Más allá de los circuitos Chico y Grande, la gran ciudad patagónica guarda algunos enclaves no evidentes para recorrer todo el año.
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Es un destino concurrido. Las 710.000 hectáreas del Parque Nacional Nahuel Huapi cobijan diversas geografías, desde el macizo andino y el bosque en el oeste hasta la meseta en el este, pasando por el ecotono, es decir, las zonas de transición entre diferentes tipos de vegetación.
A su vez, la afluencia de turistas, especialmente tras la pandemia, ha hecho que ya casi no exista la estacionalidad en Bariloche y sus alrededores: habitués y nuevos visitantes eligen cualquier época del año para adentrarse en sus paisajes.
Con el viaje planeado, las personas despliegan sus mapas y buscan experiencias por fuera del circuito tradicional. Más allá de las excursiones y rincones clásicos, todos se preguntan cuáles son los lugares menos explorados.
A continuación, algunas opciones para agendar.
Valle del Río Manso Inferior
En el límite sur del Parque Nacional Nahuel Huapi, este valle de origen glaciar merece una visita. Desde Bariloche, hay que recorrer unos 70 km hasta el puente sobre el río Villegas y adentrarse en un camino de ripio que conduce hacia la frontera con Chile.
A lo largo de 45 km (los que separan el puente sobre la RN 40 y el final de la RP 83), los visitantes pueden deleitarse con pozones naturales en el río, pasarelas colgantes y diversas playas. Destino privilegiado del turismo rural –vacas, caballos, dulces caseros y una escuela-albergue son parte del paisaje–, la naturaleza es protagonista, con “estrellas” como los imponentes cerros Bastión, de 2063 m, y Ventisqueros, de 2298 m.
El valle del Manso inferior es imán de los amantes del rafting y el hidrospeed: distintos operadores proponen flotadas de clase 1 y 2 para disfrutar en familia, así como rafting de clase 2, 3 y 4. También hay múltiples senderos de trekking y para recorrer en bicicleta o a caballo. El cercano río Foyel aporta paisajes por descubrir, así como una cervecería artesanal que aparece como un oasis.
Al tiempo que gana adeptos, el destino ha ido sumando servicios. Entre las opciones de alojamiento –actualmente más de 200 camas disponibles–, hay cabañas, dormis, campings, hostels, domos y un glamping. Muchos de los campings también ofrecen espacios para motorhomes, casas rodantes y tráileres.
@raftingcohuinco
Cerro La Buitrera
Las extrañas formaciones rocosas erosionadas durante miles de años por el agua y el viento hacen de este rincón uno de los más curiosos de Bariloche y sus alrededores. Los aventureros deben transitar unos 25 kilómetros hacia el sudeste desde el Centro Cívico (es clave hacerlo en vehículos altos, especialmente en el último tramo) para maravillarse con este paisaje lunar en el que no hay servicios.
En plena estepa patagónica, el majestuoso cerro se destaca por sus paredones de 100 metros formados por cenizas volcánicas y pequeñas piedras, así como por los cientos de bloques de roca que lo rodean. Al pie de esa montaña se ubica la estancia El Desafío.
Tanto en ese punto de partida, como en la estancia La Lucha (de la familia Crespo), que se ubica a continuación, hay que pedir permiso para acercarse a las formaciones rocosas. De hecho, lo ideal es contratar una excursión para ingresar al lugar (que está fuera del parque nacional) y asesorarse previamente en el Club Andino Bariloche.
Hay decenas de caminos que el paso de los visitantes fue abriendo en la zona, pero no hay riesgo de perderse porque la vegetación es achaparrada y los gigantes de piedra resultan referencias inconfundibles. Algunos guías organizan caminatas de unos 5 km en promedio.
La experiencia se completa con la visión de los cóndores andinos (Vultur gryphus), que suelen utilizar los huecos rocosos para descansar y cobijarse. Con una longitud de 1,2 metros, el cóndor es el ave no marina de mayor envergadura del planeta: alcanza los 3 metros con las alas desplegadas. Su vuelo resulta el mejor telón de fondo de las caminatas por este rincón de la meseta.
@kairos.patagonia
Valle del Challhuaco
A 19 km de Bariloche, la Reserva Natural Estricta Valle del Challhuaco resulta un buen plan en cualquier época del año. Salvo en invierno, cuando es necesario transitar en 4x4, los visitantes pueden acceder al refugio Neumeyer en sus vehículos. El espacio consta de un domo o eco-dormi: con reserva previa, grupos de familia o amigos pueden cenar en el refugio a la luz de las velas y pernoctar allí, no sin antes sumergirse, con linternas frontales, en una caminata nocturna guiada por el bosque.
Cuando el paisaje se cubre de blanco, el lugar ofrece caminatas con raquetas, paseos en trineo y diversión en deslizadores plásticos sobre pistas de nieve. El “Pasaporte Aventura Blanca”, por ejemplo, consta de una excursión de 5 horas (con traslados ida y vuelta) que incluye actividades y gastronomía regional.
Por fuera de los meses invernales, la magia de los bosques de lenga del Valle del Challhuaco se disfruta a través de siete senderos de trekking de diversa intensidad y bien señalizados con distintos colores. La caminata al Mirador del Valle es la más corta y demanda unos 15 minutos. Le sigue la del Mirador de la Ciudad, de 45 minutos, y las de la Laguna Verde, el Valle de los Perdidos y La Ventana, que llevan alrededor de una hora.
Los caminantes también pueden conocer el Mirador del Ñirihuau (una hora y media) o acceder a la cumbre del cerro Challhuaco tras unas 4 horas de marcha. Las vistas de los valles circundantes, e incluso de Bariloche y el lago Nahuel Huapi a lo lejos, aparecen como postales bien distintas a las que regalan otras zonas del parque nacional.
Aunque es difícil de ver, la “estrella” es la rana Atelognathus nitoi (más conocida como la ranita del Challhuaco), que solo habita en algunos cuerpos de agua de este rincón del mundo, como la Laguna Verde. Por su distribución tan restringida, se la considera “microendémica”.
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