Entre 1914 y 1917, Sir Ernest Shackleton fue protagonista y líder de la aventura más rigurosa de la historia de las exploraciones antárticas al lograr que toda la tripulación sobreviviera cuando su embarcación Endurance quedó atrapada en el hielo.
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A principios de marzo de 2022, la noticia del hallazgo del barco británico HMS Endurance, hundido a principios del siglo pasado a 3008 metros de profundidad en el antártico Mar de Weddell, conmocionó por ser el símbolo de una fabulosa épica en torno a un heroico viaje liderado por sir Ernest Shackleton. Pese a que el objetivo no se cumplió, permitió rescatar con vida a todos los tripulantes después de terribles penurias e inclemencias.
El derrotero no concluido y frustrado de la pomposamente designada como Expedición Imperial Transantártica se convirtió en una de las más extraordinarias épicas navales porque los 28 navegantes soportaron las más extremas adversidades climáticas, una abismal soledad durante un tiempo infinito, sin contacto con el mundo, pasando hambre… Fue un fracaso, aunque Shackleton replicaría: “Fracaso sería no explorar”.
Aunque no cumplió su propósito, esta odisea se estudia cuando se habla de coaching, recursos humanos, emprendimientos y negocios por ser arquetipo de tenacidad, perseverancia, confianza y esperanza. La lamentable pérdida del Endurance transformó a su comandante en una leyenda que duró 752 días. Y eso que ya había intervenido en otras dos experiencias similares que le dieron fama.
El descubrimiento de la legendaria embarcación en el fondo de las aguas más difíciles de navegar del planeta fue mérito del programa “Endurance22″ ejecutado por el rompehielos de bandera sudafricana Agulhas II, de 134 m de largo y 22 de ancho, construido por Finlandia. Utilizado en búsquedas e investigación, está equipado con tecnología de vanguardia y se sumaron expertos multidisciplinarios, como quien encabezó la exploración, el veterano arqueólogo marino Mensun Bound.
La primera imagen fue trasmitida por un drone submarino cuando solo restaban 4 días para concluir la misión de rastreo. Ahí estaba: 4 millas al sur de la ubicación registrada en 1915 por Frank Worsley, el capitán del Endurance, mostrando su nombre en popa, con los cristales sanos de los ojos de buey, casi intactos el calafateado de las maderas y el timón. “Es el barco hundido más bello que he visto”, dijo emocionado Bound.
Se cerró así un ciclo que comenzó a principios del siglo XX cuando el cetro por llegar al Polo Sur lo obtuvo el ambicioso y metódico explorador noruego Roald Amundsen el 14 de diciembre de 1911 al frente de un contingente de cinco hombres. Le ganó por poco más de un mes la vertiginosa y gélida carrera al capitán inglés Robert Scott, quien llegó al polo el 17 de enero de 1912; iniciativa que le costó la vida por una falla logística en la provisión de suministros.
Un aviso poco tentador
Dos años después estuvo a punto el proyecto de Shackleton, el caballero del Reino Unido nacido en Irlanda, con el potente navío Polaris, rebautizado como Endurance en honor al lema familiar: “Con resistencia conquistamos”. La fragata rompehielos de tres velas había sido construida en 1912 en Noruega para ocuparse en la caza de osos polares, tenía 43,9 m de eslora, 7,6 m de manga y un motor de vapor a carbón capaz de alcanzar una velocidad de 10 nudos (unos 19 km/h), en tanto que contaba con una sólida proa con cuatro vigas de madera de roble. Estaba tan reforzado que el revestimiento de la quilla tenía encima una capa de greenheart (palo verde), una madera de altísima dureza resistente al hielo.
Reunir los fondos para semejante propósito fue laborioso. Costó una fortuna: unas 65.000 libras esterlinas que fueron aportadas por el rey Jorge V, por el magnate escocés James Caird (un bote clave honraría su nombre) y por otros ricos aportantes.
