Highlights de Brooklyn y Manhattan, Governors Island, el arte, los museos, sabores icónicos del mix cultural y otros secretos urbanos.
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1. Little Poland
NUEVO GREENPOINT
No hace falta ser demasiado observador para advertir que Williamsburg perdió su encantadora cadencia old school. Su fama estrepitosa disparó el precio de la propiedad y pioneros en la movida de Bedford Avenue, como Bedford Cheese Shop y Whisk, fueron expulsados. El paisaje costero es otro: los edificios industriales cedieron su espacio a rascacielos de vidrio de dudoso gusto.
Pero hay otras zonas cercanas donde se respira un aire más apacible: Greenpoint, al norte, se las ingenia para mantener su seducción, aunque está en un proceso de gentrificación. También apodada “Pequeña Polonia” –en honor a los inmigrantes que la poblaron–, dio la bienvenida a jóvenes del mundo creativo, atraídos por alquileres más razonables y una vida más tranquila. El resultado es una burbujeante efervescencia expresada en restaurantes, cafeterías, tiendas de carácter singular que se concentran fundamentalmente sobre Manhattan Ave y Franklin St.
Los imperdibles:
- Transmitter Park cumple diez felices años de existencia. Aunque es humilde en su planteo paisajístico, tiene una explanada sobre el East River con espléndidas vistas del skyline de Manhattan, juegos para críos, un espacio de pesca y mucho pasto para el picnic.
- Beacon’s Closet es la meca de fashionistas. Esta tienda de ropa y accesorios abarca 1.700 m2 que le permiten desplegar su curadísima propuesta –tanto vintage como contemporánea– ordenada por color, estrategia que se agradece. Abierto los siete días de la semana.
- Karczma es un clásico del barrio. Ambiente familiar, auténtica cocina polaca, mozas con vestidos tradicionales y la posibilidad de probar el pantagruélico combo que trae pierogis (suerte de empanaditas), panqueques de papa, salchicha ahumada Kielbasa, repollo relleno y guiso elaborado con carne fresca, ahumada y curada, hongos y chucrut.
2. Williamsburg
DOMINO PARK
Aunque mucho más pequeño, rivaliza en belleza con el High Line y tiene a su favor que jamás va a quedar encerrado entre edificios. Emplazado sobre el East River, este parque de dos hectáreas se inauguró en 2018 en el mismo territorio donde se encontraba la Domino Sugar Refinery, la mayor refinería de azúcar de los Estados Unidos que funcionó entre 1856 y 2004. El estudio neoyorquino de James Corner Field Operations –el mismo que lideró el proyecto del High Line– transformó esta zona de Brooklyn que le daba la espalda al río en un vergel de profundo carácter conservacionista: las vías de la grúa que se utilizaban en la fábrica albergan ahora jardines con plantas nativas en armónica convivencia con docenas de piezas de maquinaria recuperadas, cuidadosamente diseminadas. Además contiene barcitos, cancha de vóley, solárium, juegos infantiles, una pista de bochas y, en el extremo sur, más cerca del puente de Williamsburg, la pieza de resistencia que los locales usan (y abusan) durante los tórridos meses del verano: unos chorros de agua que forman un espectáculo de fuentes danzantes iluminadas que disparan dos metros y medio de lluvia fresca para alegría de los empapados.
3. Manhattan
PARA FANS DEL ARTE
Brant Foundation está en el East Village, fuera del circuito hegemónico. Este centro de arte contemporáneo que abrió en 2019 sobresale con sus muestras de artistas contemporáneos y su notable arquitectura: una subestación de electricidad del 1900 que más tarde fue el hogar y estudio del singular artista Walter De Maria hasta el 2013. Al arquitecto Richard Gluckman le encomendaron el reciclaje, y el resultado es un edificio que respeta su identidad original, pero se actualizó según los nuevos requerimientos: cuenta con 2.000 m2 de exposición distribuidos en cuatro plantas, e incluye bellos jardines y una terraza ajardinada en la azotea. Un dato importante: la entrada es gratuita y no requiere reserva.
