A fines del siglo XIX, el crecimiento de Buenos Aires obligó a las autoridades locales a proveer a la ciudad de una red de agua corriente de avanzada. Se construyó en siete años y emula a los edificios públicos de las grandes capitales del mundo.
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El Palacio de Aguas Corrientes fue el primer gran depósito distribuidor de agua potable que tuvo la ciudad de Buenos Aires. El proyecto, elaborado por el arquitecto noruego Olaf Boye y la empresa británica Bateman, Parsons and Bateman, constituye una de las obras de identidad más definida de nuestra ciudad. Sin embargo, pocos conocen su principal finalidad: contener 12 tanques metálicos con capacidad para albergar 72.000 toneladas de agua potable.
Inaugurado en 1894, es una obra de arte y de ingeniería única, que ostenta una majestuosa fachada color terracota. Mientras que, puertas adentro, es una de las mayores estructuras de hierro fundido de nuestro continente. Declarado Monumento Histórico Nacional en 1989, es uno de los edificios más atractivos y emblemáticos de Buenos Aires, que ocupa toda una manzana en pleno corazón porteño: Avenida Córdoba, Ayacucho, Viamonte (antes llamada Temple) y Riobamba, donde está su entrada, en el número 750.
Revestido con 300 mil mayólicas inglesas, guarda en su interior una enorme estructura de hierro fabricada en Bélgica con 3 pisos de tanques sostenidos por 180 columnas. Constituye un verdadero testimonio de la importancia otorgada a la higiene pública y al agua potable por los gobernantes de la época. Funcionó como depósito de agua hasta 1978 y desde entonces es el Museo del Agua, el Archivo de Planos Histórico de Planos y Expedientes, y la biblioteca Ing. Agustín González, especializada en ingeniería sanitaria y ciencias del ambiente. Según dicen, hay más de 2.5 millones de planos históricos dentro de estos grandes tanques de hierro. Además, están las oficinas administrativas de la empresa AySA y de atención al usuario.
Un poco de historia
Siguiendo los planes del ingeniero civil inglés John Baterman, en 1886, el gobierno nacional decidió que el depósito de aguas se instalara en la zona norte de la ciudad. Soñaron que fuera un edificio fastuoso y para ello destinaron un presupuesto de 5.531.000 de pesos fuertes (moneda de la época). La compañía Bateman, Parsons & Bateman estuvo a cargo del proyecto, pero al poco tiempo las obras de salubridad se privatizaron debido a la falta de fondos del Estado. La compañía Samuel B. Hale se hizo cargo y adjudicó los trabajos de fachada exterior a Juan B. Médici, que fueron dirigidos por el ingeniero sueco Carlos Nyströmer y el arquitecto noruego Olaf Boye, quien trabajó con los arquitectos locales Juan Antonio Buschiazzo, Adolfo Büttner y Carlos Altgelt. La obra comenzó en 1887 y en un principio se pensó como un tanque a 22 metros sobre el nivel del Rio de la Plata para abastecer a 200.000 habitantes. Ubicado en la parte alta de la ciudad, este edificio recibía el agua ya purificada que era enviada desde la Planta Potabilizadora en Recoleta (y más tarde desde la Planta de Palermo), que luego por simple gravitación se distribuía a distintas zonas de la ciudad. Más de 400 obreros trabajaron durante siete años, y en 1894 el entonces presidente Luis Sáenz Peña inauguró el edificio. El evento coincidió con el nacimiento de la Avenida de Mayo, un eje urbano que concentraría los adelantos de una capital orgullosa de ser reconocida como “la París de Sudamérica”.
La idea de transformar un depósito de tanques de agua en un palacio tuvo muchas críticas; muchos lo consideraban una exageración y un derroche. Sin embargo, era usual en esos tiempos que edificios de funciones utilitarias, como depósitos o terminales ferroviarias, parecieran palacios. La intención del Gobierno era levantar un monumento a la higiene pública tan vistoso como los que había en las grandes capitales del mundo.