“Se buscan hombres para viaje peligroso. Poco sueldo, mucho frío. Largos meses de oscuridad total. Peligro constante. Regreso a salvo dudoso. Honor y reconocimiento en caso de éxito”, era el texto del aviso que publicó en 1914 el diario The Times para reclutar. Evidentemente, es la oferta de trabajo más curiosa, famosa y poco atractiva de la historia; sin embargo, se presentaron 5.000 solicitudes.
La dotación de 26 miembros fue esencialmente británica (ingleses, irlandeses y escoceses), excepto dos de colonias de ultramar: el capitán Frank Worsley, neocelandés, y el fotógrafo James Francis “Frank” Hurley, australiano. Fue un plantel de marinos, ingenieros, médicos, biólogo, meteorólogo, físico, geólogo, mecánico, carpintero, cocinero y bomberos.
El buque partió de Londres el 1 de agosto justo cuando Alemania declaró la guerra a Rusia y la conflagración se hizo europea. El 4 de agosto, ya en Plymouth (sur de Inglaterra), Ernest puso la nave a disposición del gobierno; sin embargo, el ancla no duró mucho en el fondo. “Deseamos que tenga lugar la expedición”, le cablegrafió el propio Winston Churchill.
De tal modo, el 9 de agosto de 1914 soltaron amarras con el titánico propósito de atravesar el Polo Sur desde el Mar de Weddell hasta el Mar de Ross, esto es, ingresar por al Océano Atlántico y salir por el Pacífico. El Endurance recalaría en Bahía Vahsel, donde un grupo de seis hombres conducido por Shackleton y solo abrigado por prendas de algodón y lana cruzaría por tierra el territorio polar con perros y trineos.
De forma complementaria, la misión incluyó una segunda unidad operativa desde Australia con un viejo ballenero, el Aurora, comandado por Aeneas Mackintosh, con la consigna de ingresar por el Mar de Ross para establecer un puesto de pertrechos y abastecimiento en el Estrecho McMurdo, el cual cubriría las necesidades de los caminantes polares con Ernest a la cabeza. (Vale agregar que el Aurora tampoco la pasó fácil dado que estuvo a la deriva 132 días y vivió situaciones extremas... pero esta es otra historia.)
Un polizón en Buenos Aires
El Endurance arribó a Buenos Aires el 9 de octubre, donde se sumó un marinero norteamericano, William Bakewell, quien habría asegurado que era canadiense, total, también era colonia inglesa. Tenía experiencia en navegación a vela y trabajaba en el puerto, ya eran 27.
Aunque faltaba el jefe, porque Ernest no vino en el Endurance, sino que lo hizo en el vapor El Uruguayo, de la Compañía Anglo-Argentina, ya que se había quedado en Londres ocupado en cuestiones administrativas y financieras, tratando de cerrar negocios.
Con la tripulación completa, días después pusieron proa a las islas Georgias del Sur y entonces descubrieron que ahora eran 28, pues había un polizón: el galés Perce Blackborow, de 19 años, quien había estado limpiando las perreras en el muelle, trepó clandestinamente y se ocultó en el castillo de popa. El fotógrafo Hurley, en su bitácora, asentó lo dicho por Shackleton al enfrentar al joven: “¡Vamos al sitio más desolado del mundo, siempre hace frío y todo es peligroso!... ¿Tienes idea de dónde te estás metiendo?”. Pero Perce se quedó, acompañado de su mascota, el gato erróneamente nombrado como Mrs. Chippy (Señorita Chippy), que solía provocar coros de ladridos cuando se paseaba orondo cerca de los caniles.
Luego de un mes de preparativos en Grytviken (Georgias), el 5 de diciembre zarparon y dos días después ya estaban inmersos en el problemático Mar de Weddell con sus témpanos y la banquisa, una especie de rompecabezas móvil e impredecible. Luego de celebrar la Navidad con bizcocho con frutas picadas y budín, empezó el trajinar que puso a prueba el coraje y la resiliencia de los navegantes, porque el 19 de enero 1915 la fragata quedó atrapada en las aguas congeladas.