Fotografiska no es un museo ni una galería tradicional. La sede neoyorquina abrió a fines del 2019 a pasos del Flatiron Building. Igual que sus hermanas en Estocolmo, Berlín, Miami y Shanghai, le rinde culto a la mejor fotografía y exhibe en sus pequeñas salas a consagrados como Andy Warhol, Jerry Schatzberg, pero también a emergentes. El edificio que lo contiene es deslumbrante: una vieja iglesia construida en 1894 en estilo neorrenacentista.
4. Gastronomía
ODA AL PICNIC
El que avisa no traiciona: carece del encanto de Zabar’s y no tiene la variedad de Whole Foods, pero Trader Joe’s –cadena de supermercados gourmet nacida en California a fines de los 60– está preparada para seducir a sibaritas con bolsillos más ajustados. Tiene nueve sucursales entre Manhattan y Brooklyn –desde el Soho hasta Upper West Side y Williamsburg–; su estética es austera y sus góndolas ofrecen pocos artículos de buena factura, la mayoría de marca propia. Es ideal para armarse una exquisita tabla de quesos no convencionales que contenga burrata trufada (u$s 5,99), cabra con miel (u$s 2,99) y Mobay Cheese, otra deliciosa variedad a base de leche de cabra y oveja (u$s 6,99).
5. Little Island
LA NUEVA ESTRELLA PÚBLICA DE MANHATTAN
“Un nuevo parque de u$s 260 millones flota sobre el Hudson. Es encantador”, tituló el New York Times el 20 de mayo del 2021. Más allá de una eterna discusión entre fans y detractores por el descomunal presupuesto –financiado principalmente por la fundación de Barry Diller y su mujer, la diseñadora de modas Diane von Fürstenberg–, este flamante espacio de uso público, a pasos del Meatpacking District, regala unos siempre bienvenidos metros más de verde a la ciudad, además de unas soberbias vistas del río y de la silueta de New Jersey.
De notables formas escultóricas, suerte de tulipanes que se insertan dentro del Hudson, suma una ondulante hectárea de superficie repartida entre senderos poblados de flora nativa, terrazas de avistamiento, un anfiteatro para unas 700 personas y un patio de comida rápida. El proyecto, que arrancó en el 2013, nació en la cabeza de Heatherwick, estudio de arquitectura londinense también autor del archifotografiado Vessel, en Hudson Yards, otro proyecto escultórico bocetado tres años después.
6. Governors Island
FERRY, BICIS, ARTE, CASTILLOS…
Un destino que pocos viajeros conocen y uno de los más espectaculares: a 700 metros de la punta sur de Manhattan y a siete minutos a bordo de un ferry. Desde noviembre del año pasado, esta isla de 70 hectáreas que se recorre caminando o en bicicleta se disfruta el año corrido. Quedan en pie interesantes vestigios históricos de su pasado militar, los dos fuertes –Fort Jay y Castle Williams–, un puñado de mansiones de madera de estilo sureño, donde vivieron oficiales del ejército y sus familias, y un par de iglesias que son ocupadas por ONG. Este paraíso de superficie irregular por el que no circulan autos propone múltiples actividades recreativas, culturales, educativas. Hay mucho para explorar: desde muestras de arte hasta instalaciones site specific. Hay extensos toboganes de formas curvilíneas para descender a toda velocidad. Y hay un campo de lavanda –el único de NYC– habitado por más de 500 plantas que crecen sin pesticidas, perfecto para echarse a disfrutar de un soberano picnic (aquí y allá hay puestos de comida, pero se sugiere llegar con la canasta armada).
Y otro grandioso dato: en Blazing Saddles, puesto de alquiler de bicicletas, de lunes a viernes, entre las 10 y las 12, las ofrecen de forma gratuita, durante una hora.
Importante: chequear en la web la programación y los horarios del ferry: el de servicio diario parte del Battery Maritime Building y recomiendan reservar el billete de ida online. El precio ida y vuelta cuesta u$s 3, salvo sábados y domingos, que es gratis antes de las 12.
