiba, exactamente hasta Sepetiba. En Río viven cerca de siete millones de personas, muchas, muchísimas, en favelas y algunas en casas que aparecen en revistas europeas de decoración.
Río es el paisaje espectacular de la Bahía de Guanabara con morros cubiertos de mata atlántica, islas y afloramientos rocosos, como la piedra de Gávea, el Corcovado y el Pão de Açúcar, que se transformó en símbolo de la ciudad y en parte de la identidad carioca y brasileña.
Hace más de medio siglo que Río es Río y, al evocarla, enseguida surge la cidade maravilhosa, una expresión que pareciera venir con cierta efervescencia, con un burbujeo de brasileridad, el brillo y el erotismo de un objeto de deseo. Beleza pura, como me dijo un mozo que era la clave del wifi en un quiosque de praia de Ipanema.
Lo exuberante en Río es también el cuerpo, los cuerpos casi pegados sobre la arena fina de Copacabana, los pies jugando con el agua a orillas del mar. Y jugando un picadito en cualquier playa, en todas.
Río es una actitud y es Carnaval. Río es una música y, cuando suena, dan ganas de cantar y bailar.
Aquí, un recorrido pormenorizado barrio por barrio, playa por playa, en busca de los clásicos y las novedades de la ciudad carioca.
1. Río antiguo y el Gabinete Real
La ciudad antigua aparece, sobre todo, en el centro histórico, en Cinelândia, la estación de metro donde alguna vez hubo 20 cines (queda solo el Teatro Odeón). Aparece en los Arcos da Lapa un acueducto colonial con 42 arcos dobles que llevaba el agua desde el río Carioca, en Santa Teresa, hasta el centro.
Lo que queda de la arquitectura de Río antiguo aparece con contundencia feroz en el Real Gabinete Portugués de Lectura, creado por un grupo de 43 portugueses residentes en Río, en 1837. Inspirados en la Revolución francesa, querían ampliar sus conocimientos con una biblioteca privada, que creció hasta los 350.000 libros. De estilo neomanuelino, como el Monasterio de los Jerónimos en Lisboa, el exterior es de piedra caliza. El recinto interior conserva algo de secreto, gótico, fantástico.
Desde 1900 es biblioteca pública: hace mucho que los libros no solo no se pueden retirar, sino que algunos solo se tocan con guantes (tienen más de 300 años). Se destaca la primera edición de Los Lusiadas, el poema épico escrito por Luís de Camões, que sería algo así como el Don Quijote portugués.
2. Gratis, en el CCBB
La sede carioca del Centro Cultural Banco do Brasil está en el centro, en un edificio emblemático del mundo financiero de Brasil construido a comienzos del siglo pasado. A fines de los 80, lo rescataron y convirtieron en un polo cultural con una agenda de muestras para estar atento. Hasta marzo se puede visitar la retrospectiva del fotógrafo carioca Walter Firmo, que comenzó en el fotoperiodismo en los años 50 su etapa en blanco y negro. Pero cuando descubrió el color fue feliz. Ahí retrató a los pobladores negros, su música, sus ritos.
También a cantantes que surgían en los años 70: Gilberto Gil, Caetano, Chico Buarque, María Bethânia; se los ve tan jóvenes. En 266 imágenes se recorre la mirada curiosa, profunda y seductora de este hombre que ya cumplió los 85 años. En el segundo piso, hay una sede de la tradicional Confitería Colombo y, en el primero, el restaurante Lilia, con un menú degustación de 98 reales.
Desde el año pasado, la concesión del gift shop es de Mão Brasileira, con una notable colección de artesanías de varios estados. Otra manera de valorar el patrimonio.
3. Jardín botánico, otro reino
Muestrario, refugio y sitio de belleza natural, el Jardín Botánico tiene más de 140 hectáreas con una diversidad botánica esplendorosa: 16.045 ejemplares de plantas de 3.428 especies, algunas en peligro de extinción, como el pau brasil. En 1808, antes de ser emperador de Portugal, Brasil y Algarves, don João VI fundó el jardín. Se llamó Huerto Real y, al año siguiente, se plantó una palmera imperial (Roystonea oleracea), traída de contrabando del jardín Pamplemousse, en las islas Mauricio. El objetivo del huerto era disponer de un “jardín de aclimatación” para plantas que habían llegado de las Indias Orientales, como nuez moscada, canela y pimienta redonda o del reino. También en esos primeros años llegaron 300 inmigrantes chinos para cultivar arbustos de té y así competir con la India. El mirador Vista Chinesa –muy cerca del botánico, con panorámicas del sur de la ciudad desde una estructura tipo pagoda– es un homenaje a esos chinos.