A la espera de que la Naturaleza les devolviera la movilidad, emprendieron todo tipo de tareas, recursos y estrategias para liberarse del témpano que los circundaba mediante picos, palas, sogas, palancas y grandes esfuerzos grupales ya que carecían de explosivos. Entretanto, para también mantener el ánimo, primó la actividad, si bien cambiaron las ocupaciones.
En ese panorama, la dotación perruna de unos 70 ejemplares fue fundamental más allá de su trabajo para movilizar los trineos. Había que atenderlos, alimentarlos y cuidarlos, dedicación que supuso compañerismo, dedicación, juegos, contención y amor con los animales. Incluso, los identificaban por sus nombres, como Hércules, Sire, Shakespeare, Samson o Smiler. Es que establecer rutinas fue para ellos una regla… celebrar algo, distraerse con un juego de mesa, sentarse alrededor del gramófono para escuchar música, cantarle a alguno el Happy Birthday, rezar, organizar carreras de perros, tratar de cazar y desarrollar actividades de equipo.
Los gritos de gol y el comienzo del fin
Aunque los curtidos aventureros no tenían césped, disputaron un partido de fútbol, algo a lo que en general estaban habituados en esos tiempos del auge de este deporte. La pasión superó a la dificultad y los goles llegaron al continente helado.
Fue el 15 de febrero de 1915 cuando el carpintero Harry McNish delineó la cancha tomando como guías la ubicación de los arcos y los banderines de corner. Como corresponde, se enfrentaron 11 contra 11, una formación identificada con una franja blanca en el brazo y la otra con una cinta roja. Hurley no jugó porque se ocupó de hacer las fotos de encuentro.
“A las cuatro jugamos un magnífico partido de fútbol”, contó en su diario el físico Reginald James. El primer tiempo terminó a 1 a 1, pero en el segundo el arquero Worsley (capitán del barco) vio vencida su valla y los rojos se alzaron con el triunfo tras el pitazo final del referee. El árbitro fue Alex Mcklin (el cirujano escocés), quien no pudo jugar porque al separar a unos perros que se estaban peleando sufrió una herida en un ojo.
Pero el hielo siguió presionando y el Endurance –cargado con 28 hombres y 49 perros– era transportado sobre una gigantesca balsa helada que giraba a la deriva. Luego de una zozobra de casi 9 meses, el 27 de octubre, Shackleton tomó la decisión más difícil, la que implicó aceptar la frustración, su plan había fracasado. Ordenó abandonar la nave y rescatar todo aquello que fuera preciso para subsistir.
Tras un paulatino hundimiento que permitió recuperar recursos, el 21 de noviembre la fragata fue a parar al fondo del mar antártico desapareciendo del blanco paisaje hasta los palos de las velas. Y empezó la gesta que los inmortalizó: sobrevivir.
A marcha forzada avanzaron lentamente con la difícil tarea de transportar los botes sobrecargados. Para colmo, mal presente de fin de año, el 27 de diciembre el carpintero McNish entró en rebeldía argumentando que, al no existir el barco, las reglas náuticas ya no tenían valor. Fue una situación compleja que Shackleton logró manejar, una vez más.
A poco de andar tuvieron que detener la caminata porque el hielo blando les impedía seguir. Se rearmaron entonces las tiendas en el denominado Campamento de la Paciencia, que duró tres meses.
La carne de foca o pingüino fueron alimentos básicos, pero cuando falló la caza se tomó una sentencia dramática: los perros tuvieron que ser sacrificados para paliar el hambre. Terrible pensar el grado de desesperación y hambre que llevó a implementar semejante decisión. Incluso, cuando portar cualquier carga innecesaria era imposible, también fue víctima el gato Mrs. Chippy.
En otro acto de osadía, el 9 de abril de 1916 lanzaron los tres botes al mar y tras soportar el frío, vendavales y grandes olas durante cinco días, lograron atracar en Isla Elefante frente a un enorme acantilado de roca y glaciares donde se alojaron durante varios meses.