7. Coney Island
NOSTALGIA Y ADRENALINA
Un programa para chicos y adultos con espíritu de niños: tomar el subte en dirección a Coney Island, tierra oficial del Luna Park, legendario parque de diversiones inaugurado a comienzos del 1900. Aunque este destino tan popular entre los neoyorquinos atravesó diversas calamidades que incluyeron incendios y huracanes, se las ingenió para renacer de las cenizas y recuperar esa magia que cruza el factor kitsch con la nostalgia.
Esta es una propuesta prescripta para espíritus osados: emprender un viaje en el Cyclone Roller Coaster, una montaña rusa de madera que está en pie desde 1927 y se precia de ser la segunda más empinada del mundo. Sólo para que lo sepan: en algunos tramos, el humilde carro alcanza una velocidad de 100 km por hora, con un ángulo de descenso de casi 60 grados. Gritos, pensamientos catastróficos, pura adrenalina y emoción: todo ese mix de alta intensidad cuesta u$s 10. Si el espíritu pide una aventura más relajada, la opción siguiente es treparse a la centenaria Wonder Wheel, que gira con movimientos suaves mientras da tiempo para disfrutar de unas vistas magníficas del Atlántico.
8. Al sur de Brooklyn
LITTLE ODESSA
Si nos tapan los ojos y nos quitan la venda en Brighton Avenue un sábado cualquiera, nos encontramos, de repente, dentro de un paisaje extraño: vemos una avenida que vibra debajo de las vías elevadas del subte D y Q. Incomprensibles carteles en tipografía cirílica. Pequeñas tiendas pobladas de babushkas y potes de caviar, y humildes puestos callejeros con pilas de pieroguis rellenos de repollo y pescados ahumados. Aún más exóticos resultan los diálogos, francamente insondables: acá se habla, se piensa, se ama y se sueña en ruso.
Bienvenidos a Little Odessa, nombre que se le dio a este enclave pegado a Coney Island en los 70, en homenaje al balneario ucraniano sobre el mar Negro. Los primeros extranjeros fueron judíos de Europa del Este que comenzaron a asentarse en la década de 1920 en su huida de los zares. Más refugiados llegaron después de la Segunda Guerra Mundial. A mediados de los 70, se renovó el vecindario con una nueva inmigración procedente de Rusia y Ucrania. Y tras la disolución de la Unión Soviética (1991), este barrio cobijó a gente del Cáucaso, muchos de fe cristiana.
Hay que tomarse el tiempo para entrar a un puñado de comercios. Saint-Petersburg (230 Brighton Beach Ave), gran institución de intenciones comerciales variadas. Por un lado, cuenta con 10.000 títulos, razón suficiente para que se precie de ser la mayor librería rusa del mundo fuera de su patria. Pero su oferta se extiende a otros objetos de interés, como esos souvenirs típicos que son los huevos de Fabergé y las cajas laqueadas.
Gold Label International Food (281 Brighton Beach Ave) es una gran fiesta para los sentidos y da para pasarse un buen rato dentro de este auténtico almacén filo Eurasia. Aquí se ofrecen la weisswurst –salchicha alemana hecha con carne de ternera, cerdo y especias– y la kvas, bebida fermentada a base de pan de centeno seco, entre cientos de otros productos que atiborran los estantes.
Brighton Bazaar (1007 Brighton Beach Ave), uno de los supermercados más importantes, tiene una oferta que coquetea con sabores del Medio Oriente y de Armenia. Desde Mortadella Stolichnaya hasta caviar de salmón rojo Gosudarev Zakaz.
¿Qué más? Caminar por el malecón de madera. Sentir el olorcito salado del mar. Disfrutar de la brisa y observar las gaviotas picoteando en la arena son otras de las maravillas que suceden al visitar esta península a una hora de Midtown.
En cuestiones gastronómicas, la zona está salpicada con opciones chatarra. Pero hay una excepción: Nathan’s Famous, mítico parador abierto en 1916, es la meca de los hot dogs. Una aclaración: hace dos años, esta cadena acusó un upgrade sustancial en sus recetas al contratar al prestigioso cocinero Mark Miller, ex Chez Panisse.
