Sin planearlo, Lucy Vilte quedó a cargo del emprendimiento familiar en la Quebrada y tuvo que ingeniárselas para reinventarlo, de acuerdo a los principios de la sustentabilidad.
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Lucy Vilte tenía 25 años y trabajaba como profesora de alemán en Córdoba cuando sus padres fallecieron. Así, de la noche a la mañana, heredó una posada a los pies del Cerro de los Siete Colores, en Purmamarca. Pero hacerse cargo del emprendimiento familiar nunca había estado en sus planes. “Volví enojada a Jujuy, porque esto era lo último que quería hacer. Me encantaba mi trabajo y me había costado mucho llegar a donde estaba. Además, el hotel no era algo que podía gestionar a la distancia: me tuve que quedar un tiempo… y, en ese transcurrir, le tomé cariño”. Hoy, más de 15 años después, el Ecohotel Posta de Purmamarca es un establecimiento reconocido internacionalmente, un modelo de turismo sostenible y gestión de triple impacto (económico, social y ambiental).
Por entonces, Lucy se reencontró con mucho más que un negocio familiar. El terreno en donde su padres había construido a principios del 2000 (inicialmente, seis habitaciones para unas 15 personas) era el mismo en donde ella, nacida en San Salvador de Jujuy, había pasado todos los veranos y buena parte de los fines de semana durante su infancia y adolescencia. La misma tierra que había funcionado como finca a lo largo del siglo 20, desde que su bisabuela se había hecho cargo —y quien incluso había evitado casarse para poder manejarla a su manera.
De repente, Lucy sintió cómo se encendían en ella algunos valores de sus ancestros: el espíritu emprendedor de su bisabuela, el amor por la Pachamama de su padre. “Él fue mi mentor. No conoció nunca la palabra sustentabilidad, pero, cuando tuvo que elegir los colores de las paredes de las primeras habitaciones, dijo: ‘No podemos competir con la naturaleza; en todo caso, podemos fundirnos con ella’. Nos decía que había que honrar a la Pachamama y cada mínimo gesto hablaba de su coherencia, desde separar de la basura aquello que podían comer los chanchos, para dárselo a los criadores, o agarrar un papelito chiquito para escribir un número de teléfono, porque una hoja entera le parecía un desperdicio”.
La primera vez que Lucy salió de Jujuy fue a los 16 años, cuando pudo hacer un viaje de intercambio cultural a la ciudad de Colonia, en Alemania. En ese país tan lejano y diferente, se encontró con un montón de conceptos y valores que ella vivía a diario en su casa, aunque sin ponerlos en esas palabras, como “consumo responsable” o “agricultura orgánica”. Esa experiencia la marcó tanto que decidió estudiar traductorado público de alemán, aunque nunca antes había tenido contacto con el idioma. “En la facultad, me dijeron que era imposible que hiciera la carrera porque no había ido a un colegio alemán. Significó un esfuerzo enorme, pero me recibí con honores, con el mejor promedio de mi clase. Siempre que hablo con jóvenes, les digo que no dejen que nadie los convenza de que no pueden hacer lo que quieren. Nadie, solo por mirarte, puede conocer tus talentos ni tu convicción ni tu voluntad.”
Cruzada por la Pachamama
Si algo nunca le faltó a Lucy es, precisamente, voluntad. Con el hotel, decidió fusionar su legado de la Pachamama con lo que había aprendido en Alemania. En los inicios, se pasaba 15 horas diarias trabajando, o hasta 20 si faltaba algún empleado y tenía que ocuparse también de hacer el desayuno o limpiar las habitaciones. Al mismo tiempo, como parte del grupo fundador de una agrupación jujeña de empresas socialmente responsables, empezó a soñar en grande. Muchas de las iniciativas que quería implementar en su hotel no eran fáciles o requerían una inversión que no era capaz de hacer. “Era muy difícil y, además, ningún banco te financia cuando tenés 25 años. Pero no había nada que no pudiéramos compensar con esfuerzo. Yo siempre quise mostrar que, aunque tengas un kiosco, podés impactar a cualquier escala. Y que, con una buena gestión y una buena red, lográs mucho más que una gran multinacional”.
Su primer gran objetivo fue hacer una gestión sustentable de residuos, y entendió que eso implicaba no sólo ocuparse de la que generaba su hotel sino la de toda Purmamarca porque de nada servía hacer su parte si el pueblo no lo hacía también. El centro reciclador más cercano estaba a 80 kilómetros de distancia, en Palpalá. “Empezamos invitando a juntar tapitas para una asociación de niños con cáncer. Después, recuperamos el cartón para donarlo a los artesanos. Mi lema era: ‘Aunque sea por hoy, hagamos este poquito’”. Así, Lucy se convirtió en referente de la cuestión, y desde entonces vecinos y vecinas le siguen dando bolsas con materiales que no saben dónde reciclar. “Siempre tengo algo en el auto, llevo basura de acá para allá”, se ríe.
