Muy cerca de Antofagasta de la Sierra, la tierra de los Morales guarda un tesoro del arte rupestre. Grabados de 4.500 años que se enlazan con un antiguo relato familiar
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Alfredo Morales conoció a sus abuelas por una fotografía, un retrato en blanco y negro de casi cien años. La foto la trajeron los arqueólogos que llegaron a Peñas Coloradas, la finca familiar, ubicada en las afueras de Antofagasta de la Sierra. Allí, en los alrededores de una gran vega, se encuentran varios paredones de piedra volcánica (ignimbrita) con grabados y algunas pinturas de hasta 4.500 años de antigüedad.
En ese mismo sitio vivieron desde principios del siglo XX Silveria Morales y su hija Valentina, bisabuela y abuela de Alfredo, una suerte de guardianas de la tierra que, durante milenios, habitaron varias generaciones del pueblo “antofagasteño”.
Las historia de los Morales y la de Peñas Coloradas tenía tantas aristas que resultaba difícil saber por dónde empezar. Sin embargo, como una suerte de constelación, los hechos se fueron ordenando en una única historia.
La foto olvidada
Alfredo llegó con la fotografía en la mano y se subió a la camioneta de LUGARES para guiarnos hasta la finca, como lo hace con los viajeros interesados en el pasado andino.
La imagen en blanco y negro estaba algo ajada por el ir venir. “Tengo varias copias”, dijo ante nuestra cara de preocupación. “La sacó un tal Weiser, un explorador que vino por aquí en el tiempo de mis abuelas. "
Al parecer, las dos mujeres recibieron y alojaron al hombre que llegó al frente de una expedición. “Le mostraron los petroglifos y algunos asentamientos. “Después, le hicieron un asadito y le regalaron un churito (olla de barro) y él les hizo la foto”, cuenta Alfredo
María Lorena Cohen, doctora en arqueología y museóloga, encontró la foto en el Museo de La Plata mientras buscaba información para la tesis que realizó sobre un sector de Peñas Coloradas.
En La Plata están los cuadernos de Weiser con un registro minucioso de las investigaciones que realizó en el NOA, planos y fotos.
“Mi papa tenía unos 75 años y se emocionó un montón porque no veía la imagen de su madre desde que era adolescente, cuando ella murió”, cuenta Morales.
Hasta entonces, Alfredo no sabía mucho de sus abuelas. Su padre había quedado huérfano a los 16 años y prácticamente se hizo hombre solo.
En Antofagasta de la Sierra, nadie conocía el origen de aquellas mujeres, ni tampoco la razón que las condujo a instalarse en estas lejanías, cien años atrás. Aquí, construyeron dos casas, criaron algunos animales y sobrevivieron gracias al tejido, solas, siempre solas.
Ahora estaban ahí con sus husos, sus lanas y sus collares, posando orgullosas para la cámara de Vladimir Weiser. Corría 1923.
El ingeniero explorador
Vladimir Weiser llegó a la Argentina en 1912. Había nacido en Praga cuando la ciudad integraba el imperio austrohúngaro, y era ingeniero. Una vez instalado en Buenos Aires participó de la confección del mapa geológico de la provincia de Buenos Aires que había encargado el Museo de La Plata. Volvió a Europa para enlistarse en la Primera Guerra Mundial y al fin de la contienda regresó a nuestro país.
Su historia daría para una nota entera, pero a vuelo de pájaro podemos decir que dirigió varias expediciones al norte argentino comisionada por Benjamín Muniz Barreto, un riquísimo hacendado argentino-brasilero.
SI bien las expediciones estaban guiadas por el espíritu coleccionista de su mecenas, Weiser se tomó muy en serio el trabajo. Durante los viajes que emprendió a Jujuy, Catamarca y Tucumán entre 1919 y 1926 documentó con extremo cuidado sus hallazgos.
“Con respecto a la toma de fotografías, fue ejecutada en el campo por el propio Weiser. Además, Segundo Finizzola fue contratado como fotógrafo tanto para las tomas durante las expediciones como también para el procesamiento posterior de negativos y el revelado de diapositivas” cuenta la antropóloga María Cristina Scattolin en una capítulo dedicado a Weiser que aparece en el libro “El americanismo germano en la antropología argentina de fines del siglo XIX al XX”.
