Patrimonio natural y cultural en Portobelo y Chiriquí, dos costas parecidas pero distintas. Naturaleza exuberante, gastronomía fresca, pueblos con historia, leyendas coloniales y paisajes para coleccionar en ambas costas.
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En cualquiera de las dos costas del istmo, la del Caribe o la del Pacífico, el marco es verde: de vegetación selvática, heliconias, alpinias rojas, helechos arborescentes, bananos, orquídeas, mangos y plantas de café. En algunos casos para llegar al mar hay que atravesar esa espesura; en otros, si la playa está en una isla, el recuadro verde aparece de frente cuando la lancha se acerca y contrasta con el agua transparente. Más cerca, ya en la arena, se distinguen las palmeras altas y rebosantes de cocos. Por eso, tomo agua de coco recién macheteado y calado y pruebo pescados con salsas de coco y de postre enyucada, una torta a base de mandioca (yuca) y coco rallado. El trópico no solo es el marco, también desborda la foto, le da frescura, pulpa, jugo y consistencia de vacaciones.
Panamá tiene 2.900 kilómetros de costa y 1.400 islas. Esos números se hacen playas y más playas –1.700 en el Pacífico y 1.200 en el Caribe– de arena clara y agua tibia, tanto en la costa caribeña como, para sorpresa de muchos, en la pacífica. Playas perfectas, igual que en las publicidades (a veces con mosquitos por las tardes). Comentario de guía: en este país es posible amanecer en el Caribe y ver el atardecer en el Pacífico. Así es, y para ir de una costa a la otra son 80 kilómetros en el sector más angosto del istmo, entre Ciudad de Panamá y Colón.
¿A qué playa voy? ¿Cuál es la diferencia entre el Pacífico y el Caribe? ¿La temperatura del agua es la misma? ¿Hay olas para surfear? Con este tipo de preguntas de amigos y conocidos me encuentro al volver del viaje.
Como en ese juego de fotos parecidas, pero levemente distintas, entre las dos costas hay similitudes y diferencias. Primera similitud: la temperatura del agua, en ambas costas es ideal. No es necesario pensar antes de zambullirse. Segunda: la vegetación, si bien en lo teórico es distinta debido al clima –tropical húmedo de selvas, en el Caribe, y tropical de sabanas (algo menos húmedo), en el Pacífico– viniendo del sur del continente, se siente tropical en cualquiera de las dos.
Lluvias, selva y sustentabilidad
Hay hibiscus en los jardines y en las camisas hawaianas de locales y extranjeros, muchos estadounidenses que se quedaron a vivir después de que se devolviera a Panamá el control del canal, en 1999. La tercera similitud: tanto en el Caribe como en el Pacífico puede llover, y llueve y para y vuelve a llover y a parar.
El día antes de viajar consulté el pronóstico y marcaba entre 70 y 90 por ciento de probabilidad de lluvia durante siete días. Incluí una campera impermeable en la valija. El día en que llegué, vi el amanecer desde la ventanilla del avión: un espectáculo de rojos, naranjas, grises tormenta y al final el sol.
A la tarde se nubla y a la noche cae un chaparrón. Este clima inestable es una de las causas de la selva frondosa, cada vez más cuidada en un país que se enfoca en el turismo sostenible. Ya suman 16 parques nacionales que protegen el patrimonio natural de un país que, solo en cuestión de plantas, reserva el 3,3% de la diversidad mundial.
Cuarta similitud: la pesca que se come en las dos costas es fresca y abundante. Ceviche de corvina en el Caribe y abadejo grillado en el Pacífico. Es un tesoro nacional, como el chocolate, como el café, como el Panamá hat que aunque venga de Ecuador, ya se siente y se compra como si fuera local.
Especificidades del terruño
Existen diferencias entre la costa caribe y la pacífica, y son culturales y de terruño. El golfo de Chiriquí, en el noroeste, es un lugar interesante para surfear. O para ver ballenas jorobadas. Entre junio y octubre recalan para aparearse y tener sus crías en aguas cálidas.
A las playas de esta zona se llega en lancha porque están en algunas de las 25 islas de origen volcánico que rodean a Boca Chica. En el camino a las islas Páridas, Bolaños, Ventana o Palenque veo ballenas jugando con las crías. Con suerte saltan y muestran la cola. También se pueden ver delfines, pelícanos y yates de lujo.