Un día de 2008, alguien le habló de Carmen, una maestra que limpiaba los cerros todos los sábados, a veces, acompañada por algunos de sus alumnos. Vendía lo que podía de lo recolectado y, con ese dinero, compraba nuevas bolsas para seguir su tarea el siguiente fin de semana. “La conocí y supe que tenía que hacer algo. Justo esos días había una convocatoria de la CNN titulada ‘Héroes del Mundo’. Escribí su historia muy apasionadamente. Al mes, me avisaron que estaba llegando un equipo periodístico desde Atlanta para filmar a Carmen. Eso salió en el horario central de la CNN, para 50 países”. (No fue la única vez que la escritura apasionada de Lucy llevó a grandes cosas: tiempo después, redactó la postulación para un concurso global impulsado por Philips, y así fue como consiguió que se iluminara todo el casco histórico de Purmamarca.)
Su cruzada por la basura no culminó hasta convertirse en la primera Secretaria de Ambiente del pueblo. “Ad honorem y sin presupuesto”, aclara. Ella misma fue a ver al intendente y se ofreció para el puesto inexistente, porque se dio cuenta de que sus esfuerzos tenían un techo si no involucraba también al Estado. “Cuando se trata de sustentabilidad, la plata es lo de menos. Lo más difícil es lograr el compromiso y mantenerlo a largo plazo. Del gobierno provincial, me dijeron que mi propuesta requería un cambio mental y cultural que llevaría 20 años. Lo encaramos entre tres personas, yendo casa por casa, explicando a la comunidad cómo había que sacar la basura de ahora en más. Y lo logramos en 45 días. Ahí está el verdadero éxito. Porque, si tengo un hotel perfecto pero cruzo la calle y todo es un desastre, nada tiene sentido”.
Un “laboratorio de innovación” con sabiduría ancestral
Si es verdad eso de que los cerros de Purmamarca parecen pintados, entonces verlos desde la ventana de alguna de las habitaciones de “la Posta” es como admirar el cuadro completo y, por si fuera poco, en primer plano. La inmensidad de la Pachamama se cuela por cada rincón, brindando un espectáculo sobrecogedor en cada amanecer, atardecer y noche estrellada, no importa cuántas veces se repita el ciclo.
Gracias a sus construcciones bajas, conectadas por un gran predio a cielo abierto, el hotel abraza y reverencia esa fuerza natural que lo contiene. Preserva, además, cierto espíritu de la finca original en los bancos de madera colocados debajo del molle más frondoso —refugio de calma y protegido del sol a la hora de la siesta—, en el ecovivero poblado de cactus y suculentas, o en el corral de llamas que, desde el fondo del predio, de tanto en tanto miran entre curiosas y ausentes a los visitantes que se les acercan.
En 2014, “la Posta” se convirtió en el tercer hotel de la Argentina en obtener la prestigiosa certificación internacional Hoteles+Verdes. Desde entonces, obtuvo muchas otras distinciones; entre otras, el Premio al Liderazgo Sostenible de la Cámara de Comercio Argentino-Británica y el Premio Ciudadanía Empresaria otorgado por la AmCham. También fue nominado a los premios Flourish de las Naciones Unidas.
Para Lucy, los premios son un mimo pero no un fin en sí mismo. En cambio, su obsesión es fusionar técnicas y saberes ancestrales con innovaciones de diseño y arquitectura basados en la sustentabilidad. “Para mí, esto es como un gran laboratorio de experimentación constante. Siempre estoy pensando en algo más que quiero probar”, confiesa. Hace unos años, encaró una ambiciosa renovación que incluía, entre otras cosas, construir una nueva área de servicios (cocina, recepción y desayunador) y adaptar todo el lugar según criterios de accesibilidad para personas con movilidad reducida.
Un proyecto que encaró junto a siete profesionales de distintas ramas de la arquitectura, la mayoría mujeres, para cubrir todos los frentes: energía y calefacción solar, diseño bioclimático y bioconstrucción (usaron, por ejemplo, ladrillos de tierra cruda, a partir de cuatro toneladas de compost que acopiaron durante tres años), una planta fitosanitaria que recicla las aguas grises (ahora, el agua de los lavarropas se depura y se usa para el riego). Esta última, junto con el techo verde de más de 40 metros cuadrados que cubre el área del desayunador, son únicos en la Quebrada de Humahuaca.