9. Como en un set de filmación
REVIENDO “POCO ORTODOXA”
Separados por unas calles que marcan una frontera abismal en estética, costumbres y tradiciones, hipsters y judíos ultraortodoxos cohabitan bajo el mismo sol que ilumina Williamsburg. En una zona, se habla inglés de corrido. En las otras 20 manzanas, al sur de Bedford Avenue, el yiddish está en boca de todos.
Recorrer este microcosmos de los Satmar, hermética comunidad de jasídicos que se trasladó a Nueva York en su huida de Hungría durante la Segunda Guerra Mundial, es lo más parecido a convertirse en un espectador silencioso que revive, en directo, la atrapante historia de Esty, protagonista de la serie Poco ortodoxa que conmovió hasta las lágrimas.
La religión marca todos los momentos de su existencia y el paisaje urbano tiene su particular escenografía: los edificios residenciales, de pocos pisos, son muy austeros, hasta desaliñados. Los comercios y los buses escolares amarillos llevan inscripciones en hebreo. En las veredas, hombres y mujeres circulan por separado. Ellas, desde muy jóvenes dirigen pequeños ejércitos de criaturas (el promedio por familia es de ocho). Su vestimenta es oscura –las niñas son las únicas que llevan colores más vivos– y contempla polleras por debajo de la rodilla, medias (incluso cuando aprieta el calor), chaquetas sencillas con mangas hasta el codo, y pelucas, sombreros o pañuelos para las casadas. Entre semana, ellos visten el rekel, un traje largo, y durante el sabbat, un abrigo de seda y sombrero de terciopelo. No es un destino turístico ni tampoco gourmet, sin embargo, el barrio tiene una tradición de buena comida y de hospitalidad que se filtra debajo de la solemne superficie. Claves para recorrerlo:
- Desde Manhattan, la mejor manera para llegar es en subte, bajarse en la estación Marcy Ave y caminar hasta Lee Ave, la principal. Ideal, durante la semana. En observancia del sagrado sábado, a partir de la puesta de sol del viernes, casi todo está cerrado hasta el domingo.
- Gottlieb’s Restaurant (352 Roebling), una cafetería de 50 cubiertos abierta a principios de los años 60 por Zoltan Gottlieb, sobreviviente del holocausto, que continúa sirviendo con orgullo las tradiciones culinarias judías establecidas siglos atrás. El menú es sencillo: sopa de bolas de matzo, repollo relleno y las versiones saladas y dulces de kugel, una suerte de cazuela de fideos o de papa con manzanas, típicamente polaca.
- Muchos sostienen que el mejor sándwich de pastrami se prepara en Grill on Lee (108 Lee Ave), reducido local que además ofrece shawarma y knishes.
- Sander’s Bakery (159 Lee Ave) es una confitería que ganó alta reputación gracias al challah –pan similar al brioche–, al strudel relleno de cereza y a la poco ortodoxa Napoleón rellena de crema de vainilla.
10. Museos
PARA ENTRAR GRATIS O PAGANDO POCO
Es obvio que Nueva York concentra algunos de los museos más fabulosos del mundo. La mala noticia: en estos momentos, los precios de las entradas resultan siderales para nuestra economía dólar dependiente. La buena nueva: existen algunos atajos para aprovecharlos sin tener que desembolsar esos u$s 20, u$s 25 promedio que cuesta la visita. Hay que estar atentos a los días y horarios en los que la entrada es gratuita o se paga lo que se puede (“pay what you wish”), y ser previsores: la gran mayoría requiere reserva online. Otro tema básico: tener a mano la prueba de la vacunación, acompañada del correspondiente documento de identidad.
- The Museum at Fashion Institute of Technology. Forma parte de la prestigiosa universidad Fashion Institute of Technology y es el único de NY dedicado exclusivamente a la moda. Hasta el 8 de mayo estará Head to Toe, una exposición que explora más de dos siglos de vestimenta femenina, desde 1800 hasta principios del siglo XXI. Datazo: no piden reserva anticipada.
