En pie desde hace más de cien años, son el alma montevideana y guardan en sus mesas la memoria de los grandes escritores y artistas uruguayos.
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Montevideo es una ciudad que enamora, entre otras cosas, por la inteligente utilización que los uruguayos hacen de su tiempo; fascina la manera plácida que la gente le imprime a la vida cotidiana. Uno los ve desplazarse con su mate y termo bajo el brazo, detenerse en la rambla sin otro propósito que observar cómo reverbera el río-mar que baña la costa, o sentarse en algún bar para encontrarse con un amigo y disfrutar del café y la charla por horas.
Es un misterio cómo hacen para preservar su propia cadencia en medio de estos tiempos precipitados. Quizás el secreto tenga que ver con una feliz convivencia entre lo nuevo y lo antiguo, lo que fue y lo que vendrá. Si bien Montevideo cambia, se desarrolla, su historia está presente en cada esquina de la Ciudad Vieja, y en particular en sus antiguos boliches, en esa tradición tan uruguaya de encuentros, de tertulias, que viene de la época de las pulperías.
El destacado escritor uruguayo Juan Antonio Varese, autor de Viaje al antiguo Montevideo, dice: “Sin duda, los boliches han contribuido de manera fundamental a conferirle su identidad a Montevideo. ¡Eran tantos! Particularmente se concentraban a lo largo de la avenida 18 de julio. Funcionaban como lugares de encuentro, de tertulias artísticas y literarias, políticas, y naturalmente de citas amorosas.” Varese hace una extensa enumeración de bares en los que se entremezclaban artistas, obreros, escritores, estudiantes, periodistas y ministros, y donde ocurrían cosas memorables como pasó en el bar El Nuevo ubicado en 18 de julio y Andes: “El Nuevo fue transformado en el Café y confitería La Giralda, donde la orquesta de Roberto Firpo estrenó la Cumparsita (música del propio Firpo con letra del uruguayo Gerardo Matos Rodriguez). En 1922 ese edificio se demolió para construirse el Palacio Salvo, y allí se inauguró una sucursal del mítico Sorocabana. Un tema aparte ese boliche, todos lloramos cuando los cerraron”, recuerda.
En uno de los Sorocabana, el de la Plaza Cagancha, había una mesita de mármol que funcionaba como altar: fue ahí donde Benedetti terminó su novela La Tregua. Nacho Suárez, periodista, escritor y promotor cultural del arte montevideano, coincide con Varese: “Si bien la modernidad avanzó inevitablemente y se perdieron lugares entrañables como los Sorocabana, otros persisten y siguen siendo espacios de encuentros. Aún quedan varios cafés centenarios de pie, unos más intactos que otros, como el Facal, el Tasende o el Brasilero. Yo suelo ir seguido y aún conservan sus encantos.”
Los cafés que persisten y sus historias
El Brasilero fue fundado hace casi 150 años y se destaca con su estilo Art Nouveau y sus mesas de madera oscura, sus sillas Thonet y la magia de los recuerdos. Ahí están, presentes como fantasmas y enmarcados en fotos que cuelgan de las paredes, escritores como Mario Benedetti, Juan Carlos Onetti, Idea Vilariño y Eduardo Galeano, todos habitués que solían sentarse sin tiempo limitado con un café o una grapa de por medio mientras escribían sus apuntes o, en el caso de los pintores, esbozaban una pintura, como hacía el artista uruguayo Joaquín Torres García, muy afecto a llevar a sus alumnos a los boliches y explicar allí los misterios de la armonía.
Este bar-restaurante ubicado en la esquina de la calle Ituzaingó y 25 de mayo, a metros de la puerta Citadella y el atractivo Mercado del Puerto es un lugar imperdible para adentrarse en el alma montevideana. Según Sofía Klein, una turista de origen alemán, “conocer la historia de los bares antiguos o simplemente estar y asimilar su atmósfera, me permitió comprender el espíritu bohemio, algo que me encanta de esta ciudad”. Nacho Suárez refiere que “lo que pasaba en los boliches era muy particular en la década del cincuenta (cuando Montevideo soñaba con ser París) y hasta comienzos de los setenta: desarrollaban una vida muy intensa que excedía la charla ocasional o los encuentros entre amigos. Había tertulias literarias y discusiones abiertas de ideas políticas. Las diferencias se saldaban a viva voz de mesa a mesa; para nosotros, los jóvenes de entonces, eran un lugar deformación. En los boliches aprendimos a escuchar: imaginate, teníamos a grandes intelectuales en la mesa de al lado, el objetivo era llegar lo más cerca posible a la mesa de los Tigres, como les decíamos a los grandes intelectuales, gente como Carlos Quijano, el fundador de Marcha, el seminario cultural más influyente en ese momento.”
El intelectual Álvaro Ramos, ex canciller de Uruguay, agrega: “Entre el 68 y el 73, año nefasto de la dictadura, época fermental, movilizadora y también violenta desde varias trincheras, período donde se puso de manifiesto el fin del contrato social, los boliches permitieron encuentros, intercambios, discusiones, fraternidades y también, por qué no decirlo, escenas de pugilatos entre individuos de ánimos enardecidos”.
