En Cabo Vírgenes, la propiedad de la familia Fenton tiene acceso a la segunda pingüinera más importante del continente. Allí arranca la RN 40.
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Unos 120 km separan a Río Gallegos de la estancia más austral del continente. El primer tramo, más corto, por la asfaltada RN 3, bordeando la costa atlántica. El segundo (100 km) levantando polvareda por la mítica RN 40 (ex RP 1) bajo la mirada indiferente de los guanacos o esquivando a los choiques que picotean los pastos ralos y de tanto en tanto, presas de un impulso irresistible, deciden cruzarla de improviso. Un aire salobre envuelve la estepa salpicada de coirones, cerros bajos se avistan a lo lejos y el trayecto parece no tener fin.
Hasta que pasando El Cóndor (la estancia de los Benetton) la ruta se bifurca y un cartel en forma de flecha señala: Monte Dinero. Y entonces, amparado en una hondonada del áspero terreno, se avista el casco de la estancia: un conjunto de casas, galpones y establos que relumbran bajo el sol, una pequeña aldea al amparo de los vientos. A lo lejos, el horizonte se disuelve en el azul intenso y frío del estrecho de Magallanes.
Breve historia de la estancia
La actual Monte Dinero tuvo sus inicios en 1880, cuando el pionero Thomas Greenshields y su esposa Emma McMunn fundaron The Lucacho Sheep Farming Company, así nombrada por un aonek’enk (así se llaman los indígenas que poblaban y aún pueblan la zona, también conocidos como tehuelches) ermitaño que vivía en la playa. Greenshields murió en 1890, víctima de una tuberculosis rampante, y su viuda Emma contrajo segundas nupcias con Arthur Wellington Fenton, un irlandés literalmente de fuste (salía a atender a sus pacientes a caballo abriendo huellas en la estepa) que además fue el primer médico de Santa Cruz (cuanto todavía era Territorio Nacional) y supo combinar la práctica de la medicina con la actividad ganadera.
El establecimiento centenario, que abarca 26.000 hectáreas, continúa activo con la cría de ovejas y la producción de lana y los descendientes en cuarta y quinta generación de aquellos Fenton —David y Peggy y sus hijos Richard, Caroline y Sharon— tienen sus casas en el casco. A partir de 1995, después de una nevada muy fuerte, comenzaron a recibir turistas. Aunque la gente llegaba desde mucho antes, dicen, porque había muchos viajeros deseosos de conocer esa estancia que parecía estar en el fin del mundo.
¿Por qué se llama Monte Dinero?
Fue precisamente Arthur Fenton quien la rebautizó Monte Dinero, por la colina homónima que en el pasado remoto (y no tanto) servía como referencia a los barcos que ingresaban al estrecho. Lo del dinero viene porque durante mucho tiempo se creyó que había oro en la costa del estrecho, proveniente de los numerosos galeones españoles y barcos piratas que naufragaron en sus aguas. Una suerte de maná oceánico que devino leyenda y desató una breve y no muy pródiga “fiebre del oro” hacia 1870, con la llegada de los primeros buscadores.
En la cima del monte, una suave loma de unos cien metros de altura a la que se accede desde la estancia, se yergue el herrumbroso Hito II-IV. Un simple alambrado, que corre paralelo al mar, marca la frontera con Chile. Del lado chileno, que abarca unos dos kilómetros hasta la orilla, pastan hermosos baguales blancos que suelen cruzarse a Monte Dinero. Y en temporada se ve pasar alguna ballena franca austral haciendo sus piruetas. Los mapas dicen que estamos en el extremo sur del continente americano: nuestro finisterre.
La Casa Grande
En La Casa Grande (como llaman a la casa más antigua de las que integran el casco) se alojan los huéspedes. Se conserva tal cual era en el siglo XIX: solo se sumaron la cocina, el comedor y una luminosa galería con mesa de billar para despuntar el vicio. Tiene la peculiaridad de ser “made in Europe”, una prefabricada que llegó en barco y fue armada in situ. Con su picket fence, sus paredes exteriores blanquísimas y sus techos verdes a dos aguas, es una típica casa señorial inglesa aggiornada a la Patagonia. Tiene seis elegantísimos y sobrios dormitorios: cuatro abajo —“Arthur”, “Emma”, “Joy” y “Wellington” (este para personas con movilidad reducida)— y dos en la planta alta, “Lucacho” y “Artique”, que comparten un espléndido baño con tina.
Los paneles de las puertas, adornados con motivos florales, fueron pintados por la mismísima Emma McMunn en las frías tardes de invierno, y en el pequeño museo familiar pueden apreciarse, entre otros tesoros familiares, tres rifles de origen incierto que Peggy encontró escondidos en el entretecho, el libro de medicina de Arthur W. Fenton (un incunable por derecho propio), instrumentos quirúrgicos y pertenencias y retratos de los antepasados. Las suntuosas chimeneas del living y de las habitaciones “Arthur” y “Emma” narran su propia historia de naufragios: pertenecieron al Artique, uno de los tantos navíos hundidos en las traicioneras aguas del estrecho.