Estas fotografías se agruparon en diez álbumes que ilustran el trabajo de excavación, los objetos recogidos, vistas generales de yacimientos arqueológicos y el arte rupestre. Entre el copioso material se pueden observar también paisajes, pueblos, edificios, habitantes locales y pueblos indígenas. Estos álbumes fueron adquiridos junto con las colecciones arqueológicas de Muniz Barreto en 1932-1933 por el gobierno nacional para el Museo de La Plata. Allí las encontró María Lorena Cohen.
Es importante destacar que la colección Muniz Barreto fue, gracias al minucioso trabajo de Weiser, la colección más significativa para reconstruir la historia prehispánica del Noroeste Argentino (NOA) y un punto de partida para los antropólogos y arqueólogos que le siguieron.
El arte rupestre
Peñas Coloradas esconde un tesoro del arte prehispánico. Desde hace tiempo, el sitio es objeto de estudio de varios equipos de investigadores, sobre todo liderados por Carlos Aschero y Mercedes Podestá. Pero,recientemente, la familia lo abrió al turismo. Los Morales se encargan personalmente de guiar las visitas a los diferentes sectores, donde los grabados sobre piedra se cuentan por cientos.
El lugar tiene un paisaje increíble. Las cuatro peñas, que son elevaciones de ignimbrita – roca volcánica–, aparecen en torno a una vega. En tiempos de deshielo los alrededores se tiñen de verde. Muy cerca, corre el río Las Pitas.
Quizá, esta conjunción geográfica determinó que los pueblos “antofagasteños” eligiesen el sitio para asentarse. Ellos dejaron su huella en las paredes de los farallones, grabados con una variedad increíble de motivos iconográficos, durante miles de años.
“Peñas Coloradas estuvo habitado desde hace unos 5.500 a 3.500 años atrás”, apunta María Lorena Cohen, arqueóloga , docente de la Universidad Nacionalde Tucumán y estudiosa del sitio.
Según Cohen los grabados pertenecen a diferente periodos. Los más antiguos son motivos geométricos elaborados por grupos cazadores recolectores; posteriormente refieren a la domesticación de camélidos y luego a vida pastoril plena. Otro tema que se observa son las caravanas, motivo que muestra a las llamas representadas una detrás de otra, con cargas en sus lomos, guiadas por una figura antropomorfa.
“Hace unas décadas se pensaba que el desierto era un espacio marginal, pero las últimas investigaciones señalan que toda la zona estaba habitada desde hace por lo menos unos 10.000 años. La gente de esta región – agrega la arqueóloga– tenía una economía de base pastroril con agricultura, también se especializaban en la movilidad para el intercambio de bienes con otras regiones, mediante la organización de caravanas de llamas.”
Al parecer Antofagasta de la Sierra era un nodo, un espacio de intercambio, una suerte de cruce de caminos. Desde aquí la gente se comunicaba hacia otras regiones en dirección a los cuatro puntos cardinales, incluso llegaron hasta el Pacífico, para intercambiar productos.
“Las máscaras son otro tema que aparece en los paneles de piedra. Esta representación está relacionada con la figura de los ancestros y la memoria de los pueblos, se registra hacia el primer milenio de esta era”, cuenta Cohen, quien destaca las investigaciones realizadas en este sentido por Carlos Aschero y Alvaro Martel.
“De hecho, luego del 1.000 d.C. la presencia de los ancestros continúa, ya no respresentada en máscaras sobre los farallones, sino en la cumbre de Peñas Coloradas 3. Se trata de una suerte de mirador con visibilidad de 360 ° donde se encontraron una serie de morteros alineados con el solsticio de junio y varias estructuras de piedra, algunas de las cuales parecen casitas bajas con techos abovedados que funcionaron como tumbas para los ancestros .”
Allí arriba vivían también quienes actuaban custodiando a los antepasados : “Los muertos no estaban solos, habitaban en compañía, y eran celebrados en ese espacio sagrado. A su vez, desde lo alto, vigilaban y protegían el territorio”, apunta la especialista.