Luego de reponerse, todo indicó que la mejor opción era utilizar el bote James Caird, de apenas 6,85 m de eslora, con seis hombres y provisiones para cuatro semanas con el fin de buscar auxilio en las islas Georgias del Sur, porque por más que las Malvinas estuvieran más cerca, los vientos y las corrientes marinas estaban en contra. Zarparon el 24 de abril. En la isla quedaron los 22 hombres restantes.
Con esa cáscara de nuez en medio del océano austral, con vientos de 100 km/h y olas de hasta 30 m de altura, pero con la pericia y el sextante en manos de Worsley, en dos semanas divisaron las Georgias. Alcanzaron la Bahía Rey Haakon en el lado opuesto del puerto ballenero de Stromness, 50 km al este, con una montaña inexplorada en el medio. Armaron el frágil campamento que llamaron Peggotty y descansaron.
Tres se quedaron y los otros tres (Shackleton, Worsley y Crean) se convirtieron en montañistas. Tras 36 horas de caminata y escalada llegaron al complejo ballenero desde donde un barco salió a buscar a quienes estaban del otro lado de la isla. El 21 de mayo ya se reagruparon.
Todavía tenían que traer a los náufragos de Isla Elefante. Durante cuatro meses hubo gestiones desesperadas y una cadena de desilusiones. Un primer barco no pudo llegar por el hielo; Londres no les podía mandar una nave antes de octubre; Uruguay les prestó otra que tampoco sorteó el hielo; una goleta inglesa también fracasó. Tras rogar al gobierno de Chile, las autoridades facilitaron la escampavía Yelcho, dotada de casco de hierro y propulsión a hélice, piloteada por el teniente primero Luis Alberto Pardo Villalón de la armada trasandina.
Finalmente, el 30 de agosto ocurrió el milagro, el momento de mayor emoción para los 22 náufragos al divisar en el horizonte, como si fuera un pequeño bulto, la nave salvadora. De modo urgente hicieron señales de humo… no sabían el Yelcho venía a buscarlos a ellos. Fueron embarcados recurriendo a un bote que iba y venía a la costa. Fue volver a vivir para los 28 expedicionarios.
Otra vez en Antártida
El gran documento de trascendencia de esta inédita gesta fueron las imágenes fotográficas y las películas del registro maravilloso de Frank Hurley equipado con una Vest Pocket de Kodak, una Box Brownie y una cámara de cine JA Prestwich.
Por su parte, a pesar de la guerra, Shackleton recibió honores en Inglaterra y quiso ir al frente. Se cuenta que ya padecía una afección cardíaca y abusaba del alcohol, por lo que era imposible darle un rol activo. Pero tuvo una misión que lo trajo a la Argentina.
Con 43 años, llegó a Buenos Aires el 30 de noviembre de 1917 en el transatlántico de vapor Vestris que venía de Nueva York. Se dedicó a las relaciones diplomáticas con el propósito de impulsar la propaganda británica en América del Sur en relación con las alianzas, adhesiones o compromisos en el contexto de la beligerancia europea. No hay noticias sobre sus resultados, lo cierto es que muy pronto, en abril de 1918, retornó a Londres.
Poco dedicado a su esposa Emily y sus tres hijos, se abocó a conferencias, eventos políticos y sociales o científicos con apariciones públicas. Y procuró hacer negocios, que no funcionaron; a pesar de ser quizás el paradigma de un líder por sus conocimientos, experiencia, sentido humanitario, afable, empático, democrático y a la vez con autoridad para conducir, enérgico y activo, capaz de gestionar las dificultades y saber motivar y delegar responsabilidades.
Emprendió una nueva campaña de exploración e investigación a la Antártida. Partió de Inglaterra con el barco Quest, en septiembre de 1921, pero su salud deteriorada exigió atención especial –que rechazó– en Río de Janeiro. Un infarto selló su vida heroica en Georgia del Sur el 5 de enero de 1922, a los 47 años, muy lejos de su natal Kilkea, en Irlanda, donde había nacido el 15 de febrero de 1874 y donde lo recuerda una estatua pública. Sus restos yacen en el Puerto Grytviken, muy cerca del mar y de su hazaña.
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