El menú de Monte Dinero es un capítulo aparte: escabeche de lengua y corazón de cordero, escabeche de berenjena, cordero a la estaca, milanesas y churrascos de cordero, ensaladas con ingredientes de la huerta orgánica (en el invernadero cultivan tomate y rúcula; a la intemperie papa, zapallo y zanahoria). Norma Ochoa, la cocinera boliviana que vino “bajando por la cordillera” relata cómo prepara su plato preferido: “Primero se pone el cordero en el disco, con aceite; la carne tiene que estar bien sellada. Después vienen las verduras y lo último es la papa. Todo rociado con un alguito de vino blanco o cerveza”. Graciela Ceballos, llegada desde Jujuy hace seis años, “hace de todo un poco”: es la mano derecha de Norma en la cocina y está atenta a los detalles.
De los tres hermanos Fenton, Carolina es quien actualmente recibe a los huéspedes junto a la anfitriona permanente Micaela Disaro: ellas organizan las cabalgatas y las excursiones hasta el lugar donde vivía Lucacho y son un “libro abierto” para quienes desean conocer la historia y las leyendas del lugar.
Las ovejas
El galpón de esquila de Monte Dinero es enorme y de una limpieza prístina... y huele maravillosamente a lana de oveja. Aquí los visitantes pueden presenciar la esquila con tijeras, una técnica que requiere suma destreza y protege al animal, que no solo no sufre sino que se fortalece y da más lana. Los Fenton siempre han sido pioneros en la producción ovina: desde 2013 solo crian raza Merino australiana (que produce una lana muy sutil que se utiliza incluso para lencería), pero antes se dedicaban a la variedad Corino, mezcla de Corriedale con Merino que no solo daba lana sino carne para consumo.
También, por iniciativa de Richard, adoptaron un manejo holístico de la tierra, que a grandes rasgos consiste en recuperar las especies forrajeras claves en vez de adaptar (como hacían antes) la cantidad de animales a la cantidad de pasto disponible. Este tipo de ganadería regenerativa es bueno para todos, porque además frena la desertificación de la Patagonia. Una de las “actividades estrella” de Monte Dinero es observar un rodeo a cargo de perros pastores que, a la voz de aura, separan a las ovejas en grupos (como hacía el cerdito Babe en la película de Chris Noonan).
En la estancia hay dos perras ovejeras: Kayle, una Border Collie impaciente por cumplir su misión, y Luna, una pastora de los Pirineos que por herencia genética (en Europa su raza protege celosamente al piño de ovejas de los zorros colorados) también debería estar ansiosa por trabajar... pero es muy vaga y prefiere acompañar a los turistas en sus caminatas.
Dos hitos imperdibles
A 15 km de Monte Dinero, siempre por ripio, el Cabo Vírgenes –declarado Kilómetro 0 de la ruta nacional 40– es el punto más austral del continente. Allí se encuentra la segunda pingüinera más grande (49 hectáreas) de América Latina.
A fines de agosto llegan los primeros machos de pingüino magallánico a “ocupar sus puestos”: los nidos son como cuevitas casi al ras de la tierra protegidas por una mata verde y todos tratan de conseguir los más cercanos al agua para seducir a las hembras que llegan una semana después. Por eso suelen producirse batallas campales a picotazos y vuelan plumas por todas partes. Los pichones nacen en noviembre y desde entonces hasta abril, momento en que adultos y juveniles se lanzan bulliciosos al mar para alcanzar las cálidas costas de Brasil, 180.000 pingüinos habitan esa pequeña ciudadela. Lo mejor de esta pingüinera es que no requiere navegar ni subir cuestas empinadas para avistar a los pingüinos: basta con recorrer los senderos pisando despacito para no alarmar a los asustadizos y detenerse a observar a los más curiosos.
El Faro Argentino, de 26 metros de altura, fue construido en 1904 por la empresa francesa Barbier, Bénard y Turenne. En otros tiempos guiaba a los navegantes e incluso, durante la Primera Guerra Mundial, fue testigo de enfrentamientos entre barcos ingleses y alemanes dado que el cabo era un paso obligado para las naves. Pero desde la inauguración del Canal de Panamá en 1918 el “Cabo de las Vírgenes” –así lo bautizó Hernando de Magallanes el 21 de octubre de 1520, porque ese día de octubre, según el santoral católico, se conmemora el martirio de Santa Úrsula y las once mil vírgenes que la acompañaban a manos de Atila y sus hunos– ya no tiene tanto tránsito. En la casa vecina al faro funciona la confitería Al fin y al cabo (por el momento cerrada). Dicen que allí vivió Conrado Hasselborn, un hombre afable llegado de Entre Ríos que cazaba zorros con su Mauser y fue el último buscador de oro en la zona.
Monte Dinero está abierta al turismo desde el 1 de septiembre hasta el 1 de abril. Pero funciona durante todo el año como puesto de sellado del Pasaporte Ruta 40 en el hito delKilómetro 0 (siempre conviene mandar antes un whatsapp). turismomontedinero@gmail.com T: +54 9 2966 41-3140. Tarifa 2021/22: $16.520 por persona por día con pensión completa en habitación doble. Consultar por el día de campo patagónico: almuerzo, recorrido por la estancia y merienda.
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