Con la independencia de Brasil cambió el nombre a Jardín Botánico –actualmente se llama Instituto de Pesquisas Jardim Botânico do Rio de Janeiro– y se creó la avenida de las palmeras, donde en poco más de 700 metros se alinean, una tras otra, 143 palmeras imperiales altísimas –algunas, de 40 metros– de tronco fino y largo. A las palmeras imperiales se suman el palmito juçara, la palmera que da el fruto de açaí, el coqueiro y la palmera de donde se obtiene el aceite de dendê, tan usado en la cocina bahiana.
La avenida señorial fue la postal del jardín en las primeras décadas del siglo pasado, cuando lo visitó Albert Einstein, y lo sigue siendo hasta hoy. Cuando estuvo Einstein, en 1925, y le contaron las propiedades deljequitibá (Cariniana brasiliensis), el gigante de la mata atlántica, se acercó al árbol para abrazarlo y besarlo.
“Entrar en el jardín botánico es como si fuésemos trasladados a un nuevo reino”, escribió Clarice Lispector, que lo admiraba y visitaba; ella y sus personajes, como Ana en el cuento “Amor”.
El jardín se divide en sectores de familias botánicas, invernaderos temáticos y biomas brasileños. En este último se encuentran las plantas representativas de la Amazonia, con victorias regias o un árbol que es tan alto que lo mejor sería acostarse en la tierra para apreciarlo en toda su dimensión. Los colores y texturas del orquidiario emocionan con muchas de las 2.700 especies de orquídeas de Brasil.
En los distintos circuitos se pueden ver y escuchar cabezudos, saí andorinha (turquesa), canarios, beija-flor negro y el fabuloso tucán de pico negro que suele rondar el sector amazónico.
Desde ciertos claros se ve el Cristo redentor. Por esa imagen, uno de los blocos de Carnaval, que desfila en el Jardim Botânico, se llama, justamente, Suvaco de Cristo (Sobaco de Cristo).
4. Leblon
Con el precio más alto por metro cuadrado de la ciudad –4.000 dólares–, el barrio de Leblon es seguro, tranquilo, arbolado y menos popular que Ipanema y Copacabana.
El límite con Ipa lo marcan el canal Jardim de Alah y el cambio de la avenida Vieira Souto a Delfim Moreira. La playa es más chica y, al final, pasando el Posto 12 de guardavidas, hay un mirador con una vista larga hasta Arpoador. Se llama Mirante Air France en homenaje al vuelo 447 que en 2009 salió del aeropuerto Tom Jobim con destino a París y cayó al Atlántico.
Leblon es elegante, con boutiques interesantes en la avenida principal Ataulfo de Paiva, dos centros comerciales –Shopping Leblon y Rio Design Leblon–, la plaza Antero de Quental –conç estación de metro–, donde los jueves hay una feria de frutas y verduras, y varios buenos restaurantes. Entre otros, San, de cocina japonesa; Talho Capixaba, para desayunos y meriendas con pastelería y sándwiches de pan artesanal; Jobi, para tomar algo y conocer gente, y el restaurante del hotel Janeiro, que recupera en modo boutique la nostalgia del Río de los años 50 y le da un giro minimalista, de luz cálida y propuesta gourmet.
5. Copacabana
La orla de Copacabana, de 4,5 km, tiene el sello de las veredas anchas de piedras portuguesas blancas (calcita) y negras (basalto) ondeadas como el mar. Ese trabajo artesanal comenzó en 1906; para hacerlas, se usó el mismo motivo de las veredas de la praça de Rossio, de Lisboa. Décadas más tarde, en los 70, el paisajista Roberto Burle Marx, que estuvo a cargo del proyecto de extender la avenida Atlântica, cambió el sentido de las ondas, de perpendiculares a paralelas al mar, como se ven hoy.
Copa es un barrio con historia y, también, con gente mayor. Dicen que tiene el mayor porcentaje de jubilados de Brasil, será por eso que hay tantas farmacias.
Es el tramo de orla más activo de la ciudad, con más de ¡60! quioscos de playa que suelen tener happy hour y promociones. A diferencia de los primeros carritos, donde solo se podía conseguir cachorro quente o baurú, en estos quioscos hay de todo, desde café da manhã hasta ducha.
