Antes de que arrancara el siglo XX, sólo un italiano masón, un caudillo de las guerras civiles, un político y un empresario que murió ahogado en un naufragio fueron las figuras que tuvieron escultura propia en Buenos Aires.
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La Pirámide de Mayo fue el primer monumento patrio. Fue erigido en 1811, para conmemorar los sucesos del año anterior. Buenos Aires era poco más que una aldea. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que la idea de embellecer los espacios públicos comenzó a aparecer en las últimas décadas del siglo XIX. Recién en 1862 se instaló en la entonces Plaza de Marte la estatua del general San Martín, y once años después, en 1873, la de Manuel Belgrano en Plaza de Mayo.
Antes de llegar al nuevo siglo, y mucho antes del Centenario, sólo cuatro figuras vieron erigidos sus monumentos en Buenos Aires. ¿Quiénes fueron?
Giuseppe Mazzini
Plaza Roma. Bouchard entre Tucumán y Lavalle
Esta escultura de mármol blanco, obra del piamontés Giulio Monteverde –maestro de Lola Mora–fue emplazada en el Paseo de Julio el 17 de marzo de 1878. Se trata de una obra innovadora, que muestra al prócer italiano con un pie adelantado (característica que le da movimiento y se conoce como “huida del pedestal”), apoyando la mano derecha en una silla y sosteniendo unos documentos con la izquierda. Mazzini fue un reconocido masón que bregó por la unidad de Italia y seis años después de morir, ya tenía su escultura de este lado del océano. Fue por cuenta y obra de la colectividad italiana, pero no estuvo exenta de debate. De hecho, la polémica acerca de si correspondía o no rendir honores a un prócer “foráneo” que no había actuado nunca en la Argentina, obligó a que la Municipalidad sancionara al año siguiente una ordenanza que destinaba el Paseo de Julio (actual Av. Leandro N. Alem) “a colocar las estatuas o bustos de hombres célebres estrangeros (sic), reservándose la parte de éste comprendida entre las calles Rivadavia y Corrientes para aquellos que hayan prestado servicios especiales a esta parte de América”.
Además, varios residentes italianos no comulgaban con sus ideales, y los católicos no olvidaban su enfrentamiento con el Papa. Se cuestionaba, de paso, que por estar tan cerca del río iba a ser lo primero que los viajeros veían al llegar a estas costas.
Si bien se habló de trasladarlo, lo único que se concretó fue un cambio de orientación de la figura que, mientras la ciudad crecía y el río se alejaba, dejó de mirar a la Casa de Gobierno y pasó a mirar a la Av. Alem. La plaza se llamó Mazzini, y en 1961 se la rebautizó Plaza Roma.
Adolfo Alsina
Plaza Libertad. Paraguay entre Cerrito y Libertad.
Fue el presidente Julio Argentino Roca quien presidió la inauguración de esta estatua, obra del escultor parisino Aimé Millet, el 1 de octubre de 1882. El lugar elegido fue la Plaza Libertad, que todavía no gozaba de buena reputación ya que era oscura, un tanto descuidada y poco concurrida.
“Igual aspecto de desolación y tristeza ofrece la plaza de la Libertad, con una estatua de Alsina de proporciones absurdas: no vi nunca cosa más detestable” (Memorias de un viejo de Vicente G. Quesada). El tamaño del brazo y la rara posición levantada, arriesga Manuel Bilbao en Buenos Aires, desde su fundación hasta nuestros días tendría que ver con que se eliminó un mapa de las pampas “cuya conquista y campaña preparaba el doctor Alsina cuando lo sorprendió la muerte”. Durante la gestión del Intendente Torcuato de Alvear, se crearon a su alrededor floridos jardines y este monumento pudo así lucirse más.
En 1890, cuando tuvo lugar la sangrienta Revolución del Parque que intentó derrocar al presidente Juárez Celman, esta plaza se convirtió en un verdadero campo de batalla. “La presencia del Dr. Carlos Pellegrini en la plaza presidida por la estatua de Adolfo Alsina, no fue por cierto simbólica. Estaba allí, con su experiencia en esas lides, para asumir la defensa del orden constituido y tomar todas las providencias en ese sentido” (Pellegrini, Ayer y Hoy de Enrique G. Herz). Los cadáveres de los caídos fueron apilados, y cubiertos con lonas al pie de la base escalonada de granito de este monumento.
Juan Galo Lavalle
Plaza Lavalle. Tucumán entre Libertad y Talcahuano
La Plaza Lavalle se vistió de fiesta aquella tarde del 18 de diciembre de 1887 cuando se inauguró esta torre estatuaria de más de 20 metros de altura, ideada por el pintor uruguayo Juan Manuel Blanes y ejecutada en mármol sobre una columna dórica por el escultor italiano Pietro Costa.
Hubo discursos, aplausos, desfiles, música. Se colocó, a los pies del monumento, la puerta atravesada por la bala que había acabado con su vida y, sobre ella, la fatídica bala, una bandera, su sable. Los festejos continuaron hasta muy entrada la noche, pero no para todos. A pocos metros vivían los Miró, descendientes de aquel coronel federal Manuel Dorrego que había sido fusilado por orden del general unitario Juan Lavalle. Ya en 1878 habían vivido con amargura e impotencia cómo la Plaza del Parque, donde se ubicaba su palacete, se rebautizaba Gral. Lavalle. Pero este homenaje escultórico fue la gota que rebalsó el vaso. Para no verlo, se dice que Felisa Gregoria Dorrego Indart de Miró, sobrina del coronel, mandó cerrar para siempre las ventanas del ala que miraba al monumento. Es que “Entre el sol de la gloria y la estatua de Lavalle, siempre se ha de interponer una sombra: la del mártir Dorrego” publicó en aquellos días el periódico El Mosquito.
Luis Viale
Costanera Sur.
Más que prócer, a este empresario italiano le cabe más el mote de héroe. Había nacido en Chiavari, en 1815, y llegó joven a la Argentina. Se instaló en San Nicolás de los Arroyos donde fundó la sociedad de socorros mutuos “Unione e Fratellanza”. También participó en la creación del Hospital Italiano de Buenos Aires. Su monumento, esculpido en bronce por Odoardo Tabacchi fue emplazado el 24 diciembre de 1893, justo cuando se cumplían 22 años de su trágica muerte, en el cementerio de la Recoleta. Lo muestra inclinado hacia adelante, con valentía, y con un salvavidas en la mano. Fue el que arrojó a Carmen Pinedo Quesada de Marcó del Pont con motivo del naufragio del vapor América, el 24 de diciembre de 1871. Gracias a eso, ella salvó su vida y él perdió la suya. El barco “Villa del Salto”, que también estaba en el río, retrocedió y logró rescatar a 70 sobrevivientes, entre ellos a la bella Carmen, pero varios pasajeros y tripulantes (las cifras difieren mucho según la fuente y van desde 49 hasta 141 víctimas) perecieron ahogadas o quemadas en esta tragedia, que causó gran consternación en Buenos Aires.
El monumento fue trasladado en 1928 a uno de los espigones del nuevo Balneario Municipal (Costanera Sur), e inaugurado el 26 de julio de 1937. Fue removido por Cacciatore y estuvo ausente varios años hasta principios de los los 90, cuando terminó de formarse la Reserva Ecológica y volvió a ocupar su lugar, junto a la glorieta.
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