En el margen del río Limay la balsa Maroma y el puente colgante sobre el agua cristalina son paso obligado para llegar a Villa Llanquín, un bucólico pueblo de estepa, surcado por un hilo de agua turquesa, que cada verano expande su aroma en flor en la antesala del circulo de montañas conocido como anfiteatro.
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El pueblo, situado a 40 kilómetros de Bariloche, es apenas un caserío bajo de cara al río rodeado por campos que cambian de color en cada estación del año: en invierno los campos son blancos por la nieve, en otoño son naranjas por el follaje tornasolado de los álamos, en primavera son amarillos por la explosión de las retamas. Y en verano son lilas y violetas, por los lupinos y por las lavandas.
La plantación de lavandas es más nueva que este pueblo -de tan sólo trescientos cincuenta habitantes, creado en 1941- que se consolida como comunidad nucleado por una escuela, una sociedad de fomento, un hotel, una sala de primeros auxilios y unas pocas cabañas de pescadores.
“Hace diez años comenzamos con 50 plantas de lavandas. Hoy tenemos 4 mil unidades que se componen de 17 variedades distintas”, sostiene Cristian Signorelli, propietario de Lavandas del Limay.
Las lavandas florecen a fines de enero. A mediado de febrero, cuando los campos están teñidos por completo de violeta, se celebra un festival de la cosecha que reúne a los vecinos del campo agroecológico en torno a una fiesta donde cada uno de los artesanos y productores locales exhiben sus productos.
En la chacra, que tiene una hectárea, se elabora mucho más que aceites, jabones, sales y esencias de lavandas: hay una casa de té donde se puede degustar desde limonada y gin de lavanda hasta macarrones producidos con extractos de las plantas lilas.
“La naturaleza es desde el principio de los tiempos la artista que mejor combina los colores y toda su magia se evidencia con solo parar a contemplar”, sostiene Inés De Olavarrieta, paisajista que llegó a este punto para buscar nueva inspiración.
“Aquí nos embriaga la música del agua cuando cruzamos por la mítica balsa, para asistir con asombro al despliegue de distintos tonos de violetas que estallan en forma de flores. Algunas hasta parecen mariposas suspendidas”, asegura la paisajista que visita por primera vez Villa Llanquín.
La mujer detalla las especies que se puede ver y oler aquí: Lavandulas stoechas, lavándulas angustifolias, lavándulas oficinalis, y lavándula híbrida, llamada comúnmente lavandin.
Los visitantes tienen una hostería donde alojarse, un lodge de pesca y varias cabañas de pescadores.
“Mi esposo, guía de fly fishing, notó que no había servicios y decidimos instalarnos aquí”, relata Micaela Luger, dueña de La Maroma, la hostería que recibe a los viajeros con un gran asador central para dar comida y cobijo a los visitantes.
La hostería tiene tres habitaciones más dos departamentos con baño privados incluidos. En el lugar no hay televisión, pero sí hay agua caliente y comida casera.
La casona está ubicada en una lomada con vista privilegiada al Limay, donde la mayor actividad es la pesca con mosca y el rafting. No es el único lodge de pesca: poco después se instaló en el lugar Nur Limay Lodge que también ofrece servicios destinados a los pescadores y a los visitantes amantes del turismo aventura.
“Acá la mayor parte de las actividades son sin guía”, sostiene Roberto Loncon, presidente hasta hace poco de la comisión de fomento del pueblo recostado en el kilómetro 1610 de la ruta 237, que pertenece al departamento de Pilcaniyeu.
“Vivir en Llanquín es vivir en un lugar inhóspito. Bellísimo. Un lugar que tiene un encanto distinto en cada estación del año: en invierno es blanco. En primavera con las retamas se pone todo amarillo. En verano florecen las lavandas. Yen otoño los álamos se ponen naranjas”, sostiene Marisa Fernández, directora de la escuela Dulce Limay. La escuela creada en 1942 tiene apenas 32 alumnos de primaria. Seis de nivel inicial y cuatro de secundaria. “Es una comunidad muy chica. Nuestra escuela es hogar: hay niños que viven lejos y que duermen acá”, sostiene la directora.
“Acá tenemos hasta un Martín Pescador, un pájaro bellísimo, que suele estar en la pasarela colgante de ingreso al pueblo y desde allí pesca sus truchas”, relata la directora. “Acá es toda naturaleza. Hay una excelente calidad de vida”.
La mayoría de los visitantes llegan cruzando el auto con la balsa que atraviesa el río, desde la ruta que es asfaltada. Pero también se puede llegar al pueblo por un camino interno de ripio por Pichileufu.
El paraje no sólo es atractivo para los amantes de la pesca: también los entusiastas del turismo aventura ya que se puede escalar las montañas, conocidas como Piedras Coloradas, o pedalear por varios circuitos de bicicleta, el más conocido es la vuelta del Arroyo Chacay.
La balsa Maroma es conducida por la dirección de Vialidad de Río Negro. Es gratis y funciona con regularidad durante el día. La balsa es el medio más elegido por los turistas que llegan por la ruta 237, para cruzar con su vehículo. Pero también se puede dejar el auto en el margen sur del río y cruzar caminando. O con las bicicletas. Deambular a pie, o en dos ruedas es factible para llegar a conocer este pequeño pueblo emergente ente la estepa, de unas pocas manzanas, recostado al otro lado del río Limay, que tiene hasta un Martín Pescador para recibir a los turistas.
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