En tiempos de Reveillon, Copa arde, la fiesta está en la calle.
6. Ipanema
Salvo el clásico Boteco Belmonte –la sucursal Ipanema abrió hace un año, el original en 1952–, en la avenida Vieira Souto no hay restaurantes, solo edificios de los años 70 en la primera línea de playa. Los domingos se cierra al tránsito y se abre a ciclistas, caminantes, skaters. Al atardecer, Ipa se transforma en una pasarela de gente de todos lados, preferida por la tribu gay.
Si la caminata es en sentido hacia la pedra do Arpoador, cada tanto vale darse vuelta a mirar los perfiles del morro Dois Irmãos.
Y saludar a Tom Jobim, o a su estatua con la guitarra al hombro. Entre la Lagoa de Freitas y la playa hay siete cuadras que albergan la plaza hermosa Nossa Senhora da Paz, donde se venden flores y plantas tropicales, y la avenida Visconde de Pirajá, con tiendas, supermercados (el Zona Sul abre 24 horas), una sucursal de la Livraria da Travessa, que nació en 1975 en el subsuelo de una galería en Ipanema y ya tiene cuatro sedes en Río, varias en San Pablo, una en Brasilia y otra en Portugal.
Tres recomendados en la rua Garcia D’Ávila: 1) Dengo, con chocolates exquisitos del sur de Bahía; 2) Mil Frutas, helados de sabores amazónicos como cupuaçu, graviola, jabuticaba, jaca, açaí; 3) Cevichería La Carioca, de cocina peruana.
7. Parque Lage: café en el palacio
El Parque Nacional da Tijuca es el pulmón verde de Río y una de las reservas urbanas más grandes del mundo, con 3.900 hectáreas. Tiene varias entradas, la más conocida es la que va al Cristo redentor; otra lleva al mirador Dona Marta y otra al Parque Lage, desde donde sale un sendero de ocho kilómetros hasta el Cristo y donde funciona una Escuela de Artes Visuales. Todo bien, pero lo que los visitantes más quieren es llegar al palazzo romano a sacarse fotos. El lugar perteneció a Henrique Lage y su mujer, la cantante lírica italiana Gabriella Besanzoni.
La propiedad había sido del abuelo de Lage y luego se vendió, pero él, que amaba las artes, la volvió a comprar en 1920. Tiene una pileta en el centro y una terraza desde donde ella cantaba. Se lo ve poco mantenido, pero es tan espectacular que hasta eso le sienta bien. El Café Plage ofrece gastronomía gourmet en la galería del mismísimo palacio, alrededor de la pileta. Mejor ir temprano y evitar los fines de semana porque se satura y hay fila para fotos. Muchas mujeres van producidas para la ocasión, con vestidos largos, sombreros, tacos altos. No es ópera, pero sí un show.
El acceso es gratis; reservas: www.eavparquelage.rj.gov.br
Otra opción para entrar es por el café; en tal caso, no es necesario reservar (esperar casi seguro).
@plagecafe
8. Santa Teresa
Desde el mirador Rato Molhado, posiblemente uno de los más escondidos de Río, el mar parece lejos, pero en el viejo bondinho construido en 1877 y que volvió a funcionar después de algunos años parado, se llega en un rato. No es que esté lejos, es solo que Santa está sobre un morro.
Barrio de caserones, barrio de largos o pequeñas plazas secas en las calles: Guimarães, Curvelo, França, Das Neves. Y barrio de bares en todos los largos. Alguna vez, a mediados de 1700, fue un barrio de monjas, que vivían en el Convento de Santa Teresa. También hubo fazendas azucareras que se reconvirtieron en hoteles boutique. Barrio indie, barrio de artistas, con más de 20 atelieres para visitar.
En el Largo do Guimarães, Café do Alto, del pernambucano Francisco Dantas, tiene opciones veganas (hamburguesa de tempeh y tofu) y carnívoras (tapioca rellena de carne seca), y un brunch afamado los fines de semana (conviene reservar). Además, una carta interesante de cerveza artesanal. Barrio con encanto y barrio que alberga uno los mejores restaurantes de la ciudad: Térèze, en el hotel boutique cinco estrellas MGallery.
