Tito y Dante Emiliozzi se consagraron como campeones del TC cuatro veces con su legendario Ford adaptado al que bautizaron La Galera
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“Acá sucedió la historia, acá paso todo. Es un lugar muy representativo de la ciudad. Acá venían los vecinos de todas las ciudades a los que les gustaban los fierros a ver cómo trabajaban los Emiliozzi. Este lugar provoca mucha emoción en las personas que han venido con sus abuelos, con sus papás”, afirma Susana Martínez, apasionada encargada y guía del Museo Hermanos Emiliozzi.
El museo cuenta la historia de Tito y Dante Emiliozzi, ases del volante y genios de la mecánica, quienes escribieron las páginas más gloriosas del automovilismo local durante la década del 60. El espacio municipal, que inauguró en 2013, es un museo de sitio, ya que acá funcionaba el taller de estos próceres locales, una dupla que dominó las carreras del Turismo Carretera durante la década del 60 del siglo pasado.
“Es un taller transformado en museo, todo se conservó como estaba”, aclara Martínez, quien conoce la historia de punta a punta, mientras señala la puerta, el lugar por donde salía La Galera, el auto de carrera que los llevó a ganar todo y que atraía multitudes.
El Santuario
Los Emiliozzi fueron cuatro veces campeones del Turismo Carretera, marcaron un récord al superar 200 km/h en una carrera y ganaron unas mil copas. Muchos de estos trofeos están exhibidos en las vitrinas de este particular museo en el que la atracción principal es el icónico auto que los llevó a la fama.
En este “Santuario Tuerca”, como solían llamar a este espacio, hay pantallas táctiles donde se puede leer la historia de los Emiliozzi, hay más de 400 fotos, algunas ampliadas a enormes gigantografías en las que se los ve en distintas etapas de su exitosa carrera. Hay videos y audios, en los que se puede escuchar el rugir de la Galera con auriculares personales. Hay vitrinas con trofeos, cuadros, cascos y hasta un maniquí vestido con el guardapolvo de trabajo de Tito Emiliozzi, entre otros objetos personales de los hermanos. Y hay, también, una línea de tiempo que grafica la historia de la dupla.
En sus tiempos de gloria “El Santuario” solía estar abierto a los fanáticos que querían verlos trabajar. Hoy, esa fosa donde trabajaban se mantiene intacta, con el torno y las demás herramientas alrededor, igual que en aquella época, cuando una soga separaba a los ídolos de su hinchada, que se amontonaban para verlos en acción dentro de ese espacio. La soga también sigue ahí, ahora para preservar el lugar tal como antaño. “Es lo más lindo, lo que provoca emociones”, cometa Susana. Ellos dejaban entrar a la gente, y venían tantas personas que había que poner la soga tal como está hoy. Es todo original, fijate las fotos de El Gráfico. Está el torno, la soldadora, la pluma de fuerza”, describe la mujer, mientras señala una foto de la tradicional revista deportiva argentina.
Por ahí se ve otra gigantografía en la que un cura bendice a la Galera, la coupé Ford modelo ‘39 con la que descollaron tantos años. “Es uno de los pocos originales que hay en el país. Corrió 16 años, del 50 al 66. Para un auto de competición es muchísimo”, precisa la guía. La Galera era un auto de calle transformado en uno de competición, tal como se hacía en aquella época, cuando los mecánicos, que también eran los pilotos, les hacían los retoques necesarios a los autos para correr. Y fue así hasta que salieron los prototipos, que eran construidos ya como autos de carrera.
“Le decían La Galera porque es alta, elegante, y sobresalía en la línea de largada”, explica Martínez, sobre el auto en el que dejaron de corren en el año 66 y con el que ganaron 43 carreras. Luego, ya no ganarían nunca más.
Siguieron con un Ford Baufer, con el que salieron sub-campeones en 1969. El modelo está ahora en el Museo Fangio de Balcarce. Más adelante, utilizaron un Ford Halcón, que fue construido por el ingeniero Pronello, con motorización de los Emiliozzi. Pero solo corrieron dos carreras: la Vuelta de San Nicolás y la vuelta de Chivilcoy, en 1969. En esta última, el auto se prendió fuego y así terminaría la campaña deportiva de los hermanos.
La Joya
Una de las competiciones más recordadas es la carrera de los Dos Océanos, que se hizo en 1965, y recorrió desde Mar del Plata a Viña del Mar, ida y vuelta, con el cruce de la Cordillera de los Andes por el paso del Cristo Redentor como punto álgido. “¡Una locura! ¡Es la única carrera con nieve en el TC, y la ganaron!”, resalta Martínez.
Otra muy recordada es la que recorrió de Mercedes a San Rafael, en la que los hermanos alcanzaron un récord de 210 km por hora promedio. “Iba en el aire, y mirá lo que es la ruedita”, señala, incrédula, la guía. “Los que saben y han corrido dicen que es algo increíble: ¡1000 kilómetros a 210 de promedio! ¡En esa época, con esas rueditas y en ese auto! Mirá adentro, no se ve nada, es chiquitito. Mirá la jaula, son dos fierros. ¡Mira lo que es la butaca! ¡Es una butaca de cine! ¡No se mataron de casualidad!”, dice asombrada Martínez.
Con tantos triunfos en su haber, el museo está lleno de copas, a pesar de que faltan muchísimas más. Es que algunas las regalaron, otras las perdieron y otras están en el Museo Fangio. “Ganaron alrededor de mil copas, porque en cada carrera se daban muchas. Al copiloto, al récord de vuelta, porque habían ganado el año pasado, porque los querían homenajear. Se venían con un montón”, dice Susana y muestra una foto en la que se los ve posando al lado del auto, vestidos informalmente. “No es que se pararon así para la foto. Se subían al auto vestidos así, con un buzo y nada más”, explica la guía.
“Casa cosa tiene una historia, las fotos sobre todo ¡Mirá esta, es una locura!”, dice y muestra una foto en la que se los ve cargando nafta en medio de una ruta, con tarros lecheros y un embudo. Ese mismo embudo, está hoy en día en exhibición, y fue recuperado a través de donaciones de la gente.
“Esta es la joya del museo”, dice ahora Martínez, con énfasis. “Es la gran obra de Emiliozzi. Volaba. Funcionó y ganó, pero lo prohibieron por reglamento”. Susana se refiere así a la revolucionaria tapa de cilindros del motor Válvulas a la Cabeza, que atesoran en una vitrina. Los Emiliozzi, asegura la guía, la inventaron en el año 50 pero no lo patentaron. En el año 54 lo hizo Ford, que en el 64 los invitó a Estados Unidos, para que cuenten cómo es que lo habían hecho. “Eran unos distintos. Aún sin formación, están a la altura de un ingeniero avanzado, como Oreste Berta. Lo importante no es que solo ganaron campeonatos y carreras, eso lo podía hacer cualquier buen piloto. Pero ellos fueron innovadores”.
Dante, que había nacido en 1916, falleció en 1989; Tito que era de 1912, falleció en 1999. Ambos eran porteños pero murieron en Olavarría, su patria por adopción.
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