- The Morgan Library & Museum. Los viernes, entre las 17 y las 19, se puede recorrer libremente, siempre que se reserve con una semana de anticipación. Institución privada compuesta de varios edificios, el original es un espléndido palazzo de 1900 y la última incorporación está firmada por Renzo Piano, el mismo italiano que proyectó el Whitney. ¿Qué ver? Arte egipcio, pinturas del Renacimiento, papiros de Egipto que incluyen las primeras ediciones de libros infantiles.
- Rubin Museum of Art. De bajo perfil y gran carisma, la colección contiene pinturas, esculturas, grabados, textiles y objetos rituales del Tíbet, Bután, Nepal y Mongolia del siglo II al XX. Agendarse los viernes de 18 a 21.30 y, aunque no es obligatorio, recomiendan reservar para asegurarse un lugar dado el aforo limitado.
- New Museum.Todos los jueves, entre las 19 y las 21, esta institución de arte contemporáneo producido en los últimos diez años permite pagar lo que se desea, aunque, vale decirlo claramente, al hacer la reserva en la web, sugieren el desembolso mínimo de u$s 2 por persona. El edificio en sí vale una visita: es una joya arquitectónica proyectada por el prestigioso estudio japonés SANAA.
- Whitney Museum. Muy cerca de la entrada al High Line se erige este museo que alberga una magnífica colección de artistas americanos del XX y del XXI. Bajo la modalidad de “pay what you wish”, agendarse los viernes entre las 19 y las 22: en lugar de pagar u$s 25, se reserva online ofreciendo un dólar.
- Neue Galerie New York. Sólo el primer viernes de cada mes, entre las 16 y las 19, esta elegantísima mansión sobre la Quinta Avenida abre de forma libre con reserva anticipada. En su interior atesora obras de grandes artistas y diseñadores de Alemania y Austria de principios del XX. La gran estrella es el bellísimo retrato de Adele Bloch-Bauer pintado en 1914 por el vienés Gustav Klimt (1862-1918) en óleo, oro y plata sobre tela.
- The Isamu Noguchi Foundation and Garden Museum. Hay que tener suerte y coincidir: el primer viernes de cada mes la entrada es libre, siempre y cuando se haga la reserva online dos semanas antes. Uno de los museos más exquisitos, ubicado en Long Island, Queens, cumple con su mandato: divulgar la obra de Noguchi (Los Ángeles,1904-1988), gran maestro del siglo XX. Su extraordinaria colección de esculturas, mobiliario, cerámica y sus aclamadas lámparas de papel Akari (en venta en el shop) se distribuyen dentro de este edificio industrial que perteneció al polifacético artista de sangre japonesa.
11. Lower East Side
CAMINATA + PASTRAMI + BAGELS + GOLOSINAS
El Lower East Side, a veces abreviado LES y otras conocido como Loisaida, es un vecindario en la parte sureste del distrito de Manhattan, originalmente muy muy pobre, que limita con Chinatown, Nolita y el East Village. Es una zona que cobijó a miles de inmigrantes que llegaron en barco durante los siglos XIX y XX, escapando del hambre y de las guerras. Alemanes primero, judíos del este europeo después, y portorriqueños a mediados del XX.
El Tenement Museum es un espacio extraordinario que propone sumergirse en las historias de inmigrantes a través de la narración oral de familias que habitaron en dos edificios históricos de viviendas, en el 97 y 103 de Orchard. “Mientras los libros de texto suelen pasar por alto las historias de la gente corriente, nuestras visitas sumergen a los visitantes en los pasillos de los conventillos, las cocinas y los salones donde las familias se forjaron una nueva vida”. Los tours se hacen en grupos reducidos, duran una hora y son conducidos por educadores.
Desde 1888, Katz’s Deli (205 E Houston) es el rey de reyes del sándwich de pastrami. Este corte de carne vacuna que sirven es increíblemente tierno, gracias a las tres semanas que pasa en una solución secreta de salmuera, un ahumado lento de tres días y un toque de vapor antes de llegar a la mesa.