Otros motivos que pueden verse en los paneles, cuyo origen data del 1.200 DC, son unos dibujos en forma de escudo o vestimenta con patitas y cabeza. Estas figuras se interpretan como una “imposición iconográfica” de grupos con cierto poder por esos tiempos. Hay que recordar que alrededor de ese momento se produjeron en la región grandes sequías, hecho que produjo numerosos conflictos y cambios sociales, políticos y económicos.
Según Cohen, la marcación reiterada en el tiempo mediante grabados de esta zona muestra que le dieron importancia al lugar y le imprimieron su sacralidad. “En las cercaníasos de Peñas Coloradas, sobre el río Las Pitas, se encontraron registros que demuestran la presencia de asentamientos poblacionales permanentes y también espacios que pudieron emplearse como postas para las caravana.“, agrega.
Las abuelas y las casas
Después de ver estas maravillosas muestra del arte andino prehispánico, Alfredo nos lleva a conocer las casa de las abuelas. Primero la de verano –más pequeña–, orientada para protegerse del viento Zonda, y luego la casa de invierno hecha en piedra y barro con techo de cardón (hoy ya no existe ), junto a uno de los murallones.
Hoy, solo quedan los restos de aquellas viviendas porque Alfredo y sus hermanos partieron a vivir a Antofagasta o más lejos.
“Aquí pasé mi infancia –cuenta – mi papá, Ernesto Morales, agrandó la casa y también hizo el primer tramo de acequia a pala, él solo, para traer el agua hasta los potreros”.
Entre las ruinas de la casa se adivinan las bases de piedra de un objeto –una suerte de banco alto– que oficiaba de somier: “Ahí dormíamos; con el tiempo mi padres nos pusieron una colchonetita y todo cambio”, recuerda.
Por entonces, Don Ernesto decidió empezar a cazar vicuña para alimentar a la familia, de ese modo el rebaño de ovejas y llamas comenzó a crecer. “El tema de aquellos años era que no tenías a quien venderle. Ahora hay más población estable y turismo, pero hoy la escasez de agua limita la producción agropecuaria y la cría de animales”, apunta Alfredo.
La familia Morales
La vida de antes era dura. A cierta edad los hijos varones acompañaban al padre en sus largas travesías, primero caminado y luego a lomo de mula; así vendían y compraban lo necesario para subsistir. “A veces mi papá caminaba cinco días hasta los valles de Salta. Se llevaba rica -rica, sal , tejidos y volvía con maíz , frutas y enseres. Incluso, una vez, arrió unos doscientos corderos y con eso se compró su primer camioncito.”
De aquellos tiempos, Alfredo recuerda la vez que tuvo que dormir en el cráter del volcán Galán, bajo la nieve, tapado con un manta y cubierto con un plástico a modo de techo. " Mi papá nos educó para ser como él: fuertes, duros, como la gente de antes.”
Los días familiares transcurrían en tres lugares: “Aquí criábamos corderos y cultivábamos. En los alrededores del volcán Galán teníamos las llamas y cuando el pasto estaba bueno llevábamos las ovejas hasta Cerro Colorado.”
Hoy los Morales mantiene la tradición del campo: cultivan lo que el agua les permite en los alrededores de Peñas Coloradas y crían animales. Y aunque muchos partieron hacia otros regiones buscando un futuro mejor, Alfredo regreso: “Estar aquí es lo mejor que te puede pasar. A veces estamos locos con la plata, con el trabajo… acá te sentís más cerca de la tierra y valoras otras cosas que habitualmente no miramos.”, afirma.
Cae la tarde. Las primeras sombras aparecen y Alfredo nos propone un último reto: llegar hasta los morteros comunitarios donde hay un panel con figuras humanas de brazos elevados hacia lo alto.
Según la investigadora Agustina Ponce ese sector albergó una suerte de posta de caravaneros. Los morteros mostraron restos de un mineral verde, muy usado en los rituales de esas gentes.
Anochece. Entonces encendemos la linternas de los celulares para iluminar la piedra grabada. La oscuridad es completa. Bajo las luces, las figuras humanas parecen danzar desde el fondo del tiempo. El silencio es infinito, o no tanto.
Datos Útiles
Peñas Coloradas, Antofagasta de la Sierra. La visita requiere reserva previa, se puede ir con vehículo propio siempre con guía. Alfredo Morales +54 9 3524 40-6658 .
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