Todo estaba cerca, todo se compartía en los boliches, hasta los amores ¿Cómo ignorar el romance eterno y pasional entre la poetisa Idea Vilariño, hija de un anarquista, y el asediado y mujeriego Onetti? Según se cuenta, sus peleas y reconciliaciones se desarrollaban en El Brasilero en presencia de otros, muchos de ellos también literatos, compañeros de la llamada generación del 45. Se dice que fue en ese bar cuando el escritor le anunció a Idea que la dejaba: iba a Buenos Aires a casarse con Dorothea Muhr, una joven argentina de origen alemán. Fue su cuarto matrimonio y el último. El disgusto que le provocó a la poetisa la inesperada noticia la inspiró para escribir Ya no, uno de sus más sentidos y dramáticos poemas de amor, que luego las primeras feministas adoptaron como grito de guerra; “No volverás a tocarme, no te veré morir”.
Esos relatos son un valor agregado que atrae al turismo, señala Florencia, gerente de El Brasilero: ”Es lógico que no sea lo mismo cenar aquí, en el mismo lugar donde Benedetti solía pasar horas escribiendo, o sentarse en la misma mesa desde donde Vilariño vio a su amado cruzar la calle Ituzaingó luego de abandonarla, que tomar un expreso en cualquier anodino café de la Ciudad Vieja”. Las historias son un gran atractivo. Obviamente que van no sólo por eso: también por alguno de sus platos súper elaborados, o los postres, como la tarta de manzana con almendras glaseadas y el exquisito lemon pie acompañando al café Galeano, así llamado en homenaje a ese autor, otro habitué de la casa.
”En las décadas de 1940 y 1950 no eran muchas las mujeres que se animaban a ir a bares sin compañía”, afirma Juan Antonio Varese, “Idea Villarino era una de las escasas excepciones. Como antiguamente pasaba con las pulperías, esos eran ámbitos de hombres, las mujeres iban a las confiterías, todo estaba muy compartimentado. Luego, cuando de a poco el público femenino incluyó a los bares como salida propia, no se mezclaban con los hombres porque había un espacio para ellas: era el sector familiar.
”Otro bar emblemático y centenario que no decayó (por el contrario, como los buenos vinos se revaloriza con el paso del tiempo) es el Facal, situado en 18 de julio y Yi , frente a la romántica fuente de los candados, lugar donde los enamorados sellan su relación con un candado que dejan prendido en el fontanal de piedra volcánica. Desde una escultura de bronce que lo inmortaliza, Gardel los mira y sonríe. El homenaje se debe a que El Zorzal Criollo fue uno de sus afamados clientes. Esta antigua fábrica de chocolate y de membrillo es hoy el café y restaurante más antiguo del centro de Montevideo. Ofrece, además de su historia, un espectáculo de tango a cielo abierto de lunes a sábados al mediodía. Un cliente habitual es el negro Rada.
Muchos de los bares de antaño se reconvirtieron, ya que para seguir en carrera, no pueden limitarse a ofrecer una grapa, o un Fernet. Después del baile, se recomienda en el Facal degustar una manta de asado a la rueda gigante, o bifes de solomillo al vino blanco.
El Tasende, café bar y pizzería, situado en Ciudadela y Santa Fe, es otro de los míticos cafés de Montevideo que resiste. Inaugurado en una vieja casona del siglo XIX que todavía conserva sus columnas de hierro, techo de bovedilla y vitrales en los ventanales, era el ámbito más democrático, donde acudía por las noches gente de lo más variada: intelectuales, artistas, políticos, periodistas y trabajadores. Ese entrevero todavía continúa y es algo que atrae, junto a su afamada pizza al Tacho, una pizza deliciosa, muy especial.
El Tasende no ha dejado de ser un punto de encuentro de escritores y poetas, además de dirigentes políticos. Hasta hace poco no era infrecuente ver al expresidente Pepe Mujica degustando su famosa pizza. Su fundador, Jesús Tasende, eligió un punto estratégico para fundarlo: se encuentra a media cuadra de la Plaza Independencia, una de las más concurridas porque está entre la Ciudad Vieja y la Ciudad Nueva. Todavía hoy el lugar es muy convocante.
”El Montevideo de hace unos años estaba colmado de boliches. Como para tener una idea, sólo en la calle Andes, entre Uruguay y Canelones, se concentraban unos veinte -señala Nacho Suarez-.Había un lugar en la rinconada sur del Palacio Salvo, donde confluían dos bares; uno se sentaba en la vereda y era imposible distinguir a qué bar pertenecían las mesas. El ambiente era parecido al de la Roma que pintó Fellini. Inolvidable ”.
Hoy los nuevos boliches presentan otras características, la nueva tendencia son los cafés de especialidad. Son más chiquitos, más abreviados, como el Acento Café, en Punta Carretas, donde acude Jaime Clara, conocido periodista, caricaturista y escritor. “Me siento cómodo en el ambiente intimista de esos nuevos espacios atendidos por jóvenes, ahí suelo ir para leer o esbozar algunos apuntes para mis caricaturas. De cualquier manera, me gustaría que volviera el Sorocabana o el Hispano. Aunque no descarto que se esté generando una nueva corriente con algunos rasgos parecidos a los de los viejos boliches .
”Lo viejo y lo nuevo conviven sin chocarse en Montevideo, lo que nace no descarta la tradición. Persiste el entrevero, como pasa con las aguas de ese río mar que baña la costa de la ciudad, donde confluyen el Atlántico y el río de la Plata”, asegura.
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