El proyecto se terminó el 8 de marzo de 2020, es decir, menos de dos semanas antes de la cuarentena por la pandemia. “Lloré hasta que se me acabaron las lágrimas. Había pedido un crédito que no podía pagar y además tenía diez empleados y sus familias que dependían de mí. Pero hice lo que podía hacer: empecé a dedicarme a las redes sociales del hotel, hablando de la riqueza natural de esta tierra y haciéndole publicidad a los que sí podían vender, como artesanos y pasteleros de la Quebrada. Cuando se reabrió todo, vi que mis ‘competidores’ habían colgado sus redes a finales de 2019. Los invité a un curso gratis en redes sociales, porque esto es un destino y yo no me voy a salvar sola. Si no vienen muchos turistas a muchos hoteles, no vamos a despegar. Terminé dando estos talleres hasta para otras provincias. El turismo regenerativo no es solo plantar árboles, es llegar y dejar algún conocimiento o herramienta a una comunidad”, explica.
Emprendedora con causa
Lucy Vilte es, además, la directora ad honorem de Minka, un instituto de negocios que apalanca emprendedores de impacto en Jujuy, ya sean desarrolladores de software o artesanos de la Puna. Sobre esta iniciativa, dice: “Nos juntamos entre varios empresarios porque entendimos que teníamos que ser también nosotros quienes accionáramos el cambio y el progreso que queríamos ver”. Siempre fue una vocera activa pero, en los últimos años, cada vez es más identificada como referente de los temas que la apasionan. Sin ir más lejos, antes de esta entrevista, estuvo exponiendo frente a unos 500 jóvenes tucumanos autoconvocados por la promesa de cambiar el mundo con impacto. Al aceptar esta invitación, ella tuvo que renunciar a estar en la final de un concurso nacional de hotelería sustentable. “Agradezco cada premio, pero no dejan de ser para el ego. Mi misión estaba en ese lugar con todos esos chicos y chicas: era un hecho mucho más trascendente”.
-Fuiste pionera del turismo sustentable. ¿Cómo ves a la industria hoy?
Por parte de los viajeros, he notado que la gente que vino después de la pandemia ha empezado a buscar el turismo de cercanía, por ejemplo, y eso permite revalorizar la cultura, la naturaleza, las comunidades. Y en la industria, en general, hay cada vez más conciencia. Yo quisiera que el cambio sea más rápido, porque no hay tanto tiempo. Pasa que la sustentabilidad se puede abordar desde la convicción, la conveniencia o la coerción, pero solo por convicción tenés la pasión y la creatividad a tu favor. Por eso, yo cuento mi experiencia para intentar inspirar a otros, pero no se puede obligar a nadie y cada quien tiene sus tiempos, sus procesos.
-¿Qué pensás del desarrollo que alcanzó Purmamarca?
Si afinamos el ojo, hay muchas cosas que se hicieron mal arquitectónicamente, por ejemplo. Pero, si alguien viene a recorrer la Quebrada, ve a este pueblo como la joyita, porque así y todo se ha conservado muy bien. Además, aquí casi no hay mano de obra porque todos somos emprendedores. No se ha monopolizado la riqueza económica, cada familia tiene su alojamiento, su propuesta gastronómica, con más o menos sencillez, pero todos ofrecemos algo. Pero hay que estar atentos. Como dice un amigo, “el turismo es como el fuego: te ayuda a calentar tu comida pero puede quemar tu casa”. Espero que no lleguemos a puntos sin retorno como, por ejemplo, en Venecia, en donde directamente hay odio al turista. El turismo es agente de paz, porque te permite conocer otras culturas y aceptar lo diverso. Es una herramienta valiosísima para la tolerancia. Pero, cuando se te va de las manos, se vuelve todo lo contrario, y un destino turístico contaminado, ya sea ambiental o socialmente, no se remonta fácil ni rápidamente.
-¿Hay políticas públicas que acompañen el esfuerzo necesario para gestionar la riqueza de la Quebrada sin sobreexplotarla?
El Estado se dispersa. Así que hay que estar muy atrás, pidiendo y exigiendo, y también proponiendo o, al menos, haciendo las preguntas necesarias, como: ¿Qué hacemos con la basura? ¿Qué hacemos con el agua? Si queremos cambios, se tienen que traccionar desde una ciudadanía activa. Hace años, cuando me ofrecí frente al intendente como Secretaria de Ambiente, le dije: “Le puedo escribir un libro de cien páginas con mis quejas. Pero tengo una hojita con algunas soluciones. Y yo quiero trabajar en estas poquitas soluciones, que son realizables, escalables y progresivas”. Todos tenemos que poner nuestro granito de arena, y eso intento hacer yo todos los días.
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