Desde hace 28 años, se ocupan de rehabilitar monos que estaban en cautiverio en las afueras de La Cumbre. Su nuevo desafío: los pumas.
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En las afueras de La Cumbre, Córdoba, el Proyecto Carayá trabaja desde hace años en la rehabilitación de monos. Aunque la geografía serrana no es el hábitat natural de capuchinos y carayás, el sitio se convirtió en suerte de santuario que vale la pena visitar.
Proyecto Carayá es una ONG que nació de la pasión de María Alejandra Juárez. Profesora de historia con orientación en antropología se inició en el tema mientras escribía una tesis sobre la historia del zoológico de Córdoba. A la par que investigaba comenzó a colaborar en el cuidado de los animales. Así crio varios leones, pumas y tigres.
El amor por los monos llegó después, cuando propuso un sistema para mantener en semi libertad a los carayás que la gente donaba al zoo, al ver que resultaba imposible conservarlos como mascotas. La idea funcionó: en cautiverio morían sistemáticamente.
“Cuando el zoológico se privatizó empezó una verdadera pesadilla para los animales, cuenta Alejandra. Yo me instalé en La Cumbre, aquí donde estamos ahora, con los pumas que logré rescatar.”
Con el tiempo los simios volvieron a su vida. Bubu, una carayá encontrada en Carlos Paz, fue la primera. Corría el año 1994 y el campo cordobés comenzó a funcionar como un refugio de esta variedad. Con el tiempo se sumaron otros muchos ejemplares; luego llegaron los capuchinos.
En 2009 la organización recibió la visita de Jane Goodall, una reconocida etóloga británica, famosa por su investigación sobre poblaciones de chimpancés salvajes en Tanzania durante la década del 60. Goodall, autora de varios libros y documentales, quedó encantada con la iniciativa cordobesa. Así llegaron los convenios con varias universidades y el refugio se convirtió en un proyecto de conservación. Año tras año estudiantes y voluntarios argentinos y del mundo entero vienen a colaborar con esta singular tarea.
Mundo Mono
“En Córdoba no hay monos”, se apura a aclarar el biólogo Juan Pablo Heredia, uno de los encargados de Proyecto Carayá. En nuestro país los monos capuchinos vienen del norte (Jujuy, Salta, Misiones) y los carayá de Chaco, Formosa Misiones, incluso se los encuentran en el norte Santa Fe. Los carayá no sobreviven en cautiverio, ni siquiera en los zoológicos.
La propiedad, que cuenta con 360 hectáreas, es el hogar de más de doscientos monos. La mayoría llegaron de hogares que los compraron como mascotas, fruto del tráfico ilegal. Otros vinieron como consecuencia del cierre de varios zoológicos y algunos pocos llegaron de laboratorios, en este caso se trata especímenes que no pasaron por la experimentación.
Juan Pablo describe así una de las prácticas más frecuentes del comercio ilegal en Argentina.“Hay gente que va al monte mata a las hembras que llevan al bebé prendido en el cuerpo, le sacan la cría y venden ese monito en la ruta, generalmente dopado con vino. En ciertas zonas –agrega– es bastante común ver a los niños del lugar ofreciendo monos sobre un costado de la ruta. Un monito borracho es tierno, pero cuando el efecto del alcohol se pasa se convierte en un animal salvaje dentro del auto, y la gente termina por abandonarlos antes de llegar a su casa.”
La caza y comercialización de animales silvestres está prohibida por ley en nuestro país desde hace unos 41 años.
Los monos que llegan a las casas de familia empiezan a humanizarse. Sin embargo, a medida que crecen este tipo de vida resulta imposible para el animal: empieza a morder, rompe cosas, ensucia, se torna agresivo. Entonces la gente los lleva a los zoológicos o a lugares como este.
“Aquí les enseñamos a ser monos”, asegura Heredia quien cuenta que algunos monos arriban vestidos como niños. Otros estuvieron mucho tiempo atados o en jaulas demasiado pequeñas. Entonces, luego de un periodo de rehabilitación donde aprenden a defenderse, a buscar comida, a relacionarse con su pares, a sacarse los piojos, entre otras cosas, están listos para volver a la naturaleza.
Una visita para aprender
Proyecto Carayá abre sus puertas a quienes quieran conocer esta iniciativa . Mientras se recorre parte del predio, un grupo de capuchinos persigue a los visitantes con un ansia particular, interesados en la fruta que trae Juan Pablo. Solo el guía puede alimentarlos y está terminante prohibido tocarlos, así que uno tiene que reprimir el impulso de la caricia porque la cosa puede terminar mal. Pero verlos saltar entre las ramas de los árboles con esa gracia particular es todo un espectáculo que se llena de ternura cuando descubrimos una madre con su diminuta cría.
Los simios viven en grupos. En el predio hay varias familias, cada una con un macho dominante que tiene un harem de hembras; el resto de los machos va cambiando de jerarquía a lo largo del tiempo. Al estar sueltos los monos reproducen la misma organización que tienen en la selva.
A todos se les proveen a diario el 50% de la comida diaria, el resto del alimento deben conseguirlo por cuenta propia para que no pierdan el instinto.
El sitio se recorre siempre en compañía de un guía que oficia de intérprete entre los monos y los visitantes. Sin embargo hay grupos que no se pueden ver “esos son los que pensamos devolver a la vida salvaje”, señala el biólogo.
Carayás & capuchinos
“Los capuchinos son los monos más inteligentes de América, una característica muy relacionada con su alimentación ya que son omnívoros. Incluso, se ha descubierto que pueden usar herramientas muy básicas y transmiten conocimiento a su pares.”, nos cuenta Pablo.
Los carayás, por su parte, son folívoros-frugívoros, comen hojas, brotes, frutas y no son tan ágiles ni inteligentes como sus parientes. Son monos aulladores y lo hacen con una potencia increíble para su tamaño. Escucharlos pone la piel de gallina.
Actualmente el sitio cuenta con varias familias de monos que suman aproximadamente 178 carayás y 41 capuchinos. La población de los primeros crece a razón de unas 7 crías por año, los capuchinos un poco menos.
Los responsable del lugar toman lista todo los días para asegurarse que ningún grupo o individuo abandonó el predio. Mantenerlos dentro de los límites no parece un tarea demasiado difícil, según Heredia el secreto es que ambas variedades son muy territoriales.
Actualmente la organización se encuentra embarcada en un nuevo proyecto: los pumas. En el lugar viven dieciocho ejemplares que no están accesibles a la visita del público.
La mayoría de los pumas llegaron huérfanos o lastimados como consecuencia de los trabajos de las trilladoras en los maizales. Allí, a falta de un hábitat adecuado, las hembras suelen armar las guaridas para dar a luz a las crías. Un nuevo desafío para esta organización.