9. Praia Vermelha y Urca
Una playa breve, escondida en Urca, frente a la plaza General Tiburcio y casi debajo del bondinho que lleva al Pan de Azúcar. Un restaurante con vistas: Terra Brasilis. Del otro lado del morro da Urca hay otra playa mini, la de Urca, rodeada de bares y con vista a los veleros y, una vez más, al Cristo. Unas cuadras hacia el este, antes de la Fortaleza São João y de la Praia do Forte, una parada en el bar Urca, desde 1939, Patrimonio Cultural Carioca.
www.restauranteterrabrasilis.com.br
10. Vuelta portuaria
Con una estructura blanca, extensa y elevada como una criatura marina que emergió del agua, el Museo del Mañana, proyectado por el arquitecto español Santiago Calatrava, fue inaugurado en el muelle Mauá antes de las Olimpíadas, una época auspiciosa para el puerto. El foco del museo de ciencias es ambicioso: el futuro del mundo y la capacidad de transformación. ¿Cómo viviremos en los próximos 50 años? ¿Qué mañanas somos capaces de trazar?
En las salas hay preguntas, ideas y escenarios posibles del mañana. Sus temas son la ecología, la sustentabilidad, el crecimiento de la población, la tecnología, la expansión del conocimiento. Hasta enero continúa la muestra Amazônia del fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, y hasta febrero, Coração S2 - Pulso da Vida, una exposición sobre el órgano vital como máquina de pensar y sentir. El mañana de la salud.
Del otro lado de la plaza Mauá, el Museo de Arte de Río, que este año cumple una década. La caminata continúa por el Boulevard Olímpico, antiguos callejones portuarios que hoy recorre el tren eléctrico VTL en su circuito hasta el aeropuerto Santos Dumont, a 3,5 km.
Después de unos 500 metros aparece el Mural de las Etnias, pintado por el artista grafitero Kobra: más de 3.000 metros de retratos de pobladores originarios de los cinco continentes. Seis años más tarde, el trabajo perdió el color original, pero conserva la belleza, la espectacularidad de las miradas y cierta sensación en 3D. Para una vista a vuelo de pájaro del puerto, es posible subir a la rueda gigante Yup Star, justo al lado del acuario de la ciudad, AquaRio.
11. Rodrigo de Freitas, la lagoa
Entre el Parque Lage e Ipanema, la laguna Rodrigo de Freitas –lagoa, para todos– le da espacio, aire y un considerable espejo de agua a la ciudad. La rodea el Jockey Club, pistas de skate y patinaje, el helipuerto desde donde parten los vuelos panorámicos (desde 600 reales los 10 minutos) y el Museu do Flamengo, el club de los amores de la mayoría más uno, en Río.
Entrando por la calle Fragoso hay un muelle que frecuentan los vecinos, un lugar tranquilo con un puesto donde comprar agua de coco (Barraca do Indio). Un clásico para comer en la zona: el restaurante alemán Bar Lagoa, y otro con lindas vistas: Terrazza Garden. A la lagoa la rodea una ciclovía de unos siete kilómetros.
12. Leme y Clarice
El tiempo que Clarice Lispector pasó en el exterior por el trabajo de su marido, que era diplomático, extrañaba muchísimo Río. En 1959 se separó y volvió a la ciudad con sus dos hijos. Vivían en un departamento en el barrio de Leme, justo antes de donde comienza Copacabana. En esos años, Leme era bohemio, con bares y boîtes que frecuentaban Vinícius, Tom Jobim, Gilberto Gil. En Leme, la escritora produjo la mayor parte de su obra.
Por eso, cuando se pensó en una estatua de Clarice, el lugar elegido fue ese. Y ahí está desde hace unos años, sentada en un muro (mureta) con su perro Ulises a los pies. Wiumar Etibrão es jubilado y fotógrafo aficionado, también vecino de Leme hace 30 años. Conoció a Clarice, nunca le habló, pero la veía pasar, ir a comprar, pasear al perro. Cuando viene a sacar fotos toca la estatua, ayuda a que el bronce brille más.
“Si nosotros hablamos de ella, la traemos, sigue presente. Algunos sábados a la mañana me cruzo con sus lectores, que leen sus textos en voz alta alrededor de la estatua”, dice Wiumar y gira para sacar una foto. Hay bares contra la roca, en la mureta, con música en vivo al atardecer.
13. Barra + Recreio dos Bandeirantes
A unos 30 km del centro de Río, Barra parece otro país: más caro, menos poblado y donde para moverse es necesario andar en auto a pesar de que la línea 4 del subterráneo haya llegado hasta Jardim Oceânico (se necesitó una inversión billonaria y un túnel de 4 km debajo de la pedra da Gávea). También es posible alquilar un scooter eléctrico –motinha– de ruedas anchas que va muy bien para pasear por esta playa larga.