En el límite con Costa Rica, Chiriquí es la provincia más productiva del país. Ahí se abastece de verdura y fruta la Ciudad de Panamá. En las fincas que rodean a Boquete, se produce el café panameño de especialidad, entre otras variedades, el Geisha, que en los últimos años alcanzó precios récord y se convirtió en uno de los más caros del mundo.
A las playas se suman el campo y la aventura. En el río Chiriquí Viejo se hace un rafting grado 3 de casi tres horas con varios rápidos, entre cormoranes (“cuervitos” les dicen), garzas blancas y las historias de los tiempos de la compañía Chiquita Banana.
Por momentos aparece en el campo visual el volcán Barú, la montaña más alta de Panamá, con 3.475 metros, cerca de la comunidad Ngäbe-Buglé, uno de los siete pueblos originarios del país. El 17% de la población panameña desciende de alguno de estos pueblos y el 31% es afrodescendiente.
Tradicionalmente, los negros han poblado las costas caribeñas. Los que llegaron a la zona de Bocas del Toro, el spot de playa más reconocido del país, vinieron libres, de islas del Caribe, a trabajar o comerciar. En cambio los de la provincia de Colón, desembarcaron de barcos negreros, venían esclavizados a trabajar en las plantaciones.
De barcos, piratas y leyendas
En este viaje a Panamá hice foco en esta región, particularmente en las playas cercanas a Portobelo, un pueblo que no llega a los 10.000 habitantes, pero que en épocas virreinales era un enclave fundamental, uno de los puertos más importantes desde donde se embarcaba el oro americano hacia España y donde se hacían ferias de comercio que duraban más de un mes.
Por eso lo rondaban piratas. Por eso aún se busca el ataúd de Sir Francis Drake, primer inglés en circunnavegar el mundo, protegido de la reina Elizabeth I. Muerto en 1596, al parecer lo envolvieron en la bandera inglesa, lo metieron en un cajón de madera, luego en un sarcófago de plomo, y lo lanzaron al mar frente a un islote que hoy se conoce como Drake.
Con el paso de los años muchos buscaron ese ataúd y un tesoro oculto en un barco hundido poco antes de su muerte. “Lo buscaron y lo buscan, pero nunca apareció”, sentencia Ian Sánchez, guía de turismo.
Veo el islote después de hacer snorkel en el fondo submarino lleno de nemos (pez payaso) y dories (pez cirujano azul), damiselas y estrellas de mar. Pasamos los manglares y vamos camino hacia una cala para disfrutar del mar calmo, casi sin olas. Antes de llegar paramos para que una pasajera se tire de cabeza desde la lancha, tentada por el agua verde esmeralda.
La playa es corta y la arena blanca, dicen que los fines de semana se llena, pero hoy es martes y no hay nadie. En los árboles altísimos que llegan a la orilla un oso perezoso de tres garras duerme hecho un bollito peludo en una rama. Somos seis o siete debajo del árbol, lo miramos, hacemos zoom, le hablamos, pero no nos registra. Ni se inmuta de su largo sueño.
Portobelo
El nombre se lo adjudicó Colón, que anduvo por esta bahía en el cuarto y último viaje. Iba a bordo de la Santa María y corría el año 1502. El lugar es sitio de las fortalezas de Portobelo y San Lorenzo, testimonios de la arquitectura militar de los siglos XVII y XVIII. Todavía están los cañones oxidados y en los muros se ven los corales entre la piedra.
Portobelo es Patrimonio Mundial Cultural por la Unesco desde 1980; en 2011 pasó a la lista gris, eso quiere decir, patrimonio en peligro. Básicamente la clasificación se refiere a la falta de mantenimiento y el crecimiento urbano con poco control.
Por estos momentos se está ejecutando un crédito del BID y ya se recuperó la Real Aduana, donde abrió el Museo de la Memoria Afropanameña, que explora la ruta de los esclavos hacia Portobelo, los procesos de liberación y la cultura congo, propia de la región.
Congo también es una danza y un género musical que los niños aprenden en la Escuelita del Ritmo. En algún momento de un viaje a Portobelo uno se cruza con rituales de hombres que baten tambores y mujeres que bailan descalzas hacia el sonido, con polleras largas hechas de retazos. Aparecen diablos con máscaras enormes para las que Víctor, Esteban, María y otros hombres y mujeres de la comunidad trabajan durante meses. La celebración de la negritud con pasión ancestral.
Entonces, ¿Portobelo o Chiriquí? ¿Caribe o Pacífico? Cualquiera de los dos destinos lo vale, y si es uno, en el próximo viaje será el otro porque lo más probable es que uno quiera volver. Más info en tourismpanama.com
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