Sobre la elección del lugar, años más tarde en Londres, el ingeniero Richard Clere Parsons, socio de Bateman, leyendo un informe sobre las Obras de Salubridad de Buenos Aires, afirmó: “El punto elegido se halla en un barrio que se estaba poniendo muy de moda y el Gobierno estipuló que el exterior del Depósito habría de ser de apariencia vistosa, y que estuviera en armonía con los edificios, tanto públicos como privados, que estaban construyendo activamente en esas inmediaciones”.
De estilo ecléctico, en el Palacio de las Aguas Corrientes predomina el renacimiento francés, con diferentes corrientes de la arquitectura francesa del Segundo Imperio. Por otra parte, muchos coinciden en que tiene similitudes con el antiguo Palacio de Justicia de Amberes, en Bélgica. Rodeado por jardines y una reja de hierro fundido, el edificio cuenta con una planta cuadrada de 90 metros de lado y 20 metros de altura. Construido en ladrillos con paredes de 1,80 m de espesor en planta baja y 60 cm sobre el nivel del cornisamento superior, la volumetría se refuerza en sus esquinas con cuatro torres que sobresalen levemente, de la misma forma que sobresalen los volúmenes que enmarcan los accesos desde el centro de cada fachada. La planta baja está elevada, con la intención de resaltar el aspecto monumental, y sus accesos se jerarquizan con pilares y arcos rebajados, siendo el principal el que presenta una cúpula central dominando el conjunto.
Cosmopolita y cargado de leyendas
El Palacio de las Aguas Corrientes tiene esbeltas mansardas de pizarras y, recubriendo los cuatro frentes de una cuadra de longitud, piezas de cerámica vitrificada en multiplicidad de formas y colores, que llegaron por barco desde Inglaterra. A solicitud del Gobierno, en la decoración se incluyeron el Escudo Nacional, los Escudos de la Ciudad de Buenos Aires y Rosario, y los Escudos de las catorce provincias que existían en ese momento. Las carpinterías de madera se realizaron con cedro de Paraguay, y la herrería fue provista por fundiciones escocesas. El revestimiento exterior está compuesto por 300 mil piezas de terracota traídas desde Gran Bretaña y concebidas como un modelo para armar, donde cada pieza tiene su número y letra que se corresponde con la que figura en los planos. Las piezas de terracota, esmaltadas y sin esmaltar, fueron provistas por las firmas Royal Doulton & Co. y Burmantofts Co. de Leeds. Para sus cubiertas de cúpulas y mansardas se utilizaron pizarras traídas de Sedán, Francia. La gran estructura metálica interior, armada como un gran mecano, fue traída de Bélgica y fabricada por Marcinelle y Coulliet.
En sus tres niveles contiene los 12 tanques de agua con capacidad total de 72 millones de litros de agua, con un peso calculado de 135.000 toneladas. Los tanques, de chapas de hierro dulce de 10 mm, se unían con perfiles angulares y se aseguraban con remaches. Cada tanque descansaba sobre 45 columnas, cada una de ellas compuesta por cuatro columnillas o fustes secundarios. Para lograr las articulaciones necesarias, se colocaron apoyos y vinculaciones móviles en columnas y vigas. Todo sostenido por una estructura portante de vigas, columnas y cabriadas metálicas. En el centro del palacio, un patio interno provee de luz y aire a todos los ambientes.
Con el correr de los años, varias leyendas se tejieron alrededor del exótico edificio. Una de ellas asegura que en los tanques se suicidó una pareja de enamorados porque los padres no los dejaban casarse. ¿Otra? Tomás Eloy Martínez, relató en su libro Santa Evita que el cadáver de Eva Perón estuvo escondido un tiempo en este edificio. Y en otro de sus libros, Cantor de tangos, el autor se refiere a que aquí ocurrió el asesinato de Felicitas Alcántara, que desapareció a fines del siglo XIX cuando paseaba con sus hermanas y dos institutrices.
Datos útiles
Palacio de las Aguas Corrientes. Hay visitas guiadas gratuitas y con una duración aproximada de una hora. Todos los lunes, miércoles y viernes a las 11, y los martes y jueves a las 15 horas. No requiere reserva previa.
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