Quiso ser arquitecto, pero estudió diseño e hizo sus primeros pasos como escultor. Cómo fue que acabó pintando los murales de barrio Ferré y conquistando a los vecinos.
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“Estoy queriendo pintar el barrio”, le comentó Pedro Rauber a un vecino que paseaba su perro por el barrio Ferré. Se lo dijo así, como al pasar. Y pronto supo que la suerte esta vez estaba de su lado. Había dado con la persona indicada: el señor era delegado barrial y lo escuchaba atento. Supo también que su objetivo de lavarle la cara a su ciudad natal, la capital de Corrientes, seguía tomando forma.
“Del chamamé y del chipá no se escapa nadie que sea de acá”, me cuenta el muralista mientras estamos parados frente a una pared pintada con una reinterpretación del chamamé ‘El Carau’, de Mario Bofill. Nos encontramos sobre la Av. 3 de Abril y Cnel. Blanco, en el barrio Ferré, donde el artista que fue criado en el emblemático barrio Las Mil, comparte los detalles del camino que recorrió para ser hoy exponente de un rejuvenecido movimiento cultural que embellece las calles de la ciudad.
“Terminé el colegio técnico y quería estudiar arquitectura, pero me metí en diseño gráfico, en Chaco. Hice casi hasta tercer año, pero mi ex mujer quedó embarazada. Entonces dejé. Tenía 20 años y era una carrera cara. Me metí en una tecnicatura en artes visuales. Arranqué como escultor, porque siempre me gustaron las obras grandes. Hice mucho trabajo de escultura en lo alegórico del carnaval. Usábamos bloques de tergopol y pasábamos un mes y medio metidos en un galpón”, apunta Pedro, que sin antecedentes de artistas en la familia, en aquella época adquirió las bases de dibujo, pintura, grabado y escultura que lo convertirían en el artista que es hoy. “Soldé, manejé máquinas y desarrollé un oficio. Pero me mudaba mucho y mis obras, que eran grandes, quedaban en los distingos lugares que dejaba”, relata “Entonces, de un día para el otro me puse a pintar. Tenía 24 años. Es que, además, el mercado escultórico es muy chico”, cuenta. Y recuerda que hace unos años las leyes impedían pintar paredes de edificios.
“Empecé por Las Mil, mi barrio, y con obras chicas. Me armé una escalera rebatible que pesaba una tonelada y que ataba a un changuito de supermercado que había agarrado de un basurero. Le metía tarros de pintura. Y me mandaba a pintar. Antes le golpeaba la puerta a los vecinos. ‘Te quiero pintar la pared’, les decía. Lo primero que me preguntaban era qué pensaba pintar. Les mostraba un boceto. Algunos se copaban y otros no. Así arranqué hace 12 años”, relata Rauber que tiene 36 años y dos hijos: Malena (16) y de Alejo (4).
“En esa época a los artistas callejeros nos echaba la poli. Dos veces terminé detenido por pintar plazas abandonadas de Las Mil. Pero algunos colegas se manifestaron y salió una ley para avalar las muestras artísticas de este tipo. Vino bien porque desde entonces cualquier espacio en situación de abandono puede ser intervenido”, cuenta el muralista que, más que nunca, salió a buscar nuevos muros para desarrollar su arte. “Nunca nada fue fácil, porque además, desde los años ‘80 en Corrientes existe una escuela, Arte Ahora, que funcionaba como un monopolio. Cuando yo empecé, me ponían trabas. Pero con los años los fundadores fueron muriendo, y en paralelo otros artistas locales copamos un nuevo espacio”, agrega.
Por un mural que habla de la esencia correntina, que había pintado en la calle Patagonia y 2 de Abril, Rauber quedó seleccionado para hacer una obra en México. “Me fui de carambola y terminé siendo parte del movimiento muralista, que también me llevó a Colombia, El Salvador y Brasil. Era paradójico, porque cada vez que volvía a mi país, no me dejaban hacer mucho. ‘¿No me quieren pagar?’, pensé. ‘Entonces se los voy a regalar’, decidí. Y seguí pintando en mi provincia”, revela Pedro que el año pasado terminó un mural homenaje al personal de salud en el edificio de la Dirección Provincial de Catastro, en la Av. 3 de Abril y Mendoza. “Se suponía que no se podía pintar edificios públicos, pero como los regalaba…”, agrega. Y cuenta que poco después presentó su primer proyecto de Museo a Cielo Abierto que se convirtió en el Paseo Iberá, del que participaron artistas de buena parte de Latinoamérica.
¿Lo próximo? Donde estamos ahora. Que es la última y gran obra de Pedro Rauber. Y que empezó con ese delegado barrial que paseaba el perro. “Los vecinos pueden ser medio mañosos y dar vueltas”, le anticipó el señor del barrio Ferré entonces. Pero todo se aceleró cuando una empleada municipal se acercó para avisarles que a los dos días habría una reunión para hablar del parquizado interno. “Me colé ahí, en un momento levanté la mano y dije: ‘disculpen la molestia, pero me gustaría hacer esto…’ Y les mostré con mi tablet imágenes de Wynwood, el barrio de los murales de Miami. De pronto todos dejaron escuchar a la señora de la muni y se centraron en mi”, relata Pedro que pronto se lanzó a juntar firmas y sintió una enorme satisfacción cuando la Municipalidad de Corrientes le aprobó y “bancó” el proyecto.
Cuenta que el barrio, según le dijeron los vecinos, llevaba 40 años sin ver una gota de pintura. Que tiene 39 edificios de los que pintaron doce en esta primera etapa. Trabajó con siete artistas. Usaron dos torres de andamios de cuatro cuerpos. Y se abocaron a hacer reinterpretación de clásicos del chamamé. “Pintamos con fijador para pared que –un invento medio casero– lleva un poco de lavandina, para matar el hongo. Fondeamos con eso y con látex blanco. Sobre esa base pintamos con látex. Y en 34 días dimos la vuelta al barrio”, detalla Pedro, que no firmó las obras ‘porque aquí no me nació’, pero que cuenta que algunos de los murales llevan la estampa de artistas invitados. “Sumé chicos jóvenes porque no quería hacerles lo que me habían hecho a mi”, reflexiona. Apunta que recibe algunas donaciones de marcas de pintura, de andamios y de arneses, pero que le vendría bien que grandes empresas sponsorearan a nuevos talentos que pintan con él.
“Muchos vecinos me ven y me preguntan cuándo vuelvo. Algunos hasta me reclaman: ‘Me hiciste firmar y no pintaste mi edificio’. Les explico que vamos a seguir. Que es un proyecto que no terminé”, asegura. Y, entre saludo y saludo con la gente del barrio, Pedro Rauber agrega: “De hecho, pienso alquilarme un departamentito acá, traer los andamios y hacer gestión cultural mientras seguimos pintando”.
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