Durante más de cien años, el deli Russ & Daughters (179 E Houston) fue el portador de la antorcha de la comida judía en Norteamérica. En manos de la cuarta generación de la familia Russ, los bagels de salmón ahumado con cream cheese, aros de cebolla roja y alcaparras se posicionan como hit absoluto, pero su expertise va más allá: son maestros del ahumado de pescados (bacalao negro y el esturión, pura poesía).
Si el plan es comer sentado, hay que hacer unas cuadras y seguir la exploración culinaria en el cercano Russ & Daughters Café (127 Orchard).
Con perdón de los que le han hecho la cruz al azúcar refinado, una visita antropológica imprescindible es Economy Candy (108 Rivington), emporio de golosinas fundado en 1937 por Morris “Moishe” Cohen, hoy continuado por la tercera generación de los Cohen. El compacto local está atiborrado con 2.000 artículos entre chocolates, galletitas, halva… y lo que lo hace único es encontrarse con esas marcas típicas famosas durante el último medio siglo XX. A pura nostalgia, ofrecen packs catalogados según décadas. El de los años 80, por ejemplo, incluye Airheads, Mini Chick-O-Sticks, Chupa Chups y Smarties, entre otras pasiones de multitudes.
En cuestiones de arte, el barrio vio el desembarco de pesos pesados como el New Museum (235 Bowery) y, a un minuto a pie, se instaló la galería de arte Sperone Westwater en un edificio inaugurado en 2010, ideado por Sir Norman Foster. Entre los artistas que representa se encuentran nuestros queridos compatriotas Guillermo Kuitca y Lucio Fontana, más otros grandes como Richard Long, Carla Accardi, David Lynch, Mario Merz y Bruce Nauman.
Hijo de la gentrificación del Lower East es el nuevo mercado Essex (888 Essex St), que sustituye al viejo mercado de 1940. Cruza de patio de comidas alta gama con una oferta repartida entre almacenes, panaderías, fruterías, carnicerías y queserías manejadas por antiguos locatarios. Acá se puede también acceder a unos tentempiés en las sucursales de restaurantes conocidos como Veselka, Pho Grand, Tortillería Nixtamal y Schaller & Weber.
12. Arte
EN LAS AFUERAS
Fuera de Manhattan, tres destinos que son un must para los fanáticos del arte.
De muy bajo perfil es el Magazzino Italian Art, espléndido museo dedicado al arte italiano desde los 60. El arquitecto español Miguel Quismondo es el artífice de este exquisito edificio, de concreto y vidrio, que suma 1.900 m2 en Cold Spring, a 70 minutos en tren desde Grand Central Station. La entrada es gratuita, la reserva se hace previamente online y hay un shuttle de ida y vuelta de la estación al museo.
En el corazón del Hudson Valley, unas 200 hectáreas tapizadas de colinas, prados, bosques y humedales, está el escenario natural donde se desenvuelve el majestuoso Storm King Art Center, museo al aire libre que contiene la mayor colección de esculturas e instalaciones de los Estados Unidos. Isamu Noguchi, Henry Moore, Alexander Calder, Maya Lin se desparraman, con tanta gracia, por aquí y por allá. Hasta el 27 de marzo abre sólo los fines de semanas. Toda la data para saber cómo trasladarse y cómo reservar online está en stormking.org
En las afueras del poblado de Beacon y a unos 22 km de Storm King se encuentra otro imponente centro de arte, a orillas del río Hudson, que se extiende dentro de los límites de una gigantesca antigua imprenta reconvertida. Es uno de los mayores espacios de exposición de arte moderno y contemporáneo del país y, realmente, las obras que se exhiben quitan el aliento. Desde Louise Bourgeois a Dan Flavin y hasta Andy Warhol. Lo más glorioso, por no decir casi una experiencia mística, es recorrer las cinco galerías que contienen las masivas esculturas de acero de Richard Serra.
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