En Barra vivía Bolsonaro antes de ser presidente, y tienen sus mansiones Neymar y Kaká, entre otros futbolistas, y la cantante pop Anitta. La costanera es larguísima y las playas no están lotadas como en Ipa y Copa, ni hay –o casi no hay– vendedores ambulantes. La bicisenda sigue paralela a la avenida Lúcio Costa y al mar, unos 6 km. Muy buenos sucos y petiscos en el quiosco K08 (pasando el Posto 2 de guardavidas); también, escuela de surf. Otro lugar muy bien puesto, con sillones turquesas frente al mar, es Pesqueiro.
En Barra da Tijuca está el gran Barra Shopping, un campo de golf de 18 hoyos, construido para los Juegos Olímpicos de 2016, una reserva costera que intenta atajar la marea de construcciones y, atrás de la primera línea de playa, se ven las lagunas de Tijuca y Marapendí, donde se practican actividades acuáticas.
Después de la reserva, una franja de playas protegidas donde por ahora no se puede construir, aparece otro barrio con una playa extensa, concurrida y muy apreciada: Recreio dos Bandeirantes.
Muchos de los que trabajan en Barra viven en Recreio. La zona creció bastante en los últimos años, y sigue en expansión: se ven condominios en obra, nuevos hoteles y restaurantes. Hacia el oeste, la pedra do Pontal –adonde se puede trepar por un sendero corto y empinado– divide las playas de Pontal y Macumba, que los fines de semana están a tope de gente.
14. Más allá: Prainha, Abricó & Grumarí
Estas tres playas forman parte del Parque Estadual da Pedra Branca. Son las más alejadas y quedan cerca del límite de la ciudad. No llegan ómnibus, no hay poblados ni hoteles cerca. Son tranquilas y muy seguras. Los servicios son básicos: sólo barracas donde comer peixe y cerveja. Cuando los cariocas las mencionan se les ilumina la cara: las creen lo máximo, aunque no se parezca nada al Río que uno tiene en la cabeza.
La más larga es Grumarí, que hacia el final se hace nudista. Prainha es más chica y preciosa, aunque por el morro que la preside se queda en sombra antes que las demás. El alquiler de sillas y sombrilla cuesta cinco reales más que en Ipanema.
La recolección de residuos, que en otras playas más céntricas funciona muy bien, puede ser más lenta aquí, por la distancia.
15. Sitio Burle Marx
Para comprar el lugar donde vivió durante más de 20 años el paisajista y artista plástico brasileño Roberto Burle Marx (1909-1994) vio cerca de 100 propiedades. Su objetivo no era comprar una casa, él quería un laboratorio, una hoja en blanco para diseñar experiencias científicas y estéticas vivas.
El sitio está en Barra de Guaratiba, cerca de Recreio dos Bandeirantes. De padre judío alemán y madre pernambucana, Burle Marx comenzó dibujando una alocasia a los 7 años y no paró más. En un viaje a Alemania visitó un vivero donde se exponía flora tropical brasileña y se dio cuenta del tesoro que tenía en su país.
Diseñó jardines en lugares tan distantes como Pensilvania, Kuala Lumpur y Venezuela y, hasta los 80 años, hizo expediciones para aumentar su colección de más de 3.500 especies autóctonas y exóticas. Fue arquitecto, pintor y escultor, pero le gustaba que lo llamaran jardinero.
En la propiedad está su casa, hoy museo, donde se exponen sus pinturas, la colección de arte sacro y muebles de época. También hay una capilla del siglo XVII donde todavía celebran misa –sábados a las 17– y casamientos. El lugar era su refugio, ahí creaba y daba fiestas a las que asistían intelectuales y botánicos de todo el mundo.
La visita guiada dura alrededor de dos horas, y el recorrido pasa por viveros de bromelias y una heliconia peluda rarísima que todos quieren tocar. El jardín tropical muestra una armonía calculada: la integración con el entorno, el contraste entre un bloque de piedra y la delicadeza de un jazmín magno. Además de botánicos e ingenieros agrónomos, lo cuidan 37 jardineros. Algunos de los que trabajaron con él todavía están en servicio y transmiten los conocimientos a los nuevos jardineros, que entran por concurso, tal como lo dispuso Burle Marx.
Desde 2021, el Sitio Burle Marx es Patrimonio Mundial de la Unesco.
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